Todos sabeis cuánto me gusta Alemania y lo poco que entiendo a la gente que se queja de tener que largarse de España para irse allí, ¡yo que pudiera! (y sin poder no lo descarto, que conste). Bueno, el caso es que llevo algún tiempo estudiando alemán y ¡mecagüen la mar, qué difícil es! a mí siempre se me han dado bien los idiomas, en el cole solía sacar buenas notas, y después del cole he aprendido alguna lengua extranjera por mi cuenta, por afición, y va y resulta que el alemán se me resiste.
Entendámonos, no se me resiste a muerte, voy haciendo progresos, pero aún no he conseguido entender del todo cómo se forman las palabras, cómo se conjugan los verbos, cómo se ordenan las frases. Hay quien dice que ni los propios alemanes lo entienden, pero estoy segura de que lo hacen de una manera mucho más sencilla y eficaz que quienes hablamos lenguas románicas. Para eso son alemanes.
Entendámonos, no se me resiste a muerte, voy haciendo progresos, pero aún no he conseguido entender del todo cómo se forman las palabras, cómo se conjugan los verbos, cómo se ordenan las frases. Hay quien dice que ni los propios alemanes lo entienden, pero estoy segura de que lo hacen de una manera mucho más sencilla y eficaz que quienes hablamos lenguas románicas. Para eso son alemanes.
Y los casos, la declinación ¡LAVIRGEN! Recuerdo de cuando estudiaba latín en el instituto, que tan hermosa lengua posee seis casos y muy pocas preposiciones, por eso suena directo y sin florituras. En español no existen los casos y abundan las preposiciones; en inglés más o menos igual, aunque se conserva y se usa a menudo el genitivo llamado sajón (Manu´s black and beautiful eyes;-), en alemán, además de montón de preposiciones, hay cuatro casos. Nominativo, genitivo, dativo y acusativo. Especialmente con estos dos últimos cuando son complemento indirecto y directo respectivamente no hay problema, pero en los complementos circunstanciales son difíciles de colocar, puesto que dependiendo de cada verbo y de cada preposición, y de cada combinación distinta de verbo y preposición, hay que usar un determinado caso que pueden cambiar si la intención del verbo es distinta. Por ejemplo, si el verbo implica movimiento hay que usar una preposición y un caso distintos a si el verbo no implica movimiento, aunque el resto de la frase sea igual. Y cada caso tiene tres géneros en singular (masculino, femenino y neutro) y uno en plural, ¡multiplica y verás cuántas declinaciones te salen! Y en los verbos compuestos se separa la partícula (al principio de la frase) de la raíz del verbo (al final), por lo tanto te enteras de cómo, cúando, quién, dónde, por qué y con quién alguien está haciendo algo, mucho antes de saber lo que está haciendo. Pero a veces hay excepciones y se invierte el orden de sujeto y predicado, con lo cual ya te has perdido y no te enteras de nada. Y como de esa manera parece ser que los alemanes aún lo encuentran fácil, resulta que el genitivo femenino singular, a veces (por ejemplo en el artículo determinado “der”) es igual que el nominativo plural, y ya lleva rato dándome vueltas la cabeza.
Y luego las consonantes. En alemán hay muchas palabras compuestas, por ejemplo “Schwartzkopffstrasse” que es el nombre de una calle de Berlín. Nótese la secuencia 4 consonantes - 1 vocal - 4 consonantes - 1 vocal - 6 consonantes - 1 vocal - 2 consonantes - 1 vocal. ¡¡Y HAY QUE PRONUNCIARLAS TODAS!! Vamos, que si vas por allí más te vale llevarte un plano, porque si has de preguntar pronunciando bien, la llevas clara.
Y luego las consonantes. En alemán hay muchas palabras compuestas, por ejemplo “Schwartzkopffstrasse” que es el nombre de una calle de Berlín. Nótese la secuencia 4 consonantes - 1 vocal - 4 consonantes - 1 vocal - 6 consonantes - 1 vocal - 2 consonantes - 1 vocal. ¡¡Y HAY QUE PRONUNCIARLAS TODAS!! Vamos, que si vas por allí más te vale llevarte un plano, porque si has de preguntar pronunciando bien, la llevas clara.
Cuando llegué este verano al Goethe´s, el primer día nos hacían una prueba de nivel para asignarnos a uno de los grupos. Luego me enteré de que otros compañeros dijeron que no sabían nada de alemán y les pusieron en el grupo de iniciación, pero yo toda chula, ala, a hacer la prueba y que no se diga.
