sábado, 12 de octubre de 2024

El baile (Y bailaré contigo en Viena I)

“And I´ll dance with you in Vienna I´ll be wearing the river disguise”


“Y bailaré contigo en Viena llevaré puesto el disfraz de río”

Take this waltz, Leonard Cohen


Viena me ha enamorado, y partiendo de esa base todo lo que diga es poco. Qué ciudad más majestuosa, más imperial, qué sensación de grandeza pasear por ella. El hotel en el que me he alojado casualmente resulta ser el más antiguo de toda la ciudad y han mantenido la decoración en ese estilo: alfombras granate en las escaleras, muebles de época, ribetes dorados, una pequeña exposición de artículos de hostelería ya en desuso y unos simpatiquísimos recepcionistas que te hacen sentir como en casa, una maravilla de sitio. Hotel Stefanie en Taborstrasse 12, por si alguien estuviera interesado.


El minibar del hotel para mí estaba compuesto de agua del grifo. Escuché decir que era buenísima, la mejor bebida de Viena, y sintiéndolo por los cerveceros austríacos creo que no va desencaminada la afirmación. Es que además salía fresquita y todo ¡que agua más buena, pordios! he bebido litros. Alguna cervecita también ha caído, la verdad, pero el agua del grifo ha sido mi bebida principal en este viaje.



Y hablando de bebidas, aquí al café con leche le llaman melange, algo así como “mezcla”. Y por supuesto, cada bar luce un cartel con unas 300 maneras de preparar el café.


El jabón del hotel huele a albaricoque. Será que estoy algo predispuesta a dejarme impresionar por todo lo vienés pero qué gusto, de verdad, lavarse el pelo con algo que huele a albaricoque. Del chocolate ni hablamos ¿verdad? bueno sí, hablemos del chocolate. Tiendas de la marca Lindt con el mismo sistema de esas tiendas de golosinas a granel en las que coges la cantidad que quieres de lo que quieres, lo vas metiendo en una bolsa y luego te lo cobran a peso… ¡esto es el paraíso! para el bolsillo no, pero para la gula sí: bombones, tabletas, cestas de regalo, muchos tipos y sabores de chocolate todos juntitos en pequeñas tiendas austríacas. Me quiero quedar allí a vivir. En la tienda, digo. Ya de vuelta y cotorreando en internet me entero de que también hay algunas de esas franquicias en España, así que me mantendré alejada. Que una cosa es un extra de viaje y otra cogerle el gustillo.



Unos días antes, en la preparación del viaje, miro entradas para conciertos pero no compro ninguna porque los precios me parecen carísimos. Recuerdo cuando hace años yendo a Londres vi entradas para musicales por internet a precios prohibitivos y luego estando allí las compramos en la taquilla por tres veces menos, así que pensé hacer lo mismo en Viena. En mi primera tarde me desplazo a la Iglesia de San Carlos con la intención de escuchar las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Una vez allí veo una cola enorme para entrar y el guapísimo vigilante me dice que cree que no hay entradas ya, pero que pregunte. Pregunto y en efecto, mi gozo en un pozo, no quedan entradas. Eso sí, no pierdo la ocasión de al salir guiñarle el ojo al guapísimo vigilante y decirle “Sold out” con carita de resignación, a lo que el responde con un gesto apenado y una hermosa sonrisa. Ay. Estoy ya cincuentona, madurita y todo lo que se quiera, pero un hombre guapo de uniforme me sigue llenando de felicidad, qué queréis que os diga.


Al día siguiente, paseando alrededor de la Catedral se me acerca un señor vestido de chambelán y me ofrece entradas para conciertos. Me parece una buena idea, el tipo es de lo más simpático y las entradas tienen descuento, así que valorando distintas posibilidades me decido por un concierto de una pequeña orquesta con la participación de una soprano y un programa de lo más bonito. Ligero, popular, valsecitos, polkas… el teatro donde se celebra es una maravilla, no es muy grande pero la decoración es tan Viena del siglo XIX que me siento como pez en el agua y disfruto muchísimo del concierto. Por cierto, hubo mucho feeling con el chambelán, conversación, piropos, intercambio de teléfonos… pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión ;-)



“Si tuviera 50 minutos libres, los emplearía caminando lentamente por las calles de Viena”

El Principito


Me he tomado una licencia poética, lo reconozco, el Principito caminaría hacia una fuente, pero a mí se me viene a la cabeza esta frase porque lo que más he hecho en estos días ha sido caminar lentamente sin ir a ningún sitio, con los cinco sentidos a pleno rendimiento y disfrutando de todo lo que ofrece esta maravillosa ciudad. Hay un momento en el que paso por una especie de palacio, yo pensando que sería el Parlamento lo menos pero no, otro chico guapo en la puerta (¡pero qué pasa en esta ciudad!) me dice cuando le pregunto que es un hotel, el Hotel Park Hyatt para más señas. Lo digo por si algún millonario me lee y tiene interés, yo viéndolo por fuera no he mirado ni el precio.




En Viena te encuentras cada dos por tres iglesias igual de majestuosas que la ciudad. He entrado en todas las que he podido y en todas he disfrutado de las obras de arte que se hallan en su interior y también de un sentimiento de paz difícil de encontrar en otros lugares. Recuerdo cuando Oriana Fallaci se declaraba “atea cristiana”, alegando que pese a no ser creyente, entrar en una iglesia le hacía sentir paz, y a mí me pasa lo mismo. No pierdo oportunidad de entrar en una iglesia y permanecer unos minutos sentada allí con los ojos cerrados y sintiendo. En casi todas ellas hay Libro de Salmos con letra y partituras a disposición de los feligreses, todos en buenas condiciones y situados ordenadamente encima de cada banco. Es una de las cosas que más me gusta de países como Alemania y Austria, lo mucho que se cuida lo que es de todos y debe cuidarse. En España… en fin, mejor no pensar donde acabarían esos libros si se los deja sin amarrar en una iglesia abierta.




