sábado, 17 de diciembre de 2022

Federico a todas horas

Quienes conocen de oídas a Federico Jiménez Losantos, conocen también su lengua viperina y su escaso recato a la hora de calificar a los pobres incautos que son víctimas de su mordacidad. De izquierdas, de derechas, de centro, de abajo y de arriba, nadie que se le ponga delante escapa a sus piropos. Llevo tiempo recopilando algunos de los más sonados, y ahí van:
 
 

 
-La niña del exorcista, parece la hija del Papa / Greta Zombi (Greta Thunberg)

-Prevaricáis con B (el gobierno socialista)

-La autobiógrafa de Pedro Sánchez (la que le ha escrito su autobiografía)

-un comunista argentino es lo peor: corrupción más prosopopeya

-digo que cristaliza en adoquín, ¡un respeto a los adoquines, que sirven para algo!

-el día en que Sánchez perjuró su cargo

-para eso están los representantes…menos el de Teruel Existe que está para estropear la vida de Teruel

-su estado intelectual que oscila entre el protozoo y la ameba (Irene Montero)

-también a nosotros nos duele la cabeza, menos a Paquirrín que no tiene cabeza

-esta basura que es la izquierda española…bueno, perdón por lo de española, esta basura que es la izquierda en España

-nos ha mirado un tuerto y es Jonqueras

-no sé si rezarían por la conversión del Papa o lo dan por perdido hasta que llegue otro

-me recuerdas a mí cuando era gilipollas (se dirige a Pablo Iglesias)

-fíjate ahora Garzón, lo último que ha leído es el prospecto de un aguacate (Alberto Garzón, actual Ministro de Consumo. Y ¿para qué sirve un Ministro de Consumo? se preguntarán ustedes. Alberto Garzón intenta averiguarlo a base de leer prospectos de aguacates)

-hay que empezar a llamarle “el ofensor del pueblo” (a Ángel Gabilondo, el defensor del pueblo)

-Sánchez, que es analfabeto en todos los idiomas

-éste lo oyes hablar y dices “uy, qué reposado” y luego ves que es que no hay actividad cerebral (Jorge Buxadé. Ahí te has pasado un poco, Federico)

-Garzón cada vez que habla no es que suba el pan, es que suben las magdalenas

-dos fragatas mandamos… es verdad que una se arruinó y en la otra cantaba Marta Sánchez “Soldados del amor” pero bueno, ahí lo mandamos (segunda guerra del Golfo)
 
-los putinejos (los miembros de Podemos, simpatizantes de Putin)

-tonto hasta las 3 y después todo el día  /  tonto hasta las 3 y después hasta las 3 del día siguiente

-la última vez que tuvo una idea le dolió tanto la cabeza que dejó de insistir…

-y quieren adoptar un burrito… si fuera un humano que rebuzna sería una segunda oportunidad para Teodoro (el juez Garzón y su nueva novia, fiscal general del Estado / Teodoro García Egea, alto cargo destituido del PP)

-armas ofensivas
    -“¿qué es lo más ofensivo que tenemos?”
    -“hombre lo más ofensivo es telecinco sobre todo la sexta”
    -“bueno pero no vamos a tirar a Ferreras, ahí a Moscú”
    -“jajaja, sería una solución”
    
    total que ahora ya sí, todas las armas que hagan falta

-siguen posando como cuando eran adolescentes contra el capitalismo pero no se van del gobierno porque no quieren renunciar al capital, al capital que cobran todos los meses, que están forraos, y que por supuesto no cobrarían jamás en una empresa privada porque son una pandilla de inútiles apenas alfabetizados. Algunos ni siquiera apenas (Ministros del PSOE y de Podemos, actual Gobierno de España)

-que seas Ministra es una ofensa para las piedras del ministerio

-Adriana Lastra vio la facultad, la facultad la vio a ella y se espantaron mutuamente

-hay cada tonto que es que el día menos pensado amanece piedra pómez

-prevarica como el Barça pierde, es decir, de una manera natural

-lo dijo un inútil. Separatista, luego inútil

-Yolanda Díaz tiene sus contactos telefónicos por orden analfabético

-Kirstina Kichner y su hijo Máximo, a quien llaman Mínimo por el cerebro

-Errejón es tan vago que me extraña que salga entero en las fotos

-Reyes Maroto, a cuyo lado Echenique es Aristóteles

-Me denunció, la petarda, en vez de hacer un bachillerato como Dios manda

-Llevaba tiempo sin aparecer por La República de los Tontos cuando tiene una acreditada hoja de servicios (La República de los Tontos es una sección del programa La Mañana de Federico, en su cadena es.radio, una sección muy recomendable y divertida con algunos invitados prácticamente fijos como Irene Montero, Rufián, Alberto Garzón, Adriana Lastra, Pablo Iglesias y por supuesto Pedro Sánchez)

-El Papa en una efigie de cartón, no sé cómo lo distinguen del de verdad, sinceramente

sábado, 10 de diciembre de 2022

Segundo intento (Diario de Guerra XXI)

COLABORACIÓN DE LIZA ZALITOK
(english below)

25 de agosto. Pensar en las explosiones de los depósitos de munición en Crimea o en las regiones fronterizas con Rusia, me devolvió la sensación, que ya había olvidado, de cuan ligera es la existencia. Al mismo tiempo, pensar en la gente que murió a causa del ataque ruso con misiles en la estación de tren de Chapline, o en la desconexión de la central nuclear de Zaporiyia de la red ucraniana, hacía caer mi mente en un pozo sin fondo de desesperación y maldad humana. Me gusta la idea de bases militares rusas destruidas como el chocolate que se derrite en la boca, y vuelvo a ella una y otra vez. Pero cuando veo imágenes de las secuelas del terrorismo ruso, lo anoto en una lista de eventos de guerra imaginarios y lo saco de mi mente consciente para no pensar mucho en ello. Varias horas antes del ataque con misiles en  Chapline, le había dicho a un amigo que nunca atacaban con misiles los trenes, así que no deberíamos tener ningún miedo si viajábamos en tren. Nunca más. ¿Llegará el momento en que Rusia haya intentado ya todas sus maldades, o su lista de maldades no tiene final? supongo que esta última opción es la correcta, porque nuestro mundo alberga un sinfín de variedades de todo y la maldad no iba a ser menos variada. Aún así, ya es difícil sorprender a los ucranianos con una nueva mala noticia.

La semana pasada me di cuenta de que sería mejor evitar leer poesía acerca de la guerra de Ucrania, porque eso también hace hundir mi mente en un pozo sin fondo de desesperación y maldad humana. Las metáforas devastadoras transmiten imágenes poderosas, lo que la gente está viviendo, pero para mí y algunos de mis amigos lo que hacen es redoblar la terrible realidad. Quizá la gente de otros países o las próximas generaciones puedan leerlas, pero no yo y no ahora.

La tarde del 23 de agosto di un paseo por la calle Khreshchatyk, donde hay un “desfile” de vehículos militares rusos destruidos. No quería perder la oportunidad de verlos si al día siguiente los misiles volaban sobre Kiev, o el desfile “terminaba” el 24 de agosto. No quería arriesgarme a ir ni siquiera ese mismo día. Había montones de vehículos y mientras caminaba a través de esas máquinas de violencia, no podía parar de repetirme que deberíamos matarlos a todos. A cada uno de los soldados rusos que diera un paso en territorio ucraniano. Al mismo tiempo, un hermoso sentimiento de sentirme a salvo en Kiev y protegida por nuestras Fuerzas Armadas, que habían destruido todos esos gigantes de la muerte, llenaba mi corazón de calmada alegría. Me siento segura en Kiev porque la perspectiva de ser asesinada por una gran pieza de hierro cayendo desde el cielo no me asusta tanto como la presencia del ejército ruso a unas docenas de kilómetros de mi pueblo en febrero y marzo. La gente en el “desfile” estaba tomando fotos. Una mujer con apariencia oriental posaba para una foto abrazando el cañón de un vehículo militar. De todas formas, era una excepción un poco friki. Los niños, hombres y mujeres, muchos de ellos vestidos con las camisas típicas ucranianas y llevando banderas (era el día de la bandera de Ucrania),  resplandecían alegres y demostraban cierta curiosidad tecnológica hablando de los tipos de vehículos. Una mujer, apuntando al cristal roto de uno de los vehículos, estaba explicando a su hijo de cinco años: “mira, la temperatura era tan alta que rompió piezas de cristal que antes estaba pegadas. Puedes tocarlas.” El niño se puso a tocar el cristal. Yo tampoco pude evitar tocar el fuselaje de un misil que estaba tirado en el suelo. Hierro contra personas. La verdad es que no asusta tanto cuando ya no tiene explosivo y está medio roto.

Si tienes trabajo que hacer, sobre todo si es mucho trabajo, eso te hace olvidarte de la guerra o al menos alejarla de tu consciencia. La combinación de tareas que hacer y tiempo limitado para leer las noticias hace que la ansiedad se desvanezca. Sin embargo sólo funciona si llegas a ponerte en modo “por defecto”, es decir, si los pensamientos y sentimientos oscuros no consiguen alejarte de la vida. Yo caí en el estado mental pacífico tan profundamente, que hace poco experimenté algo similar al 24 de febrero.

