martes, 27 de marzo de 2012

El imán de Terrassa, mi nuevo ídolo

Yo, que desde que nací y hasta mis cuarenta y dos años siempre he sido reacia al matrimonio y nunca me casé con quienes fueron mis parejas acabo de cambiar radicalmente de opinión y he decidido que voy a casarme. Sí, después de mucho meditar, he encontrado al hombre ideal para mí y lo tengo claro, voy a casarme con el imán de Terrassa. Además de su apostura, su barba y su gorrito tan sexy, me han convencido las últimas declaraciones que ha hecho sobre lo que debe ser la relación entre hombre y mujer, sus “buenas palabras” según la comunidad musulmana, que no os vayais a pensar que está solo el hombre y que es el único que piensa así. Espero que no tenga lleno el cupo de cuatro esposas que permite el islam y haya sitio para mí, y si no que repudie a alguna de las cuatro que seguro que alguna es más fea y vieja que yo, y el islam se lo permite al hombre con mucha facilidad, sólo tiene que decir “te repudio, ahí tienes la puerta” y la pobre desgraciada se va a la puta calle sin pensión, sin bienes y sin un sitio donde caerse muerta, porque esas tonterías de los derechos de la mujer son contrarias a las enseñanzas de alá, que es bueno y misericordioso.

Bueno pues a lo que íbamos, lo primero que haré después de casarme es rebelarme para crear algún pequeño conflicto en el hogar con el objeto de que mi querido esposo tome la primera medida antes de pegarme que será dejarme sola en el lecho y privarme de las relaciones sexuales (con él) lo cual será sin duda un gran alivio para mí. Me buscaré tantos amantes como esposas tenga él, o igual alguno más ya veremos, preferentemente fuera de la comunidad musulmana y ese asunto quedará resuelto.

Bien, si a partir de ahí yo le obedeciera se supone que mi maridito no se metería más conmigo porque alá es grande; como por supuesto no le obedeceré, alá es pequeño y mi marido me pegará, pero no con golpes que me rompan los huesos y me hagan sangrar sino con golpes discretos, que hagan daño y no dejen marcas tal y como ordena el islam, que queden dentro del ámbito conyugal ya que nadie tiene por qué enterarse de nuestros problemillas. Según estas normas me parece muy adecuada una buena patada en los huevos que le atraviese la chilaba y se los ponga de corbata, y eso es lo que pienso darle a mi querido esposo si se atreve a ponerme un dedo encima, me deje marca o no. ¿Lo prohíbe el islam? la verdad, ni puta idea, pero francamente me da lo mismo. Maridito pega, maridito recibe patada en los huevos hasta que por condicionamiento operante (técnica psicológica que consiste en..... es largo de explicar) maridito deja de pegar y otro asuntillo resuelto.

Por otra parte, a mi cielo de hombre no le parece bien que la mujer trabaje y eso me gusta ¡yo no pienso trabajar! que me mantenga él porque yo me voy a dar la vidorra padre sin pegar un palo al agua ni dentro ni fuera de casa, y así satisfago sus deseos y se ahorra la patadita en los huevos, que fui karateka de joven pero hace años que no practico y me acabará doliendo la pierna. Como él tampoco piensa freír un huevo, pues un par de empleados del hogar para que yo pueda hacer por las mañanas mi ruta diaria gimnasio-spa-manicura-masaje-compras y por las tardes, ya que lo de pegar a las mujeres se supone que es para educarnos, tengo una idea mucho mejor: continuaré mis estudios en la universidad, con más tiempo libre, sin apuros económicos ni la presión de tener que trabajar a la vez. Con lo fácil que es, no entiendo como Mahoma aconsejaba dejar la educación de las mujeres en manos de sus maridos analfabetos en vez de aconsejar que estudiaran.