Desarrollo de la prueba: me siento en el pupitre, coloco mis bártulos y me dan una hoja con pequeños textos, tres o cuatro frases en alemán, y detrás de cada uno, algunas preguntas tipo test. Chupao. Lo termino en diez minutos, recojo los bártulos, lo entrego en la mesa y cuando ya me iba me dice la profesora “¡espera espera! vuelve a sentarte que no has terminado”. Y yo “ups”. Me vuelvo a sentar, me trae una hoja en blanco y me dice “ahora tienes que hacer una redacción sobre tu viaje a Berlín, por qué has elegido esta ciudad, cómo has venido, etc, y luego pasarás a la otra sala a hacer una entrevista”. Me quedo a cuadros y la miro poniendo cara de “oiga, ¿todo eso en alemán?”; pero vamos, en seguida me viene a la mente que no debe de ser en ruso y me pongo a la faena. Consigo escribir un folio entero en alemán (yo con tal de soltar palique, hasta en lenguas indescifrables, con un par), lo entrego y paso a la entrevista. Me entrevista un adorable filósofo alemán llamado Otto, (sí, he dicho “adorable” y “filósofo alemán” en la misma frase, no sé ni como he podido), al que parece impresionarle mi visita a Nefertiti que he narrado con todo detalle en la redacción (vease en este mismo blog “En Berlín, en Berlín, viajera de postín II”, agosto 2012). Otto me mira con los ojos muy abiertos y me pregunta varias veces “pero ¿de verdad fuiste a verla nada más llegar a Berlín?” yo le digo que sí, que me gusta mucho todo lo relacionado con el Egipto Antiguo y he leído bastante sobre Nefertiti, quería ir a verla y fui el primer día por si luego no me daba tiempo. El caso es que Otto, que lamentablemente no va a ser mi profesor, corrige mi redacción, me hace la entrevista y me asigna al grupo A2.2, sinceramente, muy por encima de mi nivel de alemán. Debió ser el efecto Nefertiti o que le caí bien, no sé. Menos mal que luego compartí mesa con la maravillosa Anne (¡gracias guapa!) y conseguí aprender algo, porque esa es otra, la profesora como todos los alemanes, hablaba a la velocidad del rayo. Con sus dativos y sus consonantes. Va en serio, creo que la faringe de los alemanes está hecha de un material distinto al nuestro, porque si no, no me explico cómo pueden pronunciar todo eso tan rápidamente ¡incluso los niños pequeños! No me lo explico.
Desarrollo de la prueba: me siento en el pupitre, coloco mis bártulos y me dan una hoja con pequeños textos, tres o cuatro frases en alemán, y detrás de cada uno, algunas preguntas tipo test. Chupao. Lo termino en diez minutos, recojo los bártulos, lo entrego en la mesa y cuando ya me iba me dice la profesora “¡espera espera! vuelve a sentarte que no has terminado”. Y yo “ups”. Me vuelvo a sentar, me trae una hoja en blanco y me dice “ahora tienes que hacer una redacción sobre tu viaje a Berlín, por qué has elegido esta ciudad, cómo has venido, etc, y luego pasarás a la otra sala a hacer una entrevista”. Me quedo a cuadros y la miro poniendo cara de “oiga, ¿todo eso en alemán?”; pero vamos, en seguida me viene a la mente que no debe de ser en ruso y me pongo a la faena. Consigo escribir un folio entero en alemán (yo con tal de soltar palique, hasta en lenguas indescifrables, con un par), lo entrego y paso a la entrevista. Me entrevista un adorable filósofo alemán llamado Otto, (sí, he dicho “adorable” y “filósofo alemán” en la misma frase, no sé ni como he podido), al que parece impresionarle mi visita a Nefertiti que he narrado con todo detalle en la redacción (vease en este mismo blog “En Berlín, en Berlín, viajera de postín II”, agosto 2012). Otto me mira con los ojos muy abiertos y me pregunta varias veces “pero ¿de verdad fuiste a verla nada más llegar a Berlín?” yo le digo que sí, que me gusta mucho todo lo relacionado con el Egipto Antiguo y he leído bastante sobre Nefertiti, quería ir a verla y fui el primer día por si luego no me daba tiempo. El caso es que Otto, que lamentablemente no va a ser mi profesor, corrige mi redacción, me hace la entrevista y me asigna al grupo A2.2, sinceramente, muy por encima de mi nivel de alemán. Debió ser el efecto Nefertiti o que le caí bien, no sé. Menos mal que luego compartí mesa con la maravillosa Anne (¡gracias guapa!) y conseguí aprender algo, porque esa es otra, la profesora como todos los alemanes, hablaba a la velocidad del rayo. Con sus dativos y sus consonantes. Va en serio, creo que la faringe de los alemanes está hecha de un material distinto al nuestro, porque si no, no me explico cómo pueden pronunciar todo eso tan rápidamente ¡incluso los niños pequeños! No me lo explico.
Busto de Nefertiti |
Después de volver de Berlín, nos visitó mi familia de Munich, y estuve un ratito hablando con mi cuñado Joachim en alemán. Se me dio mejor de lo que esperaba y me di cuenta de que soy capaz de hablar en alemán si me paro a pensar antes lo que voy a decir, y sobre todo que soy capaz de entender algo si me hablan despacio ¡todo un logro! En un momento determinado le pregunté a Joachim cómo hacían los alemanes para saber exactamente qué preposición va con cada verbo y en qué caso ha de declinarse cada sustantivo, y me contestó “¡Automáticamente!”. Pues va a ser verdad, habré de pasar de memorizar todas esas reglas, normas y excepciones, terminar mi curso de alemán (voy por la lección siebenunddreissigste, en español 37) y empezar a leer como una posesa en la lengua teutona. Empezaré por un Asterix que compré en Munich hace años, y luego ya me paso al Fausto de Goethe y a los aforismos de Nietzsche ;-) Pa chula yo.
PD: “¿Puedo saludar?” “Claro querida, es tu blog” “Pues aprovecho para saludar y enviar muchos besitos a los alemanes que más quiero de toda Alemania: María, Joachim, Adrian, Daniel, Natalia y Luis”
PD: “¿Puedo saludar?” “Claro querida, es tu blog” “Pues aprovecho para saludar y enviar muchos besitos a los alemanes que más quiero de toda Alemania: María, Joachim, Adrian, Daniel, Natalia y Luis”