Hasta la tarde del 23 de agosto, yo no había tenido ni tiempo ni lugar en mi cabeza para pensar en la posibilidad de que Kiev fuera atacada con misiles al día siguiente. Como mi amiga sugirió de improviso que pasáramos el día juntas en la parte supuestamente a salvo de la ciudad, me di cuenta de nuevo de que no estaba preparada para la guerra. ¿Cómo era posible que me sucediera de nuevo, no estar preparada? aparentemente, me siento en un estado mental innato de paz, y no en un estado de hipotético peligro con alta probabilidad de hacerme salir corriendo de algún sitio. También tiene que ver con mi profunda resistencia a dejar que políticos y militares rusos estén condicionando mis decisiones, y aún menos si condicionan mis decisiones basándose en las suyas.

Después de terminar las cosas que tenía que hacer, hice la maleta poco antes del toque de queda y pedí un taxi. Mientras empaquetaba mis cosas, intenté imaginar que quizá no volvería a mi apartamento. En ese caso, ¿qué debería llevar conmigo? como me había mudado hacía poco al apartamento de mi amiga y me había esforzado en llevar lo menos posible, pude echar rápidamente un vistazo a todo. Hay un chiste que dice que no puedes tener preparada una bolsa de emergencias, porque lo que habría dentro lo necesitas todos los días. Y es cierto: el cepillo de dientes está en el baño; el cepillo del pelo, dinero, tarjeta de crédito y pasaporte están en tu bolso de ir al trabajo; el cargador del teléfono móvil está en un enchufe, etc. En realidad, quizá debería tener dos ejemplares de todas esas cosas. Sentía una especie de “estrés del éxodo” pero no debido al Día de la Independencia, sino más bien al inicio del toque de queda. Uno de los conductores de taxi rechazó mi carrera antes de llegar al destino, porque quería estar a tiempo en casa antes de que el toque de queda empezara. Reservé otro taxi, pero la app para reservarlos dejó de funcionar. Reservé en otra app y entonces aparecieron dos coches. Intenté hablar con los dos a la vez sobre todo para aclarar si los dos habían venido a recogerme a mí o a otra persona. El primer conductor estaba enfadado y estresado, y de repente decidió regresar a casa. Por suerte, yo había tenido la intuición de no dejar marchar al segundo y pedirle que esperara un momento cuando los dos llegaron uno detrás de otro. Como el primero me estaba gritando que era demasiado tarde y que se iba a casa, me las apañé para detener al segundo un momento antes de que quisiera irse también. No habría pasado nada si no hubiera conseguido llegar a casa de mi amiga esa noche, pero habíamos quedado en pasar juntas el Día de la Independencia y las noches anterior y posterior, y no quería faltar a nuestro acuerdo.

No pensé mucho acerca de lo que estaba haciendo. Estaba concentrada en que pasaría el día con mi amiga. Si ella no lo hubiera sugerido, yo simplemente me habría quedado en mi apartamento sin necesidad de preparar una bolsa de emergencia.  Conozco gente que preparó todo minuciosamente para el inicio de la guerra antes de febrero, que compró armas y chalecos de protección, comida y todo el equipamiento necesario por si se diera el caso de que no hubiera gas, agua o electricidad. A mí me gustaría hacer lo mismo, o mejor dicho me gustaría querer hacer lo mismo, porque esta semana me di cuenta de que no puedo obligarme a hacerlo. No quiero tener un arma. Quiero aprender a tocar el piano y no a filtrar el agua de los charcos, o a cocinar sin gas. Al mismo tiempo soy un poco nerviosa y todo eso no se me da bien. La gente percibe el peligro y hace planes de manera diferente. Yo también pensaba estudiar algo de medicina táctica, pero una vez una enfermera me pinchó con una aguja para sacarme sangre, y me di cuenta de que ni siquiera soy capaz de romper la capa de protección del cuerpo de otra persona. Tampoco quiero ver lo que hay dentro de un cuerpo humano, bajo la piel. Prefiero tratar únicamente con la parte espiritual de los seres humanos.

El verano en Kiev requiere un esfuerzo extra para recordar que la guerra sigue. Pero en el Día de la Independencia de ayer nos lo recordaban en todo momento las alarmas aéreas, la séptima de ellas me hizo saltar las lágrimas. Fue al final de la tarde. Durante el día apenas hubo una hora de tranquilidad. Una mujer que regresaba en metro desde su casa de vacaciones a su apartamento en Kiev, me dijo que había visto a varias personas echarse a llorar debido a las alarmas. No es sólo por el peligro, también por el estrés que supone llegar a casa, porque el transporte público, exceptuando el metro bajo tierra, tiene que estar parado mientras la alarma suena. Así que la estrategia rusa para provocar miedo y desesperación, funciona. Para reducir el efecto de esta “música” de guerra y no empezar a llorar, cogí de la estantería un libro francés que trata de la escultura de Rodin, y que me transportó al mundo de la filosofía del arte y la naturaleza, llevando con cada palabra mis pensamientos lejos de la guerra. Me preguntaba si deberíamos cambiar el sonido de la alarma por música clásica o el himno nacional ucraniano. Después de todo, el sonido de las alarmas está muy pasado de moda, es el mismo desde la Segunda Guerra Mundial ¿qué razón hay para mantenerlo? ¿acaso la gente se tomaría menos en serio el sonido del himno de Ucrania como alarma aérea? ¿o quizá es técnicamente imposible cambiar por música ese sonido estridente?

Después de dos noches durmiendo en un apartamento al otro lado de la ciudad, volví al mío. Actualmente, tengo alquilado el apartamento de mi amiga para “al menos tres meses, salvo causa de fuerza mayor”. Ésa fórmula es buena para ambas. La decisión de alquilar un apartamento en Kiev parecía haber disminuido en general mi ansiedad, porque sé que tengo una especie de hogar en Kiev. Al mismo tiempo, no me siento ligada a Kiev porque lo considere “mi hogar”, así que me mantengo libre y puedo moverme. En todo caso para la gente de Ucrania tres meses es un largo periodo de tiempo, a pesar de que parece que el tiempo está pasando muy rápido a causa de la rutina diaria. Por suerte, no se produjo ningún apocalipsis en el Día de la Independencia en Kiev. Yo había dejado algunas frutas y verduras sobre la mesa de la cocina. No sé cómo habrían acabado si hubiera tenido que dejar Kiev de repente y por un largo periodo de tiempo.




(texto original)

