sábado, 17 de diciembre de 2022

Federico a todas horas

Quienes conocen de oídas a Federico Jiménez Losantos, conocen también su lengua viperina y su escaso recato a la hora de calificar a los pobres incautos que son víctimas de su mordacidad. De izquierdas, de derechas, de centro, de abajo y de arriba, nadie que se le ponga delante escapa a sus piropos. Llevo tiempo recopilando algunos de los más sonados, y ahí van:
 
 

 
-La niña del exorcista, parece la hija del Papa / Greta Zombi (Greta Thunberg)

-Prevaricáis con B (el gobierno socialista)

-La autobiógrafa de Pedro Sánchez (la que le ha escrito su autobiografía)

-un comunista argentino es lo peor: corrupción más prosopopeya

-digo que cristaliza en adoquín, ¡un respeto a los adoquines, que sirven para algo!

-el día en que Sánchez perjuró su cargo

-para eso están los representantes…menos el de Teruel Existe que está para estropear la vida de Teruel

-su estado intelectual que oscila entre el protozoo y la ameba (Irene Montero)

-también a nosotros nos duele la cabeza, menos a Paquirrín que no tiene cabeza

-esta basura que es la izquierda española…bueno, perdón por lo de española, esta basura que es la izquierda en España

-nos ha mirado un tuerto y es Jonqueras

-no sé si rezarían por la conversión del Papa o lo dan por perdido hasta que llegue otro

-me recuerdas a mí cuando era gilipollas (se dirige a Pablo Iglesias)

-fíjate ahora Garzón, lo último que ha leído es el prospecto de un aguacate (Alberto Garzón, actual Ministro de Consumo. Y ¿para qué sirve un Ministro de Consumo? se preguntarán ustedes. Alberto Garzón intenta averiguarlo a base de leer prospectos de aguacates)

-hay que empezar a llamarle “el ofensor del pueblo” (a Ángel Gabilondo, el defensor del pueblo)

-Sánchez, que es analfabeto en todos los idiomas

-éste lo oyes hablar y dices “uy, qué reposado” y luego ves que es que no hay actividad cerebral (Jorge Buxadé. Ahí te has pasado un poco, Federico)

-Garzón cada vez que habla no es que suba el pan, es que suben las magdalenas

-dos fragatas mandamos… es verdad que una se arruinó y en la otra cantaba Marta Sánchez “Soldados del amor” pero bueno, ahí lo mandamos (segunda guerra del Golfo)
 
-los putinejos (los miembros de Podemos, simpatizantes de Putin)

-tonto hasta las 3 y después todo el día  /  tonto hasta las 3 y después hasta las 3 del día siguiente

-la última vez que tuvo una idea le dolió tanto la cabeza que dejó de insistir…

-y quieren adoptar un burrito… si fuera un humano que rebuzna sería una segunda oportunidad para Teodoro (el juez Garzón y su nueva novia, fiscal general del Estado / Teodoro García Egea, alto cargo destituido del PP)

-armas ofensivas
    -“¿qué es lo más ofensivo que tenemos?”
    -“hombre lo más ofensivo es telecinco sobre todo la sexta”
    -“bueno pero no vamos a tirar a Ferreras, ahí a Moscú”
    -“jajaja, sería una solución”
    
    total que ahora ya sí, todas las armas que hagan falta

-siguen posando como cuando eran adolescentes contra el capitalismo pero no se van del gobierno porque no quieren renunciar al capital, al capital que cobran todos los meses, que están forraos, y que por supuesto no cobrarían jamás en una empresa privada porque son una pandilla de inútiles apenas alfabetizados. Algunos ni siquiera apenas (Ministros del PSOE y de Podemos, actual Gobierno de España)

-que seas Ministra es una ofensa para las piedras del ministerio

-Adriana Lastra vio la facultad, la facultad la vio a ella y se espantaron mutuamente

-hay cada tonto que es que el día menos pensado amanece piedra pómez

-prevarica como el Barça pierde, es decir, de una manera natural

-lo dijo un inútil. Separatista, luego inútil

-Yolanda Díaz tiene sus contactos telefónicos por orden analfabético

-Kirstina Kichner y su hijo Máximo, a quien llaman Mínimo por el cerebro

-Errejón es tan vago que me extraña que salga entero en las fotos

-Reyes Maroto, a cuyo lado Echenique es Aristóteles

-Me denunció, la petarda, en vez de hacer un bachillerato como Dios manda

-Llevaba tiempo sin aparecer por La República de los Tontos cuando tiene una acreditada hoja de servicios (La República de los Tontos es una sección del programa La Mañana de Federico, en su cadena es.radio, una sección muy recomendable y divertida con algunos invitados prácticamente fijos como Irene Montero, Rufián, Alberto Garzón, Adriana Lastra, Pablo Iglesias y por supuesto Pedro Sánchez)

-El Papa en una efigie de cartón, no sé cómo lo distinguen del de verdad, sinceramente

sábado, 10 de diciembre de 2022

Segundo intento (Diario de Guerra XXI)

COLABORACIÓN DE LIZA ZALITOK
(english below)

25 de agosto. Pensar en las explosiones de los depósitos de munición en Crimea o en las regiones fronterizas con Rusia, me devolvió la sensación, que ya había olvidado, de cuan ligera es la existencia. Al mismo tiempo, pensar en la gente que murió a causa del ataque ruso con misiles en la estación de tren de Chapline, o en la desconexión de la central nuclear de Zaporiyia de la red ucraniana, hacía caer mi mente en un pozo sin fondo de desesperación y maldad humana. Me gusta la idea de bases militares rusas destruidas como el chocolate que se derrite en la boca, y vuelvo a ella una y otra vez. Pero cuando veo imágenes de las secuelas del terrorismo ruso, lo anoto en una lista de eventos de guerra imaginarios y lo saco de mi mente consciente para no pensar mucho en ello. Varias horas antes del ataque con misiles en  Chapline, le había dicho a un amigo que nunca atacaban con misiles los trenes, así que no deberíamos tener ningún miedo si viajábamos en tren. Nunca más. ¿Llegará el momento en que Rusia haya intentado ya todas sus maldades, o su lista de maldades no tiene final? supongo que esta última opción es la correcta, porque nuestro mundo alberga un sinfín de variedades de todo y la maldad no iba a ser menos variada. Aún así, ya es difícil sorprender a los ucranianos con una nueva mala noticia.

