miércoles, 24 de agosto de 2016

Mi noche comunista (Por fin, Israel VIII)

VIII
Mi noche comunista
Tenía muchas ganas de visitar el kibutz que estaba programado en el viaje, porque aunque en Ayalon ya había tomado contacto con la forma de vida de los kibutz, quería indagar más sobre el tema y era la ocasión perfecta. El kibutz es otra de las magníficas ideas israelíes para solucionar problemas al instante, y el problema era de aúpa: acoger en un país diminuto a los miles de refugiados judíos que fueron expulsados o consiguieron huir de los países árabes, después de la guerra de la independencia israelí en 1948. Ahí es nada.

Sé que me meto mucho con los palestinos y quisiera aclarar que a nivel personal no tengo ningún problema con ninguno de ellos, pero es que como pueblo las diferencias con los judíos son tan notorias que es imposible no resaltarlas. Los refugiados palestinos tienen 56 países hermanos en religión a los que acudir, tienen la simpatía del mundo entero, tienen los millones y millones que les regala la ONU mediante una agencia de refugiados para ellos solitos, tienen privilegios que no tiene ningún otro refugiado del mundo, tienen ONGs que claman constantemente por ellos y por sus derechos, tienen el apoyo del petrodólar  y con todo eso, setenta años después siguen hacinados en campos repartidos por distintos países de cuya nacionalidad reniegan, siguen reproduciéndose con mucha afición pero sin hacer ninguna otra cosa más, siguen llorando al mundo su desgracia y siguen reclamando una tierra que nunca fue suya y que otros han hecho florecer. Los judíos pasaron de la ONU y del mundo, inventaron el kibutz y se acabó el problema. Vamos, es que no hay color…

Bailando en un kibutz

El kibutz es el comunismo puro y duro, la manera más eficaz de alojar y procurar manutención a un grupo grande de personas que llegan sin nada. La organización es perfecta, no hay propiedad privada de edificios ni de terreno, todo es de todos, el trabajo es común y los beneficios también. La escuela, la sinagoga, la biblioteca, el comedor, la lavandería, el centro de atención médica, los vehículos, todo son servicios comunes y gratuitos para todos los miembros. A cada nueva familia se le asigna una casa, que pueden pintar y decorar a su gusto pero no reformar; los jóvenes estudian allí hasta la secundaria y luego van a la universidad; es voluntario quedarse después a trabajar en el kibutz o hacer vida independiente, y siempre se puede volver a visitar a los familiares. De mi visita al kibutz me impresionó especialmente la lavandería, que es un reflejo exacto de cómo funciona la vida comunitaria. La entrada da a un pequeño pasillo cuya pared derecha es un casillero enorme, abierto a los dos lados, y en cada casilla debe depositarse un tipo de prenda tal y como está indicado: sábanas, ropa blanca, algodón, ropa deportiva, etc. Los empleados de la lavandería recogen cada mañana las prendas del casillero, las lavan y planchan según sus características y al final de la jornada las depositan en un segundo casillero, clasificadas no según el tipo de prenda sino por números. Cada familia tiene asignado un número que está bordado en todas y cada una de sus prendas, de manera que en cualquier momento pueden recoger su ropa, limpia y planchada, del casillero que les corresponde. Una idea tan sencilla ahorra muchísimo trabajo y energía, abaratando por lo tanto en buena medida el coste de vida. Y así más o menos funciona todo, así fue como el diminuto Israel en guerra eterna se las apañó para acoger a los miles de judíos perseguidos que llegaron de los países árabes, de Rusia, de Etiopía, de cualquier parte, y además darles un trabajo, una manutención, una educación y una vida digna.