SECOND TRY WAR DIAR 21

August 25. The thought about explosions of ammo depots in Crimea or in border regions of Russia give me the already forgotten sense of lightness of being. It is like unconditional happiness: I just cannot help smiling. At the same time, the thought about people who died because of the Russian missile attack at the train station in Chaplyno or about disconnection of Zaporizhzhia nuclear station from Ukrainian grid seem to throw my mind into a bottomless swamp of despair and human evil. I enjoy the idea of destroyed Russian military bases like chocolate melting on my tongue and come back to it every now and then. But when I see images of the aftermath of Russian terrorism, I enter the respective fact into an imaginary list of war events and push it far away from the surface of my conscience without thinking much about it. Several hours before the missile attack in Chaplyno, I said to my friend that there were no missile attacks on trains, so we might travel by train without having fear. Not any more. Will there be a moment when Russia has already tried out all the evil things or is this list endless? I suppose that because our world is endlessly diverse, evil is probably not less diverse. Still, it is difficult to surprise Ukrainians with a piece of bad news.
Last week I also realized that I better avoid reading Ukrainian war poetry, because it also throws my mind in a bottomless swamp of despair and human evil. Shattering metaphors are conveying in powerful images, what people are going through, but to me and some of my friends they are also doubling the evil reality. Maybe people in foreign countries or next generations should read them, but not me or not now.
In the evening of August 23, I took a walk through Khreshchatyk street with a parade of destroyed Russian military vehicles, lest I miss the opportunity to see it, if missiles fly to Kyiv the next day or if the parade “ends” on August, 24. I wouldn’t risk to go there on the day itself. The vehicles looked massive and while I walked among these machines of violence, I couldn’t help repeating in my head that one should kill them all. Every single Russian soldier who steps on Ukrainian soil. At the same time, a gorgeous feeling of being safe in Kyiv and protected by our Armed forces who destroyed these giant death vehicles, filled my heart with quiet joy. I do feel safe in Kyiv, because the perspective of being killed by a big piece of iron flying from the sky doesn't seem to scare me that much as the presence of Russian military some dozens kilometres from my village in February and March. People at “the parade” were taking photos. A woman with a Chinese appearance posed for a photo hugging with tenderness (??) a long gun of a military vehicle. Anyway, it was just one weird exception. Children, men and women, many of them in vyshyvankas and with Ukrainian flag (It was the Day of Ukrainian flag), shone with joy and demonstrated technical curiosity discussing types of vehicles. A woman pointing to the broken glass of a destroyed vehicle was explaining to her 5 years-old-son: “Look, the temperature was so high that broken pieces of glass glued together. You can touch it.” The boy touched the glass. I also couldn’t help touching the fuselage of a missile lying on the ground. Iron against people. It is not that scary after all, when it is free from explosives and half-destroyed.
If you have to do some work or a lot of work to do (that works even better), it makes you forget about war or at least push it deeper into your conscience. Combination of tasks to do and limiting time of news reading makes anxiety fade away. However, it is true, only if you reach a kind of “default” condition, that is if dark thoughts or feelings do not turn you away from life. I dived into the peaceful state of mind so deeply, that I recently experienced something a little bit similar to February, 24.
Until the evening of August, 23, I didn’t have time and space in my head to think about possible missile attacks on Kyiv on August, 24. As my friend suddenly suggested to spend the big day together at a theoretically safer part of the city, I realised that I was again not prepared for the war. How was it at all possible that it happened again that I was not prepared? Apparently, my default state of mind and feelings is peace and no theoretical danger with however high probability can make me hustle around. It also has to do with my deep reluctance to let my life be guided by decisions of Russian military and politicians, and even less by their hypothetical decisions.
After finishing what I had to do for my work, I packed my bag shortly before the curfew and ordered a taxi. As I packed my things, I again tried to imagine that maybe I wouldn’t come back to my flat. So what should I take? As I moved to my friend’s flat just recently and have been putting effort into having as few belongings as possible, I could quickly look through all the things. There was a joke that you cannot have a prepared emergency bag, because you need all the things that are inside it every day. It is so true: tooth brush is in the bathroom, hair brush, money, credit card, passport are in a bag you take to work, smartphone charger is in a socket, etc. As a matter of fact, maybe I should have some of those things double. There was a kind of exodus stress, but it was not connected to Independence Day, but rather to the start of the curfew. One of taxi drivers rejected my trip before arriving in order to be in time at home before the start of the curfew. I booked another trip, but the taxi app stopped working. I booked a taxi on another app and then two cars came. I tried to talk to both of them simultaneously in order to first of all understand, if both of them arrived to pick me up and not somebody else. The first taxi driver was angry and stressed and suddenly decided to go home. Fortunately, I was clever enough not to let the second one go and asked him to wait a bit, when both of them arrived one behind the other. As the first one was shouting at me that it was too late and that he would go home, I managed to stop the second one a second before he wanted to go away as well. Nothing bad would have happened if I didn’t manage to reach my friend’s flat that night, but I didn’t want to break our agreement to spend the Day of Independence and nights before and after it together.
I wasn’t thinking much about what I was doing. My focus was just that I would spend the next day with a friend. If she didn’t suggest it, I would just have stayed in my flat without preparing any emergency bag. I know people who thoroughly prepared everything for the start of war actions before February, who bought guns and protection vests, food and all the equipment necessary in case there is no gas, water and electricity. I really would like to do the same, or rather I would like to want to do the same, because this week I realized that I cannot force myself to do so. I don’t want to have a gun. I want to learn to play the piano and not how to filter water from puddles or how to cook without gas. At the same time, I am a little nervous that I don’t have those practical skills. People are so different in their perception of danger and planning. I was also thinking about studying tactical medicine, but once I watched a nurse put a needle in order to take my blood and realized that I am not even able to break the protection layer of another person’s body. I also don’t want to see what is inside that body and what is under its skin. I prefer to deal only with the spiritual part of human beings.
Summer in Kyiv requires an effort to remember that the war is still going on. But yesterday’s Day of Independence strongly reminded about it with multiple air alarms. Although I usually have no emotions when hearing an air alarm, the seventh alarm put two tears in my eyes. It was in the late evening. During the day there was hardly a quiet hour. A woman who was going by metro from her holiday house to her flat in Kyiv in the evening, told me today that she saw several people breaking down into tears because of air alarms. It is not only about life danger, but also about being stressed how to get home, because the public transport, except for underground metro, has to stop during air alarm. So Russian fear and despair provoking strategy works. To limit the effect of this war “music” and not to start crying, I took a French book about Rodin’s sculpture from a bookshelf and was transported into the world of philosophical concepts about human nature and art, bringing my thoughts with each foreign word further away from war. I was wondering, if we should change the sound of air alarm to some classical music or Ukrainian national anthem? After all, the sound of air alarms is pretty outdated, it was the same during the Second World War. Why should we stick to it? Or is there a risk that people would take Ukrainian anthem as air alarm less seriously? Or is it technically impossible to change this howling sound to music?
After two nights of sleeping in a flat in another city part, I came back to my flat. Currently, I rent my friend's apartment for “at least three months, unless some force majeure enters”. This formula perfectly suits both of us. The decision to rent a flat in Kyiv appeared to have diminished my overall anxiety, because now I have a kind of home in Kyiv. At the same time, I don’t feel tied to Kyiv because of “my home”, so I stay free and mobile. In any case, for people in Ukraine, three months is a long period of life, although time seems to be passing very quickly because of daily routine.
Fortunately, no apocalypse started on the Independence Day in Kyiv. I left some vegetables and fruit on the kitchen table. I don’t now what would happen to them, should I be forced to quickly leave Kyiv for a long period of time.

martes, 6 de diciembre de 2022

¿De dónde eres? (Diario de guerra XX, parte 2)

COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)

 

Por fortuna, tuve la suerte de no encontrar a ningún bailarín que hubiera venido al campamento directamente desde Rusia, aunque hubiera rusos allí tal y como me comentó mi amigo. Al mismo tiempo, tampoco disfrutaba de la comunicación con personas de otros países. Hablábamos la misma lengua, normalmente el inglés, pero me sentía como si el significado de mis palabras se les escapara a mis compañeros de conversación. Después de una de las reuniones de baile, me puse a hablar con un bailarín extranjero mientras desayunábamos. Me preguntó cual sería el siguiente festival al que iría. Le dije que no podía hacer planes sobre eso, porque no sabía si seguirían permitiendo que las mujeres salieran de Ucrania. Eso fue poco después de que entrara en vigor a partir del 1 de octubre la nueva ley de reclutamiento de las mujeres. Mis amigos y yo lo habíamos estado hablando el día anterior mientras tomábamos un café y no podía sacar ese asunto de mi cabeza. Le dije también que no se podían hacer planes para más allá de una semana en Ucrania. Él me escuchó y me contestaba con frases como “entiendo”, pero por su expresión parecía que no entendía una sola palabra de lo que yo le estaba diciendo. Me sentí como un extraterrestre llegado de un planeta en guerra. Había llegado el final de mi etapa cosmopolita. Parecía que no iba a volver a hacer nunca más amigos fuera de Ucrania.


En un campamento de baile, tienes eventos de baile todas las noches y duermes durante el día. Es por eso que yo me encontraba con la mayoría de la gente durante los eventos. Otra noche, después de responder a la inocente pregunta “¿de dónde eres?” me encontré metida en una conversación de una hora acerca de la guerra en Ucrania. Sorprendentemente, mi interlocutor trabajaba en una empresa dedicada a producir equipamiento militar, muy admirada entre los soldados ucranianos. Me alegró oírlo, pero a la vez me di cuenta de que no parecía que estuviéramos hablando de la guerra. Eran las tres de la madrugada y yo quería disfrutar bailando antes de irme a dormir. A pesar de ello, me sentí agradecida por su compromiso y únicamente dejé de hablar con él porque otro bailarín me invitó a bailar.


En cada reunión, me recordaba a mí misma que no había este tipo de reuniones de baile en Ucrania, así que tenía que bailar todavía más. Pero de vez en cuando simplemente miraba a otros bailarines, no quería forzarme a invitar a alguien a bailar. Hice algunos buenos bailes, pero rara vez me sentía entusiasmada. Quizá he perdido la capacidad de sentir una gran alegría, o la realidad de la guerra me ha dejado sin parte de mi energía, o quizá estas reuniones de baile no son lo mío después de todo. Al mismo tiempo, durante estos días de campamento me las he apañado para dar a mi cabeza y a mi corazón un descanso de la guerra, si es que es posible. Ése no era mi objetivo, y cuando planeaba el viaje lo hice pensando en hacer cosas que pudieran crear conciencia acerca de lo que pasa en Ucrania. Pero tan pronto como crucé la frontera mi cerebro decidió ponerse en pausa y automáticamente silenciar todos los recuerdos de la guerra.


