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No, no es que esté enfurruñada, es que la echaba de menos,,,, ;-) Ya estoy en España, pero prosigo con mis aventuras transcribiendo lo que escribí a mano durante mi estancia en Berlín. Con eñes y acentos, ¡qué alivio!
ÁNGELES DE LA GUARDA
El otro día sufrí un pequeño mareo asociado a una crisis de ansiedad. Me dirigía a toda castaña a un concierto al que ya llegaba tarde, por culpa de una puñetita del metro alemán, no mía, que había salido del hotel con tiempo suficiente. Había bajado ya de la última parada de metro, y trataba de seguir las indicaciones de Antonio por teléfono para llegar al local del concierto. Y de repente sucedió. Paso de describir los síntomas, por desagradables y porque más o menos todo el mundo los conoce, pero si te hacen pasar un pésimo trago en el salón de tu casa, es de imaginar el trago andando sola por la calle en un barrio desconocido de una gran ciudad en un país extranjero. Conseguí llegar a una parada de tranvía donde me senté y agaché la cabeza entre las rodillas, llorando a lágrima viva y cubriéndome boca y nariz con la mano, para dejar de hiperventilar.
La primera persona que llegó a esa parada vacía después de mí, se llamaba Fabian, se acercó a mí y me preguntó si me encontraba bien. Le dije que no con la cabeza. Me preguntó si necesitaba un médico, una ambulancia; le dije que no con la cabeza. Me preguntó varias cosas que no entendí y le dije que no le entendía, que era española y hablaba muy poco alemán. Él me dijo que no hablaba español y yo dije “english”. Se sentó a mi lado y me dijo que estuviera tranquila, que se iba a quedar conmigo hasta que me encontrara mejor. Y se quedó a mi lado hasta que pude hablar con normalidad. Me preguntó si conocía a alguien en Berlín y le dije lo del concierto. Entonces llamó desde mi móvil a Antonio, le contó lo que había pasado y dónde estábamos, porque yo en ese momento, totalmente mareada y desorientada, no tenía la menor idea de dónde estábamos, y Antonio salió corriendo del concierto para venir a buscarme.
Cuando estaba más tranquila, le dije a Fabian que se fuera si tenía prisa, que me sabía mal entretenerle, que me encontraba mejor y mi amigo venía de camino; y me dijo que no, que no tenía prisa y que a él no le habría gustado estar sentado solo en una parada de tranvía de un país extranjero sintiéndose mal. Le hubiera dado un abrazo, pero como los alemanes son algo secos para estas cosas, sólo le miré y le dije “danke” (gracias).
Hablamos de Berlín, de la antigua RDA donde él había nacido, de la caída del muro que ambos recordábamos, él en vivo y yo por televisión, de su vida y de la mía. Cuando llegó Antonio me preguntó qué tal estaba y qué me había pasado. Luego habló con Fabian en alemán, y por lo poco que entendí le dio las gracias un montón de veces, y le comentó que iríamos al concierto, a ver si aún podíamos entrar en la segunda parte. Fabian le dijo “por favor, cuando acabe el concierto, acompáñala hasta la puerta del hotel”. Entonces sí le di un abrazo, largo e intenso, a la española. Luego le cogí la cara con las manos y de di dos besos en las mejillas. Se quedó algo sorprendido, como buen alemán, pero me sonrió, me dijo adiós y se fue. No me hubiera extrañado ver crecer dos alas en su espalda.
Deseo que nunca, ni Antonio ni Fabian necesiten un ángel. Que la vida, esa cabrona, no les ponga nunca en tales aprietos que con sus propias capacidades, muchas y poderosas, no puedan resolver. Pero si sucede, si alguna vez alguno de los dos se ve sobrepasado por las circunstancias y precisa de un ser alado que le rescate de un apuro, les deseo no uno, sino toda una cohorte que venga en su ayuda. Los ángeles se cuidan entre ellos ¿no?
El otro día sufrí un pequeño mareo asociado a una crisis de ansiedad. Me dirigía a toda castaña a un concierto al que ya llegaba tarde, por culpa de una puñetita del metro alemán, no mía, que había salido del hotel con tiempo suficiente. Había bajado ya de la última parada de metro, y trataba de seguir las indicaciones de Antonio por teléfono para llegar al local del concierto. Y de repente sucedió. Paso de describir los síntomas, por desagradables y porque más o menos todo el mundo los conoce, pero si te hacen pasar un pésimo trago en el salón de tu casa, es de imaginar el trago andando sola por la calle en un barrio desconocido de una gran ciudad en un país extranjero. Conseguí llegar a una parada de tranvía donde me senté y agaché la cabeza entre las rodillas, llorando a lágrima viva y cubriéndome boca y nariz con la mano, para dejar de hiperventilar.