En un principio la idea era que cada kibutz fuera autosuficiente para proveer de servicios a su población, que podía estar compuesta por más de mil familias, así que gran parte del trabajo se dedicaba a la agricultura y producción de lácteos. Cuando la situación se estabilizó un poco se pensó en vender el excedente de productos y tener así algunos ingresos extra, que seguían siendo comunitarios. Poco a poco el kibutz fue perdiendo su espíritu comunista y hoy en día muchos de los servicios están privatizados (por ejemplo, el hotel donde dormimos es una empresa privada), se contrata a trabajadores externos para algunas tareas y en general se ha perdido esa urgencia por sobrevivir y ha pasado a primar el espíritu comercial, que también es algo muy judío. Pero aún así se mantiene la vida en comunidad con una organización absolutamente democrática, en un entorno seguro con delincuencia cero donde se trabaja, se estudia, se reza y se celebran fiestas siempre en compañía, como una gran familia.

España-Israel
España e Israel, le pese a quien le pese, siempre han sido y serán dos países hermanos. Nuestro pasado judío y su pasado sefardí son una herencia histórica y cultural que compartimos y que nos enriquece mutuamente. Hay relaciones diplomáticas entre ambos países desde hace treinta años, y pese a los boicoteadores y demás ignorantes antisemitas, en España se respeta a los judíos y se valora mucho a Israel. Hace algo más de un año se aprobó una ley para conceder la nacionalidad española a todos aquellos descendientes de judíos sefardíes que lo soliciten, y nuestro rey Felipe VI (soy fan, lo sabéis, soy muy fan de Felipe VI) les elogió ampliamente en su discurso, recordó la gran injusticia que fue echar de aquí a sus antepasados, y les agradeció su contribución a lo que hoy es España.

Españoles e israelíes estamos habitualmente en el pódium de muchas competiciones deportivas, y nos hemos enfrentado en muchísimas ocasiones con sana y fraternal rivalidad. Actualmente mantenemos un mano a mano emocionantísimo en gimnasia rítmica por equipos, con permiso de los países del Europa del este. Nos alternamos oros, platas y bronces, pero lo cierto es que los equipos de ambos países son potencias en este deporte y están siempre en los primeros puestos de la competición internacional. Muertecita de ganas estoy ya de ver lo que pasa en los Juegos Olímpicos de Río este verano.

España e Israel, en el pódium de rítmica

Pero el no va más, el duelo hispano-israelí más intenso y feroz que se ha vivido nunca no sucedió en un campo deportivo, sino en el Festival de Eurovisión de 1979, en una final de infarto no apta para eurovisivos cardíacos.

(PEQUEÑO INCISO: como sé que me lee gente de Latinoamérica, voy a dedicar un par de líneas a explicar cómo funcionan las puntuaciones en el Festival de Eurovisión, los europeos os podéis saltar este párrafo. Aunque ahora han cambiado algo las cosas, en aquella época un jurado de cada país participante otorgaba entre 1 y 12 puntos a sus canciones favoritas, exceptuando la del país propio. Con la particularidad eso sí, de que el 11 y el 9 no existían no sé por qué, la máxima puntuación era 12 y las siguientes inferiores eran 10 y 8. El día de la Gala, después de la actuación de todos los participantes, se conectaba en directo con cada uno de los países, cuyo portavoz iba recitando las puntuaciones del jurado, y los presentadores confirmaban la votación repitiendo cada asignación de puntos en inglés y en francés. Quién no recuerda aquellos míticos “yunaited kindom ten poins; guayominí de puá”… la expectación  era máxima, se iban sumando los puntos y en un panel, casi manual en aquella época, se iba viendo los puntos que acumulaba cada país. Al final como es lógico, ganaba el que más puntos conseguía después de todas las votaciones)