Aunque tanto los organizadores como los bailarines se las apañaron para evitar decir nada acerca de Rusia y Ucrania durante las sesiones de baile y los conciertos de toda la semana, lo que me pareció extraño y placentero al mismo tiempo, en la sesión de clausura se rompió ese patrón. Había programadas varias coreografías, y al anunciarlas un famoso bailarín americano dijo desde el escenario: “no importa si venís de Ucrania o de Rusia. Estamos aquí bailando y tenemos mucho trabajo que hacer para mejorar. No tenemos tiempo para esa mierda” (dijo algo menos grosero, pero no recuerdo exactamente qué palabra utilizó)

Mi amiga ucraniana se mostró sorprendida y a la vez herida:

“¿de verdad ha dicho eso?” -me preguntó

al contrario que ella yo estaba enfadada, pero tampoco le di mucha importancia: últimamente he estado muy escéptica acerca de la posibilidad de convencer a la gente para cambiar su forma de pensar. Me sonaba a “no pasa nada si hay una guerra en Ucrania, si miles de ucranianos mueren, si millones de ucranianos pierden todo lo que han construido con tanto esfuerzo y amor. El arte debe estar fuera de la política”. De todas formas tampoco tenía ganas de sentirme molesta o herida, sólo quería descansar un poco de todo el sufrimiento que hemos atravesado y por supuesto quería bailar y mejorar mi baile y “no tener tiempo para esa mierda”. Pero como mi amiga no habla mucho inglés, me pidió que hablara con los organizadores y les dijera por qué ese discurso no era apropiado.


La oficina del campamento ya estaba cerrada, y no estaba segura de que pudiera ir a la mañana siguiente porque ya teníamos que empaquetar nuestras cosas y salir. Pero cuando nos levantamos mi amiga seguía convencida de que debíamos hacerlo. Así que simplemente pasar el mal trago y dejarlo estar, no era una opción. Teníamos 40 minutos hasta que saliera el bus, así que cogimos nuestro equipaje y decidimos ir paseando a la oficina antes de dirigirnos a la estación del bus, que estaba cerca. Íbamos repasando lo que queríamos  decir para que no se nos olvidara nada importante, y yo personalmente para no perderme en conceptos como “entiendo por qué alguien dice cosas como ésa” (por ejemplo: el mundo de unicornios es muy bonito y el arte es maravilloso, para qué vamos a perder el tiempo hablando de política).


Una de las cosas que quería argumentar eran las publicaciones en redes sociales del bailarín de lindy hop Dmitry Vostrikov (que había ganado varias competiciones internacionales y había visitado varios festivales en Ucrania) en las que dejaba ver su alegría por que el ejército ruso finalmente estaba matando “nazis ucranianos”. El 24 de febrero escribió algo como “por fin ha llegado el gran día”. La comunidad de lindy hop ucraniana está pidiendo a los festivales internacionales que boicoteen su participación. Corre el rumor de que ha solicitado un visado a Alemania para mudarse allí. Dudo mucho que los oficiales de inmigración descubran cual es la posición política de Dmitry. Igual ya ha conseguido su visado, no lo sé. También escuché acerca de trucos para abandonar Rusia: vas a una protesta, te meten 15 días en el calabozo y ya tienes pruebas de que eres una víctima del régimen ruso. Quizá se trata sólo de una broma, pero quién sabe. Sigo preguntándome si todos los festivales de danza deberían prohibir la participación a bailarines como Vostrikov. En cualquier caso no es improbable, ya que el mundo del lindy hop no es tan grande.


Entramos en la oficina del campamento. Dejo mi mochila en el suelo y comienzo un bonito discurso frente a los dos organizadores, explicándoles que sí importa si vienes de Rusia o de Ucrania. La mujer se esconde tras la pantalla del ordenador (parece que es una de las voluntarias) y el hombre me mira a los ojos a la vez que dice que nos comprende. Veo en su expresión que es cierto. Después nos enteramos de que el profesor americano quiso animar a una joven bailarina a hacer un número en el último concierto, después de su discurso. Parece ser que ella no quería porque “es de Rusia”. Me acuerdo de esa chica, en uno de los encuentros hizo una pregunta y se presentó a sí misma con las siguientes palabras: “vengo de Rusia, y siento lo que está pasando”. De todas formas nadie conocía esa historia y el último mensaje que se oyó del bailarín americano fue “no importa si vienes de Rusia o de Ucrania”. Si hablamos de bailarines como esa chica, estoy de acuerdo en que no importa. Pero ¿cómo puede conocerse la posición política de un bailarín si no dice nada en público, ni publica nada al respecto en redes sociales? ¿Cómo saber si están a favor de la guerra bailarines como la brillante Ksenia Parkhatskaya, que no habla de la guerra, dice en redes sociales que el amor es la respuesta, y publica sus actuaciones y proyectos como si no estuviera pasando nada? No tengo la respuesta a estas preguntas, pero lo que sé con certeza es que no quiero volver a tomar clases con Ksenia, ni volver a bailar con Dmitry.


Yo misma no me esperaba mostrar esa confianza y claridad al hablar, y me hizo sentir más viva que todos los días que había durado el festival, cuando me las apañaba para mantener la cabeza fría. De todas maneras, cuando 20 minutos más tarde estábamos esperando al autobús seguía sin tener ganas de hablar de la guerra, mientras que mi amiga aún le daba vueltas a la situación. Yo sentía que estaba metiendo el dedo en la llaga todo el rato, venga decir:

-“¡Es horrible! ¡Mira! ¡Oh, duele! déjame meter el dedo en la llaga otra vez. No podemos hacer nada al respecto ¿verdad? ¿seguirá doliendo si sigo metiendo el dedo en la llaga?”

Finalmente cambiamos de tema y empezamos a hablar del escándalo que sucedió en medio del festival, por suerte nada relacionado con Rusia, pero sí con el problema del arte y la política.  Los organizadores habían invitado a una conocida banda de jazz para una de las reuniones de baile. Eran increíbles, pero de repente, después de su segundo tema el DJ comenzó a poner música encima de lo que ellos tocaban. Como eso no les impidió seguir tocando, alguien activó la alarma anti incendios. Los músicos de la banda de jazz salieron juntos del edificio a la vez que su perplejo público, y continuaron tocando fuera. La audiencia les rodeó y les jaleaba, pero algo raro flotaba en el ambiente. Después de un tema más, los organizadores irrumpieron pidiendo que cesaran los aplausos, porque dos de los participantes de la banda no habían sido invitados y se habían colado en el evento. Finalmente, la banda dejó de tocar. Después resultó que esos dos participantes fueron conocidos hace unos años por sus “comentarios racistas acerca de los refugiados sirios”.



Después de que llegara el autobús, dejamos de hablar y ya fuimos en silencio hasta Estocolmo. El hostal que habíamos reservado resultó ser un sitio horrible, en la planta baja de uno de los edificios del centro. Por suerte, sólo estuvimos una noche. Nos dimos cuenta de que fue una mala decisión reservar en un sitio así, pero cuando planeábamos el viaje no me pareció bien reservar algo más cómodo y caro. En aquel momento, prefería guardar ese dinero para donarlo al ejército. No había ventanas ni aire fresco en la habitación, y la cocina común estaba sucia. Alguna gente se alojaba en habitaciones de 20 camas. Encontramos a la mayoría de ellos en la cocina y parecían desesperados, pobres y enfermos. Todos eran extranjeros de diferentes países. Por suerte, no había ucranianos alojados en aquel hostal. En nuestra habitación había una chica joven de la India que había venido a una conferencia para estudiantes. Verla me animó. Cuando por fin abandonamos la habitación para ir a dar una vuelta, le dije a mi amiga:

-“imagínate, los refugiados viven en lugares así durante meses”
-¿qué refugiados? -preguntó mi amiga
-no sé, los refugiados sirios, por ejemplo
-Lina, nosotros somos refugiados”

me di cuenta de que me había desconectado del presente y estaba como en los viejos tiempos en Berlín, hablando con mi amiga de la dura vida de los refugiados sirios

-“ya, pero es distinto. Supongo que nuestra gente han estado varias noches en sitios así y luego han encontrado un sitio mejor, o alguien les ha ayudado a instalarse -intenté encontrar una excusa por ser tan insensible
-yo estuve viviendo en un hostal durante tres meses -hizo una pausa- pero claro, era un hostal cómodo y compartíamos la habitación con amigos”

me sentí aliviada. Ya que yo no había vivido como refugiada y fui a Luiv sólo cuando la mayoría de los refugiados ya habían abandonado Ucrania, debería prestar más atención a mis palabras y pensamientos. Por cierto, ahora mismo ya no tengo ningún problema en llamar refugiados a los ucranianos, aunque hace algunas semanas apenas pudiera hacerlo. Después, cuando nos fuimos a acostar en una habitación de hostal para seis personas, hice que la experiencia fuera aún peor para todos porque mi resfriado empeoró de repente, y no pude parar de toser en toda la noche.



El transporte público en Estocolmo es gratis para los ucranianos y sólo tenemos que enseñar nuestro pasaporte. Cada vez que entrábamos a un autobús o al metro, eso me hacía sentir incómoda. Quizá porque esa situación me ponía en posición de víctima. La gente solía asentir con una expresión de simpatía y comprensión. Hubiera pagado muy a gusto todo el dinero del mundo por esos billetes, pero me dije a mí misma que tenía que aceptar ese regalo para poder donar más dinero al ejército ucraniano o la gente que lo necesitara. Yo no era una víctima y no se trataba de mí, se trataba de Ucrania. Los suecos estaban ayudando a Ucrania.


