Canadá salvaje
¡Guau! suena a pescar salmones con los dientes, enfrentarse cuerpo a cuerpo con osos grizzlies, confraternizar con tribus iroquesas, pasar el invierno en un tipi, llevar ropa confeccionada con piel de oso para resistir las extremas temperaturas… pero no, sólo es el nombre que mi agencia de viajes ha puesto al tour canadiense en el que me embarqué este verano. El nombre me encanta, pero una ya tiene unos años y soy más de aventuras comodonas en hotelazos con ducha calentita y servicio de habitaciones, qué le vamos a hacer.
¡Guau! suena a pescar salmones con los dientes, enfrentarse cuerpo a cuerpo con osos grizzlies, confraternizar con tribus iroquesas, pasar el invierno en un tipi, llevar ropa confeccionada con piel de oso para resistir las extremas temperaturas… pero no, sólo es el nombre que mi agencia de viajes ha puesto al tour canadiense en el que me embarqué este verano. El nombre me encanta, pero una ya tiene unos años y soy más de aventuras comodonas en hotelazos con ducha calentita y servicio de habitaciones, qué le vamos a hacer.
El passport gate o cómo empezar un viaje a lo grande
Heme aquí dispuesta a cruzar el charco por primera vez en mi vida, emocionada cual quinceañera en su puesta de largo y previsora como yo sola, llegando al aeropuerto dos horas y media antes de la salida de mi vuelo. Ayer vine a Madrid en el AVE y he pasado la noche en un hotel cercano al aeropuerto y con servicio de lanzadera, me las prometo de lo más felices y estoy “anchanté de la vi” que dicen los franceses.
Cuando me acerco a facturar la maleta un empleado de la compañía Air Canadá me pregunta si he sacado el eTA, le digo que sí y paso al mostrador. La azafata del mostrador me vuelve a preguntar si he sacado el eTA, le digo que sí, le doy mi billete y mi pasaporte y coloco la maleta en la cinta-báscula…
Heme aquí dispuesta a cruzar el charco por primera vez en mi vida, emocionada cual quinceañera en su puesta de largo y previsora como yo sola, llegando al aeropuerto dos horas y media antes de la salida de mi vuelo. Ayer vine a Madrid en el AVE y he pasado la noche en un hotel cercano al aeropuerto y con servicio de lanzadera, me las prometo de lo más felices y estoy “anchanté de la vi” que dicen los franceses.
Cuando me acerco a facturar la maleta un empleado de la compañía Air Canadá me pregunta si he sacado el eTA, le digo que sí y paso al mostrador. La azafata del mostrador me vuelve a preguntar si he sacado el eTA, le digo que sí, le doy mi billete y mi pasaporte y coloco la maleta en la cinta-báscula…
PARÉNTESIS: el eTA es el Electronic Travel Authorization, un visado que hay que sacar para entrar en Canadá, lo que en EEUU es el ESTA. Es un trámite sencillo: entras en la página del Gobierno de Canadá, rellenas un cuestionario, pagas unos 7 euros y le das al play. En unos minutos te llega un email diciendo que tu documento está autorizado, dándote un número de eTA y deseándote un feliz viaje a Canadá.
…la azafata teclea y me mira, vuelve a teclear y me vuelve a mirar, me dice “qué raro, no me sale aquí tu eTA” y yo le digo “espera que te enseño la autorización” y le enseño la copia del mail, que como chica previsora y detallista que soy, llevaba en el teléfono móvil. La azafata lo mira, asiente, vuelve a teclear, me mira, vuelve a teclear y llama a una compañera porque no consigue que el ordenador lo acepte y no sabe por qué. Y sí, empiezo a ponerme nerviosa y a respirar despacio en plan ommm intentando que no me dé un soponcio. Mucho Canadá Salvaje, me meriendo tres osos, remo en canoas iroquesas, pero ya estoy de los nervios y ni he subido al avión. Postureo aventurero, qué pasa.
“Claro que no lo coge, porque le falta una letra”, dictamina el tercer compañero que aparece a petición de la azafata, y yo “¿qué letra?” y él “mira, la P”, y yo “¿la P de Pasaporte?”
