sábado, 7 de abril de 2018

Una piedra, una oración, algunas lágrimas


Ya que el año pasado no fui capaz, este año me había propuesto encontrar la tumba de Yoni como fuera. Llegué tempranito al Monte Herlz, pregunté y volví a preguntar pero nadie sabía indicarme el sitio exacto. Sí, está en el cementerio militar pero ahí hay cientos de tumbas y Yoni es un héroe en Israel, ¡alguna manera tiene que haber de encontrarle!

Al final me dije a mí misma: “muy bien, tenemos todo el día, voy a ponerme a leer los nombres de las lápidas uno por uno, yo no salgo de aquí sin rezar en la tumba de Yoni”. Y me puse a leer los nombres uno por uno, que para algo he aprendido a leer en hebreo. En algo más de hora y media le había encontrado.


La emoción que sentí es indescriptible, cuando leí su nombre caí de rodillas, me incliné sobre su tumba y lloré. Durante un buen rato no quería ni podía parar de llorar, menos mal que estaba sola y nadie me vio. Luego empecé a contarle cosas. Lo sé, estoy algo zumbada, pero lo que de verdad necesitaba era contarle cosas, no que me respondiera. Le conté que cuando conocí su historia  me impresionó tanto que tuve que relatarla en mi blog y estuve más de un año preparando ese artículo; le conté por qué llevo tres años volviendo a Israel cada primavera; le conté que nunca he sido capaz de visitar la tumba de mi padre, pero ahora por fin me siento con fuerzas para hacerlo. Toqué la tierra que le cubre, estuve un buen rato acariciando la hierba que crece en su tumba, sintiendo que esa hierba es la vida nacida de él. Recé a mi manera. Yo no creo en Dios pero creo en Yoni, y le recé a él.

En Israel la gente no suele dejar flores en las tumbas, no les gusta que las flores vivas se marchiten allí, así que dejan siempre piedras. El año pasado yo había recogido una piedrecita de la playa de Tel Aviv, preciosa, y la guardé todo el año. La puse sobre su nombre.

Ahora entiendo que me costara tanto encontrar la tumba, y a la vez confirmo que cuanto más grande es una persona, más humilde es su imagen. Yoni está allí como un soldado más, una pequeña placa de mármol indica que recibió una condecoración, pero por lo demás su tumba es exactamente igual que el resto, sencilla a más no poder. Yo esperaba que estuviera entre Golda Meir y Shimon Peres con un altar rodeándole, pero también me gusta que esté donde está: el mejor soldado de Israel enterrado sin distinciones, en formación junto a todos sus compañeros caídos, ése es el sitio que habría elegido él de haber podido hacerlo.

Treinta años tenía Yoni el 4 de julio de 1976, y cada vez que pienso en la tragedia que fue su muerte, soy consciente también de la bendición que fue su vida, soy consciente de que el mundo es un poco mejor gracias a que él ha existido.

El sol de invierno acariciaba ese día el cementerio militar del Monte Herlz, en Jerusalén, y nunca me habría ido de allí. Quizá de alguna manera, nunca me fui.

La tumba de Yoni, con mi mochila a los pies