Después de dos días en Estocolmo, me alegré de volver a Ucrania aunque no puedo decir que mi hogar esté en Kiev. Kiev siempre me ha parecido un lugar demasiado duro para vivir, pero ahora es el sitio donde tengo mi trabajo y mis clases de baile, y también un montón de posibilidades de progresar. Y más importante aún, en Kiev nadie me va a preguntar “¿de dónde eres?” y gracias al ejército ucraniano, tampoco hay muchas probabilidades de encontrarse con rusos.


(texto original)


#WarDiary #20 Where are you from? (part 2)

Fortunately, I was lucky enough not to encounter any dancers who came to the dance camp directly from Russia, although they were there, as I knew from my friend. At the same time, I didn’t enjoy communication with people from other countries either. We spoke one language, primarily English, but it felt like the meaning of words escaped my conversation partners. After one of dance parties, I talked with a foreign dancer while having breakfast. He asked me to which dance festival I would go next. I told him that I could not plan now, because I didn’t know, if women would still be allowed to leave Ukraine. It was shortly after the new law on conscription of women entering into force starting from October 1, was adopted. My friends and I had discussed it the day before while drinking coffee together and I couldn’t put it out of my head. I also told him that one could not plan more than one week ahead in Ukraine. He listened to me and reacted with phrases like “I see”, but his face seemed to express total failure or reluctance to understand what I was talking about. I felt like an alien from a war planet. Here it was, the end of my cosmopolitanism. Apparently, I will not make any friends abroad anymore.
In a dance camp you have social dance parties every night and sleep during the day. That is why I met most of the people during dance parties. At another dance party, after answering the innocent question “Where are you from?”, I ended up in an hour-long conversation about war in Ukraine. Surprisingly, the guy worked for an enterprise producing military equipment which is admired by Ukrainian soldiers. He was very enthusiastic about supporting Ukraine and told me that he encouraged everybody he met to donate for Ukrainian army. It was very nice to hear, but at the same time, I realized that I didn’t feel like talking about war. It was three o’clock in the morning and I wanted to have a nice dance, before going to sleep. Nevertheless, I felt grateful for his engagement and stopped talking to him only when another dancer invited me to dance.
At every party, I reminded myself that there were no social dance parties in Ukraine, so I had to dance more. But from time to time, I just watched others dancing and couldn’t force myself to invite anybody to dance. I did have some good dances, but enthusiasm was a rare visitor. Maybe I lost my capability to feel big joy or war reality had drained part of my energy or social dancing was not my thing after all. At the same time, during this dance camp, I managed to give my head and heart “rest from war”, if it is possible to forget it completely. “Vacation from war” was not my goal and when planning my trip to the festival, I reflected on possible actions which could raise awareness about what was happening in Ukraine. But as soon as I crossed the Ukrainian border, my brain decided to take a pause and automatically cut off all the reminders about war.
Although the festival organizers and performers managed to avoid saying anything about Russia and Ukraine during all the meetings and concerts throughout the week (which seemed to me strange and pleasant at the same time), the closing party broke that pattern. Several performances were planned and while announcing them, a famous American dancer said on the stage: “It doesn’t matter if you come from Ukraine or Russia. We all dance here and have a lot of work to do to improve ourselves. We don’t have time for shit [it was less rude, but I don’t remember the word he said].” My Ukrainian friend was surprised and hurt: “Did he really say that?” – she asked me. Contrary to her, I was irritated, but didn’t care much about it: recently I have been rather skeptical about the possibility to convince people to change their mind. It sounded like “it doesn’t matter that there was war in Ukraine, that thousands of Ukrainians died, millions of Ukrainians lost life they had built with lots of effort and love. Art is outside politics.” However, I had no wish to feel upset or hurt, I just wanted to have some rest from all the dirt and suffering we had to get through and indeed I wanted to dance and improve myself and “not to have time for shit”. But as my friend cannot speak English fluently, she asked me to tell the organizers why this short public speech was not Ok.
The camp office was already closed, and I was not sure if we would manage to do it the next morning, because it was the morning when we had to pack our bags and leave. But when we woke up, my friend was still convinced, that we should do that. So swallowing a bitter pill was not an option. We had 40 minutes till bus departure, so we took our backpacks and decided to talk to the organizers before going to the bus station which was close to the office. While walking, we went through all the arguments not to forget anything important and for me not to get lost in “I understand why one says something like this” (e.g. unicorn reality is hugely attractive and art is wonderful, why waste time on politics). One of my personal arguments were social media posts of Russian lindy hop dancer Dmitry Vostrikov (who won many international competitions and even visited some festivals in Ukraine) in which he expressed his joy that the Russian army was finally killing “Ukrainian Nazis”. On February 24, he wrote something like “Finally, the big day has come”. Ukrainian lindy hop community is asking international festivals to boycott his participation. Rumor has it, he had applied for a German visa to move to Germany. I have doubt that immigration officials would find out about Dmitry’s political position. Maybe, he already got his visa, I don’t know. I also heard about schemes how to leave Russia: you go for a protest, sit 15 days in jail and get a proof that you are a victim of Russian regime. Maybe it is just a joke, but it sounds applicable. I am also wondering if all the dance festivals would ban dancers like Vostrikov. In any case, there is more chance for it as the lindy hop dance world is not that big.
We entered the dance camp office. I put my backpack on the floor and I gave a kind of speech standing in front of two festival managers, why it did matter, if you come from Russia or Ukraine. A woman hid her eyes behind her computer (apparently, she was a volunteer) and the man looked me in the eye all the time and said that he understood us. His face expressed that he meant it. Later we knew that as teacher the American dancer wanted to encourage a young Russian dancer to perform during that last concert following his speech. Apparently, she didn’t want to perform, “because she was from Russia”. I remembered that girl: during one of camp meetings, she wanted to ask a question and presented herself with the following words: “I am from Russia, and I am sorry for that”. However, nobody knew the story behind the speech of the American dancer, and the last message of the dance camp which sounded from his mouth was that “it didn’t matter, if you come from Russia or Ukraine.” If it is about such dancers as this girl, I agree that it doesn’t matter. But how do you check the political position of a dancer if he doesn’t say anything in public or posts nothing about his or her position in social media? What is the role in supporting Russian war of dancers like brilliant dancer Ksenia Parkhatskaya who says nothing about war, writes on social media that love is the answer and posts her performances and dance projects as if nothing was happening? I don’t have simple answers for all those questions, but what I know for sure, is that I don’t want to take any lessons from Ksenia any more or dance with such dancers as Dmitry.
My confident and clear speech was unexpected to myself and made me feel more alive than all the previous days at the festival, when I was trying to have an empty head and quite succeeded in it. However, some 20 minutes later when we waited for the bus, I again didn’t have any wish to talk about war, while my friend continued to elaborate on the whole situation. It felt like touching a wound all the time and saying “It is so bad! Look! Oh, it hurts! Let me touch it again. We cannot do anything about it, do we? Will it hurt if I touch it again?”
Then we finally changed the topic and started to discuss the scandal which happened in the middle of the festival, fortunately not related to Russia, but related to the problem of art and politics. Camp organizers invited a famous jazz band to one of the dance parties. They were incredible, but suddenly, after the second song, the DJ put music on top of their song. As it didn’t stop the performance, somebody turned on the fire alarm. The jazz band went out of the building together with the perplexed audience but continued performing outside. The audience built a circle and continued to clap, but something weird was in the air. After one more song, the organizers stepped out into the circle and asked the audience not to encourage the performance of the band, because two participants of the band had not been invited and hijacked the event. Finally, the band left. Later, it turned out, that these two band participants were famous for their “racist commentaries regarding Syrian refugees” several years ago.
After the bus arrived, we stopped our discussions and went in silence to Stockholm. The hostel we booked turned out to be a horrible place in the basement of one of the buildings in the city center. Fortunately, we stayed there for just one night. We realized that it was a bad decision to book something like this, but when we were planning our trip, it didn’t feel right to book something comfortable and expensive. Back then, we preferred to donate the saved money for the army. There were no windows and air in the room, the common kitchen was dirty. Some people were staying in a 20-beds room. We met most of them in the kitchen and they looked desperate, poor and ill. They were all foreigners from different countries. Fortunately, there were no Ukrainians staying in this hostel. In our room there was one young girl from India, apparently visiting some student conference. Seeing her encouraged me.
When we finally left our room to go sightseeing, I told my friend: “Imagine, that refugees live in such places for months.” “What refugees?” – my friend asked. “I don’t know, Syrian refugees, for example.” “Lina, We are refugees.” I realized that I lost the connection to the present and was like in my old Berlin times discussing with my friends the hard life of Syrian refugees. “Right, but it was different. I suppose, our people stayed several nights at such places and then found better places, or somebody helped them with accommodation.” – I tried to find an excuse for my being insensible. “I lived in a hostel for three months.”- She made a pause. “But yes, it was a very comfortable hostel, and we were sharing it with friends.” I felt relieved. As I haven’t had refugee experience and was in Lviv only when most of refugees already left Ukraine, I should have been more attentive to what I am saying or thinking. By the way, now I have no problem in calling Ukrainians refugees, although some weeks ago I still couldn’t do it. Later when we went to bed in a full 6-bed hostel room, I made the hostel experience even worse for everybody, because my cold suddenly progressed, and I couldn’t help coughing loudly all the night.
Public transport in Stockholm is free for Ukrainians and we just had to show our passport. Every time we entered a bus or metro, I felt awkward while showing my passport. Maybe because this situation put me into victim position. People just nodded with an expression of sympathy or understanding. I felt that I would gladly pay all the money in the world for those tickets, but I said to myself that I had to take this gift now in order to be able to donate more for the Ukrainian army or people in need. I was not a victim, and it was not about me. It was about Ukraine. Swedish people were helping Ukraine.
After two days in Stockholm, I was happy to be back in Ukraine, although I cannot say that I have my home in Kyiv. Kyiv always seemed to me too harsh as a place to live, but now it is the place where I have my work and dancing classes, as well as a lot of growth possibilities. Most importantly, in Kyiv nobody would ask me “What country are you from?” and thanks to the Ukrainian army, there is very little chance to encounter Russians.