Dos museos de los que he visitado estos días me han impresionado en particular. El primero la Casa de la Música, qué decir… una exposición interactiva, en la que puedes desde crear tus propios sonidos hasta dirigir una orquesta, además de indagar en las vidas de los más famosos compositores. Muy recomendable, disfruté como una una enana.


Otro sitio donde me metí así sin saber mucho y salí encantada fue la exposición Historia de Viena interactiva. Impresionante todo lo que puede hacer la tecnología para que disfrutemos de una exposición. Me quedo con uno de los momentos: estábamos sentados, con unas gafas que casi parecían un casco y que te llevaban en 3D a un salón de baile vienés, donde sonaba un vals y cientos de parejas bailaban. Sí, te metías allí dentro y ya podías girar la vista 360 grados que seguías viendo parejas bailar a tu alrededor en el salón inmenso. Qué sensación, qué baile.




Músico en cuerpo y alma, un homenaje al maestro

Ayer asistí al acto que se celebró en la SGAE para homenajear por su 80 cumpleaños a Don Salvador Chuliá, quien fuera mi maestro de composición. Salvador es alguien tan querido para mí que no me resisto a escribir unas palabras para sumarlas a su homenaje. Para empezar la palabra Maestro, que en mayúscula y todo se le queda corta. El cariño que ha profesado siempre a sus alumnos y el interés personal que se toma con cada uno de ellos, son la causa de que muchos alumnos y ex alumnos quisiéramos estar a su lado en este día. Yo he aprendido mucha música en sus clases, pero también he aprendido valores, he aprendido que se puede ser humilde siendo un genio, he aprendido que en el mundo hay personas buenas y generosas, he aprendido tanto… 


En 2005 estrené mi primera obra musical siendo su alumna, y lo recuerdo como uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Aunque años después tuviera que dejar de estudiar composición, el haber vivido esa experiencia, haber sido capaz de componer una obra y estrenarla fue para mí una gran satisfacción y es algo que nunca habría pasado de no haber sido por Salvador Chuliá.


En el acto de ayer, los magníficos Ernesto Chuliá, Miguel Ángel Gorrea y Josu de Solaun interpretaron música del Maestro, para deleite de todos los asistentes. Me gustó en especial la interpretación de Josu, al piano, de la obra que Salvador escribió hace tiempo para él. Josu de Solaun es un pianista de renombre internacional que en sus inicios fue alumno de Chuliá, y verle allí en un salón pequeño interpretando de manera magistral la obra que le había compuesto su maestro fue un momento muy emotivo. No fue el único, las palabras de sus hijos Ernesto y Vicente y del propio Salvador recordando a su hijo Salva y a su mujer Mª Carmen con la voz de San Agustín: “la muerte no es más que vivir en la habitación de al lado”, nos emocionaron a todos. 


Pero personalmente me quedo con el que para mí fue el mejor momento de la tarde: ver a la pequeña Victoria, con una simpatía y un desparpajo envidiables, coger el micrófono para decir unas palabras y felicitar a su abuelo. Se llevó un merecido gran aplauso, y siendo la heredera de los Chuliá intuyo que no será más que el primero de los muchos aplausos que recibirá en su vida. Al tiempo.


Antes de despedirme le dije a Salvador: “qué grande es usted, y cuántos homenajes se merece”. Más vueltas le doy más acertadas me parecen estas palabras. Ochenta años siendo una gran persona y un músico en cuerpo y alma, lo demuestran. Gracias Maestro.


jueves, 14 de marzo de 2024

Lo que significa

Hace 24 años, un par de reservistas israelíes que volvían a casa se equivocaron de carretera y acabaron metidos en Ramallah, la capital de la autoridad palestina en Judea. Aunque la policía palestina en principio trató de protegerlos y los retuvo en una comisaría, el pueblo palestino, civiles todos ellos, asaltó la comisaría y sacó de allí a los dos israelíes con la intención de matarlos. 



Tuvieron una muerte horrible. Fueron linchados y despedazados por una multitud enfervorecida y loca de odio. Les arrancaron los órganos internos y los exhibieron como un juego, se los iban pasando de unos a otros entre gritos de victoria y éxtasis. Durante esa orgía de salvajismo, uno de los civiles palestinos que participaba en ella se asomó a la ventana mostrando sus manos ensangrentadas, y la foto de ese animal vitoreado por sus paisanos se hizo viral. El pueblo palestino celebraba así la tortura y asesinato de dos hombres desarmados, cuyo delito fue ser israelíes y no llevar  GPS en el coche.


De aquella celebración y de aquella foto, ha surgido el pin con una mano roja que varios actores han lucido en los Oscar de este año, para pedir según ellos un “alto el fuego y el fin de la guerra en Gaza” Una muestra más de que mientras exigen que Israel cumpla exhaustivamente las normas de la guerra, para los palestinos todo vale. Incluyendo la violación de mujeres y el asesinato de bebés, adjunto foto de los últimos panfletos distribuidos en una manifestación propalestina en NY, por si queda alguna duda.