La semana pasada me di cuenta de que sería mejor evitar leer poesía acerca de la guerra de Ucrania, porque eso también hace hundir mi mente en un pozo sin fondo de desesperación y maldad humana. Las metáforas devastadoras transmiten imágenes poderosas, lo que la gente está viviendo, pero para mí y algunos de mis amigos lo que hacen es redoblar la terrible realidad. Quizá la gente de otros países o las próximas generaciones puedan leerlas, pero no yo y no ahora.

La tarde del 23 de agosto di un paseo por la calle Khreshchatyk, donde hay un “desfile” de vehículos militares rusos destruidos. No quería perder la oportunidad de verlos si al día siguiente los misiles volaban sobre Kiev, o el desfile “terminaba” el 24 de agosto. No quería arriesgarme a ir ni siquiera ese mismo día. Había montones de vehículos y mientras caminaba a través de esas máquinas de violencia, no podía parar de repetirme que deberíamos matarlos a todos. A cada uno de los soldados rusos que diera un paso en territorio ucraniano. Al mismo tiempo, un hermoso sentimiento de sentirme a salvo en Kiev y protegida por nuestras Fuerzas Armadas, que habían destruido todos esos gigantes de la muerte, llenaba mi corazón de calmada alegría. Me siento segura en Kiev porque la perspectiva de ser asesinada por una gran pieza de hierro cayendo desde el cielo no me asusta tanto como la presencia del ejército ruso a unas docenas de kilómetros de mi pueblo en febrero y marzo. La gente en el “desfile” estaba tomando fotos. Una mujer con apariencia oriental posaba para una foto abrazando el cañón de un vehículo militar. De todas formas, era una excepción un poco friki. Los niños, hombres y mujeres, muchos de ellos vestidos con las camisas típicas ucranianas y llevando banderas (era el día de la bandera de Ucrania),  resplandecían alegres y demostraban cierta curiosidad tecnológica hablando de los tipos de vehículos. Una mujer, apuntando al cristal roto de uno de los vehículos, estaba explicando a su hijo de cinco años: “mira, la temperatura era tan alta que rompió piezas de cristal que antes estaba pegadas. Puedes tocarlas.” El niño se puso a tocar el cristal. Yo tampoco pude evitar tocar el fuselaje de un misil que estaba tirado en el suelo. Hierro contra personas. La verdad es que no asusta tanto cuando ya no tiene explosivo y está medio roto.

Si tienes trabajo que hacer, sobre todo si es mucho trabajo, eso te hace olvidarte de la guerra o al menos alejarla de tu consciencia. La combinación de tareas que hacer y tiempo limitado para leer las noticias hace que la ansiedad se desvanezca. Sin embargo sólo funciona si llegas a ponerte en modo “por defecto”, es decir, si los pensamientos y sentimientos oscuros no consiguen alejarte de la vida. Yo caí en el estado mental pacífico tan profundamente, que hace poco experimenté algo similar al 24 de febrero.

Hasta la tarde del 23 de agosto, yo no había tenido ni tiempo ni lugar en mi cabeza para pensar en la posibilidad de que Kiev fuera atacada con misiles al día siguiente. Como mi amiga sugirió de improviso que pasáramos el día juntas en la parte supuestamente a salvo de la ciudad, me di cuenta de nuevo de que no estaba preparada para la guerra. ¿Cómo era posible que me sucediera de nuevo, no estar preparada? aparentemente, me siento en un estado mental innato de paz, y no en un estado de hipotético peligro con alta probabilidad de hacerme salir corriendo de algún sitio. También tiene que ver con mi profunda resistencia a dejar que políticos y militares rusos estén condicionando mis decisiones, y aún menos si condicionan mis decisiones basándose en las suyas.

Después de terminar las cosas que tenía que hacer, hice la maleta poco antes del toque de queda y pedí un taxi. Mientras empaquetaba mis cosas, intenté imaginar que quizá no volvería a mi apartamento. En ese caso, ¿qué debería llevar conmigo? como me había mudado hacía poco al apartamento de mi amiga y me había esforzado en llevar lo menos posible, pude echar rápidamente un vistazo a todo. Hay un chiste que dice que no puedes tener preparada una bolsa de emergencias, porque lo que habría dentro lo necesitas todos los días. Y es cierto: el cepillo de dientes está en el baño; el cepillo del pelo, dinero, tarjeta de crédito y pasaporte están en tu bolso de ir al trabajo; el cargador del teléfono móvil está en un enchufe, etc. En realidad, quizá debería tener dos ejemplares de todas esas cosas. Sentía una especie de “estrés del éxodo” pero no debido al Día de la Independencia, sino más bien al inicio del toque de queda. Uno de los conductores de taxi rechazó mi carrera antes de llegar al destino, porque quería estar a tiempo en casa antes de que el toque de queda empezara. Reservé otro taxi, pero la app para reservarlos dejó de funcionar. Reservé en otra app y entonces aparecieron dos coches. Intenté hablar con los dos a la vez sobre todo para aclarar si los dos habían venido a recogerme a mí o a otra persona. El primer conductor estaba enfadado y estresado, y de repente decidió regresar a casa. Por suerte, yo había tenido la intuición de no dejar marchar al segundo y pedirle que esperara un momento cuando los dos llegaron uno detrás de otro. Como el primero me estaba gritando que era demasiado tarde y que se iba a casa, me las apañé para detener al segundo un momento antes de que quisiera irse también. No habría pasado nada si no hubiera conseguido llegar a casa de mi amiga esa noche, pero habíamos quedado en pasar juntas el Día de la Independencia y las noches anterior y posterior, y no quería faltar a nuestro acuerdo.