lunes, 28 de noviembre de 2022

¿De dónde eres? (Diario de Guerra XX, parte 1)

COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK
(english below)

Después de hablar de mi viaje a Zaporiyia, me gustaría compartir mis impresiones acerca del viaje al oeste a final de julio, que al contrario que Zaporiyia agrandó la distancia que existía entre mí y las acciones de guerra. Me tomé el viaje al festival de danza en Suecia como una especie de viaje de negocios. Así me resultaba más fácil ir. Aún no puedo permitirme el lujo de ir de vacaciones a visitar nuevos lugares o viejos amigos. Me parece un lujo excesivo y tal y como se oye decir mucho estos días en Ucrania, no es el momento adecuado (не на часі) de hacerlo, al menos para mí. Pero el baile es otra cosa. De hecho, para mí era una oportunidad de presentarme como una bailarina de Ucrania y demostrar que los ucranianos todavía existimos y todavía bailamos. Aunque los hombres no pueden dejar Ucrania para participar en un festival de baile, las mujeres sí que pueden. Después de todo los rusos continúan bailando en festivales internacionales y mejorando sus habilidades, ¿por qué deberíamos los ucranianos estar escondidos?

Cogí un tren a Przemysl y luego otro a Cracovia. Los camareros del tren eran encantadores y también la gente que viajaba en mi compartimento. El ambiente era relajado, tranquilo y confiable. Aparentemente, era lo contrario a lo que se podría haber presenciado en febrero. Se me ocurrió que quizá mi sensación de seguridad y comodidad podría deberse en parte al hecho de que, por razones obvias había muy pocos hombres en el tren, aunque suene cínico. De todas formas en general la gente de Ucrania parece estar más atenta y mostrarse más amable a los demás. El amor está en el ambiente allá donde vayas. Casualmente, la pareja de mi compartimento y dos chicas del compartimento de al lado iban a Israel. Las chicas iban hablando en el pasillo acerca de lo que querían ver allí. Así es como me enteré de a dónde iban. Me encantó y me sorprendió escuchar esa conversación: no trataba de la guerra.

En el compartimento hablábamos únicamente cuando era inevitable (para pedir alguna cosa) y todo el mundo iba mirando su móvil. Aunque me pareció algo triste, era exactamente lo que quería. No me sentía cómoda y no quería hablar de la guerra, que por supuesto hubiera sido el tema del momento. Decidí escribir mi diario de guerra antes de empezar a dormir.

El control de pasaportes de la mañana en Przemysl nos causó algo de retraso, pero fue rápido. No pude evitar sonreír cuando confirmé que para cruzar la frontera sólo me hacía falta presentar mi pasaporte. Mirando a través de la ventana el campo y las casas de Polonia, me asaltó el pensamiento de que los coches que veía serían útiles para nuestros soldados. Fue extraño, porque no era mi labor comprar coches para los soldados (obviando las donaciones). En la estación de Przemysl había algunos puestos de comida para los refugiados, pero muy pocos refugiados. La tormenta había pasado, al menos por ahora.

En Cracovia me di cuenta de que había exagerado mucho cuando escribí en uno de mis diarios de guerra que Kiev era una ciudad muy intensa, llena de gente y de vida. En Cracovia había mucha más gente y el sentimiento de estar disfrutando la vida era mucho más fuerte. No existían limitaciones para la diversión, ya fueran internas o externas, ni la más mínima idea de estar en peligro, ni pensamientos intensos acerca del futuro del país o de qué se podría hacer para ayudar a estos o aquellos a sobrevivir. La gente simplemente disfrutaba de su vida. Era un poco abrumador pero traté de mirarlo como un sociólogo, sin dejar paso a las emociones. El responsable de mi hostal en Cracovia era ucraniano,  y me encontré con una mujer ucraniana que vivía allí. Tampoco hablamos de nada, pero la conexión estaba en el aire aún habiendo intercambiado sólo unas pocas palabras.

Mi profesora de baile vino también al Festival en Suecia, así como dos chicas más de mi clase. Llegamos desde sitios diferentes y la primera tarde nos encontramos en el bar del evento, y antes de empezar con la danza tuvimos la típica conversación “¿dónde estabas el 24 de febrero?” Nos sentamos en una mesa en medio del bar a beber cerveza, rodeadas de bailarines internacionales. Conforme íbamos hablando, se nos llenaban los ojos de lágrimas. El sonido de nuestras voces se mezclaba con las charlas entusiastas y llenas de risas de los bailarines que nos rodeaban. Parecía que dos realidades distintas estaban chocando en aquella habitación. Me sorprendió haber podido encontrarme con mi profesora tan poco tiempo después del 24 de febrero. Pensé que pasaría mucho tiempo más antes de que pudiéramos volver a vernos. Estar luego bailando en la misma habitación fue como echar un vistazo al mundo de antes de la guerra. Como si nada hubiera sido destruido.

Cuando me levanté la primera mañana, me sentí culpable por estar en un festival de danza. De vez en cuando, mis amigos y yo teníamos que explicarnos unos a otros por qué visitar un campamento de baile era estupendo. El Festival se celebraba en un pueblo cuya hermosa naturaleza impactó a nuestra mente. Continuábamos hablando de la guerra, pero era como una psicoterapia mutua. Parecía que mi mente se hubiera vaciado, mientras que estando en Kiev antes del viaje, la bombardeaban cientos de pensamientos por minuto.

De vez en cuando, al conocer a gente nueva me preguntaban “¿de dónde eres?” y en cuanto decía “Ucrania” se producía una pausa dramática que yo no podía soportar, y rápidamente cambiaba de tema a algo que no tuviera nada que ver ni con Ucrania ni con la guerra. Una vez le pregunté a una de las bailarinas de dónde era y me respondió “Bielorrusia” seguido de una pausa todavía más dramática y con una expresión en su cara que estaba diciendo “lo siento”. De nuevo, tomé la iniciativa de romper el momento y ponernos a hablar de baile. Vi muchas caras conocidas de otros festivales en otoño y volví a tener la sensación de que nada había cambiado. También me encontré con Max, un bailarín ruso que ha estado viviendo fuera muchos años. Bailar con él en el último festival antes de la guerra fue una experiencia excepcional, así que no quise evitar bailar con él. Le hablé en alemán para borrar de mi memoria que él tuviera algo que ver con Rusia, y por suerte me respondió en alemán. Hablando en alemán me sentía cómoda y libre de ese sentimiento culpable de estar traicionándome a mí y a mi gente. Pero después, durante el baile de repente me preguntó algo en ruso y no pude hacer otra cosa que responderle “no” en ruso, y continuar en alemán como si no hubiera pasado nada. La lengua alemana se convirtió en mi refugio y me sentí muy agradecida de que existiera. No quería saber qué tipo de lazos unían a ese bailarín con Rusia y si eran muy profundos, porque si lo eran y él no estaba en contra de la guerra tendría que dejar de bailar con él.

Al día siguiente volví a encontrarme con Max y nos pusimos a hablar sobre el baile, pero entonces me preguntó algo acerca de mi trabajo. No podía responderle sin mencionar la guerra. Debería haberle respondido de una manera más breve, pero se quedó en silencio y no reaccionó a mis palabras. Quizá, eligiendo una respuesta más larga quería darle de manera inconsciente más oportunidades de reaccionar. Pero Max no dijo nada. En un momento determinado me pareció que él desconocía que había una guerra en Ucrania, por más que eso fuera una suposición tan distante de la realidad. Después de despedirnos me di cuenta de que me resultaba hiriente que una persona de origen ruso no dijera que lo sentía, ni expresara simpatía. No necesitaba ese tipo de simpatía, pero sí una señal de que estaba en contra de la guerra. Aparentemente, evitar hablar de política era su estrategia en la vida y en la comunicación. De repente ya no me parecía inspirador bailar con él. La magia había desaparecido.