…la azafata teclea y me mira, vuelve a teclear y me vuelve a mirar, me dice “qué raro, no me sale aquí tu eTA” y yo le digo “espera que te enseño la autorización” y le enseño la copia del mail, que como chica previsora y detallista que soy, llevaba en el teléfono móvil. La azafata lo mira, asiente, vuelve a teclear, me mira, vuelve a teclear y llama a una compañera porque no consigue que el ordenador lo acepte y no sabe por qué. Y sí, empiezo a ponerme nerviosa y a respirar despacio en plan ommm intentando que no me dé un soponcio. Mucho Canadá Salvaje, me meriendo tres osos, remo en canoas iroquesas, pero ya estoy de los nervios y ni he subido al avión. Postureo aventurero, qué pasa.
“Claro que no lo coge, porque le falta una letra”, dictamina el tercer compañero que aparece a petición de la azafata, y yo “¿qué letra?” y él “mira, la P”, y yo “¿la P de Pasaporte?”
debo decir en mi favor que mi pasaporte no me lo ha puesto fácil dejando esa maldita P fuera de la casillita correspondiente, para que yo la identificara como “Pasaporte” igual que mi número de identidad viene precedido de “DNI” en el propio documento. Pues no, señores, esa P forma parte del número de documento que en todos los pasaportes empieza por tres letras y en el mío, maldita casualidad por esa P que casi me deja en tierra el día de mi superviaje.
Y a partir de aquí, como en las películas. Me dicen que tengo que volver a solicitar el eTA con el número correcto (incluyendo la maldita P) y que si no recibo el mail de aprobación no podré subir al avión, pero que me da tiempo… quiero morir… entro en la página, relleno el cuestionario, pago otra vez los siete euros y sólo me queda esperar. Sólo. Veo una sucursal de mi agencia de viajes, me acerco y le cuento a la chica todo el drama, me dice que vuelva a pedir el eTA y yo que ya lo he pedido, me dice que llamará a la central, pero no abren hasta las 9.00 h. y falta más de una hora, quiero morir otra vez.
Llamo al móvil personal de mi agente de viajes, que es amiga mía y por eso tengo su móvil, hablo con ella y le vuelvo a contar mi drama. Me tranquiliza, me dice que cuando llegue a la oficina llamará a la central y si hace falta me buscarán otro vuelo (Raquel te ganas el cielo conmigo, eres un ángel y una magnífica profesional, que lo sepas), sigo rezando a todos mis dioses ateos para que el puñetero eTA llegue a tiempo y yo no muera del disgusto, por qué me pasa esto a mí como si nunca le hubiera pasado a nadie, mi yo de tragedia griega está tomando el control de mi mente.
Una buena noticia entre tanto desastre: mi vuelo lleva una hora de retraso y las chicas me dicen que no van a cerrar la facturación, que apurarán hasta el último momento a ver si llega el mail y puedo subir al avión, se lo agradezco con toda mi alma. Y llega, el maldito permiso llega en el último minuto… facturo la maleta y me hacen el checking, control de seguridad, puerta de embarque a la velocidad del rayo, cuando llego aún quedan algunos pasajeros por embarcar, soy de las últimas pero consigo subir al avión. Y no he tenido tiempo de pensar en el miedo a volar ni nada de eso, cuando me viene a la cabeza ya estoy casi en Canadá. Uf, qué alivio.
Llamo al móvil personal de mi agente de viajes, que es amiga mía y por eso tengo su móvil, hablo con ella y le vuelvo a contar mi drama. Me tranquiliza, me dice que cuando llegue a la oficina llamará a la central y si hace falta me buscarán otro vuelo (Raquel te ganas el cielo conmigo, eres un ángel y una magnífica profesional, que lo sepas), sigo rezando a todos mis dioses ateos para que el puñetero eTA llegue a tiempo y yo no muera del disgusto, por qué me pasa esto a mí como si nunca le hubiera pasado a nadie, mi yo de tragedia griega está tomando el control de mi mente.
