lunes, 25 de abril de 2011

Íntimo y triste

 
Hoy hace diez años que murió mi padre. Le echo de menos, le echo de menos tanto que todavía me sigue doliendo, y sin embargo me sorprende mi propia capacidad de supervivencia. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que podría vivir diez años sin mi padre, no le habría creído, o le habría preguntado “¿cómo se hace eso?”

El caso es que, además de llorar como una cría, estos días estoy reflexionando mucho acerca de todas las cosas que he hecho en diez años, y me enorgullezco y me cabreo a la vez; me enorgullezco porque he hecho tantas cosas, he vivido tanto, he aprovechado y he perdido tanto el tiempo, he sido tan feliz y tan desgraciada... me cabreo porque él no ha estado aquí, ni para disfrutar todas las cosas que hago y le gustan, ni para respetar todas las que hago y no le gustan.

El día que se estrenó la primera obra musical que compuse, una pequeña pieza para flauta y piano, al terminar de tocarla los intérpretes pidieron a la compositora (o sea, a mí) que se pusiera de pie, algo habitual en estos eventos, y el público nos aplaudió, tanto a ellos como a mí. Me hicieron una foto, y mi cara refleja en ese momento toda la satisfacción del trabajo bien hecho y terminado, la alegría del reconocimiento del público, el alivio de haber podido acabar la obra contra reloj y de que haya gustado a un público compuesto casi exclusivamente por músicos..... pero mi padre no estaba allí para vivir esa experiencia conmigo.

Tiempo después, estrené otra obra en mi pueblo, en el Teatro Auditorio, que estaba a rebosar: la familia, los amigos, la gente del pueblo que conocieron y quisieron a mi padre, todos estaban allí. Ese día me costó llorar sólo por dentro; los aplausos me halagaban tanto como me dolían, pesaba igualmente en mí la satisfacción y la rabia de que él no pudiera estar allí. Habría sido el padre más feliz del mundo. No puedo dejar de nombrar al presentador del acto, que al acabar todo el concierto vino a saludarme y me obsequió con el piropo más bello que me han dicho jamás: “eres maravillosa, igual que tu padre”.

En fin, no me quiero extender más, sólo decir que hoy he sentido la urgente necesidad de hacer algo que a mi papi le hubiera encantado. Como es un proyecto a muy largo plazo, posiblemente (espero) para toda mi vida, no digo más y ya os iré contando.

sábado, 23 de abril de 2011

El gilipollas de la semana


Antes los insumisos eran otra cosa. Quienes ya no somos tan jóvenes, aún recordamos a aquellos que se negaban a realizar el servicio militar obligatorio, exponiéndose a ser detenidos y acabar en la cárcel. Y muchos de ellos acabaron, efectivamente en la cárcel, de donde los sacó la amnistía general que siguió a la supresión de la “mili” obligatoria. Entonces la insumisión era una cosa seria; quizá la conducta de los insumisos no fuera la más sensata, pero hay que reconocer que le echaban huevos, y asumían las consecuencias.

Hoy en día se autoproclama insumiso un fulano al que la ley ya no permite intoxicar a sus clientes y trabajadores en su bar con el humo del tabaco. Se coge la rabieta del siglo, y todo chulo él, con la torpe excusa de estar defendiendo su negocio, monta el circo en los medios de comunicación, se crea dos o tres grupitos de apoyo en facebook, se hace retratar con el puro en la boca, en plan cacique de antaño, obtiene sus quince minutos de gloria, y eso sí, en cuanto las autoridades le arrean un multazo de 150.000 euros (25 millones de las antiguas pesetas, que se dice pronto) y le cierran el chiringuito, agacha la cabecita, apaga el puro, se baja los pantalones, se la endiña entera, vuelve a abrir el bar y aquí no fuma ni el vaquero de winston. Con un par.
Amo a ver, piltrafilla, qué pasa, ¿has hecho ya la cuenta de los clientes que tienes que perder con la ley antitabaco para llegar a perder los 150.000 euros que te han clavado de un plumazo? ¿te diste cuen, de que si te cierran el restaurante no tendrás que despedir a algún trabajador, tendrás que despedir a TODOS tus trabajadores, y buscarte un curro de camata en un bar donde nadie fume?


Bien, chico listo, bien. El 99% de los hosteleros hicieron esos cálculos en su momento, les gustara o no la ley, y la acataron. Ahora sus negocios siguen funcionando como antes. Si el menda, antes de salir en la tele, hubiera usado su calculadora y su cerebro (o lo que quede de él, tras tantos años de exposición al tabaco), se hubiera ahorrado que “El Jueves” le proclamara “El gilipollas de la semana”, amén de la supermulta que tiene que pagar y el rídículo que ha hecho.

Los insumisos de antaño consiguieron que se modificara la ley, y nadie tuviera que formar parte del ejército de manera obligatoria. Con héroes como el tontolaba este y sus secuaces, benditos sean, tenemos ley antitabaco para toda la eternidad. Nuestros pulmones lo agradecerán.

jueves, 21 de abril de 2011

A Zenia le gusta escribir


A Zenia le gusta escribir. Y leer. Y componer música. Y cocinar. Y muchas más cosas. Aunque no ha sido diagnosticada de esquizofrenia (aún ;-) Zenia es sólo una de sus múltiples personalidades. A veces, se hace llamar Engel, se sube a un escenario, canta con toda el alma y levanta pasiones; otras se hace llamar por el nombre que figura en su carné de identidad, y se porta como una persona normal: va a trabajar, estudia, va a la compra, etc.

Zenia es una solitaria empedernida, no le gusta la gente, pero sin embargo siente adoración por las personas. A veces llora cuando nadie la ve, y en una ocasión lloró frente a unos ojos por los cuales había jurado no derramar jamás una lágrima.


Huraña, imprevisible, cariñosa, intransigente, dulce, sexy, testaruda, lista, frágil, antipática, fuerte, acogedora, dependerá del momento en que la encuentres.

Tiene la estúpida manía de enfrentarse a los tiranos con toda su energía, a muerte, con uñas y dientes, lo que la ha llevado a salir malherida de alguna situación. Luego luce esas cicatrices con orgullo.


Cuando se pone a bailar en bata y pantuflas por la casa; cuando bebe una cerveza a la salud de algún viejo amigo; cuando toca el piano en la oscuridad; cuando inventa nombres para sus objetos queridos; cuando va en moto cantando porque le gusta la resonancia del interior del casco; cuando discurre frases lapidarias; cuando escribe tras meses de sequía; cuando sonríe frente al espejo; cuando habla de si misma en tercera persona, Zenia me parece entrañable. ¿Quieres conocerla? Éste es su cuaderno de bitácora.