Otra de las tardes me encontré con otro bailarín ruso que también había estado viviendo fuera mucho tiempo. Por mis amigos supe que él había hecho donaciones para el ejército ucraniano y que había tomado en sus redes sociales una posición clara contra la guerra. Es una persona magnífica, y cuando me vio me abrazó y me preguntó cómo había llegado, y si los organizadores hacían descuento a los ucranianos. Le hizo muy feliz saber que era gratis para nosotros. Abrazándole y bailando con él tuve la maravillosa sensación de ser una persona encantadora y despreocupada: ¿acaso no es así como deberíamos tratarnos unos a otros, abrazándonos y haciendo arte juntos? Me di cuenta con pesar de que la realidad es diferente ahora. Con el hecho de empezar esta guerra, los rusos nos han obligado a matar gente y valorar las armas. Nosotros no hemos elegido esto, y nos encantaría seguir viviendo en nuestro mundo de unicornios tal y como vive mucha gente fuera de Ucrania, ese mundo en el que la vida humana es lo más importante y “paz y amor” es la respuesta a todo. Hay algunos chistes acerca de que la vida de uno nunca vuelve a ser la misma después de leer a Kafka. Nuestra vida no volverá a ser la misma por culpa de la guerra rusa. Los ucranianos estamos creciendo mucho más deprisa a causa de la guerra, tal y como escuché una vez en un podcast ucraniano de psicología. En efecto, yo tengo la sensación de haber envejecido diez años en los últimos seis meses.

(continuará)



#WarDiary #20 Where are you from? (part 1)

After telling about my trip to Zaporizhzhia I would like to share my impressions from the trip “to the west” in the end of July, which opposite to Zaporizhzhia, made the distance between me and war actions bigger. I regarded my trip to a dance festival in Sweden as a kind of business trip. Because of that, it was easier to go for it. I still cannot fancy going on vacation just to see some new places or visit friends. It seems like unjustified luxury and like one often says in Ukraine these days, it is not the right moment (не на часі) for that, at least for me. But dancing was different. Also, it was an opportunity to present myself as a dancer from Ukraine and to demonstrate that Ukrainians still exist and still dance. Although our guys cannot leave Ukraine to visit a dance festival, Ukrainian women can do that. After all, the Russians continue dancing at international festivals and improving their skills. Why should Ukrainians hide themselves?
I took a train to Przemysl and then to Cracow. Ukrainian train stewards were very nice, as well as people in my compartment. The atmosphere was very relaxed, quiet and trusting. Apparently, it was the total opposite of what one could have witnessed in February. It occurred to me that my feeling of safety and coziness could also partly be explained by the fact that for obvious reasons there were very few men on the train, however cynical that might sound. In any case, in general, people in Ukraine seem to get more attentive and nicer to each other. Love is in the air wherever you go. By some coincidence the couple in my compartment and two girls in the compartment next to me were going to Israel. The girls were discussing in the corridor what sights they wanted to see there. That is how I found out where they were going. I was surprised and happy to hear such a conversation: it was not about war.
In the compartment, we talked only when it was inevitable (like asking to pass something) and everybody looked at their smartphones. Although I found it in a way sad, it was exactly what I wanted. I didn’t feel like talking and didn’t want to talk about war which would of course have been the main topic, as I supposed. I decided to write my war diary before starting to sleep.
The passport control in the morning in Przemysl caused some delay, but it was very quick. I couldn’t help smiling when I could confirm that in order to cross the border, I just needed to present my passport. Looking through the window at Polish landscapes and houses, I caught myself at the thought that cars I saw would be good for our soldiers. It was weird, because I was not involved in buying cars for soldiers, if one doesn’t take donations into account. At the Prezmysl station there were some food stations for refugees, but rather few refugees. Storm was over, at least for now.
In Cracow I realized that I very much exaggerated when I wrote that Kyiv was a vivid city full of life and people in one of my war diaries. In Cracow there were way more people, and the feeling of life enjoyment was much stronger. There were no external or internal limitations for fun and not the slightest idea of danger or any “big thoughts” about the future of one’s country or what one should do to help his or her people to survive. People were just enjoying their personal life. It was a bit overwhelming, but I just watched it like a sociologist without having any emotions. The manager of my hostel in Cracow was Ukrainian and I met another Ukrainian woman who was living there on a permanent basis. We also didn’t talk about anything, but caring was again in the air, even if we exchanged just few words.
My dance teacher also came to the dance festival in Sweden, as well as two more girls from dancing classes. We arrived there from different points on the map and in the first evening we met at the bar of the festival venue and before starting to dance, we had that typical conversation “Where were you on February, 24?”. We sat at the table in the middle of the bar drinking beer surrounded by dozens of international dancers. As we were listening to each other, tears appeared in the eyes of one of the girls, then also in my eyes. The sound of our voices mixed with the sound of enthusiastic chatting and laughing of dancers around us. It seemed that two realities were clashing in one room. I was surprised that I saw my teacher so soon after February, 24. I had thought it would take much more time before we see each other again. The fact that we later also danced in one room was like a glimpse of the pre-war reality. Not everything disappeared or was destroyed.
When I woke up in the first morning, I felt guilty that I was at a dance festival. From time to time my friends and I had to explain to each other why visiting a dance camp was OK. The festival was in a village with beautiful nature which soothed our mind. Every now and then we talked about war, but it was rather like a mutual “psychotherapy”. My head seemed to be empty in those days, opposite to hundreds of thoughts per minute in Kyiv before the trip. From time to time as I met new people, they asked me “Where are you from?”. As soon as I said “Ukraine”, there was a dramatic pause and face which I couldn’t stand and would always proactively skip to some topic not related to Ukraine or war. Once in return I asked a dancer where she came from and she answered “Belarus” followed by even more dramatic pause with an expression of being sorry on her face. Again, I took the initiative to break the pause and move immediately to a dancing topic.
I saw many faces which I already saw at previous festivals in autumn, and it again gave the illusion that nothing changed. I also met a Russian dancer Max who has been living abroad for many years. Dancing with him at my last festival before the war was an exceptional experience, so I couldn’t convince myself not to dance with him. I spoke German to him in order to erase from my memory that he had anything in common with Russia and fortunately, he answered in German. While speaking German, I felt comfortable and free from any guilt of betraying myself or my people. But later during the dance he suddenly asked a question in Russian, and I didn’t find any other solution as to say “No” in Russian, but then continued in German, as if nothing happened. German language became my shelter, and I was so grateful for its existence. I didn’t want to know anything about the connection of this dancer to Russia, how deep it was, because if it was deep and if he wasn’t against war, I would have to stop dancing with him.
The next day I met Max again and we had a small talk about dancing, but then he asked me something about my work. I couldn’t answer it without mentioning the war. I might have kept my answer to his question much shorter, but he remained silent and didn’t react to what I said. Maybe, by saying more, I unconsciously wanted to give him more chances to react to anything I said. But Max said nothing. At one moment, it seemed to me that he didn’t know that there was war in Ukraine, however distant from reality such a presumption might seem. After we said good-bye to each other, I realized that it hurt me that a person with Russian background didn’t say anything about being sorry or expressing sympathy. I didn’t need sympathy as such, but I just needed a sign that he didn’t support war. Apparently, “avoiding politics” was Max’ communication or life strategy. Suddenly, dancing with this guy didn’t seem inspiring anymore. The magic was gone.
In one of the evenings, I met a Russian dancer who also has been living abroad for a long time. As I knew from my friends, he donated for Ukrainian army and took a clear position against the war in his social media. He is a very nice person and when he saw me, he hugged me and then asked how I arrived and if the organizers gave any discount for Ukrainian dancers. He was happy to know that participation was free of charge for Ukrainians. Hugging and dancing with him gave me a wonderful feeling of being a kind and carefree person: isn’t it how people should treat each other, hug and create together? I realized with regret that the reality was different now. By starting this war, Russians forced us into killing people and admiring weapons. We didn’t choose this and would gladly live in the unicorn reality as some people abroad still live, in which human life is the most important value and peace and love is the answer.
There are these jokes that your life will never be the same after reading Kafka. Our life will never be the same because of Russian war. The Ukrainians grew older much quicker because of the war, as I heard on one of Ukrainian podcasts on psychology. Indeed, I feel like I grew at least 10 years older in the last six months.
(to be continued)

martes, 15 de noviembre de 2022

Eres rico, te odio


“Porque los ricos, piensa la izquierda, lo son a través de la explotación de los más débiles o a través de una injusta herencia… pero en este punto, el problema de la izquierda es que confunde a todos los ricos con explotadores o personas carentes de ética”
Edurne Uriarte

…y a la vez atribuye a todos los pobres una bondad inherente. La izquierda se equivoca de forma radical en ambos casos, vaya sorpresa.

