COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK
(english below)
20 de septiembre de 2023. Hace mucho que escribí la última publicación en mi diario de guerra. Echo de menos escribir. Está siendo un tiempo de subidones y bajones, y ha sido así en mi vida desde que empezó la guerra a gran escala. Los subidones pueden atribuirse a mi trabajo y al baile, los bajones a mi vida personal.
En los últimos tiempos no he tenido ni fuerzas para pensar en la guerra, no más de lo necesario para hacer mi trabajo. Es más, hace poco apareció en mi vida alguien que venía “de la guerra” y me ayudó a identificar y rechazar algunos de mis patrones de pensamiento obsesivos. Mi viejo conocido Andriy (sigo cambiando los nombres de mis amigos por si acaso) que se unió como voluntario a las Fuerzas de Defensa de Ucrania y ha podido pasar un tiempo en Kiev debido al tratamiento médico que requiere su espalda, ha escuchado muy atentamente todos mis aburridos pensamientos, los ha rebatido uno por uno y ha estado preguntándome a todas horas “¿cómo estás?” (queriendo realmente preguntarlo, no estilo americano). Compartir mi tristeza con un soldado me hace sentir un poco avergonzada. Pero Andriy ha prestado mucha atención a mis palabras y me ha hecho darme cuenta de que está bien tener pensamientos pesimistas aunque no hayas estado en el frente.
Mi amigo ha aprendido a usar drones, y es una de las personas más positivas que he conocido jamás. Las conversaciones con él han sido muy abstractas y casi siempre acerca de la alegría de vivir. A Andriy le encanta reflexionar acerca de la vida humana y sin venir a cuento más de una vez me ha sorprendido con su práctica sabiduría y su original interpretación de los acontecimientos de la vida. También hemos hablado de las cualidades que necesitamos para sobrevivir en este complicado mundo de la guerra, en constante cambio. Es reconfortante ver que en él permanece el amor al conocimiento y a la vida.
En los doce años que nos conocemos, nos hemos visto una vez cada tres años o incluso menos. Fue inesperado para mí que surgiera de él la idea de venir a verme tan pronto como se recuperó de su dolencia. El día que se fue, Andriy tuvo dos horas para despedirse, y por primera vez desde el inicio de la guerra, me di cuenta de lo difícil que es ver a hombres que sabes que se van a la guerra (otra vez). No por el peligro (su unidad suele estar en sitios poco peligrosos), también porque no quiero quedarme sola, sin el apoyo de un amigo.
Andriy a veces me envía mensajes desde allí, pero incomprensiblemente tiene muy poco tiempo para esas cosas. Me dijo que lo peor de esta guerra para él es no ver crecer a su hija pequeña: “la edad que tiene ahora es la parte de la infancia más interesante. Después se hará mayor y no volverá a decir todas esas cosas tan divertidas y poderosas”. Le obligaron a perderse esos cambios en la personalidad de su niña. Los rusos. Como padre de tres hijos no tenía obligación de ir al ejército. “Pero vale, podré vivir con ello” -dijo de manera estoica. En el momento en que lo dijo, deseé con mucha fuerza que la guerra terminara de inmediato, y que regresaran todos los familiares y amigos. Traté de escoger las palabras adecuadas por si se daba el caso de que no volviéramos a vernos. Le pedí que tuviera cuidado. Él me pidió lo mismo a mí.
A finales de agosto, tomé unos días de vacaciones para visitar a algunos amigos, y al volver a Kiev la primera vez que sonaron las alarmas me asustaron mucho. Normalmente me cuesta una o dos semanas no asustarme por las alarmas cuando regreso a Kiev. Una tarde, me sentía bastante mal, me encontraba en crisis (cuando dejé de tener contacto con mi mejor amigo, casi a la vez que el inicio de la escalada de la guerra. Lo sentía como si fuera una muerte lenta). Aún no habían terminado mis vacaciones, así que no podía distraerme con el trabajo. Decidí ir a un concierto de blues, a un bar donde donaban a nuestro ejército el dinero de las entradas. Esperaba encontrar allí caras conocidas del mundo del baile.