Aquella tarde de mayo de 1979, nuestra Betty Missiego con el tema “Su canción” y el grupo israelí “Milk and Honey" con el tema “Aleluya”, se destacaron desde el principio con respecto a los demás participantes. Los 10 y 12 puntos que daban los países votantes, o bien iban a Israel o bien iban a España con muy pocas excepciones, así que la batalla estaba servida. España se adelantaba unos puntos, el siguiente país puntuaba alto a Israel; Israel se adelantaba, dos países seguidos puntuaban más a España, con lo que España se situaba a la cabeza. Los israelíes jugaban en casa puesto que el año anterior habían ganado el Festival, así que tenían el apoyo del público, pero España se lo estaba poniendo muy difícil. Los cámaras enfocaban alternativamente a los cantantes de ambos países que no podían disimular su emoción, mientras los eurofans cara a la tele nos mordíamos las uñas de los nervios. Y quiso el sorteo que el último país en otorgar sus puntos fuese España, que iba a la cabeza en ese momento superando a Israel en un punto, pero no podía votarse a sí misma. El resultado del Festival dependía de que nuestro jurado votara o no a Israel, todo podía aún pasar y todo dependía de esa votación final. Qué nervios, por favor. El portavoz español comienza a recitar las puntuaciones… Portugal, Italia, Dinamarca, Mónaco, Grecia y Alemania reciben sus puntos desde España, mientras Israel no aparece por ninguna parte… la situación es de infarto, el ganador del Festival de Eurovisión va a ser quien el jurado español decida. Y entonces sucede…“ISRAEL DIX POINTS, ISRAEL TEN POINTS”… bueno, bueno, el auditorio se vino abajo, la cámara enfocó a los cantantes israelíes que abrían una botella de champán, y  mientras todo el conjunto español aplaudía a sus rivales, los eurofans en la patria íbera nos quedamos de lo más decepcionados. Snif. Les dimos el triunfo en bandeja, cual penalti en el último minuto. Snif, snif. 


(por favor, al ver este vídeo saltaos la horrorosa y larga presentación. De nada.)

Decepciones aparte, la verdad es que las dos canciones eran preciosas y cualquiera merecía el triunfo, mira que habremos cantado veces la traducción española de ese   magnífico “Aleluya”. Pasado el disgusto inicial, los españoles nos tomamos muy deportivamente la derrota y Betty Missiego se hizo famosísima, unos meses después estuvo cenando en un bar al lado de donde yo veraneaba entonces, se corrió la voz y la pobre tuvo que interrumpir su cena para firmar autógrafos a los diez o doce canijos que nos acercamos corriendo a verla y a saludarla.

Y ése fue, señoras y señores, el mayor enfrentamiento entre españoles e israelíes del que se tiene constancia en toda la historia. Terminó con la victoria de Israel, pero los representantes de ambos países dejaron muy altos sus respectivos pabellones. España nunca mejoró ese segundo puesto, mientras que Israel hubo de esperar diecinueve años para celebrar otra victoria en Eurovisión, la de Dana Internacional en 1998.

De arquitectos y arqueólogos
Me gusta la arquitectura. Me gusta como arte, como testigo de la historia. Tengo un hermano arquitecto al que escucho con deleite cada vez que habla de su profesión, y como es de esperar nuestro guía Claudio, también arquitecto, me ha hecho disfrutar muchísimo con sus explicaciones cuando hemos visitado alguna construcción peculiar, y creedme que en Israel las hay para dar y vender.

Hay que fijarse bien, el suelo está en el aire
En Cafarnaún vemos las ruinas de lo que se supone que fue la casa de Pedro, una casa que en su momento debió ser bastante lujosa y sobre la cual se construyó después una hermosísima iglesia octogonal, de estilo bizantino, que tiene la particularidad de estar suspendida en el aire. Se apoya en una columna en cada una de sus ocho esquinas y el suelo forma una especie de bóveda al revés, debajo de la cual están las ruinas que se pueden ver a través de una claraboya en el piso, en el centro de la iglesia. Otra preciosa iglesia, también octogonal y también de estilo bizantino, se encuentra en el Monte de las Bienaventuranzas, donde Jesucristo pronunció el llamado Sermón de la Montaña (“Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos… etc”). Esta diminuta iglesia es una belleza por dentro, pero además se encuentra en un entorno privilegiado, en la cima del monte y rodeada de un precioso jardín, a cargo de unas monjas franciscanas que lo tienen como oro en paño, y no es para menos.