Y el resto de mi rebelión y desobediencia a mi marido musulmán consistirá en tomarme toda la libertad que quiera para entrar, salir y llegar cuando me dé la gana; tener amigos aunque no los traeré a casa, mi marido puede ponerse antipático y eso quizá sea desagradable para mis amigos (además recordemos que la patada en los huevos debe darse en privado y nadie fuera del entorno familiar debe saber que existe); beber alcohol, especialmente cerveza y vino, algo que prohibe el islam pero que casi todos los musulmanes hacen a escondidas pasándose al islam por el arco de triunfo, y por último tener una mascota. Pero no, no voy a tener un perro. La verdad es que los perros no me gustan y los gatos tampoco, yo me compraré un cerdito que ahora están de moda como mascota entre los pijos. George Clooney tenía uno y son muy monos así como cachorritos para pasearlos. Además comen de todo y no dan casi faena, seguro que a mi chico le gusta el cambio y me pega un poquito menos. Y si no, pues qué remedio, a ejercitar las patadas de kárate que aprendí de joven, al fin y al cabo sólo es para corregirle y educarle, que los hombres musulmanes también tienen derecho a la educación, no vamos a ser sólo nosotras.

¡Oh diosmío, qué espanto! Según mi adorado y venerado esposo, no debo denunciarle si me pega porque el día del juicio final no habrá nadie que me pueda defender, ni la policía, ni las leyes, ni los derechos de la mujer, y sólo se tendrá en cuenta mi buena obra y la obediencia a mi marido. Me gustaría preguntarle qué se les tendrá en cuenta a los maridos, pero creo que voy a pasar. Si total, ya me había hecho a la idea de ir al infierno como ex-católica descreída, me da igual ir como esposa musulmana desobediente. Y además le habré cascado alguna que otra patada en los cojones al hijodecerda éste, que ganitas no me faltan, no.

sábado, 24 de marzo de 2012

Hipatia de Alejandría

Como ya comenté en la anterior entrada, en el año 2002 si no recuerdo mal, en la biblioteca donde trabajo se organizó una exposición sobre mujeres científicas y como parte de ella escribí un artículo sobre Hipatia. La idea era hacer copias y dejarlo en plan folleto, para que quien quisiera se llevara uno, y la verdad tuvo muchísimo éxito, todos los días había que reponer copias porque se acababan enseguida. Este es el artículo completo, espero que os guste.

Hipatia de Alejandría

Teón de Alejandría siempre quiso crear un ser humano perfecto. Tenía en mente que educaría a su hijo en la justicia, la bondad y los buenos valores, a la vez que en la sabiduría, la ciencia y la filosofía, y todo eso sin descuidar su educación física. Su hijo debería crecer cultivando tanto su mente y su espíritu como su cuerpo, y en ambos aspectos tratar de llegar a la perfección. Pero cuando su hijo nació, en el año 370, Teón se enfrentó a un gran problema. El niño había nacido con un defecto gravísimo en aquella época, y totalmente irreparable: su hijo era una niña, una mujer. Aún así Teón, que en un concurso de padres ganaría el Premio de Honor, no se dio por vencido, y en vez de considerar a su hija imperfecta por razón de su sexo, consideró más bien imperfecta a la sociedad de la época, que condenaba a todas las mujeres a las tareas del hogar y a la maternidad no elegida libremente, sin ninguna otra posibilidad. Teón rompió las reglas y creó un ser humano de una belleza e inteligencia admirables: su hija Hipatia.

La niña creció entre sabios, entre todos aquellos que frecuentaban el Museo de Alejandría, aquellos que venían de Grecia, de Creta, de Pérgamo, a recibir y dar clases en la institución que Teón presidía. Sus juguetes fueron papiros para escribir, y sus primeras conversaciones, preguntas a su padre sobre ciencia, astronomía, matemáticas, filosofía, etc. Además Hipatia practicaba ejercicios físicos que mantenían su cuerpo fuerte y atlético, ante el escándalo de su propia madre, por no hablar del resto de la sociedad, pero ni el padre ni la hija cejaron en su empeño, y el cuerpo de la niña creció y se desarrolló a la vez que su mente.