Justo cuando el autobús estaba llegando a mi parada de destino, empezó a sonar una alarma. Fue en el momento perfecto, porque quería llegar al sitio lo antes posible. Aún así tenía que andar veinte minutos mientras sonaba la alarma. Casi siempre coincide que cuando suena la alarma yo estoy dentro de algún edificio. El cielo de Kiev está bien protegido por nuestras Fuerzas Aéreas, pero aún así pueden caer restos de drones o de misiles. No paro de pensar en ello cuando oigo las alarmas. Ese día además me encontraba mentalmente sumida en la oscuridad, y me venían esos pensamientos.
“¿Qué debería hacer? ¿debería meterme en el andén del metro y quedarme allí con gente que no conozco? no, allí me sentiría mucho más sola. Tengo que llegar al bar. Quizá mi amiga Anna está allí”. Estaba andando muy rápido. La idea de que estaba sonando la alarma ocupaba sólo una esquina de mi mente, lejos y rodeada de la oscuridad de mis desgarradores sentimientos. “Ok” -me dije a mí misma- “si ahora mismo te cae encima un pedazo de hierro y resultas herida, entenderás lo que es un problema de verdad. Quizá nunca puedas enfrentarte a lo que es vivir con una herida grave, sin un brazo o una pierna. Todo será mucho peor que ahora. Pero si ese trozo de hierro me arranca la cabeza, ya no tendré nada con qué pensar” -respondió mi otro yo sarcástico.
Mientras seguía andando con determinación, pensé que unirme al ejército era lo que me dictaba el corazón, y además una buena idea para enfocarme en cosas que en efecto son importantes. Así que pensé en que luego buscaría cómo hacerlo siendo mujer y me volvería a plantear si de verdad tiene sentido. Llegué al bar sana y salva, afortunadamente estaba en el sótano. Cuando entré, me alegré de ver que mi amiga Anna estaba allí, aunque no habíamos quedado. Mis compañeros de baile suelen ir a ese tipo de eventos. Por suerte, mi relación con algunos de ellos ha evolucionado hacia una amistad. Y es por eso que Kiev ya no me parece tan anónima como antes.
Me gustó especialmente ver a Anna, porque ella vive fuera y estuvimos juntas hace dos semanas en un evento de baile en Cracovia. Ella vive con su marido que es extranjero, y vuelve a Ucrania para unas semanas de disfrutar del baile (donde ella vive apenas hay bailarines ni reuniones de baile) y pasar revisión médica. Otra mujer, Olga, que conoce a nuestros profesores de baile desde que empezaron, se unió a nuestra conversación.
Estuvimos hablando de la gente que vuelve a Ucrania. “Me lo pasé genial bailando aquí en Ucrania, y me gusta todo de este país. Pero mi marido opina que no podemos vivir de esa manera. Si esto es un palo detrás de otro (aquí utilizó una palabra bastante fea en ucraniano) pues es lo que hay”
“¡Oh!” -exclamé -“en efecto, es la mejor descripción de nuestro modo de vida. Es increíble que se haya convertido en una frivolidad, ¿no es cierto?” -Anna miró su teléfono
“¿Otra alerta?” -pregunté con indiferencia
“Sí, parece que son Mig (tipo de aviones que pueden acarrear misiles. Espero que podamos volver a casa” -Anna vive en la otra orilla del río -“si es un Mig, la situación durará como mucho una hora. Puedes coger el último metro” -dijo Olga. Y tenía razón. Una hora después el cielo ya era un espacio seguro y el metro empezó a circular por el puente.
Anna dijo que volverá a Ucrania cuanto termine la guerra.
“Y ¿qué hay de nuestra profesora, la que está viviendo en Francia? ¿tiene pensado volver?” -le pregunté a Anna.
“Sí, por supuesto. Está a gusto allí, pero quiere volver cuando la guerra termine”
Tanto Anna como Olga habían dicho “cuando la guerra termine” de manera que parecía que era cosa de unos meses. Me sorprendió que hablaran así y que lo incluyeran como una condición para poner en marcha sus planes. Pienso que la guerra está lejos de terminar, muy lejos, tanto que no voy a hacer planes para cuando se acabe. Si lo hacen mis amigos está bien, pero yo no puedo decir “cuando la guerra termine”, ni siquiera pensar en ello, ahora mismo me parece una utopía.
