sábado, 12 de octubre de 2024

El baile (Y bailaré contigo en Viena I)

“And I´ll dance with you in Vienna I´ll be wearing the river disguise”


“Y bailaré contigo en Viena llevaré puesto el disfraz de río”

Take this waltz, Leonard Cohen


Viena me ha enamorado, y partiendo de esa base todo lo que diga es poco. Qué ciudad más majestuosa, más imperial, qué sensación de grandeza pasear por ella. El hotel en el que me he alojado casualmente resulta ser el más antiguo de toda la ciudad y han mantenido la decoración en ese estilo: alfombras granate en las escaleras, muebles de época, ribetes dorados, una pequeña exposición de artículos de hostelería ya en desuso y unos simpatiquísimos recepcionistas que te hacen sentir como en casa, una maravilla de sitio. Hotel Stefanie en Taborstrasse 12, por si alguien estuviera interesado.


El minibar del hotel para mí estaba compuesto de agua del grifo. Escuché decir que era buenísima, la mejor bebida de Viena, y sintiéndolo por los cerveceros austríacos creo que no va desencaminada la afirmación. Es que además salía fresquita y todo ¡que agua más buena, pordios! he bebido litros. Alguna cervecita también ha caído, la verdad, pero el agua del grifo ha sido mi bebida principal en este viaje.



Y hablando de bebidas, aquí al café con leche le llaman melange, algo así como “mezcla”. Y por supuesto, cada bar luce un cartel con unas 300 maneras de preparar el café.


El jabón del hotel huele a albaricoque. Será que estoy algo predispuesta a dejarme impresionar por todo lo vienés pero qué gusto, de verdad, lavarse el pelo con algo que huele a albaricoque. Del chocolate ni hablamos ¿verdad? bueno sí, hablemos del chocolate. Tiendas de la marca Lindt con el mismo sistema de esas tiendas de golosinas a granel en las que coges la cantidad que quieres de lo que quieres, lo vas metiendo en una bolsa y luego te lo cobran a peso… ¡esto es el paraíso! para el bolsillo no, pero para la gula sí: bombones, tabletas, cestas de regalo, muchos tipos y sabores de chocolate todos juntitos en pequeñas tiendas austríacas. Me quiero quedar allí a vivir. En la tienda, digo. Ya de vuelta y cotorreando en internet me entero de que también hay algunas de esas franquicias en España, así que me mantendré alejada. Que una cosa es un extra de viaje y otra cogerle el gustillo.



Unos días antes, en la preparación del viaje, miro entradas para conciertos pero no compro ninguna porque los precios me parecen carísimos. Recuerdo cuando hace años yendo a Londres vi entradas para musicales por internet a precios prohibitivos y luego estando allí las compramos en la taquilla por tres veces menos, así que pensé hacer lo mismo en Viena. En mi primera tarde me desplazo a la Iglesia de San Carlos con la intención de escuchar las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Una vez allí veo una cola enorme para entrar y el guapísimo vigilante me dice que cree que no hay entradas ya, pero que pregunte. Pregunto y en efecto, mi gozo en un pozo, no quedan entradas. Eso sí, no pierdo la ocasión de al salir guiñarle el ojo al guapísimo vigilante y decirle “Sold out” con carita de resignación, a lo que el responde con un gesto apenado y una hermosa sonrisa. Ay. Estoy ya cincuentona, madurita y todo lo que se quiera, pero un hombre guapo de uniforme me sigue llenando de felicidad, qué queréis que os diga.


Al día siguiente, paseando alrededor de la Catedral se me acerca un señor vestido de chambelán y me ofrece entradas para conciertos. Me parece una buena idea, el tipo es de lo más simpático y las entradas tienen descuento, así que valorando distintas posibilidades me decido por un concierto de una pequeña orquesta con la participación de una soprano y un programa de lo más bonito. Ligero, popular, valsecitos, polkas… el teatro donde se celebra es una maravilla, no es muy grande pero la decoración es tan Viena del siglo XIX que me siento como pez en el agua y disfruto muchísimo del concierto. Por cierto, hubo mucho feeling con el chambelán, conversación, piropos, intercambio de teléfonos… pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión ;-)



“Si tuviera 50 minutos libres, los emplearía caminando lentamente por las calles de Viena”

El Principito


Me he tomado una licencia poética, lo reconozco, el Principito caminaría hacia una fuente, pero a mí se me viene a la cabeza esta frase porque lo que más he hecho en estos días ha sido caminar lentamente sin ir a ningún sitio, con los cinco sentidos a pleno rendimiento y disfrutando de todo lo que ofrece esta maravillosa ciudad. Hay un momento en el que paso por una especie de palacio, yo pensando que sería el Parlamento lo menos pero no, otro chico guapo en la puerta (¡pero qué pasa en esta ciudad!) me dice cuando le pregunto que es un hotel, el Hotel Park Hyatt para más señas. Lo digo por si algún millonario me lee y tiene interés, yo viéndolo por fuera no he mirado ni el precio.