Con el tiempo, Hipatia se hizo adolescente y después mujer. Pasó de preguntar a responder, de recibir clases a darlas, de empaparse de sabiduría a escribir sus propias obras científicas, como “Comentario a la aritmética de Diofanto”, “Canon astronómico”, “Comentario a las cónicas de Apolonio”, y otras, aunque desgraciadamente pocas de ellas se han conservado. Gran parte de sus trabajos fueron comentarios y traducciones de clásicos griegos, como los ya citados además de los “Elementos de Euclides”, obra clave en la historia de la matemática y el pensamiento, que ha llegado a nosotros gracias a la dedicación y el trabajo de Hipatia. Junto a su padre estudió el sistema astronómico y matemático de Tolomeo, uno de los más importantes e innovadores de la antigüedad, y el propio Teón tituló así su obra: “Comentario de Teone de Alejandría al Tercer libro del Sistema Matemático de Ptolomeo. Edición controlada por la filósofa Hipatia, mi hija”. La escuela filosófica que seguía y enseñaba Hipatia era el neoplatonismo, continuación de las doctrinas de Platón y Plotino, entre otros; y ella fue de los pocos científicos que ya entonces defendía un sistema astronómico heliocéntrico, en el que la Tierra gira alrededor del Sol, frente al sistema geocéntrico imperante en la época. Además, las investigaciones y los trabajos en la Biblioteca y el Museo, la llevaron a inventar varios aparatos relacionados con la física y la astronomía, como el areómetro, la esfera plana o planisferio y el astrolabio.

Hipatia viajó a Italia y Grecia, con la intención de ampliar sus conocimientos, y allá donde estuvo fue admirada por su belleza e inteligencia. Representaba perfectamente el ideal griego de mujer bella, serena, sabia y ecuánime.  También ella rompió las reglas de la sociedad en que vivía: nunca se casó ni tuvo hijos, ni se le conocieron amantes pese a que no le faltaron pretendientes, siendo como era un ser tan bello y excepcional. Pero aún así, en la sociedad alejandrina de la época fue muy querida y respetada, y uno de sus mejores alumnos y amigos, Orestes, llegó a ser el prefecto romano en la ciudad de Alejandría, por lo que se sabe que Hipatia fue una persona muy influyente también en la política de la época. Y eso fue quizá lo que le costó la vida.