El día siguiente era el primer día de trabajo después de las vacaciones, y mi estado de ánimo iba cambiando de la desesperación a una felicidad desenfrenada. En primer lugar, porque tuve la oportunidad de hablar con un soldado extranjero que compartió conmigo su experiencia en Afganistán, y también pude escuchar y estrechar la mano a un general, extranjero también, que parecía una estrella de cine. Todo eso en un hotel precioso donde tenía lugar una conferencia internacional.
Eric, el soldado de poderosa espalda vestido de uniforme, bebía un capuccino y me hablaba de las dificultades piscológicas de conciliar la vida militar y civil. Me advirtió de las consecuencias devastadoras de la guerra, y me dijo que la guerra era como un tumor gigante creciendo día a día y penetrando con sus raíces en cada rincon de la vida social y personal. Sentí mucha gratitud y admiración hacia él, por comprender lo que está pasando en Ucrania y lo que hace falta para parar esta guerra. Escuchándole, me vino a la mente el pensamiento de que las voces de los ucranianos y de otros soldados con experiencia en el campo de batalla deberían de oírse más alto. Tendríamos que escuchar con mucha atención todo lo que tienen que decir.
Eric me contó que en sus primeros años de misiones en el extranjero no tenía miedo, y no sabía lo que eso significaba. Pero después de unos años es más consciente de las situaciones peligrosas, y no tiene miedo de hablar con sus compañeros acerca de esos sentimientos. “En cuanto identifiqué mis puntos débiles y fui capaz de hablar de ellos, empecé a sentirme mucho más fuerte” -dijo. Se notaba que ese descubrimiento en su vida le había impresionado mucho. Era reconfortante escuchar esas palabras viniendo de un hombre de anchas espaldas y con experiencia en el campo de batalla.
Una semana más tarde, me reuní para almorzar con una amiga ucraniana, que está recogiendo donaciones para apoyar a nuestro ejército. Compartí con ella el recuerdo de mi yo de 23 años en Berlín (N1), cuando pensé que podría hacer algo para ayudar a los soldados en el frente, pero preferí seguir estudiando. Acababa de conseguir mi beca y me iba al extranjero por primera vez en mi vida.
“¿Debería hacer ahora algo al respecto?” -pregunté
“Hay una gran diferencia entre estar aquí en un café y estar en una trinchera en el frente” -me respondió mi amiga
“No, ¿por qué? puedo dejarlo todo inmediatamente y estar allí en muy poco tiempo” -contesté
“No, no lo entiendes. Hay muchas otras cosas que se pueden hacer para ayudar a que Ucrania gane esta guerra. No hace falta meterse en una trinchera”
“De acuerdo, tienes razón. Sobre todo porque no sé si podría servir de mucho en una trinchera”
“Siempre parece más fácil ayudar en otro lugar donde están otros, que en el sitio donde tú estás en este preciso momento”
“Tienes razón, quizá no es un asunto de trincheras. Quizá sólo intento escapar de los cambios que se me vienen encima” -asentí- “vale, aceptaré cualquier reto que se me ponga delante. Tampoco da tanto miedo”
PD: poco después de publicar mi último Diario de guerra, en el que hablaba de mi compañero de baile favorito en Kiev, él desapareció. Antes iba a cualquier clase o reunión de baile. Casi puedo sentir el vacío en la esquina de la sala donde solía colocarse durante las clases. Después de un tiempo, supe que se había ido de Ucrania. Hice bien en asistir a todas las clases y reuniones mientras él aún estaba aquí, así apenas he perdido oportunidades de bailar con él. Nadie conoce los detalles de su partida. No puedo decir nada de los hombres que huyen de la guerra, al fin y al cabo, yo también tendría que haberme alistado y no lo he hecho. Simplemente me alegra que no le haya pasado nada malo. He empezado a bailar con compañeros a los que nunca me habría atrevido antes a invitar a bailar. Curiosamente, ellos me han sacado a bailar a mí. Aún tengo posibilidades de aprender a bailar mejor, aquí en Kiev.
N1: Lina se refiere a la primera invasión rusa, en la península de Crimea en 2014
(texto original)
20th September 2023. It’s been a long time since I sent the last issue of my war diary. I miss writing. It has been time of ups and downs as it has usually been the case in my life since the start of the large-scale war. Ups could mostly be attributed to my job and dancing, and downs to my personal life.