Si alguien está a favor de los palestinos, es su decisión, pero al menos debería entender el significado de los símbolos con los que muestra su apoyo, y como últimamente tengo vocación de traductora ahí va un pequeño apunte:

PIN ROJO: celebra la tortura y asesinato de dos israelíes

BABIES ARE OCCUPIERS: es lícito matar bebés por una buena causa

ALTO EL FUEGO EN GAZA: en dos semanas, otro 7 de octubre en Israel. Y después en Europa


RAPE IS RESISTANCE: es lícito violar por una buena causa


FROM THE RIVER TO THE SEE, PALESTINE WILL BE FREE: asesinato de 10 millones de israelíes. Judíos, cristianos, musulmanes, ateos… todos


RESISTENCIA PALESTINA: odio enfermizo a Israel y a toda la sociedad occidental


NIÑO PALESTINO SECUESTRADO POR EL EJÉRCITO ISRAELÍ: tipejo de 22 años detenido por apuñalar a varios transeúntes 


Y todo así. A esos actorcitos metidos a luchadores por la paz, me gustaría verlos el día en que un niño yihadista de ocho años apuñale en la escuela a su hijo de ocho años; me gustaría verlos entonces con el pin y la kufiya y el palestine will be free; me gustaría verlos defender que es perfectamente lícito acuchillar niños por la causa palestina cuando el niño acuchillado es su propio niño. Porque eso es lo que llevan viendo 75 años los padres israelíes, y cuando es en tu hijo donde se hunde ese cuchillo liberador de palestinos, cambia el cuento. Y cambia mucho.

lunes, 11 de marzo de 2024

Te queremos, Ilia

Estaba yo el otro día en una cafetería y de repente oigo a una presentadora de la tele decir algo así como: “vamos a hablar de Ilia Topuria, ahora que TODAS nos hemos enterado de quién es, jejejeje…” hace esa gracia un tío y ésta se pasa meses quejándose del patriarcado, como si la viera.


Supongo que no se puede esperar más de una presentadora de tve, pero muchas y muchos sabíamos muy bien quién era Ilia Topuria antes de que ganara el cinturón que le acredita como Campeón del Peso Pluma de la UFC, en una pelea épica contra Alexander Volkanovski.




Topuria es un español nacido en Alemania y de origen georgiano, llegó a España con 15 años y es un peleador de artes marciales mixtas, o MMA. Lleva 15 peleas invicto y promete continuar con la gran carrera que está desarrollando desde hace años, así que los aficionados a las artes marciales en España estábamos todos expectantes con su pelea, tuviéramos o no la oportunidad de verla en directo. Como todo el mundo ya sabe a estas alturas, Ilia ganó con un KO espectacular, fue capaz de noquear en el segundo round a un gran campeón como Volkanovski y desató la euforia en todo el país. Para celebrar su triunfo exhibió en el octágono, como suele hacer, las banderas unidas de España y de Georgia.


Pero lo que a mucha gente también la he llamado la atención de él es lo mucho que ama España. Para vergüenza de nuestro gobierno parece ser que aún no tiene la nacionalidad y tuvo que pasar al entrar en España por el control de inmigración, pero de él sí se puede decir que es tan español como Abascal, porque no para de proclamar su amor por España, por la bandera de España y por el nombre de España, que lleva bien alto allá donde va.






Y eso es lo que no lleva bien el wokismo patrio, aunque como inmigrante que ha triunfado en lo suyo debería ser puesto como ejemplo de que muchos inmigrantes son buena gente y de lo mucho que nos aportan… pero claro, Topuria es un hombre cristiano, que se santigua antes de pelear y que no se cansa de decir lo muy agradecido que está a España por haberle acogido y dado una oportunidad… como que no, a nuestro gobierno le gustan más los inmigrantes cuando son delincuentes, musulmanes y ondean orgullosos la bandera de Marruecos, qué le vamos a hacer.


Además Ilia es campeón de un deporte machirulo y facha, que ha sido definido por una intelestualdisquierdas en un panfleto progre disquierdas como “bravuconadas y testosterona a chorro”. Acabáramos. No me acuerdo del nombre de la susodicha ni me voy a poner a buscarlo, pero si por alguna extraña carambola algún día leyera este post no puedo dejar de recomendarle que haga una búsqueda en google: Valentina Shevchenko. A ver qué le parece.


Y por cierto ¿qué le pasa a esta gente con la testosterona? ¿saben lo qué es y para qué sirve? aquel día en el Parlamento en que Pedro Antonio Narciso se puso a reprocharle a Abascal que se dejara de tanta testosterona fue sublime. Está claro que cuando Dios estaba repartiendo la testosterona Sánchez, Rufián, Puigdemont y compañía llegaron tarde pero eso no es culpa de Vox, queridos míos, menos angustias y haced pesas o algo.




En fin, que me quedo con la testosterona y la masculinidad “tóxica” que tanto Abascal como Topuria exhiben a raudales allá por donde pisan, me gusta mucho más que tener un gobierno melindroso, timorato y siempre dispuesto a taparle la boca a Mohamed con besitos y con todo lo que pida, no sea que se enfade y nos invada las Canarias o algo. Y puestos a desear, espero que más bien pronto que tarde toda esa “toxicidad masculina” sea exhibida por Abascal en el gobierno y por Topuria en un octágono español. Ese día sí que tiramos la casa por la ventana.


viernes, 1 de marzo de 2024

Quiero el mismo sueldo

¿Deben ganar el mismo sueldo los hombres y las mujeres por hacer el mismo trabajo? El tema saltó de nuevo a la palestra tras la victoria en el campeonato mundial de la selección española femenina de fútbol, y como siempre hay opiniones para todos los gustos. Si quieren saber la mía sí, deberían ganar lo mismo. Y todos los trabajadores deberían ganar más de lo que ganan y nadie debería pasar apuros para llegar a fin de mes. Una vez expresada mi opinión, pasemos a la realidad.



