Sábado, sabadete
En el hotel de Tel Aviv, hay dos ascensores para subir a las habitaciones y me fijo en que en uno de ellos hay un cartelito que pone “ascensor shabat”. Shabat es el sábado, el día sagrado y dedicado al descanso por los judíos, pero francamente no sé qué tiene que ver con un ascensor. Hasta que lo averiguo. Resulta que antes de que Dios descansara el domingo, los judíos ya habían establecido un día semanal de descanso obligatorio porque se ve que con lo trabajadores que son, si no les obligan no paran ni a dormir. La Torá lo dice bien clarito: “No ejecutaréis ninguna acción de trabajo en Shabat" (Éxodo 20;10).
Pero las prohibiciones del shabat no se limitan al trabajo y ya está, la ley judía las fue ampliando y especificando con el tiempo, de tal manera que hoy día si se sigue estrictamente la norma, un judío en sábado no puede hacer prácticamente nada. Una de las cosas más llamativas es que no se puede encender fuego (“No encenderéis fuego en Shabat” Éxodo 35;3) y diréis “¿quién va a encender una fogata hoy en día?” pues fogatas no, pero todos encendemos fuego para cocinar incluso con vitrocerámica, así que los sábados no hay cocina. Los alimentos se mantienen calientes si es posible desde el viernes (puede haber fuego encendido, lo que está prohibido es encenderlo el sábado) y lo que no se puede mantener caliente, se come frío.
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Ascensor Sabbath |
Además del encendido de fuego más o menos literal, con el avance de los tiempos la ley judía considera que tampoco se puede poner en marcha ningún aparato que funcione con electricidad y aquí es donde ya la hemos liado. Ni teléfonos, ni televisor, ni radio, ni coche, ni ordenadores, ni nada. En el desayuno del hotel las máquinas de café estaban apagadas el sábado y había termos con café hecho del día anterior, leche y agua caliente para las infusiones. La tostadora de pan también apagada y el resto del bufé todo frío. Y en cuanto al ascensor, pulsar alguno de sus botones se considera que es poner en marcha algo eléctrico, así que en shabat nada de nada. Pero claro lo de andar subiendo ocho y diez pisos por la escalera tampoco mola… aquí entra en acción el ingenio judío y a alguien se le ocurre lo del ascensor shabat, que es un ascensor funcionando con total normalidad de domingo a viernes, pero que se pone en modo automático el sábado. O sea tú no lo llamas, ya llegará, y cuando llega subes y no le tienes que marcar a qué piso vas, el ascensor va parando y abriendo las puertas en todos los pisos y tú te bajas en el que quieras. Igual tardas un rato en llegar pero ni subes escaleras ni le das al botón, así que estás respetando el shabat al dedillo ¡ABSOLUTAMENTE BRILLANTE!
Además el shabat se inaugura con un auténtico fiestón, algo que a los judíos les gusta tanto como a los españoles porque al igual que nosotros tienen fiestas para dar y regalar. La celebración del shabat comienza el viernes cuando se pone el sol, así que la cena del viernes es opípara, con toda la familia reunida (y hay que tener en cuenta que una familia judía puede estar compuesta por muuuuuucha gente) vestidos con sus mejores galas, cantando, bailando y celebrando hasta las tantas. No sé si en todas partes será igual, pero desde luego en mi hotel había un ambientazo impresionante el viernes por la noche, vaya tela la que liaron. Yo que viajo en estas fechas para huir de las fallas y va y me encuentro con una super fiesta en Jerusalén ¿será el karma valenciano que me castiga?
Humor judío
“Soy judío, ¿quieres comprobarlo?” Así sin más, es una frase muy inocente, pero cuando una la ve impresa en una prenda de ropa interior masculina… pues me partía de risa. En un tenderete de souvenirs en la calle, y aunque en la foto sea una camiseta yo la vi impresa en unos bóxer, que hicieron las delicias de las féminas de mi grupo. Lástima que ninguna teníamos un novio judío a quién regalárselos.
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Soy judío ¿quieres comprobarlo? |
El más que peculiar sentido del humor de los judíos y su gran capacidad para reírse de sí mismos son muy llamativos, y eso que en determinadas épocas de la historia no han tenido motivos para estar precisamente de buen humor. Siempre creí que el mayor exponente de esa ironía era Woody Allen, pero la verdad es que Claudio con sus chistes le ha hecho una buenísima competencia. Si un chiste de judíos puede ser de pésimo gusto en boca de alguien malintencionado (un neoconcejal del Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo) en boca de un judío siempre es agradable, chispeante y muy divertido.