El Monte de las Bienaventuranzas
San Juan de Acre se encuentra en la costa norte de Israel, y llegar allí causa impresión porque ya no visitamos una iglesia, sino toda una ciudad construida por los cristianos caballeros hospitalarios y destinada a su protección, aprovisionamiento y descanso mientras intentaban reconquistar Tierra Santa. Allí se mezcla la fe con el espíritu bélico, una de las mezclas más curiosas y casi siempre destructivas que se han dado a lo largo de la historia. La ciudadela vista desde fuera impresiona, pero su parte subterránea lo hace aún más, está perfectamente construida para ser fresca y acogedora y proporcionar a la vez túneles de huida en caso de ataque. Es una de las visitas más interesantes arquitectónicamente, también una de las más largas y de las que más he disfrutado.

Interior de la fortaleza de San Juan de Acre

Nazaret, Basílica de la Anuciación
En Nazaret visitamos la Basílica de la Anunciación, construida en el lugar donde se encontraba el pozo al que las muchachas de la antigua Nazaret acudían para extraer agua. Allí se supone que el arcángel Gabriel se apareció a la Virgen María y le anunció que daría a luz al hijo de Dios. Muy sorprendida se quedó la joven María, de quince años, que afirmaba pese a estar prometida a José no haber conocido aún varón (en el sentido bíblico, se entiende). Gabriel le dijo algo así como “no te preocupes, que ha sido el Espíritu Santo. Dios está contigo y tu futuro marido lo entenderá” y parece ser que así fue. La peculiaridad del divino embarazo de María ha dado pie casi dos milenios después a muchas y divertidas anécdotas en la España de nuestras abuelitas, porque se ve que había mozas muy conocedoras de varón o varones varios, que aún así se aferraban a su virtud y a su abultado vientre afirmando que ellas "pordios jamás enlavida", que era el Espíritu Santo haciendo de las suyas como con la Virgen María, un milagro, un milagro. Pero vamos, al contrario que con San José que por algo era santo el hombre, lo de estas vírgenes purísimas y preñadísimas no solía colar, y el travieso espíritu resultaba ser un maromo de lo más terrenal… aunque ellas lo intentaban por si acaso, oye, por intentar salvar la virtud que no quede.

Lo que queda de los manuscritos

Y de la arquitectura podemos pasar a la arqueología, que también la hay abundantemente en Israel, aunque sólo reseñaré lo que seguro todo el mundo conoce: los manuscritos del Mar Muerto, los famosos pergaminos hallados por un pastor en unas ánforas, que recorrieron medio mundo y pasaron por un montón de manos antes de que alguien se diera cuenta de su valor arqueológico e histórico. Aún están a medio descifrar porque de los pobres apenas han quedado retalitos, pero las especulaciones sobre ellos ya han hecho correr ríos de tinta porque se supone que hablan de la verdadera vida de Jesucristo, y que ésta tiene muy poco que ver con lo que nos ha contado la Iglesia Católica. La polémica está servida.

Dos sorpresas valencianas
La primera me la encuentro entrando a Jerusalén en coche, cuando el guía me lleva al hotel después de haber visitado toda la zona cercana a Tel Aviv. De repente veo algo que me resulta conocido pero que no consigo identificar, y le pregunto al guía qué es. “Es un puente -me responde- por ahí arriba pasa el tranvía de Jerusalén. Por cierto, creo que lo diseñó un arquitecto español”. Y entonces caigo, claro. Están en todas partes… quién iba a pensar que hasta en Jerusalén había estado el amigo Calatrava haciendo sus puentes y sus cosas.

Inconfundible 
La segunda sorpresa me la descubre Susana, la otra española de mi grupo. En el recinto de la Basílica de Nazaret, rodeando todo el patio, hay imágenes de la virgen traídas de todas partes del mundo. Estoy admirándome y sorprendiéndome frente a una virgen china con su niño Jesús chino, cuando llega Susana y me dice “al final de todo hay algo que te va a gustar”. No se me ocurre nada que me pueda gustar más que la virgen china, pero voy viendo todas las imágenes y entre las últimas me encuentro ésta. Olé la millor terreta del món. (“Olé la mejor tierra del mundo”, lo decimos mucho los valencianos por supuesto refiriéndonos a nuestra propia tierra, modestia aparte.)