No pensé mucho acerca de lo que estaba haciendo. Estaba concentrada en que pasaría el día con mi amiga. Si ella no lo hubiera sugerido, yo simplemente me habría quedado en mi apartamento sin necesidad de preparar una bolsa de emergencia.  Conozco gente que preparó todo minuciosamente para el inicio de la guerra antes de febrero, que compró armas y chalecos de protección, comida y todo el equipamiento necesario por si se diera el caso de que no hubiera gas, agua o electricidad. A mí me gustaría hacer lo mismo, o mejor dicho me gustaría querer hacer lo mismo, porque esta semana me di cuenta de que no puedo obligarme a hacerlo. No quiero tener un arma. Quiero aprender a tocar el piano y no a filtrar el agua de los charcos, o a cocinar sin gas. Al mismo tiempo soy un poco nerviosa y todo eso no se me da bien. La gente percibe el peligro y hace planes de manera diferente. Yo también pensaba estudiar algo de medicina táctica, pero una vez una enfermera me pinchó con una aguja para sacarme sangre, y me di cuenta de que ni siquiera soy capaz de romper la capa de protección del cuerpo de otra persona. Tampoco quiero ver lo que hay dentro de un cuerpo humano, bajo la piel. Prefiero tratar únicamente con la parte espiritual de los seres humanos.

El verano en Kiev requiere un esfuerzo extra para recordar que la guerra sigue. Pero en el Día de la Independencia de ayer nos lo recordaban en todo momento las alarmas aéreas, la séptima de ellas me hizo saltar las lágrimas. Fue al final de la tarde. Durante el día apenas hubo una hora de tranquilidad. Una mujer que regresaba en metro desde su casa de vacaciones a su apartamento en Kiev, me dijo que había visto a varias personas echarse a llorar debido a las alarmas. No es sólo por el peligro, también por el estrés que supone llegar a casa, porque el transporte público, exceptuando el metro bajo tierra, tiene que estar parado mientras la alarma suena. Así que la estrategia rusa para provocar miedo y desesperación, funciona. Para reducir el efecto de esta “música” de guerra y no empezar a llorar, cogí de la estantería un libro francés que trata de la escultura de Rodin, y que me transportó al mundo de la filosofía del arte y la naturaleza, llevando con cada palabra mis pensamientos lejos de la guerra. Me preguntaba si deberíamos cambiar el sonido de la alarma por música clásica o el himno nacional ucraniano. Después de todo, el sonido de las alarmas está muy pasado de moda, es el mismo desde la Segunda Guerra Mundial ¿qué razón hay para mantenerlo? ¿acaso la gente se tomaría menos en serio el sonido del himno de Ucrania como alarma aérea? ¿o quizá es técnicamente imposible cambiar por música ese sonido estridente?

Después de dos noches durmiendo en un apartamento al otro lado de la ciudad, volví al mío. Actualmente, tengo alquilado el apartamento de mi amiga para “al menos tres meses, salvo causa de fuerza mayor”. Ésa fórmula es buena para ambas. La decisión de alquilar un apartamento en Kiev parecía haber disminuido en general mi ansiedad, porque sé que tengo una especie de hogar en Kiev. Al mismo tiempo, no me siento ligada a Kiev porque lo considere “mi hogar”, así que me mantengo libre y puedo moverme. En todo caso para la gente de Ucrania tres meses es un largo periodo de tiempo, a pesar de que parece que el tiempo está pasando muy rápido a causa de la rutina diaria. Por suerte, no se produjo ningún apocalipsis en el Día de la Independencia en Kiev. Yo había dejado algunas frutas y verduras sobre la mesa de la cocina. No sé cómo habrían acabado si hubiera tenido que dejar Kiev de repente y por un largo periodo de tiempo.




(texto original)

SECOND TRY WAR DIAR 21

August 25. The thought about explosions of ammo depots in Crimea or in border regions of Russia give me the already forgotten sense of lightness of being. It is like unconditional happiness: I just cannot help smiling. At the same time, the thought about people who died because of the Russian missile attack at the train station in Chaplyno or about disconnection of Zaporizhzhia nuclear station from Ukrainian grid seem to throw my mind into a bottomless swamp of despair and human evil. I enjoy the idea of destroyed Russian military bases like chocolate melting on my tongue and come back to it every now and then. But when I see images of the aftermath of Russian terrorism, I enter the respective fact into an imaginary list of war events and push it far away from the surface of my conscience without thinking much about it. Several hours before the missile attack in Chaplyno, I said to my friend that there were no missile attacks on trains, so we might travel by train without having fear. Not any more. Will there be a moment when Russia has already tried out all the evil things or is this list endless? I suppose that because our world is endlessly diverse, evil is probably not less diverse. Still, it is difficult to surprise Ukrainians with a piece of bad news.
Last week I also realized that I better avoid reading Ukrainian war poetry, because it also throws my mind in a bottomless swamp of despair and human evil. Shattering metaphors are conveying in powerful images, what people are going through, but to me and some of my friends they are also doubling the evil reality. Maybe people in foreign countries or next generations should read them, but not me or not now.
In the evening of August 23, I took a walk through Khreshchatyk street with a parade of destroyed Russian military vehicles, lest I miss the opportunity to see it, if missiles fly to Kyiv the next day or if the parade “ends” on August, 24. I wouldn’t risk to go there on the day itself. The vehicles looked massive and while I walked among these machines of violence, I couldn’t help repeating in my head that one should kill them all. Every single Russian soldier who steps on Ukrainian soil. At the same time, a gorgeous feeling of being safe in Kyiv and protected by our Armed forces who destroyed these giant death vehicles, filled my heart with quiet joy. I do feel safe in Kyiv, because the perspective of being killed by a big piece of iron flying from the sky doesn't seem to scare me that much as the presence of Russian military some dozens kilometres from my village in February and March. People at “the parade” were taking photos. A woman with a Chinese appearance posed for a photo hugging with tenderness (??) a long gun of a military vehicle. Anyway, it was just one weird exception. Children, men and women, many of them in vyshyvankas and with Ukrainian flag (It was the Day of Ukrainian flag), shone with joy and demonstrated technical curiosity discussing types of vehicles. A woman pointing to the broken glass of a destroyed vehicle was explaining to her 5 years-old-son: “Look, the temperature was so high that broken pieces of glass glued together. You can touch it.” The boy touched the glass. I also couldn’t help touching the fuselage of a missile lying on the ground. Iron against people. It is not that scary after all, when it is free from explosives and half-destroyed.
If you have to do some work or a lot of work to do (that works even better), it makes you forget about war or at least push it deeper into your conscience. Combination of tasks to do and limiting time of news reading makes anxiety fade away. However, it is true, only if you reach a kind of “default” condition, that is if dark thoughts or feelings do not turn you away from life. I dived into the peaceful state of mind so deeply, that I recently experienced something a little bit similar to February, 24.
Until the evening of August, 23, I didn’t have time and space in my head to think about possible missile attacks on Kyiv on August, 24. As my friend suddenly suggested to spend the big day together at a theoretically safer part of the city, I realised that I was again not prepared for the war. How was it at all possible that it happened again that I was not prepared? Apparently, my default state of mind and feelings is peace and no theoretical danger with however high probability can make me hustle around. It also has to do with my deep reluctance to let my life be guided by decisions of Russian military and politicians, and even less by their hypothetical decisions.
After finishing what I had to do for my work, I packed my bag shortly before the curfew and ordered a taxi. As I packed my things, I again tried to imagine that maybe I wouldn’t come back to my flat. So what should I take? As I moved to my friend’s flat just recently and have been putting effort into having as few belongings as possible, I could quickly look through all the things. There was a joke that you cannot have a prepared emergency bag, because you need all the things that are inside it every day. It is so true: tooth brush is in the bathroom, hair brush, money, credit card, passport are in a bag you take to work, smartphone charger is in a socket, etc. As a matter of fact, maybe I should have some of those things double. There was a kind of exodus stress, but it was not connected to Independence Day, but rather to the start of the curfew. One of taxi drivers rejected my trip before arriving in order to be in time at home before the start of the curfew. I booked another trip, but the taxi app stopped working. I booked a taxi on another app and then two cars came. I tried to talk to both of them simultaneously in order to first of all understand, if both of them arrived to pick me up and not somebody else. The first taxi driver was angry and stressed and suddenly decided to go home. Fortunately, I was clever enough not to let the second one go and asked him to wait a bit, when both of them arrived one behind the other. As the first one was shouting at me that it was too late and that he would go home, I managed to stop the second one a second before he wanted to go away as well. Nothing bad would have happened if I didn’t manage to reach my friend’s flat that night, but I didn’t want to break our agreement to spend the Day of Independence and nights before and after it together.
I wasn’t thinking much about what I was doing. My focus was just that I would spend the next day with a friend. If she didn’t suggest it, I would just have stayed in my flat without preparing any emergency bag. I know people who thoroughly prepared everything for the start of war actions before February, who bought guns and protection vests, food and all the equipment necessary in case there is no gas, water and electricity. I really would like to do the same, or rather I would like to want to do the same, because this week I realized that I cannot force myself to do so. I don’t want to have a gun. I want to learn to play the piano and not how to filter water from puddles or how to cook without gas. At the same time, I am a little nervous that I don’t have those practical skills. People are so different in their perception of danger and planning. I was also thinking about studying tactical medicine, but once I watched a nurse put a needle in order to take my blood and realized that I am not even able to break the protection layer of another person’s body. I also don’t want to see what is inside that body and what is under its skin. I prefer to deal only with the spiritual part of human beings.
Summer in Kyiv requires an effort to remember that the war is still going on. But yesterday’s Day of Independence strongly reminded about it with multiple air alarms. Although I usually have no emotions when hearing an air alarm, the seventh alarm put two tears in my eyes. It was in the late evening. During the day there was hardly a quiet hour. A woman who was going by metro from her holiday house to her flat in Kyiv in the evening, told me today that she saw several people breaking down into tears because of air alarms. It is not only about life danger, but also about being stressed how to get home, because the public transport, except for underground metro, has to stop during air alarm. So Russian fear and despair provoking strategy works. To limit the effect of this war “music” and not to start crying, I took a French book about Rodin’s sculpture from a bookshelf and was transported into the world of philosophical concepts about human nature and art, bringing my thoughts with each foreign word further away from war. I was wondering, if we should change the sound of air alarm to some classical music or Ukrainian national anthem? After all, the sound of air alarms is pretty outdated, it was the same during the Second World War. Why should we stick to it? Or is there a risk that people would take Ukrainian anthem as air alarm less seriously? Or is it technically impossible to change this howling sound to music?
After two nights of sleeping in a flat in another city part, I came back to my flat. Currently, I rent my friend's apartment for “at least three months, unless some force majeure enters”. This formula perfectly suits both of us. The decision to rent a flat in Kyiv appeared to have diminished my overall anxiety, because now I have a kind of home in Kyiv. At the same time, I don’t feel tied to Kyiv because of “my home”, so I stay free and mobile. In any case, for people in Ukraine, three months is a long period of life, although time seems to be passing very quickly because of daily routine.
Fortunately, no apocalypse started on the Independence Day in Kyiv. I left some vegetables and fruit on the kitchen table. I don’t now what would happen to them, should I be forced to quickly leave Kyiv for a long period of time.

martes, 6 de diciembre de 2022

¿De dónde eres? (Diario de guerra XX, parte 2)

COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)

 

Por fortuna, tuve la suerte de no encontrar a ningún bailarín que hubiera venido al campamento directamente desde Rusia, aunque hubiera rusos allí tal y como me comentó mi amigo. Al mismo tiempo, tampoco disfrutaba de la comunicación con personas de otros países. Hablábamos la misma lengua, normalmente el inglés, pero me sentía como si el significado de mis palabras se les escapara a mis compañeros de conversación. Después de una de las reuniones de baile, me puse a hablar con un bailarín extranjero mientras desayunábamos. Me preguntó cual sería el siguiente festival al que iría. Le dije que no podía hacer planes sobre eso, porque no sabía si seguirían permitiendo que las mujeres salieran de Ucrania. Eso fue poco después de que entrara en vigor a partir del 1 de octubre la nueva ley de reclutamiento de las mujeres. Mis amigos y yo lo habíamos estado hablando el día anterior mientras tomábamos un café y no podía sacar ese asunto de mi cabeza. Le dije también que no se podían hacer planes para más allá de una semana en Ucrania. Él me escuchó y me contestaba con frases como “entiendo”, pero por su expresión parecía que no entendía una sola palabra de lo que yo le estaba diciendo. Me sentí como un extraterrestre llegado de un planeta en guerra. Había llegado el final de mi etapa cosmopolita. Parecía que no iba a volver a hacer nunca más amigos fuera de Ucrania.


En un campamento de baile, tienes eventos de baile todas las noches y duermes durante el día. Es por eso que yo me encontraba con la mayoría de la gente durante los eventos. Otra noche, después de responder a la inocente pregunta “¿de dónde eres?” me encontré metida en una conversación de una hora acerca de la guerra en Ucrania. Sorprendentemente, mi interlocutor trabajaba en una empresa dedicada a producir equipamiento militar, muy admirada entre los soldados ucranianos. Me alegró oírlo, pero a la vez me di cuenta de que no parecía que estuviéramos hablando de la guerra. Eran las tres de la madrugada y yo quería disfrutar bailando antes de irme a dormir. A pesar de ello, me sentí agradecida por su compromiso y únicamente dejé de hablar con él porque otro bailarín me invitó a bailar.


En cada reunión, me recordaba a mí misma que no había este tipo de reuniones de baile en Ucrania, así que tenía que bailar todavía más. Pero de vez en cuando simplemente miraba a otros bailarines, no quería forzarme a invitar a alguien a bailar. Hice algunos buenos bailes, pero rara vez me sentía entusiasmada. Quizá he perdido la capacidad de sentir una gran alegría, o la realidad de la guerra me ha dejado sin parte de mi energía, o quizá estas reuniones de baile no son lo mío después de todo. Al mismo tiempo, durante estos días de campamento me las he apañado para dar a mi cabeza y a mi corazón un descanso de la guerra, si es que es posible. Ése no era mi objetivo, y cuando planeaba el viaje lo hice pensando en hacer cosas que pudieran crear conciencia acerca de lo que pasa en Ucrania. Pero tan pronto como crucé la frontera mi cerebro decidió ponerse en pausa y automáticamente silenciar todos los recuerdos de la guerra.


Aunque tanto los organizadores como los bailarines se las apañaron para evitar decir nada acerca de Rusia y Ucrania durante las sesiones de baile y los conciertos de toda la semana, lo que me pareció extraño y placentero al mismo tiempo, en la sesión de clausura se rompió ese patrón. Había programadas varias coreografías, y al anunciarlas un famoso bailarín americano dijo desde el escenario: “no importa si venís de Ucrania o de Rusia. Estamos aquí bailando y tenemos mucho trabajo que hacer para mejorar. No tenemos tiempo para esa mierda” (dijo algo menos grosero, pero no recuerdo exactamente qué palabra utilizó)

Mi amiga ucraniana se mostró sorprendida y a la vez herida:

“¿de verdad ha dicho eso?” -me preguntó

al contrario que ella yo estaba enfadada, pero tampoco le di mucha importancia: últimamente he estado muy escéptica acerca de la posibilidad de convencer a la gente para cambiar su forma de pensar. Me sonaba a “no pasa nada si hay una guerra en Ucrania, si miles de ucranianos mueren, si millones de ucranianos pierden todo lo que han construido con tanto esfuerzo y amor. El arte debe estar fuera de la política”. De todas formas tampoco tenía ganas de sentirme molesta o herida, sólo quería descansar un poco de todo el sufrimiento que hemos atravesado y por supuesto quería bailar y mejorar mi baile y “no tener tiempo para esa mierda”. Pero como mi amiga no habla mucho inglés, me pidió que hablara con los organizadores y les dijera por qué ese discurso no era apropiado.


La oficina del campamento ya estaba cerrada, y no estaba segura de que pudiera ir a la mañana siguiente porque ya teníamos que empaquetar nuestras cosas y salir. Pero cuando nos levantamos mi amiga seguía convencida de que debíamos hacerlo. Así que simplemente pasar el mal trago y dejarlo estar, no era una opción. Teníamos 40 minutos hasta que saliera el bus, así que cogimos nuestro equipaje y decidimos ir paseando a la oficina antes de dirigirnos a la estación del bus, que estaba cerca. Íbamos repasando lo que queríamos  decir para que no se nos olvidara nada importante, y yo personalmente para no perderme en conceptos como “entiendo por qué alguien dice cosas como ésa” (por ejemplo: el mundo de unicornios es muy bonito y el arte es maravilloso, para qué vamos a perder el tiempo hablando de política).


Una de las cosas que quería argumentar eran las publicaciones en redes sociales del bailarín de lindy hop Dmitry Vostrikov (que había ganado varias competiciones internacionales y había visitado varios festivales en Ucrania) en las que dejaba ver su alegría por que el ejército ruso finalmente estaba matando “nazis ucranianos”. El 24 de febrero escribió algo como “por fin ha llegado el gran día”. La comunidad de lindy hop ucraniana está pidiendo a los festivales internacionales que boicoteen su participación. Corre el rumor de que ha solicitado un visado a Alemania para mudarse allí. Dudo mucho que los oficiales de inmigración descubran cual es la posición política de Dmitry. Igual ya ha conseguido su visado, no lo sé. También escuché acerca de trucos para abandonar Rusia: vas a una protesta, te meten 15 días en el calabozo y ya tienes pruebas de que eres una víctima del régimen ruso. Quizá se trata sólo de una broma, pero quién sabe. Sigo preguntándome si todos los festivales de danza deberían prohibir la participación a bailarines como Vostrikov. En cualquier caso no es improbable, ya que el mundo del lindy hop no es tan grande.


Entramos en la oficina del campamento. Dejo mi mochila en el suelo y comienzo un bonito discurso frente a los dos organizadores, explicándoles que sí importa si vienes de Rusia o de Ucrania. La mujer se esconde tras la pantalla del ordenador (parece que es una de las voluntarias) y el hombre me mira a los ojos a la vez que dice que nos comprende. Veo en su expresión que es cierto. Después nos enteramos de que el profesor americano quiso animar a una joven bailarina a hacer un número en el último concierto, después de su discurso. Parece ser que ella no quería porque “es de Rusia”. Me acuerdo de esa chica, en uno de los encuentros hizo una pregunta y se presentó a sí misma con las siguientes palabras: “vengo de Rusia, y siento lo que está pasando”. De todas formas nadie conocía esa historia y el último mensaje que se oyó del bailarín americano fue “no importa si vienes de Rusia o de Ucrania”. Si hablamos de bailarines como esa chica, estoy de acuerdo en que no importa. Pero ¿cómo puede conocerse la posición política de un bailarín si no dice nada en público, ni publica nada al respecto en redes sociales? ¿Cómo saber si están a favor de la guerra bailarines como la brillante Ksenia Parkhatskaya, que no habla de la guerra, dice en redes sociales que el amor es la respuesta, y publica sus actuaciones y proyectos como si no estuviera pasando nada? No tengo la respuesta a estas preguntas, pero lo que sé con certeza es que no quiero volver a tomar clases con Ksenia, ni volver a bailar con Dmitry.


Yo misma no me esperaba mostrar esa confianza y claridad al hablar, y me hizo sentir más viva que todos los días que había durado el festival, cuando me las apañaba para mantener la cabeza fría. De todas maneras, cuando 20 minutos más tarde estábamos esperando al autobús seguía sin tener ganas de hablar de la guerra, mientras que mi amiga aún le daba vueltas a la situación. Yo sentía que estaba metiendo el dedo en la llaga todo el rato, venga decir:

-“¡Es horrible! ¡Mira! ¡Oh, duele! déjame meter el dedo en la llaga otra vez. No podemos hacer nada al respecto ¿verdad? ¿seguirá doliendo si sigo metiendo el dedo en la llaga?”

Finalmente cambiamos de tema y empezamos a hablar del escándalo que sucedió en medio del festival, por suerte nada relacionado con Rusia, pero sí con el problema del arte y la política.  Los organizadores habían invitado a una conocida banda de jazz para una de las reuniones de baile. Eran increíbles, pero de repente, después de su segundo tema el DJ comenzó a poner música encima de lo que ellos tocaban. Como eso no les impidió seguir tocando, alguien activó la alarma anti incendios. Los músicos de la banda de jazz salieron juntos del edificio a la vez que su perplejo público, y continuaron tocando fuera. La audiencia les rodeó y les jaleaba, pero algo raro flotaba en el ambiente. Después de un tema más, los organizadores irrumpieron pidiendo que cesaran los aplausos, porque dos de los participantes de la banda no habían sido invitados y se habían colado en el evento. Finalmente, la banda dejó de tocar. Después resultó que esos dos participantes fueron conocidos hace unos años por sus “comentarios racistas acerca de los refugiados sirios”.



Después de que llegara el autobús, dejamos de hablar y ya fuimos en silencio hasta Estocolmo. El hostal que habíamos reservado resultó ser un sitio horrible, en la planta baja de uno de los edificios del centro. Por suerte, sólo estuvimos una noche. Nos dimos cuenta de que fue una mala decisión reservar en un sitio así, pero cuando planeábamos el viaje no me pareció bien reservar algo más cómodo y caro. En aquel momento, prefería guardar ese dinero para donarlo al ejército. No había ventanas ni aire fresco en la habitación, y la cocina común estaba sucia. Alguna gente se alojaba en habitaciones de 20 camas. Encontramos a la mayoría de ellos en la cocina y parecían desesperados, pobres y enfermos. Todos eran extranjeros de diferentes países. Por suerte, no había ucranianos alojados en aquel hostal. En nuestra habitación había una chica joven de la India que había venido a una conferencia para estudiantes. Verla me animó. Cuando por fin abandonamos la habitación para ir a dar una vuelta, le dije a mi amiga:

-“imagínate, los refugiados viven en lugares así durante meses”
-¿qué refugiados? -preguntó mi amiga
-no sé, los refugiados sirios, por ejemplo
-Lina, nosotros somos refugiados”

me di cuenta de que me había desconectado del presente y estaba como en los viejos tiempos en Berlín, hablando con mi amiga de la dura vida de los refugiados sirios

-“ya, pero es distinto. Supongo que nuestra gente han estado varias noches en sitios así y luego han encontrado un sitio mejor, o alguien les ha ayudado a instalarse -intenté encontrar una excusa por ser tan insensible
-yo estuve viviendo en un hostal durante tres meses -hizo una pausa- pero claro, era un hostal cómodo y compartíamos la habitación con amigos”

me sentí aliviada. Ya que yo no había vivido como refugiada y fui a Luiv sólo cuando la mayoría de los refugiados ya habían abandonado Ucrania, debería prestar más atención a mis palabras y pensamientos. Por cierto, ahora mismo ya no tengo ningún problema en llamar refugiados a los ucranianos, aunque hace algunas semanas apenas pudiera hacerlo. Después, cuando nos fuimos a acostar en una habitación de hostal para seis personas, hice que la experiencia fuera aún peor para todos porque mi resfriado empeoró de repente, y no pude parar de toser en toda la noche.



El transporte público en Estocolmo es gratis para los ucranianos y sólo tenemos que enseñar nuestro pasaporte. Cada vez que entrábamos a un autobús o al metro, eso me hacía sentir incómoda. Quizá porque esa situación me ponía en posición de víctima. La gente solía asentir con una expresión de simpatía y comprensión. Hubiera pagado muy a gusto todo el dinero del mundo por esos billetes, pero me dije a mí misma que tenía que aceptar ese regalo para poder donar más dinero al ejército ucraniano o la gente que lo necesitara. Yo no era una víctima y no se trataba de mí, se trataba de Ucrania. Los suecos estaban ayudando a Ucrania.


Después de dos días en Estocolmo, me alegré de volver a Ucrania aunque no puedo decir que mi hogar esté en Kiev. Kiev siempre me ha parecido un lugar demasiado duro para vivir, pero ahora es el sitio donde tengo mi trabajo y mis clases de baile, y también un montón de posibilidades de progresar. Y más importante aún, en Kiev nadie me va a preguntar “¿de dónde eres?” y gracias al ejército ucraniano, tampoco hay muchas probabilidades de encontrarse con rusos.


(texto original)


#WarDiary #20 Where are you from? (part 2)

Fortunately, I was lucky enough not to encounter any dancers who came to the dance camp directly from Russia, although they were there, as I knew from my friend. At the same time, I didn’t enjoy communication with people from other countries either. We spoke one language, primarily English, but it felt like the meaning of words escaped my conversation partners. After one of dance parties, I talked with a foreign dancer while having breakfast. He asked me to which dance festival I would go next. I told him that I could not plan now, because I didn’t know, if women would still be allowed to leave Ukraine. It was shortly after the new law on conscription of women entering into force starting from October 1, was adopted. My friends and I had discussed it the day before while drinking coffee together and I couldn’t put it out of my head. I also told him that one could not plan more than one week ahead in Ukraine. He listened to me and reacted with phrases like “I see”, but his face seemed to express total failure or reluctance to understand what I was talking about. I felt like an alien from a war planet. Here it was, the end of my cosmopolitanism. Apparently, I will not make any friends abroad anymore.
In a dance camp you have social dance parties every night and sleep during the day. That is why I met most of the people during dance parties. At another dance party, after answering the innocent question “Where are you from?”, I ended up in an hour-long conversation about war in Ukraine. Surprisingly, the guy worked for an enterprise producing military equipment which is admired by Ukrainian soldiers. He was very enthusiastic about supporting Ukraine and told me that he encouraged everybody he met to donate for Ukrainian army. It was very nice to hear, but at the same time, I realized that I didn’t feel like talking about war. It was three o’clock in the morning and I wanted to have a nice dance, before going to sleep. Nevertheless, I felt grateful for his engagement and stopped talking to him only when another dancer invited me to dance.
At every party, I reminded myself that there were no social dance parties in Ukraine, so I had to dance more. But from time to time, I just watched others dancing and couldn’t force myself to invite anybody to dance. I did have some good dances, but enthusiasm was a rare visitor. Maybe I lost my capability to feel big joy or war reality had drained part of my energy or social dancing was not my thing after all. At the same time, during this dance camp, I managed to give my head and heart “rest from war”, if it is possible to forget it completely. “Vacation from war” was not my goal and when planning my trip to the festival, I reflected on possible actions which could raise awareness about what was happening in Ukraine. But as soon as I crossed the Ukrainian border, my brain decided to take a pause and automatically cut off all the reminders about war.
Although the festival organizers and performers managed to avoid saying anything about Russia and Ukraine during all the meetings and concerts throughout the week (which seemed to me strange and pleasant at the same time), the closing party broke that pattern. Several performances were planned and while announcing them, a famous American dancer said on the stage: “It doesn’t matter if you come from Ukraine or Russia. We all dance here and have a lot of work to do to improve ourselves. We don’t have time for shit [it was less rude, but I don’t remember the word he said].” My Ukrainian friend was surprised and hurt: “Did he really say that?” – she asked me. Contrary to her, I was irritated, but didn’t care much about it: recently I have been rather skeptical about the possibility to convince people to change their mind. It sounded like “it doesn’t matter that there was war in Ukraine, that thousands of Ukrainians died, millions of Ukrainians lost life they had built with lots of effort and love. Art is outside politics.” However, I had no wish to feel upset or hurt, I just wanted to have some rest from all the dirt and suffering we had to get through and indeed I wanted to dance and improve myself and “not to have time for shit”. But as my friend cannot speak English fluently, she asked me to tell the organizers why this short public speech was not Ok.
The camp office was already closed, and I was not sure if we would manage to do it the next morning, because it was the morning when we had to pack our bags and leave. But when we woke up, my friend was still convinced, that we should do that. So swallowing a bitter pill was not an option. We had 40 minutes till bus departure, so we took our backpacks and decided to talk to the organizers before going to the bus station which was close to the office. While walking, we went through all the arguments not to forget anything important and for me not to get lost in “I understand why one says something like this” (e.g. unicorn reality is hugely attractive and art is wonderful, why waste time on politics). One of my personal arguments were social media posts of Russian lindy hop dancer Dmitry Vostrikov (who won many international competitions and even visited some festivals in Ukraine) in which he expressed his joy that the Russian army was finally killing “Ukrainian Nazis”. On February 24, he wrote something like “Finally, the big day has come”. Ukrainian lindy hop community is asking international festivals to boycott his participation. Rumor has it, he had applied for a German visa to move to Germany. I have doubt that immigration officials would find out about Dmitry’s political position. Maybe, he already got his visa, I don’t know. I also heard about schemes how to leave Russia: you go for a protest, sit 15 days in jail and get a proof that you are a victim of Russian regime. Maybe it is just a joke, but it sounds applicable. I am also wondering if all the dance festivals would ban dancers like Vostrikov. In any case, there is more chance for it as the lindy hop dance world is not that big.