En Viena te encuentras cada dos por tres iglesias igual de majestuosas que la ciudad. He entrado en todas las que he podido y en todas he disfrutado de las obras de arte que se hallan en su interior y también de un sentimiento de paz difícil de encontrar en otros lugares. Recuerdo cuando Oriana Fallaci se declaraba “atea cristiana”, alegando que pese a no ser creyente, entrar en una iglesia le hacía sentir paz, y a mí me pasa lo mismo. No pierdo oportunidad de entrar en una iglesia y permanecer unos minutos sentada allí con los ojos cerrados y sintiendo. En casi todas ellas hay Libro de Salmos con letra y partituras a disposición de los feligreses, todos en buenas condiciones y situados ordenadamente encima de cada banco. Es una de las cosas que más me gusta de países como Alemania y Austria, lo mucho que se cuida lo que es de todos y debe cuidarse. En España… en fin, mejor no pensar donde acabarían esos libros si se los deja sin amarrar en una iglesia abierta.




Dos museos de los que he visitado estos días me han impresionado en particular. El primero la Casa de la Música, qué decir… una exposición interactiva, en la que puedes desde crear tus propios sonidos hasta dirigir una orquesta, además de indagar en las vidas de los más famosos compositores. Muy recomendable, disfruté como una una enana.


Otro sitio donde me metí así sin saber mucho y salí encantada fue la exposición Historia de Viena interactiva. Impresionante todo lo que puede hacer la tecnología para que disfrutemos de una exposición. Me quedo con uno de los momentos: estábamos sentados, con unas gafas que casi parecían un casco y que te llevaban en 3D a un salón de baile vienés, donde sonaba un vals y cientos de parejas bailaban. Sí, te metías allí dentro y ya podías girar la vista 360 grados que seguías viendo parejas bailar a tu alrededor en el salón inmenso. Qué sensación, qué baile.




Músico en cuerpo y alma, un homenaje al maestro

Ayer asistí al acto que se celebró en la SGAE para homenajear por su 80 cumpleaños a Don Salvador Chuliá, quien fuera mi maestro de composición. Salvador es alguien tan querido para mí que no me resisto a escribir unas palabras para sumarlas a su homenaje. Para empezar la palabra Maestro, que en mayúscula y todo se le queda corta. El cariño que ha profesado siempre a sus alumnos y el interés personal que se toma con cada uno de ellos, son la causa de que muchos alumnos y ex alumnos quisiéramos estar a su lado en este día. Yo he aprendido mucha música en sus clases, pero también he aprendido valores, he aprendido que se puede ser humilde siendo un genio, he aprendido que en el mundo hay personas buenas y generosas, he aprendido tanto… 


En 2005 estrené mi primera obra musical siendo su alumna, y lo recuerdo como uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Aunque años después tuviera que dejar de estudiar composición, el haber vivido esa experiencia, haber sido capaz de componer una obra y estrenarla fue para mí una gran satisfacción y es algo que nunca habría pasado de no haber sido por Salvador Chuliá.


En el acto de ayer, los magníficos Ernesto Chuliá, Miguel Ángel Gorrea y Josu de Solaun interpretaron música del Maestro, para deleite de todos los asistentes. Me gustó en especial la interpretación de Josu, al piano, de la obra que Salvador escribió hace tiempo para él. Josu de Solaun es un pianista de renombre internacional que en sus inicios fue alumno de Chuliá, y verle allí en un salón pequeño interpretando de manera magistral la obra que le había compuesto su maestro fue un momento muy emotivo. No fue el único, las palabras de sus hijos Ernesto y Vicente y del propio Salvador recordando a su hijo Salva y a su mujer Mª Carmen con la voz de San Agustín: “la muerte no es más que vivir en la habitación de al lado”, nos emocionaron a todos. 


Pero personalmente me quedo con el que para mí fue el mejor momento de la tarde: ver a la pequeña Victoria, con una simpatía y un desparpajo envidiables, coger el micrófono para decir unas palabras y felicitar a su abuelo. Se llevó un merecido gran aplauso, y siendo la heredera de los Chuliá intuyo que no será más que el primero de los muchos aplausos que recibirá en su vida. Al tiempo.


Antes de despedirme le dije a Salvador: “qué grande es usted, y cuántos homenajes se merece”. Más vueltas le doy más acertadas me parecen estas palabras. Ochenta años siendo una gran persona y un músico en cuerpo y alma, lo demuestran. Gracias Maestro.