domingo, 9 de febrero de 2014

La enfermedad maldita




La enfermedad maldita no da tregua. Es la epidemia de nuestro siglo, y sin embargo sigue siendo maldita e incomprendida, porque es una enfermedad que no tiene nada que ver con el resto de las enfermedades. Al enfermo no le duele nada, no tiene fiebre, no le suben las transaminasas, y sin embargo se está muriendo porque la enfermedad maldita es lo más parecido que hay a la muerte en vida. Y los demás no lo entienden. Le dicen al enfermo cosas como “anímate, tú lo que tienes que hacer es salir de casa” o “eres tú quien debe poner de tu parte y superarlo”, y no se dan cuenta de que el enfermo no se anima porque no puede, no sale de casa porque no puede, y no lo supera porque no puede, en eso consiste exactamente la enfermedad maldita. No se puede. Nadie le diría a un enfermo de cáncer “tú lo que tienes que hacer es acabar con esas células malignas y desbocadas”, nadie le diría a un enfermo de diabetes “tú lo que tienes que hacer es segregar insulina, ¡hombre!”. Y sin embargo, quienes padecen la enfermedad maldita, se pasan la vida oyendo cosas como éstas, y aunque pueda parecer inocente, eso hace que empeore su estado. Porque ellos tampoco entienden muy bien por qué no pueden hacer las cosas más normales, pero no les gusta que se lo recuerden, y menos como si fuera culpa suya. Se encierran en sí mismos más y más, y pueden llegar a rehuir todo contacto humano. 

Triste la enfermedad maldita, muy triste. Arrebata al enfermo su vida, sus relaciones, su alegría natural, sus ganas de vivir. A veces el enfermo cuando mejora y tiene fuerzas se ayuda de un tratamiento médico y psicológico, a veces la única cura es aguantar y esperar a que se pase. Nunca el enfermo se planta frente a sí mismo y se dice “voy a luchar, esto no va a poder conmigo”, ése es el primer síntoma de la enfermedad maldita, que han desaparecido las fuerzas y ganas de luchar. Aniquiladora, destructiva y mortal. A veces vienen las fuerzas y se lucha, igual que a veces baja la fiebre y se levanta uno de la cama cuando tiene la gripe, pero eso significa mejoría, no significa que se pueda voluntariamente luchar contra la enfermedad. No se puede, al igual que tantas  otras cosas, no se puede.


La enfermedad maldita mata en vida y mata en muerte, un altísimo porcentaje de suicidios se deben a ella. Y aunque no se cometa, el suicidio está siempre presente como el único acto que se puede hacer por voluntad propia, como la única luz que se ve al final del tunel. Pero es una luz que aterroriza, ni siquiera el alivio de la luz proporciona la enfermedad maldita. Ni siquiera el alivio de las personas, queridas e impotentes, que rodean al enfermo. Algunas terminarán apartándose, otras se quedarán pudiendo hacer poco más que estar ahí, pero todas resultan tocadas porque la enfermedad maldita no se conforma con devorar al enfermo, marca también a su familia, a sus amigos, a su pareja, a sus compañeros de trabajo... prácticamente no existe nadie que no haya sido rozado alguna vez por la enfermedad maldita. Devoradora de ilusiones, cruel sin piedad, asesina de lo que nos hace humanos. Maldita y mil veces maldita.