“And I´ll dance with you in Vienna I´ll be wearing the river disguise”
“Y bailaré contigo en Viena llevaré puesto el disfraz de río”
Take this waltz, Leonard Cohen
Viena me ha enamorado, y partiendo de esa base todo lo que diga es poco. Qué ciudad más majestuosa, más imperial, qué sensación de grandeza pasear por ella. El hotel en el que me he alojado casualmente resulta ser el más antiguo de toda la ciudad y han mantenido la decoración en ese estilo: alfombras granate en las escaleras, muebles de época, ribetes dorados, una pequeña exposición de artículos de hostelería ya en desuso y unos simpatiquísimos recepcionistas que te hacen sentir como en casa, una maravilla de sitio. Hotel Stefanie en Taborstrasse 12, por si alguien estuviera interesado.
El minibar del hotel para mí estaba compuesto de agua del grifo. Escuché decir que era buenísima, la mejor bebida de Viena, y sintiéndolo por los cerveceros austríacos creo que no va desencaminada la afirmación. Es que además salía fresquita y todo ¡que agua más buena, pordios! he bebido litros. Alguna cervecita también ha caído, la verdad, pero el agua del grifo ha sido mi bebida principal en este viaje.
Y hablando de bebidas, aquí al café con leche le llaman melange, algo así como “mezcla”. Y por supuesto, cada bar luce un cartel con unas 300 maneras de preparar el café.
El jabón del hotel huele a albaricoque. Será que estoy algo predispuesta a dejarme impresionar por todo lo vienés pero qué gusto, de verdad, lavarse el pelo con algo que huele a albaricoque. Del chocolate ni hablamos ¿verdad? bueno sí, hablemos del chocolate. Tiendas de la marca Lindt con el mismo sistema de esas tiendas de golosinas a granel en las que coges la cantidad que quieres de lo que quieres, lo vas metiendo en una bolsa y luego te lo cobran a peso… ¡esto es el paraíso! para el bolsillo no, pero para la gula sí: bombones, tabletas, cestas de regalo, muchos tipos y sabores de chocolate todos juntitos en pequeñas tiendas austríacas. Me quiero quedar allí a vivir. En la tienda, digo. Ya de vuelta y cotorreando en internet me entero de que también hay algunas de esas franquicias en España, así que me mantendré alejada. Que una cosa es un extra de viaje y otra cogerle el gustillo.
Unos días antes, en la preparación del viaje, miro entradas para conciertos pero no compro ninguna porque los precios me parecen carísimos. Recuerdo cuando hace años yendo a Londres vi entradas para musicales por internet a precios prohibitivos y luego estando allí las compramos en la taquilla por tres veces menos, así que pensé hacer lo mismo en Viena. En mi primera tarde me desplazo a la Iglesia de San Carlos con la intención de escuchar las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Una vez allí veo una cola enorme para entrar y el guapísimo vigilante me dice que cree que no hay entradas ya, pero que pregunte. Pregunto y en efecto, mi gozo en un pozo, no quedan entradas. Eso sí, no pierdo la ocasión de al salir guiñarle el ojo al guapísimo vigilante y decirle “Sold out” con carita de resignación, a lo que el responde con un gesto apenado y una hermosa sonrisa. Ay. Estoy ya cincuentona, madurita y todo lo que se quiera, pero un hombre guapo de uniforme me sigue llenando de felicidad, qué queréis que os diga.
Al día siguiente, paseando alrededor de la Catedral se me acerca un señor vestido de chambelán y me ofrece entradas para conciertos. Me parece una buena idea, el tipo es de lo más simpático y las entradas tienen descuento, así que valorando distintas posibilidades me decido por un concierto de una pequeña orquesta con la participación de una soprano y un programa de lo más bonito. Ligero, popular, valsecitos, polkas… el teatro donde se celebra es una maravilla, no es muy grande pero la decoración es tan Viena del siglo XIX que me siento como pez en el agua y disfruto muchísimo del concierto. Por cierto, hubo mucho feeling con el chambelán, conversación, piropos, intercambio de teléfonos… pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión ;-)
“Si tuviera 50 minutos libres, los emplearía caminando lentamente por las calles de Viena”
El Principito
Me he tomado una licencia poética, lo reconozco, el Principito caminaría hacia una fuente, pero a mí se me viene a la cabeza esta frase porque lo que más he hecho en estos días ha sido caminar lentamente sin ir a ningún sitio, con los cinco sentidos a pleno rendimiento y disfrutando de todo lo que ofrece esta maravillosa ciudad. Hay un momento en el que paso por una especie de palacio, yo pensando que sería el Parlamento lo menos pero no, otro chico guapo en la puerta (¡pero qué pasa en esta ciudad!) me dice cuando le pregunto que es un hotel, el Hotel Park Hyatt para más señas. Lo digo por si algún millonario me lee y tiene interés, yo viéndolo por fuera no he mirado ni el precio.
En Viena te encuentras cada dos por tres iglesias igual de majestuosas que la ciudad. He entrado en todas las que he podido y en todas he disfrutado de las obras de arte que se hallan en su interior y también de un sentimiento de paz difícil de encontrar en otros lugares. Recuerdo cuando Oriana Fallaci se declaraba “atea cristiana”, alegando que pese a no ser creyente, entrar en una iglesia le hacía sentir paz, y a mí me pasa lo mismo. No pierdo oportunidad de entrar en una iglesia y permanecer unos minutos sentada allí con los ojos cerrados y sintiendo. En casi todas ellas hay Libro de Salmos con letra y partituras a disposición de los feligreses, todos en buenas condiciones y situados ordenadamente encima de cada banco. Es una de las cosas que más me gusta de países como Alemania y Austria, lo mucho que se cuida lo que es de todos y debe cuidarse. En España… en fin, mejor no pensar donde acabarían esos libros si se los deja sin amarrar en una iglesia abierta.
Dos museos de los que he visitado estos días me han impresionado en particular. El primero la Casa de la Música, qué decir… una exposición interactiva, en la que puedes desde crear tus propios sonidos hasta dirigir una orquesta, además de indagar en las vidas de los más famosos compositores. Muy recomendable, disfruté como una una enana.
Otro sitio donde me metí así sin saber mucho y salí encantada fue la exposición Historia de Viena interactiva. Impresionante todo lo que puede hacer la tecnología para que disfrutemos de una exposición. Me quedo con uno de los momentos: estábamos sentados, con unas gafas que casi parecían un casco y que te llevaban en 3D a un salón de baile vienés, donde sonaba un vals y cientos de parejas bailaban. Sí, te metías allí dentro y ya podías girar la vista 360 grados que seguías viendo parejas bailar a tu alrededor en el salón inmenso. Qué sensación, qué baile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario