viernes, 10 de enero de 2014

Mi princesa

Recuerdo cuando era adolescente que en mi clase había algunas chicas de las consideradas “guays” que aunque tenían la misma edad que todas, estaban más desarrolladas y eran una especie de diosas. Tenían tetas, iban con chicos y es más, ¡¡gustaban a los chicos!!! Ya habían dado su primer beso, incluso algunas habían experimentado su primer toqueteo y hablaban de ello sin pudor, haciendo que las demás nos pusiéramos verdes de envidia, yo la primera. Y nada de envidia sana, envidia cochina y podrida. Yo quería ser como ellas y sólo era una renacuaja empollona con gafas de culo de vaso. Mucho sobresaliente pero para los chicos invisible, y a Tutatis pongo por testigo de que hubiera cambiado todos mis sobresalientes por ese beso que las diosas de la clase ya habían disfrutado, y cuya técnica explicaban de vez en cuando a las pardillas como yo. Lengua por aquí lengua por allá.

Muchos años y muchos besos después, por mal que lo pasara en aquella época me alegro de que las cosas hayan sido así para mí. Con lo sensiblona que era, si hubiera gustado a los chicos me habrían roto el corazón cien veces seguidas, y la experiencia me ha enseñado que algunas cosas es mejor que no lleguen demasiado pronto.

Por eso quiero que mi princesa de doce años, cuando se encuentre con esas falsas diosas y no tardará mucho, tenga claro que no se es más “guay” por no comportarse como una niña normal y corriente de doce años. Son esas presuntas “guays” quienes se quedarán embarazadas a los dieciseis arruinándose la vida, son ellas quienes no sacarán nunca un sobresaliente, son ellas quienes a los veinte parecerán viejas por haber quemado etapas demasiado rápido. Son ellas y no mi princesa de doce años. O eso espero. Espero que su primer beso y su primera relación lleguen cuando tengan que llegar, a su tiempo y con la persona que ella elija, sin prisas y sin presiones de ningún tipo. Que los besos y los sobresalientes sean compatibles para ella porque sepa hacer bien las cosas, y ella sabrá hacer bien las cosas, por algo es lista, es bella y es mi princesa.

Para mi niña de doce años no quiero esos sobeteos en algún rincón sórdido de la calle, tratando de parar los pies a un canijo de quince más salido que un balcón que la esté chantajeando con aquello de “si no lo haces es que no me quieres”. Mi niña es princesa de más altos vuelos, y espero que sólo la toque quien ella quiera, cuando ella quiera y como ella quiera. Quien sea el afortunado habrá de saber quererla y darle mucho placer en todos los sentidos, porque si no sabe, mi princesa será lo bastante mujer para enviarlo a la porra de un golpe de melena. Que niñatos sobran en este mundo y sólo un hombre de la cabeza a los pies será digno de ella.

Mi princesa de doce años se hace mujer a fuego lento y yo la miro, y se me humedecen los ojos recordándola cuando era un bebé. Porque la quiero más que a nadie en el mundo, porque la vida se abre ante ella como un abanico y es emocionante estar a su lado y revivir con ella todo lo que ya he vivido, pero ahora desde la sabiduría que dan los años. Adelante princesa, a comerse el mundo.