Las futbolistas españolas

La ley española prohibe tajantemente que una persona cobre más que otra debido a su sexo, raza, orientación sexual, etc, así que nadie cobra menos en España por ser mujer, pero sí es posible cobrar distinto haciendo en teoría el mismo trabajo. Si analizamos las nóminas de dos empleados de idéntica categoría profesional que hagan el mismo trabajo en una empresa promedio, su sueldo base será el mismo pero uno puede tener más antigüedad, más responsabilidad, estar haciendo más horas… en fin, montones de circunstancias particulares de cada situación hacen que aunque a priori no haya diferencias de sueldo en la misma categoría profesional, en realidad sí puede haberlas. El concepto “hacer el mismo trabajo, exactamente el mismo” pocas veces se da en la práctica, y ello conlleva una diferencia salarial.


Y si salimos de la empresa promedio y nos vamos al mundo del espectáculo, pues resulta que los sueldos no los pone el gobierno, ni el encargado, ni el empresario, los sueldos los pone el mercado. Es lo que hay. Un ejemplo: en mi época de cantante yo también dedicaba tiempo a practicar, cuidaba mi voz, ensayaba, viajaba, invertía en ropa y maquillaje ¿por qué no debería haber cobrado por actuación lo mismo que cobra Luis Miguel en su gira mundial? ¿acaso no estamos haciendo ambos “el mismo trabajo”? suena tonto hasta tener que explicarlo: si juntas a toda la gente que ha venido a todas mis actuaciones durante toda mi vida artística, obtienes la centésima parte de la gente que va a ver un solo concierto de Luis Miguel; si juntas todo el dinero que he ganado yo en toda mi vida cantando y tocando, es lo que Luis Miguel gana en diez segundos de concierto. Vale, me he inventado la equivalencia pero por ahí andará. Y nos guste o no nos guste, nos parezca justo o injusto, es lo que hay. En el mundo del espectáculo y del deporte, uno gana en proporción a lo que genera, no a lo que trabaja.



Luismi trabajando

Así que es completamente absurdo “exigir” que la selección femenina de fútbol gane lo mismo que la masculina, o que una tenista femenina gane lo mismo que Rafa Nadal. Es absurdo y no es posible salvo que, en un alarde de comunismo justiciero, alguna femi-iluminada decida salvar esas diferencias con dinero público (cállate Zenia, no le vayas a dar la idea a la Montero…) pero vamos que lo tengo claro, el día que eso suceda yo vuelvo al artisteo y exijo de inmediato ganar el mismo sueldo que Luis Miguel, y a quien no le guste es porque es un machista facha y negacionista de la brecha salarial, al hoyo con él. 


Para terminar, un apunte curioso, ¿alguien ha visto alguna vez a la Irene, la Yoli, la Pam o alguna de ellas en un partido de algún deporte femenino? no digo ya la selección, simplemente un partido de liga, la Copa de la Reina, final femenina de Roland Garrós… algo así. Lo digo porque eso saldría en la tele y a la hora de atraer atención hacia el deporte femenino sería mil veces más efectivo que andar quejándose todo el día de la brecha salarial y el machismo y todo eso. Ahí lo dejo también, por si alguna de ellas me lee y le apetece DE VERDAD hacer algo que favorezca a las mujeres deportistas.


viernes, 1 de diciembre de 2023

Los niños de todos


Hamas acaba de anunciar que están muertos, que han sido asesinados tanto ellos como su madre, Shiri. Hay que decirlo con cautela porque las FDI aún no han confirmado la noticia y hamas no es precisamente una fuente fiable, pero por desgracia sabemos que es muy posible, son capaces de eso y más. El 7 de octubre mataron a muchos niños, adultos, ancianos, bebés, hombres, mujeres y hasta mascotas. Y si nos remontamos en la historia del terrorismo palestino el número se dispara, no hay espacio para nombrar a tantas víctimas, pero si la noticia de hoy fuera cierta hay que sumar el terrible dolor de que les hayan matado a ellos. A nuestros niños.


Ariel Bibas (4 años) y Kfir Bibas (10 meses)


Vaya por delante que todas las vidas son igual de valiosas, el bienestar de todos y cada uno de los rehenes nos mantiene en vilo y no dejaremos de buscarles y de reclamarles hasta que el último de ellos haya sido devuelto a su familia y a su país. Pero lo de Ariel y Kfir está siendo un golpe especialmente doloroso. Quizá porque hemos visto las imágenes de su secuestro: el gesto de horror de su madre mientras con sus dos bebés en brazos era conducida por los terroristas a Gaza; Ariel despierto y atento con su chupete, sin entender lo que estaba sucediendo pero sintiéndose aún seguro en los brazos de su madre; Kfir dormido y completamente ignorante del infierno que se les venía encima; sus dos cabecitas pelirrojas, infantiles, destacadas en medio de un horror que nunca debiera ser vivido.



Quizá también porque Kfir era el más joven de todos los secuestrados aquel 7 de octubre fatídico, tenía 9 meses y no sabemos si ha llegado a cumplir los 10. Si lo ha hecho, ha sido en un túnel bajo tierra y en manos de los terroristas más crueles y sádicos que nadie pueda imaginar. Puede que incluso exista otro rehén más joven que él: una de las rehenes era una mujer tailandesa embarazada de nueve meses, que si sigue viva habría dado a luz en los túneles o donde sea que la tengan retenida los monstruos del hamas. No se sabe nada de ella ni de su bebé.