We entered the dance camp office. I put my backpack on the floor and I gave a kind of speech standing in front of two festival managers, why it did matter, if you come from Russia or Ukraine. A woman hid her eyes behind her computer (apparently, she was a volunteer) and the man looked me in the eye all the time and said that he understood us. His face expressed that he meant it. Later we knew that as teacher the American dancer wanted to encourage a young Russian dancer to perform during that last concert following his speech. Apparently, she didn’t want to perform, “because she was from Russia”. I remembered that girl: during one of camp meetings, she wanted to ask a question and presented herself with the following words: “I am from Russia, and I am sorry for that”. However, nobody knew the story behind the speech of the American dancer, and the last message of the dance camp which sounded from his mouth was that “it didn’t matter, if you come from Russia or Ukraine.” If it is about such dancers as this girl, I agree that it doesn’t matter. But how do you check the political position of a dancer if he doesn’t say anything in public or posts nothing about his or her position in social media? What is the role in supporting Russian war of dancers like brilliant dancer Ksenia Parkhatskaya who says nothing about war, writes on social media that love is the answer and posts her performances and dance projects as if nothing was happening? I don’t have simple answers for all those questions, but what I know for sure, is that I don’t want to take any lessons from Ksenia any more or dance with such dancers as Dmitry.
My confident and clear speech was unexpected to myself and made me feel more alive than all the previous days at the festival, when I was trying to have an empty head and quite succeeded in it. However, some 20 minutes later when we waited for the bus, I again didn’t have any wish to talk about war, while my friend continued to elaborate on the whole situation. It felt like touching a wound all the time and saying “It is so bad! Look! Oh, it hurts! Let me touch it again. We cannot do anything about it, do we? Will it hurt if I touch it again?”
Then we finally changed the topic and started to discuss the scandal which happened in the middle of the festival, fortunately not related to Russia, but related to the problem of art and politics. Camp organizers invited a famous jazz band to one of the dance parties. They were incredible, but suddenly, after the second song, the DJ put music on top of their song. As it didn’t stop the performance, somebody turned on the fire alarm. The jazz band went out of the building together with the perplexed audience but continued performing outside. The audience built a circle and continued to clap, but something weird was in the air. After one more song, the organizers stepped out into the circle and asked the audience not to encourage the performance of the band, because two participants of the band had not been invited and hijacked the event. Finally, the band left. Later, it turned out, that these two band participants were famous for their “racist commentaries regarding Syrian refugees” several years ago.
After the bus arrived, we stopped our discussions and went in silence to Stockholm. The hostel we booked turned out to be a horrible place in the basement of one of the buildings in the city center. Fortunately, we stayed there for just one night. We realized that it was a bad decision to book something like this, but when we were planning our trip, it didn’t feel right to book something comfortable and expensive. Back then, we preferred to donate the saved money for the army. There were no windows and air in the room, the common kitchen was dirty. Some people were staying in a 20-beds room. We met most of them in the kitchen and they looked desperate, poor and ill. They were all foreigners from different countries. Fortunately, there were no Ukrainians staying in this hostel. In our room there was one young girl from India, apparently visiting some student conference. Seeing her encouraged me.
When we finally left our room to go sightseeing, I told my friend: “Imagine, that refugees live in such places for months.” “What refugees?” – my friend asked. “I don’t know, Syrian refugees, for example.” “Lina, We are refugees.” I realized that I lost the connection to the present and was like in my old Berlin times discussing with my friends the hard life of Syrian refugees. “Right, but it was different. I suppose, our people stayed several nights at such places and then found better places, or somebody helped them with accommodation.” – I tried to find an excuse for my being insensible. “I lived in a hostel for three months.”- She made a pause. “But yes, it was a very comfortable hostel, and we were sharing it with friends.” I felt relieved. As I haven’t had refugee experience and was in Lviv only when most of refugees already left Ukraine, I should have been more attentive to what I am saying or thinking. By the way, now I have no problem in calling Ukrainians refugees, although some weeks ago I still couldn’t do it. Later when we went to bed in a full 6-bed hostel room, I made the hostel experience even worse for everybody, because my cold suddenly progressed, and I couldn’t help coughing loudly all the night.
Public transport in Stockholm is free for Ukrainians and we just had to show our passport. Every time we entered a bus or metro, I felt awkward while showing my passport. Maybe because this situation put me into victim position. People just nodded with an expression of sympathy or understanding. I felt that I would gladly pay all the money in the world for those tickets, but I said to myself that I had to take this gift now in order to be able to donate more for the Ukrainian army or people in need. I was not a victim, and it was not about me. It was about Ukraine. Swedish people were helping Ukraine.
After two days in Stockholm, I was happy to be back in Ukraine, although I cannot say that I have my home in Kyiv. Kyiv always seemed to me too harsh as a place to live, but now it is the place where I have my work and dancing classes, as well as a lot of growth possibilities. Most importantly, in Kyiv nobody would ask me “What country are you from?” and thanks to the Ukrainian army, there is very little chance to encounter Russians.