Una buena noticia entre tanto desastre: mi vuelo lleva una hora de retraso y las chicas me dicen que no van a cerrar la facturación, que apurarán hasta el último momento a ver si llega el mail y puedo subir al avión, se lo agradezco con toda mi alma. Y llega, el maldito permiso llega en el último minuto… facturo la maleta y me hacen el checking, control de seguridad, puerta de embarque a la velocidad del rayo, cuando llego aún quedan algunos pasajeros por embarcar, soy de las últimas pero consigo subir al avión. Y no he tenido tiempo de pensar en el miedo a volar ni nada de eso, cuando me viene a la cabeza ya estoy casi en Canadá. Uf, qué alivio.
Groenlandia queda un poco lejos, pero bueno... |
Extraña astrofísica en el Atlántico Norte
Llevamos un par de horas de vuelo, ya se me ha pasado el susto, nos han dado de comer, he leído un rato, me acomodo en el asiento a ver si con suerte me duermo, las azafatas atenúan las luces del avión y se crea un ambiente chill out (bueno, más o menos) en el que me siento de lo más a gusto. Miro por la ventanilla del avión, ha anochecido y el Atlántico está precioso, el azul intenso del mar combina con el rosado del atardecer y la vista es impresionante. Intento sacar fotos con el móvil pero como era previsible sale un churro y las elimino. Empiezo una apasionante conversación conmigo misma:
- “un momento, ¿cómo que se ha hecho de noche? si el avión ha salido a las 10 de la mañana y volamos de Europa a América se supone que no hay noche ¿no?”
- “ah, claro, es porque para acortar el trayecto hemos de subir hacia el norte y luego bajar, por Groenlandia y eso”
- “pues con más motivo, estamos en junio, cuanto más hacia el norte, menos noche hay”
- “esto debe ser algún extraño fenómeno astronómico y/o atmosférico”
- “o que me estoy volviendo gilipollas y paranoica”
- “también es posible. Se lo preguntaré a mi hermano pequeño cuando vuelva a casa. Ale, a dormir.”
Mi hermano pequeño es el Sheldon Cooper de la familia. Algo menos rarito (tampoco mucho menos) pero igual de listo o más. Estudió Física y además es un apasionado de las ciencias y como yo, un cotilla internauta, cuyo hobby es meterse en la página de la Universidad de Stanford a ver unas clases de Física Cuántica en inglés, de un profesor que le gusta mucho. Así que ya me explicará esta situación que me tiene mosqueada.
Ventanilla con persiana, de toda la vida |
Varias veces más durante el vuelo miro a la ventanilla y sigue siendo de noche hasta que, cuando falta hora y media para aterrizar sigue todo igual de oscuro y me mosqueo de verdad. Esto no puede ser, yo me he equivocado de avión y me están llevando vete a saber donde, se supone que aterrizamos a las once de la mañana, ya estamos sobrevolando la parte norte del país y es imposible que sea de noche ahora que deben ser las diez, ay madre la que he liado, ¿dónde estoy? y entonces me da por mirar la ventanilla del otro lado del avión… un sol reluciente. Miro hacia atrás y hay varias ventanillas por las que entra la luz a raudales, miro la mía y noche oscura. Mierda, acabo de darme cuenta. Yo toda la vida acostumbrada a las ventanillas con la mini persiana que se baja y se sube, y ésta sólo tiene el cristal al lado de unos botoncitos que van gradualmente del dibujito del sol al dibujito de la luna… efectivamente, empiezo a tocar los botoncitos hacia el sol y la oscuridad de mi ventanilla desaparece dejando paso al día radiante. Yo creyendo que me había equivocado de avión y resulta que sólo era el tinte de la ventanilla, va a ser verdad que me estoy volviendo gilipollas.
Ventanilla moderna con tinte. Obsérvese la diferencia con la de atrás |
Por cierto, cuando se lo comenté a la vuelta a mi hermano pequeño, conforme le iba contando el tío iba elaborando teorías metafísicas por las que podría haberse producido un efecto óptico, que combinado con los gases atmosféricos a esa altitud… le tuve que cortar el rollo y desvelarle antes de tiempo el final de la historia, porque éste como no lo pares te reformula la Teoría de la Relatividad en dos minutos. Menudo es mi hermanito.