Momento en que Shiri, Ariel y Kfir son secuestrados por hamas

A Kfir y Ariel, el hamas los considera más “valiosos” porque su secuestro ha llamado mucho la atención, y sea o no sea cierta la noticia está jugando al terrorismo psicológico con sus nombres. Pero lo que sí es cierto es que estos dos niños representan a todos los rehenes. A todos. A los que han sido liberados y a los que quedan en manos de los terroristas, incluyendo los soldados muertos en la guerra de 2014 cuyos cuerpos siguen retenidos en Gaza. A las mujeres, a los hombres, a los demás niños, a los ancianos. A los israelíes, a los tailandeses, a los rusos, a los filipinos, a los argentinos, a los rehenes de cualquier nacionalidad. A los judíos, a los musulmanes, a los cristianos, a los ateos. A TODOS. 



Kfir y Ariel son nuestros niños; todos los rehenes son nuestros niños. Los niños de todos. Espero que el ejército israelí no descanse hasta acabar con quienes se han atrevido a hacerles daño.

domingo, 29 de octubre de 2023

Cuando termine la guerra (Diario de guerra XLI)

 COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)


20 de septiembre de 2023. Hace mucho que escribí la última publicación en mi diario de guerra. Echo de menos escribir. Está siendo un tiempo de subidones y bajones, y ha sido así en mi vida desde que empezó la guerra a gran escala. Los subidones pueden atribuirse a mi trabajo y al baile, los bajones a mi vida personal.

En los últimos tiempos no he tenido ni fuerzas para pensar en la guerra, no más de lo necesario para hacer mi trabajo. Es más, hace poco apareció en mi vida alguien que venía “de la guerra” y me ayudó a identificar y rechazar algunos de mis patrones de pensamiento obsesivos. Mi viejo conocido Andriy (sigo cambiando los nombres de mis amigos por si acaso) que se unió como voluntario a las Fuerzas de Defensa de Ucrania y ha podido pasar un tiempo en Kiev debido al tratamiento médico que requiere su espalda, ha escuchado muy atentamente todos mis aburridos pensamientos, los ha rebatido uno por uno y ha estado preguntándome a todas horas “¿cómo estás?” (queriendo realmente preguntarlo, no estilo americano). Compartir mi tristeza con un soldado me hace sentir un poco avergonzada. Pero Andriy ha prestado mucha atención a mis palabras y me ha hecho darme cuenta de que está bien tener pensamientos pesimistas aunque no hayas estado en el frente.

Mi amigo ha aprendido a usar drones, y es una de las personas más positivas que he conocido jamás. Las conversaciones con él han sido muy abstractas y casi siempre acerca de la alegría de vivir. A Andriy le encanta reflexionar acerca de la vida humana y sin venir a cuento más de una vez me ha sorprendido con su práctica sabiduría y su original interpretación de los acontecimientos de la vida. También hemos hablado de las cualidades que necesitamos para sobrevivir en este complicado mundo de la guerra, en constante cambio. Es reconfortante ver que en él permanece el amor al conocimiento y a la vida. 

En los doce años que nos conocemos, nos hemos visto una vez cada tres años o incluso menos. Fue inesperado para mí que surgiera de él la idea de venir a verme tan pronto como se recuperó de su dolencia. El día que se fue, Andriy tuvo dos horas para despedirse, y por primera vez desde el inicio de la guerra, me di cuenta de lo difícil que es ver a hombres que sabes que se van a la guerra (otra vez). No por el peligro (su unidad suele estar en sitios poco peligrosos), también porque no quiero quedarme sola, sin el apoyo de un amigo.

Andriy a veces me envía mensajes desde allí, pero incomprensiblemente tiene muy poco tiempo para esas cosas. Me dijo que lo peor de esta guerra para él es no ver crecer a su hija pequeña: “la edad que tiene ahora es la parte de la infancia más interesante. Después se hará mayor y no volverá a decir todas esas cosas tan divertidas y poderosas”. Le obligaron a perderse esos cambios en la personalidad de su niña. Los rusos. Como padre de tres hijos no tenía obligación de ir al ejército. “Pero vale, podré vivir con ello” -dijo de manera estoica. En el momento en que lo dijo, deseé con mucha fuerza que la guerra terminara de inmediato, y que regresaran todos los familiares y amigos. Traté de escoger las palabras adecuadas por si se daba el caso de que no volviéramos a vernos. Le pedí que tuviera cuidado. Él me pidió lo mismo a mí.

A finales de agosto, tomé unos días de vacaciones para visitar a algunos amigos, y al volver a Kiev la primera vez que sonaron las alarmas me asustaron mucho. Normalmente me cuesta una o dos semanas no asustarme por las alarmas cuando regreso a Kiev. Una tarde, me sentía bastante mal, me encontraba en crisis (cuando dejé de tener contacto con mi mejor amigo, casi a la vez que el inicio de la escalada de la guerra. Lo sentía como si fuera una muerte lenta). Aún no habían terminado mis vacaciones, así que no podía distraerme con el trabajo. Decidí ir a un concierto de blues, a un bar donde donaban a nuestro ejército el dinero de las entradas. Esperaba encontrar allí caras conocidas del mundo del baile.

Justo cuando el autobús estaba llegando a mi parada de destino, empezó a sonar una alarma. Fue en el momento perfecto, porque quería llegar al sitio lo antes posible. Aún así tenía que andar veinte minutos mientras sonaba la alarma. Casi siempre coincide que cuando suena la alarma yo estoy dentro de algún edificio. El cielo de Kiev está bien protegido por nuestras Fuerzas Aéreas, pero aún así pueden caer restos de drones o de misiles. No paro de pensar en ello cuando oigo las alarmas. Ese día además me encontraba mentalmente sumida en la oscuridad, y me venían esos pensamientos.