Recently, I hadn’t had any energy to think about the war, not more that it was necessary for my job. Even more, a person “from war” suddenly appeared in my life and helped me to identify and rebut some of my deadlock thought patterns. My old acquaintance Andriy (I will change the names of my friends further too) who voluntarily joined the Armed Forces of Ukraine and could spend some time in Kyiv because of the treatment of his back, listened carefully to my dull thoughts, debunked them one by one and asked questions “How are you?” almost every day (really meaning it as a question, not in American way). Sharing my melancholy with a soldier, I felt a bit ashamed. But Andriy was so attentive to my words that I realized that it was Ok to think pessimistic nonsense without having made an experience of being at the front.
My friend learned to use drones and is one of the most positive persons I ever met. Conversations with him were very much abstract and mostly about life joy. Andriy likes reflecting about human life and out of nowhere he surprised me with some very useful wisdoms and original interpretations of life developments. He also elaborated on the qualities we needed to have to survive in this constantly changing complicated war world. It was so comforting to observe that he preserved his love to wisdom and life.
In twelve years since we met, we saw each other only once per three years or even more rarely. It was unexpected for me that the idea of meeting me came to his mind, as soon as he had his sick leave. On his departure day, Andriy had two hours to say good-bye to me and for the first time after this large-scale war started, I realized how difficult it was to see men, whom you know, go (back) to war. Not, because of danger (his unit was usually in less dangerous places), but because I did not want to stay behind alone, without a supporting friend.
Andriy sometimes sends me messages from there, but he understandably has very little time for such things. He told me that the hardest part of this war for him was not seeing his youngest daughter grow up: “Her age is the most interesting time in children’s life. Later they become grown-up and don’t say those funny and powerful things anymore.” He was forced to miss all the significant changes in her personality. By the Russians. As a father of three children, he did not have to join the Armed Forces. “But ok, I can live with that,” he said stoically. In the moment when he said that, I wanted so much that the war would stop immediately to bring all the families and friends back together. I tried to choose the right words for the case that we would not see each other ever again. I asked him to take care. He asked me the same.
At the end of August, I had a little vacation abroad to see my friends and when I came back to Kyiv, first air alarms got a more alerting effect on me. It usually takes me one or two weeks to get less alarmed after returning to Ukraine from abroad. One evening, I felt bad because of a personal “crisis” (losing connection with my best friend which started almost together with the large-scale war and felt like a slow death). My vacation did not end yet, so I could not distract myself with my job. I decided to go to a blues concert at a bar with donations for the Army as entrance tickets. I expected to see some familiar dancers’ faces there.
Just when the bus was reaching my destination bus stop, an air alarm sounded. It was a perfect timing, because I wanted to get to the place as soon as possible. I still had to walk some 20 minutes on foot under alarming sky. Usually air alarms sounded during the time when I happened to be indoors. The sky over Kyiv is well protected by our Air Forces, but pieces of destroyed drones and missiles can still fall to the ground. This thought runs every time through my mind when I hear an air alarm. This time I had a quite dark state of mind and had some more thoughts.
“But what should I do? Should I go to the underground passage or metro and stay there with people I don’t know? No. I will feel lonelier there. I want to reach that bar. Maybe my friend Anna is there.” I was walking quickly. The idea of the air alarm was only on the margin of my mind, far away in the dark background of my heartbreaking experience. “Ok, – I said to myself, – if now a piece of iron injures you, you will understand what real problems people can have. Maybe you will never cope with such a challenge as living with an injury, living without a leg or an arm. Everything will be much worse than now. – But if that piece rips off my head, there won’t be anything to think about with.” – my sarcastic part answered.
When marching decisively further, I thought that joining the Armed Forces might be like finally following my heart and a good idea to focus on indeed important things. So, I made up my mind to do some research later how to do it as a woman and to check again if it made any sense. I safely reached the bar which was luckily in the basement. When I entered, I was relieved to see a friend of mine Anna whom I was hoping to meet there, although we did not make any appointment. Dancers from my community regularly go to this kind of events. Luckily, my relations with some dancers started to develop from anonymous dancing into friendships recently. As a result, Kyiv doesn’t seem so anonymous as before.
It was a special pleasure to see Anna, because she lives abroad and we went together just some two weeks ago to a dance event in Cracow. She lives with her foreign husband abroad and came to Ukraine just for several weeks to enjoy dancing (in the place where she lives there are too few good dancers and social dancing parties) and to have a medical check-up. Another women Olga who knew our dance teachers when they were still learning to dance, joined our conversation.
