sábado, 15 de octubre de 2022

La cena previa al viaje a Mariupol (Diario de guerra XVII)

COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK
(english below)

En este momento, voy en tren hacia Przemysl (Polonia) donde cogeré un vuelo a Cracovia, luego un tren a Estocolmo y después un autobús a Herrang, allí tiene lugar un famoso festival de baile Lindy hop. Suena maravilloso estar viajando, especialmente en un tren ucraniano. A causa de la guerra, ahora viajamos de una manera más ecológica. Incluso si es más largo, no me molesta. Siempre me han gustado los trenes ucranianos, donde puedes dormir en posición horizontal, dormirte al llegar a una ciudad y despertarte en otra  muchos kilómetros después, y tomarte un té o un café incluidos en el precio del billete (por desgracia, todavía en un vaso de cartón: desde que empezó la pandemia del corona ya no sirven bebidas calientes en vasos con elegantes asas metálicas, que te hacían sentir al tomar tu bebida como un aristócrata del siglo XIX). Hoy antes del viaje estaba muy nerviosa. Es mi primera salida desde Año Nuevo y no sé lo que va a pasar. Pero sé que es una buena decisión, y espero que este viaje me dé energía e inspiración para mi vida futura, pase lo que pase en ella. Hoy me gustaría hablaros acerca de otro viaje que hice en mayo, cuando trabajaba para una ONG extranjera, que fue una experiencia extraordinaria y maravillosa.

Llevábamos tres días mis colegas y yo intentando salir a cenar en Luiv. Cada vez salíamos de nuestro hotel sobre las 19:30h para dirigirnos al restaurante favorito del equipo, que yo aún no conocía. Cada vez, a las puertas del restaurante comenzaba a sonar la alarma aérea. En ese momento, los restaurantes dejar de servir y de tomar pedidos mientras dura la alarma. Esperábamos alrededor de una hora, y la alarma terminaba de sonar justo a la hora de cerrar la cocina del restaurante. En una ocasión llegamos a ver el humo que provocaban las explosiones cerca de Luiv, y algunos de nuestros amigos incluso pudieron oírlas. Uno de esos días, fue en ese momento cuando tomamos la decisión de comprar “Aperol spritz para llevar” (NT1) con objeto de celebrar la despedida de los colegas que ya se iban de Ucrania. Conseguimos comprarlo, pero tuvimos que beberlo en un túnel, rodeados de otra gente que trataba de esconderse del peligro. Mis amigos extranjeros dijeron que era el Aperol más extraño que habían bebido nunca.

Puesto que no teníamos comida en el hotel, en cuanto dejó de sonar la alarma fue una suerte encontrar un kebab abierto, que aún servía para llevar después de que los demás restaurantes hubieran cerrado. Nos comimos los kebabs de vuelta a casa en las ambulancias. En ese momento es cuando yo me sentí rara, sobre todo porque era la primera vez que subía en una ambulancia.

Al final conseguimos entrar en ese precioso restaurante sin que estuviera sonando la alarma. Pedimos la comida, que en efecto estaba deliciosa, aunque me sentí un poco culpable por estar en un restaurante como si no pasara nada, y no lo pude disfrutar del todo. A punto de terminar de cenar, nuestro jefe recibió un mensaje en el que decía que teníamos que ir pronto a Mariupol. Todo el mundo puso cara de estar viviendo un momento trascendental. Parecía que el tiempo se hubiera parado. Era cuando Mariupol estaba constantemente en las noticias, en la boca y en el corazón de todo el mundo. Los soldados heridos de Azov (NT2) aún estaban sitiados en Azovstal (NT3).