En muchas comedias televisivas sobre todo americanas, podemos observar esas pinceladas de humor tan peculiares, supongo que debido a que la industria del cine y la televisión están llenas de judíos con ganas de hacer reír a los espectadores. Los fans de la "Teoría del Big Bang" y me refiero a la comedia televisiva, no a los sesudos estudios de Stephen Hawking, reconocerán de inmediato a la madre judía en el personaje de la madre de Wolowitz. Esa madre que pregunta “¿es que hoy no vas al cole?” a su hijo ingeniero y que sufre un soponcio cuando el niño le anuncia que está pensando en casarse con su novia, abandonando a su mamá, a la tierna edad de 27 años. El estereotipo de la sufrida y abnegada madre judía, en versión cómica da mucho juego.
Delicatessen
Lo malo de vivir en España es que aquí la comida es increíblemente buena, y los vinos en general también. Por una parte hay que cuidarse para que los michelines no aumenten de tamaño exponencialmente, y por otra cuando sales fuera pocas veces te satisface la comida de otros países.
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Vino de Caná |
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En Israel no se come mal en absoluto, pero hay algunas cosas que me han resultado bastante curiosas. En realidad aquí se come una especie de dieta mediterránea aunque con algunas diferencias con respecto a la nuestra: por ejemplo la cantidad, calidad y variedad de verduras es espectacular, en el bufé de los hoteles hay siempre preparadas abundantes combinaciones de ellas tanto crudas como cocidas, con distintos condimentos y siempre deliciosas. Sin embargo cuesta encontrar una fruta medianamente apetecible. Hay manzanas pequeñas, verdes y muy ácidas; unas naranjas bastante sosas y escasas de jugo, nada que ver con las naranjas valencianas y poco más, alguna macedonia muy de vez en cuando y algún trocito de fruta en un pastel. Eso sí, de pasteles y dulces te puedes poner hasta arriba (el michelín, Zenia, el michelín) estilo árabe, estilo judío, estilo etíope, estilo anónimo, montones de dulces por todas partes.
Abundan en el desayuno los lácteos, sobre todo quesos frescos en gran variedad y al igual que las verduras con distintas condimentaciones tanto dulces como saladas. Eso sí, sólo en el desayuno, ya que en los almuerzos y cenas hay carne y los lácteos no se sirven en la misma comida que la carne según la alimentación kosher. También hay yogures caseros de distintos sabores y hay nata, mucha nata. Lo que parece una copa de yogur con frutas, es en realidad una copa de nata con frutas, así que cuidadín.
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Cenita casera israelí. Nada kosher, ahora que lo veo |
Me sorprende que con tanta costa mediterránea se coma poco pescado y el que se come no es ninguna maravilla, la verdad. Los israelíes parecen estar más concentrados en los hidratos de carbono: son capaces de poner en el mismo plato patatas, macarrones, arroz y humus, acompañado todo con un poco de carne en salsa. Y además servirlo con pan de pita, cuidadín de nuevo con esas calorías.
El delicioso humus se sirve en casi todas partes al igual que varias salsas, algunas de ellas picantes hasta decir basta que hicieron las delicias de nuestros compañeros del grupo mexicanos. Cuando comemos en Belén estoy sentada frente a Yolanda, Guadalupe y Juan Pablo, y soy la primera en probar una de las salsas que parece así como de tomatito. Madre mía, me arde la boca inmediatamente, me tengo que beber detrás un vaso entero de agua y advierto a todo el mundo “cuidado, que ésta pica muchísimo”. Claro, enseguida la prueban y Juan Pablo dice “esto en México no es picante” y yo mirándoles con cara de pez a los tres mientras se sirven salsa en abundancia sobre sus respectivas comidas.
-“me extraña que no tengáis una úlcera” -digo yo, flipando sin parar
-“bueno, estamos acostumbrados” -responde Guadalupe, mientras come tranquila su pescado, adobado con esa salsa infernal
Unos días después volverá a salir el tema cuando estemos en el autobús entrando en Tel Aviv desde el norte, y Claudio nos diga que tardaremos algo en llegar a los hoteles debido a que a esas horas hay atasco.
-“esto en México no es atasco” -oigo la voz de Juan Pablo unos asientos detrás de mí
-“ya, y la salsa tampoco es picante” -le respondo con buen humor y todos nos reímos
Qué país más peculiar, México, y que adorables sus habitantes. Espero poder ir a visitarlo algún día aunque tenga que llevar mi propia comida. O arriesgarme a una úlcera.
Con el vino me pasa igual que con la comida, son buenos los vinos israelíes pero acostumbrada a los riojas de aquí, pues me gustan pero no me maravillan. Aún así me gustaría llevarme algunas botellas pero no lo hago por lo que pesan y lo engorroso que es llevarlas en el avión. Únicamente cedo a la tentación en Caná de Galilea, donde se celebraron las bodas aquellas en las que según cuenta la Biblia Jesucristo convirtió el agua en vino, y además en un vino estupendo. Es imperdonable no comprar vino aquí y mientras me lo estoy pensando se acerca Jacobo, el chileno del grupo con el que ya he hablado de vino en alguna ocasión y me advierte de que en la tienda donde estamos hay botellas pequeñas de 375 ml, así que compro una y ya me quedo tranquila. Siguiendo otra de mis tradiciones viajeras, unos días después de regresar a España prepararé una deliciosa cena israelí con humus, pitas, ensaladas, kebab, etc. y compartiré esa botella con mi amigo Rober, el afortunado invitado a cenar en esta ocasión. Nos lo pasamos pipa hablando de las batallitas del viaje y estaba todo de lo más rico, el vino y la comida.
(Pequeño paréntesis en forma de chiste judío: “a estos judíos ya les vale, encuentran un tipo que sabe convertir el agua en vino y van los tíos y lo crucifican. Si es que…” ;-)
Por cierto, tampoco quería comprarme libros por la misma razón que el vino, pesan mucho en la maleta, pero no me pude resistir y acabé comprándome dos:
- De Iddo Netanyahu “Yoni´s last battle” (“La última batalla de Yoni”) sobre la vida de su hermano y el rescate de Entebbe. Me ha impresionado tanto y hay tantísimo que contar sobre ello que no digo nada ahora, habrá post al respecto.
- De Michael B. Oren “Six days of war” (“Seis días de guerra”) que como su propio nombre indica va de la guerra de los seis días. Aún no lo he leído, así que no sé si habrá post.
Para darles de comer aparte
No me refiero al kosher aunque también, sino a los judíos ultraortodoxos, esos extraños seres a los que todo el mundo ha visto alguna vez aunque sea en fotos o en Youtube, con sus trajes y sombreros negros, su barba y sus tirabuzones.
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Judíos ultraortodoxos |
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Vaya por delante que es muy respetable el hecho de que cada uno se vista como le dé la gana, pero yo personalmente no soy nada partidaria de que las creencias de una persona marquen hasta tal punto su forma de vestir. Me parece incómodo, engorroso y nada práctico para la vida cotidiana, por eso me sorprende la manera tan estricta en que acatan esa norma los ultraortodoxos. Para las mujeres no hay una vestimenta específica, pero sí indicaciones generales. Han de vestir con modestia, usando prendas largas que lleguen siempre por debajo del codo y la rodilla, y además las que son casadas han de cubrir su cabello en presencia de cualquier hombre que no sea su marido. Al igual que los musulmanes, los ultraortodoxos consideran el cabello femenino como un atributo sexual y mostrarlo es exhibir en demasía los encantos propios, sólo debe hacerse frente al marido pero se consiente por esa misma razón en mujeres solteras que aún están “en el mercado”. Ahora bien, me parece a mí que las ultraortodoxas son más listas que sus hombres y se la dan con queso: en vez de un velo como las musulmanas ellas utilizan o bien pelucas, que pueden ser de cualquier color y todo lo exhuberantes que una quiera, o bien una especie de turbante que recoge el cabello en la parte alta de la cabeza, y huelga decir que con lo guapísimas que son las mujeres judías, semejante complemento les resalta aún más la cara y están preciosas. No sé yo si en realidad los hombres son tontos y no se dan cuenta, o es que se hacen los tontos que también puede ser.
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Belleza judía |
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Pero las rarezas que podemos observar en estos muchachos no se limitan a la vestimenta, qué va. Como es fácil suponer, su cumplimiento de la religión es estricto hasta no poder más y esa rigidez se extiende a sus ideas acerca del pueblo judío. La Biblia habla de los judíos como un pueblo errante, supongo que porque lo eran en gran parte en la época en que la Biblia fue escrita, y muchos ultraortodoxos se lo toman al pie de la letra y están en contra de que los judíos se instalen en un país propio, están en contra de que exista el estado de Israel tal y como existe aunque eso sí, viven sin ningún pudor a costa del estado y de sus compatriotas. No, si cuando yo digo que se parecen a los musulmanes es por algo. Ellos no trabajan, el gobierno israelí les paga subvenciones y se dedican a estudiar la Torá y a tener hijos, ni siquiera están obligados a realizar el servicio militar tan necesario para la defensa del país. Hace unos años, el gobierno propuso que ingresar en el ejército fuera obligatorio también para ellos igual que para el resto de judíos y empezaron a protestar provocando disturbios bastante violentos, no mataron a nadie pero desde luego la liaron parda. El gobierno se echó atrás y propuso entonces que, ya que no hacían el servicio militar, al menos hicieran servicios sociales durante unos meses para compensar los tres años que dedican sus compatriotas al ejército. Siguieron los disturbios y tampoco hubo manera, al final el gobierno les dejó por imposibles. Como es fácil suponer, los judíos normales y los ultras no se llevan demasiado bien, se reprochan no contribuir al desarrollo y defensa del país y vivir la religión de una manera demasiado laxa, respectivamente.