We talked about people coming back to Ukraine. “I had such great dancing time here in Ukraine and I love everything here. But my husband says that he cannot live in that mode “if it bangs (swear word in Ukrainian), so well, it bangs” “Oh! – I exclaimed. – Indeed, that is the exact description of our modus vivendi. It is incredible that it has become a trivial thing, isn’t it?” Anna checked her phone. “Still air alert?” I asked indifferently. “Yes, apparently because of Mig (aircrafts possibly carrying ballistic missiles). I hope I can get back home”, Anna lived on the other bank of the river. “If it is Mig, it will be over in 1 hour at the latest. You can still catch the last metro train,” Olga said confidently. And she was right. One hour late air the sky was safe and the metro started to move across the bridge.
Anna said that she will come back to Ukraine when the war is over. “And what about our teacher who is now living in France? Does she plan to come back?” I asked Anna. “Yes, definitely. She enjoys it there, but she wants to come back, when the war is over.” Anna and Olga pronounced “when the war is over” in a way as if it were in several months. I was surprised that they pronounced this phrase at all and included it as a condition into their life plans. In my imagination the war is far away from being over, so far away, that I do not plan anything for the time when the war is over. If my friends are right, it is for the better, but I cannot pronounce the phrase “when the war is over” or think about that seemingly legendary time.
The next day I finally had my first working day after vacation and my mood swung from despair to unbridled happiness. Primarily, because I unexpectedly had an opportunity to talk to a foreign soldier who shared with me his battlefield experience in Afghanistan and to listen to and shake hands with one foreign general who looked like a film figure. All this in a gorgeous hotel hosting an international conference.
Soldier Eric with vast shoulders dressed in uniform was drinking a cappuccino before me and telling me about psychological difficulties of switching between military and civilian life. He warned me about devastating consequences of war and told me that the war was like a big tumor growing with each day of the war and penetrating all the corners of social and personal life. I felt deep gratitude and admiration for his understanding of what was happening in Ukraine and what needed to be done to stop this war. Listening to him a thought crossed my mind that the voices of Ukrainian and other soldiers with battlefield experience should be louder. We should listen very carefully to what they say.
Eric told me that in his first years in missions abroad he was fearless and didn’t know what it meant to feel fear. But after some years he became more aware of dangerous situations and talked about his feelings with his comrades. “After I identified my weak points and started talking about them, I became much stronger”, he said. He was clearly still deeply impressed by this discovery in his life. It was so comforting to hear these words from a man with vast shoulders with battlefield experience.
One week later I met for a brunch my Ukrainian friend who is regularly gathering donations to support Ukrainian army. I shared with her the thought of 23-years-old me in Berlin when I was imagining myself helping soldiers at the front and decided against it to continue studying. I had just got my scholarship and moved abroad for the first time in my life. “Should I do it now?” I asked. “There is such a big distance between you here in a café and you in a trench at the front,” she answered. “No, why? I can let everything go immediately and get there quite soon,” I answered. “No, you don’t understand. There are so many other activities of different kinds which are important for Ukrainian Victory. You don’t have to put yourself into a trench to help.” “Ok, you are right. All the more that I don’t know if I am any good in a trench.” “It always seems to be easier in that other place where others are, than in the place where you are in this concrete moment.” “You are right. Maybe, it is not about trenches. Maybe, I just want to escape the challenges I am facing.” I agreed. - “Ok, I will face the challenges. It is not that scary.”
PS. Shortly after I sent to you my last war diary issue about having a favorite dance partner in Kyiv, he disappeared. Before he was going to every possible danse lesson or party. I almost physically felt the void in the corner of the dance hall, where he usually put himself during dance classes. After some time, I got to know that he emigrated from Ukraine. I had been so right to go to every class and party while he was still there, hardly missing any opportunity to dance with him. Nobody knows details about his emigration. I cannot comment anything on men who flee from the war. After all, I might as well have joined the Armed Forces and I didn’t. I am just happy that nothing bad happened to that guy. Recently I started dancing with dance partners whom I did not dare to invite before. Interestingly, they also started inviting me. I still have a possibility to improve my dancing here in Kyiv.