El hecho de que finalmente consiguiéramos comer en ese restaurante, fue para mí como un adiós a mi vida. Tal y como escuché que iríamos a Mariupol, pensé que mis compañeros no iban a querer que yo fuera con ellos. Yo no tengo formación médica, ni siquiera sabía nada de primeros auxilios. Pero tenía muchas ganas de ir y un sexto sentido me decía que estaba esperándolo de manera inconsciente desde 2014. Al mismo tiempo, no estaba segura de que fuera una decisión razonable. ¿Podría en realidad ser de ayuda allí o hablaba mi espíritu aventurero, o quizá mi desesperación? porque durante todo el mes de abril hice muy pocas cosas excepto leer las noticias sin parar, y no pude encontrar la manera de ayudar a que esta guerra termine, o al menos a mitigar sus consecuencias. En mi corazón estaba convencida de que tenía que ir, y temía quedar decepcionada si se iban sin mí. Durante todo ese tiempo, cada vez que se oía la palabra Mariupol parecía que se cortara el aire y nuestras sonrisas desaparecían, tuve la sensación de que mis amigos extranjeros hablaban a mis espaldas. Era algo incomprensible, porque yo era una novata sin conocimientos médicos y ucraniana. Por ejemplo hacer ese viaje tenía para mí diferentes implicaciones legales (temor por tu seguridad, seguro médico, todas esas cosas que ahora mismo no nos importan mucho a los ucranianos). Así que le pregunté al jefe del grupo si podía ir con ellos. Me dijo que sería de gran ayuda allí, supongo que por hablar ucraniano. En cualquier caso, su respuesta aplacó mis dudas.

Teníamos una hora para empaquetar nuestras cosas y durante esa hora podíamos echarnos atrás, nadie estaba obligado a ir. A la vez, todos sabíamos que no podríamos llegar si no había un pasillo humanitario que fuera seguro. Quizá tuviéramos que volver a Luiv antes de llegar a Zaporiyia. No estaba garantizada nuestra seguridad cuando emprendimos el viaje, pero supusimos que lo estaría mientras llegábamos a Zaporiyia. La situación era aún más irónica si tenemos en cuenta que era poco antes del 9 de mayo, y los medios especulaban con una escalada en la guerra debido a la importancia de esa fecha histórica para el régimen ruso. Ésa es la razón por la que, la mañana del día de nuestra cena, oficiales extranjeros de la organización humanitaria internacional que trabajaban con nosotros recibieron repentinamente órdenes de su jefatura para que abandonaran Ucrania, debido a que podría haber problemas de seguridad. Nosotros en cambio, habíamos decidido acercarnos al frente de guerra.

Cuando estaba haciendo la maleta tuve que, al igual que el 24 de febrero, decidir de nuevo qué cosas me eran imprescindibles para sobrevivir. Tal y como diría mi amigo de EEUU, tenía que hacer la maleta en modo militar. Dije adiós a mi vida (sentía en el aire  que mi vida ya no sería la misma, que la muerte me rondaba) y escribí un mensaje a un amigo, para informarle acerca de mis intenciones y que al menos alguien supiera donde estaba si sucedía algo. Entonces decidí darle a otro amigo la dirección del hotel para que pudiera recoger el resto de mis cosas si yo no regresaba.

Después de comprar comida y hacer la maleta rápidamente, tuvimos una pequeña reunión en la terraza del hotel. Todo el mundo se mantenía firme en su decisión. Nos mirábamos unos a otros a la cara sin decir nada. Sentí que era lo correcto. Sin preparación médica ni experiencia, quizá era la más vulnerable, pero estaba rodeada de médicos y sabía el idioma del país. Así que podía ayudarles a ayudar a otros. Partimos a medianoche con dos ambulancias al punto de encuentro, y nos unimos a un convoy de 30 ambulancias.

(continuará)


Notas de traducción:
1- bebida alcohólica de origen italiano, que se consume como cocktail
2 - batallón del ejército ucraniano
3 - fábrica sita en un barrio de Mariupol, donde tras una resistencia heroica, el ejército ruso ha hecho prisioneros a más de 2500 soldados ucranianos.