En el tiempo en que vivió Hipatia, en el siglo IV, el cristianismo había pasado de ser una religión prohibida y perseguida, a imponerse con fuerza; y como tantas y tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, haciendo uso de la misma violencia, intolerancia y atrocidades con las que había sido reprimida en sus inicios. En el año 390, cuando Hipatia contaba 20 años, los bisnietos y tataranietos de aquellos cristianos a quienes se comían los leones en los circos, incendiaron, con furia a su vez de leones hambrientos el Serapeo, un pequeño templo perteneciente al conjunto de la Biblioteca y el Museo de Alejandría, por considerar, con gran acierto, eso sí, que era un símbolo del paganismo. Las pérdidas materiales e intelectuales de ese incendio, aunque importantes,  no fueron graves en exceso si las comparamos con las que había sufrido y le quedaban todavía por sufrir a la Biblioteca, pero ese incendio fue la primera advertencia, la primera semilla de odio hacia el paganismo que fructificó, y mucho, en los años posteriores. Veinticinco años después del incendio del Serapeo, en el 415, Hipatia, que seguía impartiendo clases en el Museo, era uno de los mayores símbolos vivos del paganismo. Era mujer, era bella, era inteligente, era influyente y distaba mucho del ideal de mujer cristiana. Además escribió un manifiesto en el que se opuso públicamente al modelo de santidad femenina propuesto y defendido por el obispo Cirilo, que según él debía “incluir la castidad, el silencio público y el aislamiento de la vida social”. Y lo más importante: pese al auge y la presión del cristianismo, Hipatia siempre se negó a convertirse a cualquier religión que no observara como principal dogma de fe los principios y verdades de la ciencia. Su enfrentamiento con Cirilo la había convertido en carne de cañón y lo sabía, temía por su vida, pero no se resignó a esconderse; siguió saliendo a la calle, siguió dando clases, siguió hablando donde, cuando, como y con quien tuviera que hablar, y eso fue demasiado para los nervios y la prepotencia de Cirilo, que con la sangre fría de los débiles y cobardes, ordenó su muerte. Hipatia fue asaltada por una horda de cristianos furiosos un día que viajaba en su carro. La sacaron del carro a la fuerza, la tiraron al suelo, le arrancaron la ropa, la golpearon brutalmente, la insultaron, la zarandearon y la llevaron a rastras y sin dejar de golpearla hasta un antiguo templo que había sido convertido en iglesia cristiana. Allí, usando conchas afiladas como armas, comenzaron a hacerle profundos cortes, a desgarrar pedazos de su carne, de su hermoso cuerpo que pronto quedó desmembrado y convertido en un amasijo sanguinolento. Debió morir mucho antes de que aquella horrenda tortura terminara, debieron de ensañarse con ella, o con lo que quedaba de ella, aún después de tener la total certeza de haberla matado, pero no contentos con eso, quemaron sus restos en un altar, como una última ofrenda a ese dios en el que tan fielmente creían, y del que parecieron haber olvidado que cuando bajó a la tierra predicó la paz, el amor y la justicia, y puso la otra mejilla al ser golpeado una vez por un soldado romano. La siguiente víctima fue la propia Biblioteca de Alejandría, que instantes después del asesinato de Hipatia estaba siendo asaltada por los mismos fanáticos en plena orgía de sangre y destrucción. Las mismas antorchas que habían servido para prender fuego en el cuerpo desgarrado de Hipatia, sirvieron inmediatamente después para prender fuego en los libros que ella tanto amó, por los que tanto luchó, y gracias a los que tantas personas habían salido de la ignorancia a la que querían hacerles volver los cristianos exaltados y el obispo Cirilo. Fue uno de tantos incendios que ha sufrido la pobre Biblioteca a lo largo de su historia, víctima inocente, al igual que Hipatia, de los que piensan que al quemar los libros se queman también las ideas que contienen. Afortunadamente, los que piensan así piensan tan poco que siempre se equivocan; la Biblioteca de Alejandría ha sido reconstruida recientemente por enésima vez, los libros vuelven y volverán a escribirse, y siempre habrá alguien que se encargue de que personas como Hipatia jamás sean olvidadas por la historia.

El obispo Cirilo fue canonizado años después por la iglesia católica, así que hoy en día se le conoce como san Cirilo. Hipatia debería ser canonizada en las mentes y los corazones de quienes, al igual que ella hizo, rechazan el fanatismo y adoran el respeto, la verdad, la ciencia, la justicia, la vida y la humanidad como se debe adorar a un dios, por encima de todas las cosas.
FIN

viernes, 23 de marzo de 2012

Hipatia y Ágora

Ganas tenía ya de hablar de este tema. Porque Hipatia es uno de mis personajes históricos favoritos y ya lo era antes de que Amenábar hiciera botellón en el instituto, así que un respeto con ella. Tardé mucho tiempo en ver “Ágora” desde que la estrenaron y me llevé un disgusto cuando, un año antes o así, supe que Amenábar preparaba una película cuyo tema principal era Hipatia. 