La primera persona que llegó a esa parada vacía después de mí, se llamaba Fabian, se acercó a mí y me preguntó si me encontraba bien. Le dije que no con la cabeza. Me preguntó si necesitaba un médico, una ambulancia; le dije que no con la cabeza. Me preguntó varias cosas que no entendí y le dije que no le entendía, que era española y hablaba muy poco alemán. Él me dijo que no hablaba español y yo dije “english”. Se sentó a mi lado y me dijo que estuviera tranquila, que se iba a quedar conmigo hasta que me encontrara mejor. Y se quedó a mi lado hasta que pude hablar con normalidad. Me preguntó si conocía a alguien en Berlín y le dije lo del concierto. Entonces llamó desde mi móvil a Antonio, le contó lo que había pasado y dónde estábamos, porque yo en ese momento, totalmente mareada y desorientada, no tenía la menor idea de dónde estábamos, y Antonio salió corriendo del concierto para venir a buscarme.
Cuando estaba más tranquila, le dije a Fabian que se fuera si tenía prisa, que me sabía mal entretenerle, que me encontraba mejor y mi amigo venía de camino; y me dijo que no, que no tenía prisa y que a él no le habría gustado estar sentado solo en una parada de tranvía de un país extranjero sintiéndose mal. Le hubiera dado un abrazo, pero como los alemanes son algo secos para estas cosas, sólo le miré y le dije “danke” (gracias).
Hablamos de Berlín, de la antigua RDA donde él había nacido, de la caída del muro que ambos recordábamos, él en vivo y yo por televisión, de su vida y de la mía. Cuando llegó Antonio me preguntó qué tal estaba y qué me había pasado. Luego habló con Fabian en alemán, y por lo poco que entendí le dio las gracias un montón de veces, y le comentó que iríamos al concierto, a ver si aún podíamos entrar en la segunda parte. Fabian le dijo “por favor, cuando acabe el concierto, acompáñala hasta la puerta del hotel”. Entonces sí le di un abrazo, largo e intenso, a la española. Luego le cogí la cara con las manos y de di dos besos en las mejillas. Se quedó algo sorprendido, como buen alemán, pero me sonrió, me dijo adiós y se fue. No me hubiera extrañado ver crecer dos alas en su espalda.
Deseo que nunca, ni Antonio ni Fabian necesiten un ángel. Que la vida, esa cabrona, no les ponga nunca en tales aprietos que con sus propias capacidades, muchas y poderosas, no puedan resolver. Pero si sucede, si alguna vez alguno de los dos se ve sobrepasado por las circunstancias y precisa de un ser alado que le rescate de un apuro, les deseo no uno, sino toda una cohorte que venga en su ayuda. Los ángeles se cuidan entre ellos ¿no?
Oooooh, todavía queda gente buena en el mundo. Esos detalles le dan a una esperanzas para creer en los seres humanos.
ResponderEliminarLa verdad es que los alemanes tiene fama de ser un poco "cap quadrats" pero bueno, ese chico se portó como todo un gentelman, es importante ponerse en el lugar del otro para entenderle y ayudarle.
Saludos! :D
Pues sí, Pandora, la verdad es que actitudes como estas te hacen recuperar la fe en el ser humano y en que todavía queden "gentelmen". Pocos, pero haylos ;-)
EliminarDer Himmel über Berlin. :)
ResponderEliminarSo schön... (tan bonito...)
EliminarLa verdad es que los Alemanes son una sociedad súper respetuosa y educada. Hacen un buen contraste con los Austriacos o los Checos. Esto te pasa en el metro de Madrid y la gente sigue (al menos la mayoría) a su bola. A veces cuesta creer lo que dicen los libros de historia.
ResponderEliminarPrecisamente una vez en el metro de Madrid vimos cómo se desmayaba un inmigrante a 20 metros de nosotros. Nadie de los que estaba cerca hizo nada, ni un ademán. Como si no lo vieran. Nosotros, que estábamos más lejos, no reaccionamos muy rápido (quizás por la sorpresa) y cuando fuimos allí, se nos adelantó un chaval que lo puso sentado. En la siguiente parada lo bajamos y ya la gente de seguridad lo atendió. Me extrañó que estando el metro con tantísima gente nadie hiciera ni el amago de mover un dedo.
Pues sí, es de extrañar pero así funciona España. Lamentable. El otro día me contaron un caso de un señor que sufrió un infarto en una calle muy transitada de Valencia, cayó al suelo estando aún consciente y la gente pasaba por su lado sin mirarlo. Sólo recibió ayuda cuando pasó un conocido suyo y gracias a él se salvó. Me parece terrible, cuando una vida humana puede depender de que te pares un minuto y llames al 112. Yo desde luego si antes lo tenía claro, después de lo que cuento en este post, pues más claro todavía.
EliminarSaluditos.