“¿Qué debería hacer? ¿debería meterme en el andén del metro y quedarme allí con gente que no conozco? no, allí me sentiría mucho más sola. Tengo que llegar al bar. Quizá mi amiga Anna está allí”. Estaba andando muy rápido. La idea de que estaba sonando la alarma ocupaba sólo una esquina de mi mente, lejos y rodeada de la oscuridad de mis desgarradores sentimientos. “Ok” -me dije a mí misma- “si ahora mismo te cae encima un pedazo de hierro y resultas herida, entenderás lo que es un problema de verdad. Quizá nunca puedas enfrentarte a lo que es vivir con una herida grave, sin un brazo o una pierna. Todo será mucho peor que ahora. Pero si ese trozo de hierro me arranca la cabeza, ya no tendré nada con qué pensar” -respondió mi otro yo sarcástico.

Mientras seguía andando con determinación, pensé que unirme al ejército era lo que me dictaba el corazón, y además una buena idea para enfocarme en cosas que en efecto son importantes. Así que pensé en que luego buscaría cómo hacerlo siendo mujer y me volvería a plantear si de verdad tiene sentido. Llegué al bar sana y salva, afortunadamente estaba en el sótano. Cuando entré, me alegré de ver que mi amiga Anna estaba allí, aunque no habíamos quedado. Mis compañeros de baile suelen ir a ese tipo de eventos. Por suerte, mi relación con algunos de ellos ha evolucionado hacia una amistad. Y es por eso que Kiev ya no me parece tan anónima como antes.

Me gustó especialmente ver a Anna, porque ella vive fuera y estuvimos juntas hace dos semanas en un evento de baile en Cracovia. Ella vive con su marido que es extranjero, y vuelve a Ucrania para unas semanas de disfrutar del baile (donde ella vive apenas hay bailarines ni reuniones de baile) y pasar revisión médica. Otra mujer, Olga, que conoce a nuestros profesores de baile desde que empezaron, se unió a nuestra conversación.

Estuvimos hablando de la gente que vuelve a Ucrania. “Me lo pasé genial bailando aquí en Ucrania, y me gusta todo de este país. Pero mi marido opina que no podemos vivir de esa manera. Si esto es un palo detrás de otro (aquí utilizó una palabra bastante fea en ucraniano) pues es lo que hay”

“¡Oh!” -exclamé -“en efecto, es la mejor descripción de nuestro modo de vida. Es increíble que se haya convertido en una frivolidad, ¿no es cierto?” -Anna miró su teléfono

“¿Otra alerta?” -pregunté con indiferencia

“Sí, parece que son Mig (tipo de aviones que pueden acarrear misiles. Espero que podamos volver a casa” -Anna vive en la otra orilla del río -“si es un Mig, la situación durará como mucho una hora. Puedes coger el último metro” -dijo Olga. Y tenía razón. Una hora después el cielo ya era un espacio seguro y el metro empezó a circular por el puente.

Anna dijo que volverá a Ucrania cuanto termine la guerra. 

“Y ¿qué hay de nuestra profesora, la que está viviendo en Francia? ¿tiene pensado volver?” -le pregunté a Anna.

“Sí, por supuesto. Está a gusto allí, pero quiere volver cuando la guerra termine” 

Tanto Anna como Olga habían dicho “cuando la guerra termine” de manera que parecía que era cosa de unos meses. Me sorprendió que hablaran así y que lo incluyeran como una condición para poner en marcha sus planes. Pienso que la guerra está lejos de terminar, muy lejos, tanto que no voy a hacer planes para cuando se acabe. Si lo hacen mis amigos está bien, pero yo no puedo decir “cuando la guerra termine”, ni siquiera pensar en ello, ahora mismo me parece una utopía.

El día siguiente era el primer día de trabajo después de las vacaciones, y mi estado de ánimo iba cambiando de la desesperación a una felicidad desenfrenada. En primer lugar, porque tuve la oportunidad de hablar con un soldado extranjero que compartió conmigo su experiencia en Afganistán, y también pude escuchar y estrechar la mano a un general, extranjero también, que parecía una estrella de cine. Todo eso en un hotel precioso donde tenía lugar una conferencia internacional.

Eric, el soldado de poderosa espalda vestido de uniforme, bebía un capuccino y me hablaba de las dificultades piscológicas de conciliar la vida militar y civil. Me advirtió de las consecuencias devastadoras de la guerra, y me dijo que la guerra era como un tumor gigante creciendo día a día y penetrando con sus raíces en cada rincon de la vida social y personal. Sentí mucha gratitud y admiración hacia él, por comprender lo que está pasando en Ucrania y lo que hace falta para parar esta guerra. Escuchándole, me vino a la mente el pensamiento de que las voces de los ucranianos y de otros soldados con experiencia en el campo de batalla deberían de oírse más alto. Tendríamos que escuchar con mucha atención todo lo que tienen que decir.

Eric me contó que en sus primeros años de misiones en el extranjero no tenía miedo, y no sabía lo que eso significaba. Pero después de unos años es más consciente de las situaciones peligrosas, y no tiene miedo de hablar con sus compañeros acerca de esos sentimientos. “En cuanto identifiqué mis puntos débiles y fui capaz de hablar de ellos, empecé a sentirme mucho más fuerte” -dijo. Se notaba que ese descubrimiento en su vida le había impresionado mucho. Era reconfortante escuchar esas palabras viniendo de un hombre de anchas espaldas y con experiencia en el campo de batalla. 