 
Me llevé un disgusto en parte por mi culpa, porque Hipatia también era el tema de mi primera novela que llevaba años planeando escribir y que ahora ya nunca escribiré porque el niño prodigio del cine español me chafó la sorpresa. Y he de decir, que ahora que todo el mundo conoce a Hipatia como si fuera su prima, hace unos doce años cuando yo decidí escribir esa novela y empecé a documentarme, pregunté a mucha gente si habían oído hablar de ella y nadie, salvo una amiga matemática, había escuchado su nombre jamás. No me tomeis por pedante pero mi familia y mis amigos son gente bastante culta, que han estudiado, que leen, cuyas conversaciones giran en torno a la historia, la ciencia, la literatura, la política. Me extrañó que solamente una persona hubiera oído hablar de Hipatia y continué mi largo y difícil proceso de documentación, porque en realidad no es mucho lo que se sabe de la vida de esta gran mujer, y en esas estaba y en esas lo dejé cuando me enteré de los planes de Amenábar. Qué quereis que os diga me entró un cansancio y un “¿para qué?”, renuncié y prometí no ver nunca la película porque sabía que me decepcionaría.  
 
 
Muchos años después vi el DVD por la biblio, lo cogí y esa noche estaba de humor y vi la peli. Y acerté, me decepcionó, pero siendo justos mucho menos de lo que esperaba. La verdad es que el director ha respetado bastante la historia y sobre todo el hecho de que Hipatia, siendo mujer, siendo soltera sin hijos y no siendo prostituta, fuera una persona tan respetada en el mundo de la cultura y la ciencia de la Alejandría del siglo IV, en una sociedad completamente dominada por hombres. Al fin y al cabo, eso es lo más importante que debía reflejar la película y lo hace perfectamente, en ese aspecto bravo por Amenábar.

Ahora bien, por rendirse total y absolutamente al cine comercial y puritano de los yankis debe ser criticado, y aquí estoy yo para eso, básicamente en tres aspectos:

1. LA ACTRIZ. No es que tenga nada en contra de Rachel Weisz, la he visto en otras pelis y es estupenda, pero Hipatia era una egipcia de ascendencia griega y en el momento de su muerte tenía cuarenta y cinco años. Yo es que dudo mucho que fuera alta, delgadísima, sin una cana ni una arruga y con los morritos siliconados. Vale, vale, lo sé, al menos no me la han teñido de rubio como hicieron con Alejandro Magno (los mato, de verdad, un día los mato) pero digo yo que podrían haber elegido a alguna hermosa y mediterránea actriz de mediana edad que no esté permanentemente a dieta ni se haya puesto evidentes siliconas ¿qué pasa, no hay ninguna?

2. ¿QUIÉN MATÓ A HIPATIA? Como bien se refleja en la película, a Hipatia la asaltó en la calle una horda de fanáticos pertenecientes a una secta cristiana, la llevaron al templo y la mataron. Lo que Amenábar se ha saltado es que ese suceso no fue nada espontáneo: hubo una orden concreta de asesinar a Hipatia y esa orden vino del obispo Cirilo, la máxima autoridad de la Iglesia Cristiana en Alejandría. Supongo que Amenábar no ha querido que se le echen encima los cristianos actuales, aunque tampoco veo por qué habrían de hacerlo, al fin y al cabo es evidente que ellos no tienen la culpa de algo que pasó hace mil quinientos años, pero en fin, por si acaso en la película parece que la culpa la tengan un grupo de gamberros; cristianos, sí, pero un grupo de gamberros exhaltados y no todo un obispo. 
 
La realidad fue bien distinta. En el hervidero que ya estaba siendo Alejandría, caldo de cultivo de enfrentamientos entre las distintas religiones, Hipatia y Cirilo llevaban tiempo enfrentándose públicamente aunque hasta ese momento sólo de manera verbal. No olvidemos que Hipatia era un personaje influyente en la sociedad, su amistad con Orestes, el prefecto romano y con Sinesio, el obispo de Cirene, ambos ex-alumnos suyos, la hacían ser respetada, y sus discursos calaban mucho en la población alejandrina, lo que como es de suponer no gustaba nada a Cirilo. Cirilo atacaba el paganismo y defendía la fe en el Dios cristiano como única verdad, Hipatia defendía la ciencia y la libertad religiosa; Cirilo era un hombre poderoso, Hipatia era una mujer que se atrevió a desafiarlo públicamente en una sociedad donde las mujeres no contaban nada. La venganza de Cirilo no se hizo esperar y fue él quien ordenó directamente a Pedro, el líder de la secta y el más fanático y violento de sus integrantes, que asaltara y ejecutara a Hipatia.