#WarDiary 17 Dinner before going to Mariupol

At this moment, I am in a train heading to Przemysl, where I am going to take a train to Cracow and then a flight to Stockholm and then a bus to Herrang where the famous Lindy hop dance festival takes place. It feels wonderful to be moving, especially by Ukrainian train. Because of war, we are traveling in a more ecological way now. Even if it takes much longer, it doesn’t bother me. I have always adored Ukrainian trains, where one can sleep in horizontal position, fall asleep in one city and wake up in another city many kilometres away and get a tea or coffee included in ticket price (unfortunately, still in a paper cup: after the start of Corona pandemic they don’t serve hot drinks in glasses with elegant iron glass holders any more, holding which one can feel him or herself like an aristocrat from the 19th century). I was very nervous before the trip today. It is my first trip abroad since the New Year and I don’t know what is going to happen. But I know that it is a right decision and hope, this trip will give me energy and inspiration to live my life further, however this life will look like. Today I would like to tell you about another trip in May when I worked for a foreign NGO, which was a wonderful and extraordinary experience.
Three days in a row, my colleagues and I tried to have dinner in Lviv. Every time we would go out of our hotel at around 07:30 p.m. and head to the favourite restaurant of the team which I hadn’t known yet. Every time on the doorstep of the restaurant, we would hear air alarm. Back then, all the restaurants stopped to serve and take orders during air alarms. We would wait for an hour or so and air alarm would end exactly at the time of the closure of the restaurant kitchen. Once we saw smoke from explosions near Lviv and some our friends even heard them. It was at the moment when we decided to buy “Aperol spritz to go” to say goodbye to colleagues who were going to leave Ukraine. We managed to buy them, but we had to drink them in an underpass surrounded by other people hiding from danger. My foreign friends said that it was the weirdest Aperol they had ever had.
As we didn’t have any food at hotel, after the air alarm was over, we were lucky to find an open Kebab take-away which still took orders after all restaurants closed. We ate them on our way home in ambulance cars. Now it was my turn to feel weird, all the more that it was my first ride inside an ambulance car ever.
In one of the evenings we managed to get inside that lovely restaurant without an air alarm. We ordered food which was indeed delicious, although I felt guilty sitting in a restaurant as usually and could not fully enjoy it. We almost finished our dinner, as our team leader said that he just got a message that we might soon need to go to Mariupol. Everybody’s face assumed an expression of an existential cut. Time seemed to stop. It was at the time as Mariupol was constantly in the news, on every tongue and in every heart. The injured Azov soldiers were still encircled at Asovstahl.
The fact that we finally managed to eat at that wonderful restaurant seemed to me like a symbol of a farewell to life. As I heard the news, I knew that I might not be allowed or wanted to go with them. I didn’t have any medical education and didn’t even know how to provide first aid. I desperately wanted to go with them and I felt with some “sixth sense” that it was something I unconsciously waited for since 2014. At the same time, I wasn’t sure about the reasonability of such decision. Would I be really useful there or is it just my adventure spirit or is it my despair because of the whole month of April when I did very little except reading the news all the time and couldn’t find my mission in ending this war or at least mitigating it’s consequences. My heart was convinced that I should go and dreaded the disappointment should they go without me. All the time after the word Mariupol cut the May evening air and wiped away our smiles, I had an impression that my foreign friends were talking past me. It was understandable, because I was a newbie with no medical background and Ukrainian, i.e. such a trip would have different legal (security, insurance, etc, all those things which don't really bother Ukrainians at this time) implications. So I asked the team lead if I could go with them. He told me that I would be of great help. Supposedly, because of Ukrainian language. Anyway, that answer put away all my doubt.
We had one hour to pack our things and during that hour we could change our decision. Nobody was forced to go. At the same time, we knew that we wouldn’t go further, if there is no a secure international humanitarian corridor. We could go back to Lviv any time before and after reaching Zaporizhzhia. Security guarantees were not there when we left, but we were supposed to get them by the time we reach Zaporizhzhia. The situation was even more ironic as it was happening shortly before May, 9, when the media expected some escalation due to the importance of this historical date to Russian regime. That is why in the morning before our dinner, foreign officials of one international humanitarian organisation who worked with us, were suddenly ordered by its headquarters to leave Ukraine because of possible security issues. We decided to go closer to the frontline instead.
As I packed my bag, I again, like in February, 24, had to decide what are the few things I would need to survive. As my American colleague would say, I packed “military style. I said goodbye to my life (I felt something life-changing/death-bringing in the air) and wrote a message to a friend who I knew would react calmly, to inform her about my intention, so that at least somebody knows where to look for me if anything. Then I decided to give to another friend the address of the hotel so that he could pick up the rest of my belongings if I don't come back.
After quickly buying food and packing, we had a short meeting on the small balcony of our hotel. Everybody was resolved to stick to the decision. We just looked at each other’s faces without saying anything. It felt like exactly the right thing. Without medical education and experience, I was perhaps in the most vulnerable position, but I was surrounded with doctors and I knew the language of the country. So I could help them help others.
We left with two ambulances to the meeting place and joined a convoy of some 30 Ukrainian ambulance cars at around midnight.
(to be continued)

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