Una semana más tarde, me reuní para almorzar con una amiga ucraniana, que está recogiendo donaciones para apoyar a nuestro ejército. Compartí con ella el recuerdo de mi yo de 23 años en Berlín (N1), cuando pensé que podría hacer algo para ayudar a los soldados en el frente, pero preferí seguir estudiando. Acababa de conseguir mi beca y me iba al extranjero por primera vez en mi vida. 

“¿Debería hacer ahora algo al respecto?” -pregunté

“Hay una gran diferencia entre estar aquí en un café y estar en una trinchera en el frente” -me respondió mi amiga

“No, ¿por qué? puedo dejarlo todo inmediatamente y estar allí en muy poco tiempo” -contesté

“No, no lo entiendes. Hay muchas otras cosas que se pueden hacer para ayudar a que Ucrania gane esta guerra. No hace falta meterse en una trinchera”

“De acuerdo, tienes razón. Sobre todo porque no sé si podría servir de mucho en una trinchera”

“Siempre parece más fácil ayudar en otro lugar donde están otros, que en el sitio donde tú estás en este preciso momento”

“Tienes razón, quizá no es un asunto de trincheras. Quizá sólo intento escapar de los cambios que se me vienen encima” -asentí- “vale, aceptaré cualquier reto que se me ponga delante. Tampoco da tanto miedo”

PD: poco después de publicar mi último Diario de guerra, en el que hablaba de mi compañero de baile favorito en Kiev, él desapareció. Antes iba a cualquier clase o reunión de baile. Casi puedo sentir el vacío en la esquina de la sala donde solía colocarse durante las clases. Después de un tiempo, supe que se había ido de Ucrania. Hice bien en asistir a todas las clases y reuniones mientras él aún estaba aquí, así apenas he perdido oportunidades de bailar con él. Nadie conoce los detalles de su partida. No puedo decir nada de los hombres que huyen de la guerra, al fin y al cabo, yo también tendría que haberme alistado y no lo he hecho. Simplemente me alegra que no le haya pasado nada malo. He empezado a bailar con compañeros a los que nunca me habría atrevido antes a invitar a bailar. Curiosamente, ellos me han sacado a bailar a mí. Aún tengo posibilidades de aprender a bailar mejor, aquí en Kiev.


N1: Lina se refiere a la primera invasión rusa, en la península de Crimea en 2014




(texto original)


20th September 2023. It’s been a long time since I sent the last issue of my war diary. I miss writing. It has been time of ups and downs as it has usually been the case in my life since the start of the large-scale war. Ups could mostly be attributed to my job and dancing, and downs to my personal life.

Recently, I hadn’t had any energy to think about the war, not more that it was necessary for my job. Even more, a person “from war” suddenly appeared in my life and helped me to identify and rebut some of my deadlock thought patterns. My old acquaintance Andriy (I will change the names of my friends further too) who voluntarily joined the Armed Forces of Ukraine and could spend some time in Kyiv because of the treatment of his back, listened carefully to my dull thoughts, debunked them one by one and asked questions “How are you?” almost every day (really meaning it as a question, not in American way). Sharing my melancholy with a soldier, I felt a bit ashamed. But Andriy was so attentive to my words that I realized that it was Ok to think pessimistic nonsense without having made an experience of being at the front.

My friend learned to use drones and is one of the most positive persons I ever met. Conversations with him were very much abstract and mostly about life joy. Andriy likes reflecting about human life and out of nowhere he surprised me with some very useful wisdoms and original interpretations of life developments. He also elaborated on the qualities we needed to have to survive in this constantly changing complicated war world. It was so comforting to observe that he preserved his love to wisdom and life.

In twelve years since we met, we saw each other only once per three years or even more rarely. It was unexpected for me that the idea of meeting me came to his mind, as soon as he had his sick leave. On his departure day, Andriy had two hours to say good-bye to me and for the first time after this large-scale war started, I realized how difficult it was to see men, whom you know, go (back) to war. Not, because of danger (his unit was usually in less dangerous places), but because I did not want to stay behind alone, without a supporting friend.

Andriy sometimes sends me messages from there, but he understandably has very little time for such things. He told me that the hardest part of this war for him was not seeing his youngest daughter grow up: “Her age is the most interesting time in children’s life. Later they become grown-up and don’t say those funny and powerful things anymore.” He was forced to miss all the significant changes in her personality. By the Russians. As a father of three children, he did not have to join the Armed Forces. “But ok, I can live with that,” he said stoically. In the moment when he said that, I wanted so much that the war would stop immediately to bring all the families and friends back together. I tried to choose the right words for the case that we would not see each other ever again. I asked him to take care. He asked me the same.

At the end of August, I had a little vacation abroad to see my friends and when I came back to Kyiv, first air alarms got a more alerting effect on me. It usually takes me one or two weeks to get less alarmed after returning to Ukraine from abroad. One evening, I felt bad because of a personal “crisis” (losing connection with my best friend which started almost together with the large-scale war and felt like a slow death). My vacation did not end yet, so I could not distract myself with my job. I decided to go to a blues concert at a bar with donations for the Army as entrance tickets. I expected to see some familiar dancers’ faces there.

Just when the bus was reaching my destination bus stop, an air alarm sounded. It was a perfect timing, because I wanted to get to the place as soon as possible. I still had to walk some 20 minutes on foot under alarming sky. Usually air alarms sounded during the time when I happened to be indoors. The sky over Kyiv is well protected by our Air Forces, but pieces of destroyed drones and missiles can still fall to the ground. This thought runs every time through my mind when I hear an air alarm. This time I had a quite dark state of mind and had some more thoughts.

“But what should I do? Should I go to the underground passage or metro and stay there with people I don’t know? No. I will feel lonelier there. I want to reach that bar. Maybe my friend Anna is there.” I was walking quickly. The idea of the air alarm was only on the margin of my mind, far away in the dark background of my heartbreaking experience. “Ok,  – I said to myself, –  if now a piece of iron injures you, you will understand what real problems people can have. Maybe you will never cope with such a challenge as living with an injury, living without a leg or an arm. Everything will be much worse than now. – But if that piece rips off my head, there won’t be anything to think about with.” – my sarcastic part answered.

When marching decisively further, I thought that joining the Armed Forces might be like finally following my heart and a good idea to focus on indeed important things. So, I made up my mind to do some research later how to do it as a woman and to check again if it made any sense. I safely reached the bar which was luckily in the basement. When I entered, I was relieved to see a friend of mine Anna whom I was hoping to meet there, although we did not make any appointment. Dancers from my community regularly go to this kind of events. Luckily, my relations with some dancers started to develop from anonymous dancing into friendships recently. As a result, Kyiv doesn’t seem so anonymous as before.  

It was a special pleasure to see Anna, because she lives abroad and we went together just some two weeks ago to a dance event in Cracow. She lives with her foreign husband abroad and came to Ukraine just for several weeks to enjoy dancing (in the place where she lives there are too few good dancers and social dancing parties) and to have a medical check-up. Another women Olga who knew our dance teachers when they were still learning to dance, joined our conversation.

We talked about people coming back to Ukraine. “I had such great dancing time here in Ukraine and I love everything here. But my husband says that he cannot live in that mode “if it bangs (swear word in Ukrainian), so well, it bangs” “Oh! – I exclaimed. – Indeed, that is the exact description of our modus vivendi. It is incredible that it has become a trivial thing, isn’t it?” Anna checked her phone. “Still air alert?” I asked indifferently. “Yes, apparently because of Mig (aircrafts possibly carrying ballistic missiles). I hope I can get back home”, Anna lived on the other bank of the river. “If it is Mig, it will be over in 1 hour at the latest. You can still catch the last metro train,” Olga said confidently. And she was right. One hour late air the sky was safe and the metro started to move across the bridge.

Anna said that she will come back to Ukraine when the war is over. “And what about our teacher who is now living in France? Does she plan to come back?” I asked Anna. “Yes, definitely. She enjoys it there, but she wants to come back, when the war is over.” Anna and Olga pronounced “when the war is over” in a way as if it were in several months. I was surprised that they pronounced this phrase at all and included it as a condition into their life plans. In my imagination the war is far away from being over, so far away, that I do not plan anything for the time when the war is over. If my friends are right, it is for the better, but I cannot pronounce the phrase “when the war is over” or think about that seemingly legendary time.

The next day I finally had my first working day after vacation and my mood swung from despair to unbridled happiness. Primarily, because I unexpectedly had an opportunity to talk to a foreign soldier who shared with me his battlefield experience in Afghanistan and to listen to and shake hands with one foreign general who looked like a film figure. All this in a gorgeous hotel hosting an international conference.

Soldier Eric with vast shoulders dressed in uniform was drinking a cappuccino before me and telling me about psychological difficulties of switching between military and civilian life. He warned me about devastating consequences of war and told me that the war was like a big tumor growing with each day of the war and penetrating all the corners of social and personal life. I felt deep gratitude and admiration for his understanding of what was happening in Ukraine and what needed to be done to stop this war. Listening to him a thought crossed my mind that the voices of Ukrainian and other soldiers with battlefield experience should be louder. We should listen very carefully to what they say.

Eric told me that in his first years in missions abroad he was fearless and didn’t know what it meant to feel fear. But after some years he became more aware of dangerous situations and talked about his feelings with his comrades. “After I identified my weak points and started talking about them, I became much stronger”, he said. He was clearly still deeply impressed by this discovery in his life. It was so comforting to hear these words from a man with vast shoulders with battlefield experience.

One week later I met for a brunch my Ukrainian friend who is regularly gathering donations to support Ukrainian army. I shared with her the thought of 23-years-old me in Berlin when I was imagining myself helping soldiers at the front and decided against it to continue studying. I had just got my scholarship and moved abroad for the first time in my life. “Should I do it now?” I asked. “There is such a big distance between you here in a café and you in a trench at the front,” she answered. “No, why? I can let everything go immediately and get there quite soon,” I answered. “No, you don’t understand. There are so many other activities of different kinds which are important for Ukrainian Victory. You don’t have to put yourself into a trench to help.” “Ok, you are right. All the more that I don’t know if I am any good in a trench.” “It always seems to be easier in that other place where others are, than in the place where you are in this concrete moment.” “You are right. Maybe, it is not about trenches. Maybe, I just want to escape the challenges I am facing.” I agreed. - “Ok, I will face the challenges. It is not that scary.”

PS. Shortly after I sent to you my last war diary issue about having a favorite dance partner in Kyiv, he disappeared. Before he was going to every possible danse lesson or party. I almost physically felt the void in the corner of the dance hall, where he usually put himself during dance classes. After some time, I got to know that he emigrated from Ukraine. I had been so right to go to every class and party while he was still there, hardly missing any opportunity to dance with him. Nobody knows details about his emigration. I cannot comment anything on men who flee from the war. After all, I might as well have joined the Armed Forces and I didn’t. I am just happy that nothing bad happened to that guy. Recently I started dancing with dance partners whom I did not dare to invite before. Interestingly, they also started inviting me. I still have a possibility to improve my dancing here in Kyiv.