3. LA MUERTE. Éste es el aspecto que mejor puedo entender que Amenábar decidiera no mostrar en pantalla. Porque la muerte Hipatia fue absolutamente espeluznante, no la llevaron al templo precisamente de la mano ni hubo esclavo compasivo que le ahorrara sufrimientos. Hace unos años, en la biblioteca donde trabajo se organizó una exposición sobre mujeres científicas y las compañeras que se encargaban de ella, como sabían que yo andaba con lo de Hipatia, me pidieron que escribiera un artículo sobre su vida. Lo escribí, y debo decir que la escena de la muerte me costó horrores, pero hice de tripas corazón y la describí con todo detalle. Quiero pensar que a Hipatia le habría gustado que no se olvide lo que le hicieron por ser mujer, por ser sabia y por haber tenido lo que hay que tener para enfrentarse a un obispo prepotente. En el próximo posteo pongo el artículo entero.


Por cierto, parece ser que los cristianos, al menos algunos, sí se cabrearon bastante con Amenábar cuando se estrenó la película, y eso que trató al obispo Cirilo casi como el santo que sería en el futuro (fue canonizado después de su muerte) y no como la garrapata asquerosa que era. Hay gente para todo. Esos cristianos enfadados... ¿no serán parientes del lumbreras al que se ocurrió teñir de rubio a Alejandro Magno?

jueves, 8 de marzo de 2012

Las hermanas Bolena (Historia, literatura... y cine)

El otro día vi la película, y no me resisto a compararla con la magnífica novela de Philippa Gregory ("The other Boleyn girl") en la que está basada, ya me conoceis ;-). Así que ahí va.


Doce años tenía María Bolena cuando su padre y su tio decidieron meterla en la cama del rey Enrique VIII, con la sana intención de afianzar su posición en la corte, y después de que el monarca se hubiera prendado de la niña. Vista con los ojos de hoy, María Bolena no era tan guapa ni se parecía a Scarlett Johanson pero en su época debió ser un bellezón. Y dejaremos aparte el hecho de que hoy en día el padre, el tio y el rey estarían en la cárcel por pederastia y proxenetismo pero claro, con los ojos de hoy es como NO se debe de mirar hacia tiempos pasados y en el siglo XVI por lo visto esas cosas eran normales.
 
 
María Bolena
Enrique se encaprichó de María, y quizá incluso la amó a su prepotente manera, pero cuando a los catorce años ella debió guardar cama durante casi todo su segundo embarazo, los Bolena, temiendo que la lujuria del soberano se dispersara por otras familias nobles y también poseedoras de mozas en edad de merecer, le pusieron en bandeja a Ana, la hermana mayor de María, de quince años. Y Enrique como el tonto que era, cayó en la trampa y en sus brazos. Se acabó María, y eso que dio a luz al ansiado hijo varón que tanto deseaba Enrique. Parece mentira que existiera una sociedad en la que se obligaba a las mujeres a madurar de golpe casi desde la niñez, y sin embargo se permitiera a todo un rey seguir haciendo el adolescente hasta bien entrada la treintena.
 

Enrique VIII por aquel entonces ya había pasado de ser un flacucho y desgarbado pelirrojo a ser un obeso pelirrojo afectado de gota, y en muchas ocasiones de impotencia. Vamos, que para nada se parecía a Eric Bana, y debió de ser repugnante para las adolescentes María y Ana establecer con él contacto carnal, por decirlo finamente.
 

