martes, 21 de noviembre de 2017

Banderas, medallas y un par

Queridos hombres, mujeres y seres intermedios,

ando un poco desganadilla para escribir últimamente, supongo que ya lo habéis notado  pero mira, de vez en cuando algún acontecimiento me motiva y aquí estoy. Sucedió el mes pasado en los Emiratos Árabes, se celebraba en la ciudad de Abu Dhabi un Gran Slam de judo organizado por la Federación Internacional, y no sé a qué miembro de la susodicha se le ocurrió la brillante idea de adjudicar la organización del evento a tal ciudad y a tal país, pero vamos, que se cubrió de gloria. Resulta que a los emiratíes no les gustan los judíos, y por tal motivo se cogen de vez en cuando unas rabietas de niño pequeño que es un gusto. Rabietas racistas y con muy malas intenciones, no confundamos, pero a ellos se les permite y todo el mundo chitón. Inimaginable la que se lía si algo así pasa en un país europeo, pero al racismo árabe nadie le pone límites ni barreras y ahí está.

Los judokas llegando al aeropuerto de Tel Aviv

Pues nada, que va la federación de los Emiratos y decide que no le da la gana que los judokas israelíes lleven en sus trajes de competición la bandera o el nombre de su país, y tampoco que la bandera sea izada o que suene el himno de Israel si alguno de sus deportistas consigue una medalla. Los muy cretinos se quedan tan anchos y la Federación Internacional les advierte de que todas las delegaciones deben ser tratadas de la misma manera, sin que exista discriminación… pero ahí se queda. Lo de sancionar a un país árabe que manifiesta conductas indudablemente racistas para qué, acabáramos, que se aguanten los judíos y todo arreglado.

Los atletas israelíes tenían motivos más que de sobra para mandar a la porra a los Emiratos, a la Federación Internacional y a la insigne progenitora de todos ellos, pero en vez de eso agarraron el avión, se fueron a Emiratos y se pusieron a competir y a ganar medallas. O sea, israelí way of life, en estado puro.

Tal Flicker, el héroe del día
Y aquí empieza lo sublime. Los judokas Tohar Butbul, Ori Sasson, Peter Paltchik y Gili Cohen ganaron medallas de bronce en sus categorías, y subieron al podio izándose en su nombre la bandera de la Federación Internacional. Además Tohar tuvo que aguantar que su rival árabe le denegara el saludo después del combate pese a que es obligatorio por reglamento, igual que le pasó Ori en los JJOO de Río. Pero luego llegó Tal Flicker y con Tal Flicker la medalla de oro, y se acabaron las contemplaciones. En lo alto del podio esta criatura, con veinticinco añitos y un par de huevos, se puso a cantar por su cuenta el himno israelí, la bellísima Hatikvá, mientras las cámaras lo enfocaban en primer plano y de fondo sonaba esa cosa horrible a la que llaman el himno de la Federación. Aplaudí a rabiar cuando lo vi en Youtube, eso es un campeón y lo demás son tonterías. En un país hostil, donde han tratado de ningunearte y de humillarte, tú vas, les ganas a todos y te pones a cantar tu himno en el podio porque sí, porque tú lo vales y tu país también. A tus pies Tal Flicker, me quito el sombrero y me canto una Hatikvá a viva voz en tu honor. Olé y olé y olé.

Señores del turbante: les fastidia, lo sé, les fastidia mucho pero se me aguantan. Por más que ustedes no lo reconozcan, por más que lo odien, por más que intenten destruirlo una y otra vez, por más que se pongan a fingir que no existe, esa patraña sólo les vale a ustedes. Aunque no puedan llevarlo en sus judogis, Flicker y sus compañeros sí llevan en el corazón un país al que representar, se llama Israel. Y qué país, señores, qué país.

Para la posteridad, el video del momento.