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Otra belleza |
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Entre los ultraortodoxos sigue siendo habitual el matrimonio concertado, algo que me deja con los ojos como platos. Hoy en día, en pleno siglo XXI siguen existiendo para ellos las casamenteras, como aquella que todos recordamos de la película “El violinista en el tejado”. Y dentro de lo absurdo que es, parece lógico si pensamos que les está totalmente prohibido entablar relaciones con el sexo contrario en su tiempo libre, no van a bares, discotecas ni recreativos y están separados por sexos en el colegio. La única ocasión en la que hombres y mujeres ultraortodoxos alternan, es a la salida de la sinagoga y tampoco parece la mejor ocasión para ligar, así que las casamenteras proponen matrimonios entre familias de similar nivel económico y social, y si a los padres les parece bien, entonces los novios se conocen en un encuentro familiar en presencia de sus padres, en ningún momento estarán a solas hasta después de casados. Esto me lo contó Claudio durante una ruta en el autobús y no me lo podía creer, no me entra en la cabeza como los jóvenes de hoy en día aceptan algo así. Por aislado que sea su entorno social en algún momento verán por la calle a jóvenes vestidos de otra manera, hablando los chicos con las chicas, pondrán la tele o entrarán en internet, está claro que conocen otras formas de vivir y me parece increíble que acepten todas esas imposiciones. Pero claro, las familias pesan mucho y los padres ultraortodoxos tienen la costumbre de repudiar a sus hijos, incluso con un ritual, si éstos se alejan o pretenden alejarse de las estrictas prácticas religiosas que les son propias, aunque conserven su fe y simplemente quieran ser judíos normales y casarse con quien les apetezca. En fin, me quedo sin palabras.
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Certificado kosher |
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La comida kosher es habitual en todas las casas judías, aunque al igual que todo lo demás, con distinto nivel de rigidez. Los ultraortodoxos siguen a rajatabla el ritual y no comen nada que no haya sido certificado por un rabino como kosher, y eso implica que tanto los alimentos que se consumen como el proceso de cocinado han sido estrictamente controlados por personal especialista, para garantizar que son kosher, o aptos para el consumo según la ley judía.
No me quiero extender mucho en las normas de la cocina kosher porque habría para una enciclopedia, pero resumiendo diré que se trata de comida rica, variada y nutritiva; y aunque algunas carnes y pescados están excluidos se consumen alimentos de todos los grupos. La comida ha de ser preparada por judíos, con utensilios separados para cada alimento, y está especialmente prohibido mezclar carne con lácteos. No ya en el mismo plato sino en la misma comida, incluso consumirlos sin haber dejado pasar unas horas entre uno y otro. Adiós a las hamburguesas con queso. Snif.
El ritual kosher empieza con el sacrificio del animal que se va a consumir, en el que es imprescindible no causarle ningún dolor por lo que el animal debe estar inconsciente en el momento del sacrificio. Y eso vale tanto para mamíferos como para aves, con los peces ya no sé cómo lo hacen.
En todas partes cuecen habas
A estas alturas mi amor por Israel ya lo conoce todo el mundo, pero para quienes piensan que no le veo defectos, ahí van dos y bien gordos:
- La gente conduce de pena, a toda velocidad, con el móvil en la mano, tocando el claxon a la mínima y a base de bien. Y yo que pensaba que nadie podía superar a los españoles en esto. El mal estado de las carreteras e infraestructuras tampoco es de mucha ayuda, Israel tiene un porcentaje de accidentes de tráfico vergonzoso para un país desarrollado.
- Hay bastante gente que fuma, mucha más que en España me da la sensación. Y aunque lo normal es que lo hagan en el exterior, ayer en el restaurante donde cené tuve que cambiar de mesa porque en la de al lado había dos personas fumando. Con lo bien que me había acostumbrado yo a comer sin humo en España. Por cierto, la gente también come a toda velocidad, no sé por qué.