Enrique VIII
También debió de ser duro para su esposa, la reina Catalina quien, prometida desde su nacimiento a Arturo, Príncipe de Gales y hermano mayor de Enrique, se casó con él a los 16 años sin conocerle de nada, se enamoró de él y lo vio morir de unas fiebres todo en menos de un año, y sin saber a su muerte si Arturo la había dejado embarazada o no. Y la cosa tenía su importancia, porque de estar embarazada, o no, dependía su vida. No lo estaba. Menos mal que su coraje, su sangre española y su inteligencia la ayudaron a alargar la duda un tiempo mientras ponía en marcha el plan B: camelarse al idiota envidioso de Enrique para  que la tomara como esposa, y dársela con queso jurando y rejurando que su matrimonio con Arturo no fue nunca consumado. Y el idiota envidioso de Enrique, que siempre había sentido celos de Arturo y que codiciaba tanto la Corona como el amor de Catalina, cedió. La mare que va, ¿se puede ser más tonto? Pues sí, se puede, y Enrique lo demostró enseguida. Una vez sentado en el trono junto a Catalina fue un monarca pésimo, consiguió enemistarse con el resto de Europa, incluida y especialmente la poderosa Roma, y sumir a Inglaterra en un caos total. En cuanto a Catalina, que de habérselo permitido habría gobernado mil veces mejor que él, se dedicó a humillarla poniéndole los cuernos durante años y acusándola de no darle un hijo varón, mientras la pobre reina paría sin cesar niños muertos o moribundos. Todo para acabar repudiándola en una pantochada de juicio para poder casarse con Ana Bolena....
 


... y con esto volvemos a las hermanas Bolena. La rivalidad entre ellas existió y no fue baladí. María no soportaba que Enrique la hubiera cambiado por su hermana, y Ana, ambiciosa como ella sola, no soportaba que el rey hubiera sido antes amante de María. Y francamente, la primera batalla la ganó Ana pero la guerra la ganó María que fue la más lista, cogió a sus hijos, se casó con un caballero de la corte y se largó de allí pitando. Por celosa que estuviera de Ana, también debía estar hasta las narices del pesado del rey. 
 

Ana Bolena
Ana mientras, cegada por la ambición, decidió no parir hijos bastardos y exigió a Enrique para entregarse a él que repudiara a Catalina, se casara con ella y la convirtiera en Reina de Inglaterra. Y Enrique, el muy tonto, así lo hizo, provocando una crisis internacional. Pero lo peor es que la propia Ana no se dio cuenta de las consecuencias de sus actos: haciendo romper al rey el entonces vínculo sagrado del matrimonio estaba cavando su propia tumba. Porque Enrique a esas alturas era ya insoportable, sus enfermedades y sus ataques de celos hacían la vida muy difícil a quien estuviera a su lado. Acusaba a Ana de no quedarse encinta, como ya hizo con Catalina; cuando Ana tuvo a la princesa Isabel la acusó de que ésta fuera una niña y no el varón que él tanto deseaba; y ya para rizar el rizo, como Enrique estaba casi siempre impotente, cuando Ana concibió, gestó y abortó al quinto mes un feto monstruoso, la acusó de haber tenido relaciones con el diablo y la condenó a muerte. Toma ya. Sí, Ana fue juzgada por un tribunal pero el pueblo nunca la quiso, era vox populi que el rey se había cansado de ella y tonteaba con Jane Seymour, y a ver quien es el guapo que desde un tribunal tiene lo que hay que tener para llevarle la contraria a un cabreadísimo Enrique VIII. Nadie. Así que culpable por unanimidad y la pobre y torpe Ana, al cadalso. Por cierto, en la película Ana trata de convencer a su hermano Jorge para que sea él quien la deje embarazada ya que el rey no puede, pero parece ser que en la realidad su hermano andaba muy ocupado cortejando a un apuesto capitán de la guardia del rey. Un secreto a voces que su mujer, loca de celos, aprovechó para sacar a la luz cuando la reina Ana cayó en desgracia. Resultado: las cabezas de Jorge y del apuesto capitán rodaron por el cadalso, pertinentemente separadas de sus cuerpos, unas horas antes que la de Ana. Como para que luego nos quejemos de la monarquía actual.