Sólo hay dos maneras de manejar la economía de un país: CREAR riqueza o DESTRUIRLA. Porque la riqueza al contrario que la energía, se crea y se destruye. ¿Oyeron ustedes alguna vez hablar de la aporofobia? una más de todas esas neofobias modernas que tanto gustan al progrerío y que significa tener odio a los pobres. Así, tal cual. Sinceramente, no conozco a nadie que odie a los pobres pero sí conozco a mucha gente que odia a los ricos y no deja de ser sorprendente que esa “fobia a los ricos” no moleste, ya que se trata en realidad de odio a la riqueza ajena sin que necesariamente aumente la propia… vamos lo que viene siendo envidia cochina de toda la vida.
 
Para empezar el concepto de “pobre” o “rico” es bastante relativo; para mí, rico es Bill Gates y pobre es un niño filipino que rebusca basura en un vertedero; pero para Bill Gates yo soy miserable y para el niño filipino soy multimillonaria. Y esa inevitable subjetividad no está exenta de tintes políticos: por ejemplo, para un dirigente de izquierdas él mismo siempre será pobre y obrero (aunque tenga chaletazo, sueldazo, limusina y empleados domésticos) y el grupo de ricos a los que hay que subir los impuestos empieza cuando alguien tiene un euro más que el susodicho líder de izquierdas: que paguen impuestos “los ricos”, yo y mis limusinas obreras estamos exentos.

A grandes rasgos: CREAN riqueza los mercados neoliberales, los ricos y las políticas de derecha; CONSUMEN riqueza todos los ciudadanos, especialmente los más desfavorecidos y necesitados de ayuda, y DESTRUYEN riqueza la intervención estatal de los mercados y los políticos cuando la dilapidan amparándose en excusas de lo más diversas. La más común: “la riqueza debe repartirse entre quienes la necesitan y para un reparto justo primero ha de pasar por nuestros bolsillos”. Los resultados de esta excusa llevada a la práctica son de sobra conocidos y si alguien no los conoce puede leer la novela “Rebelión en la granja”, en la que George Orwell los detalló de manera magistral. Ahí lo dejo, el comentario y el enlace.
 
http://obsesivaycompulsiva1970.blogspot.com/2021/07/rebelion-en-la-granja.html

Cuando se crea riqueza, ésta se distribuye de manera natural sin que sean necesarias leyes para ello, pero también es cierto que quienes se dedican a crear riqueza (casi siempre odiados super empresarios) se van a beneficiar de ella más que el resto. Vamos, que cuando la riqueza de un país aumenta, aumentará para los ricos en mayor proporción que para los pobres. ¿Es injusto? puede pero es lo que hay, cualquier intento de intervención en esta regla de la naturaleza de los mercados destruye inmediatamente recursos, es decir, se quedan sin riqueza tanto pobres como ricos. 

Y un poco en la misma línea va el tema de los impuestos: quien más tiene es quien más paga, y paga una proporción de sus ganancias bastante mayor que aquella de quien menos tiene; pero cuando bajan los impuestos quien más paga es quien más se beneficia. Por eso quienes odian a los ricos en cuanto llegan al poder suben los impuestos para que los ricos paguen más aún, perjudicando de paso a las clases medias y bajas que por supuesto también pagan más. Añádase que los ricos tienen la posibilidad de irse a otro país que tenga una fiscalidad más favorable mientras que los pobres no; y añádase también que no es lo mismo reducir el 15% de un sueldo de mil euros que de un sueldo de siete mil. Aunque la cantidad sea mayor en el de siete mil, las dificultades que puede causar dicha reducción son mayores cuanto menor sea el sueldo.

Personalmente quiero vivir en un país donde haya ricos, muchos ricos aunque yo nunca lo sea. Un país donde la gente puede hacerse rica y mantenerse rica sin que le quiten lo que ha conseguido es un país donde todo el mundo está mejor y a donde todo el mundo quiere ir a vivir. No lo olvidemos que los emigrantes van siempre en la misma dirección y no es la de ningún paraíso socialista sin ricos ni riqueza.





domingo, 6 de noviembre de 2022

Adiós a Ucrania (Diario de guerra XIX)

COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)

En cuanto salimos del área residencial en la que estaba situada la guardería, nos encontramos con nuestro admirado médico coordinador. Cuando le pedimos disculpas por tener que salir hacia Luiv, nos dijo que no nos preocupáramos, que el hecho de que hubiéramos  venido en el convoy de Luiv a Zaporiyia animaría a los demás participantes en la misión. Mis colegas se ofrecieron a donar el material médico que traíamos desde Luiv, pero el doctor nos dijo que las ambulancias ucranianas van equipadas hasta el techo con todo el material necesario, así que no hacían falta más donaciones. Eso hizo que mis colegas se sintieran avergonzados. En ese momento me di cuenta de que el hecho de ayudar no tiene tanto que ver con la persona a la que ayudas, como con la persona que ayuda. Es la persona que ayuda quien necesita ayudar porque así obtiene una especie de confort o placer en ayudar a otros, o simplemente se desprende del sentimiento de no ser capaz de ayudar. Me sorprendió que el deseo de ayudar no fuera suficiente. Además hay que encontrar un modo efectivo de ayudar, por ejemplo las personas adecuadas para recibir ayuda, los compañeros de trabajo adecuados, el sitio correcto, el tiempo correcto.

Le dimos las gracias al doctor y continuamos con nuestro paseo.

“Son buenas noticias” -dijo uno de mis colegas- “¿acaso no es una buena noticia que aquí no necesiten nada más?”

ciertamente, era mejor que si nos hubieran dicho que había escasez y faltaban las cosas necesarias. Más tarde, una amiga que es voluntaria me dijo que no es verdad que en Zaporiyia tengan suficiente material médico. No sé cual de las dos versiones es la correcta. Como dije antes, para donar has de encontrar gente que necesite algo. Más tarde le ofrecimos a un chico un pack de primeros auxilios y lo aceptó encantado. Al final fue lo único que pudimos donar en esta misión.

-“¿cuándo empieza el toque de queda?” -me preguntaron mis colegas
-“¡Ostras, el toque de queda!”

teníamos que estar de vuelta a tiempo. Me había olvidado completamente. En este país todavía hay guerra. Los paisajes bonitos y la gente encantadora me habían hecho olvidarlo. De manera inesperada llegamos a un pequeño bosque que era bastante silvestre. Antes de meternos en él, recordé las advertencias en la región de Kiev de que estaba prohibido entrar en bosques debido al peligro de las minas terrestres. ¿No debería haber alguna señal que dijera “¡¡Peligro, minas!!”? No había señales a la vista ¿Acaso hay saboteadores de señales por aquí cerca? Deseaba tanto entrar en ese bosque que decidí no pensar en ello, simplemente procuraría vigilar mis pasos y tener cuidado. Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no me sentía cerca de la naturaleza. Andamos un rato por el bosque, y al poco tiempo vimos el río que pasa por Dnipro y también un yate. Tras estar una media hora disfrutando del bosque y del río, al ver que se hacía de noche nos dirigimos otra vez a la guardería. Allí me tumbé en el suelo vestida con la misma ropa y utilicé mi bolsa como almohada. Me cubrí con una sábana que nos habían dado los trabajadores de la guardería. Estaba tan cansada que no me importaba la incomodidad.

Sobre las 2.00 h. nos despertó el sonido de una sirena. Nuestro primer impulso fue quedarnos donde estábamos y continuar durmiendo, que fue lo que hicimos durante unos 10 minutos mientras otros recogían sus pertenencias para ir al refugio. Pero entonces el médico coordinador entró y dijo que saliera todo el mundo, que la sirena sonaba muy fuerte y no era normal. El refugio estaba en la planta baja de la guardería y había sitios donde sentarse que parecían palés cubiertos con viejas mantas. Uno de los trabajadores de las ambulancias, le dijo a otro que Zaporiyia era el tipo de ciudad donde se deben tomar muy en serio las alarmas aéreas. Creo que él era de Liuv. Un hombre que estaba sentado cerca de mí en el palé, me dijo que no tenían ningún sentido las alarmas en Zaporiyia. Los rusos no iban a desperdiciar misiles por esta ciudad aunque estaba dentro del rango de alcance de sus lanzacohetes, sólo a 30 kilómetros. Oyendo las conversaciones entre ellos, me quedó claro que no sabían cuánto tiempo iban a estar fuera de sus casas. Les habían dicho que cogieran sólo lo necesario. De hecho, no estaba nada claro cuándo iba a empezar la evacuación. ¿Estaría toda esa gente a salvo después de que fueran a Mariupol? Lentamente me quedé dormida. Cuando finalmente mi sueño comenzó a ser profundo y agradable, parecía que la alarma había dejado de sonar. No quería levantarme, pero todo el mundo empezó a subir arriba, así que me obligué a subir también. Sobre las 8:00 de la mañana nos despertó una orquesta polifónica de tapas de cacerolas y cubiertos en la habitación grande donde estábamos durmiendo. Era una inconfundible invitación a tomar un desayuno estilo guardería, consistente en pescado frito, café con posos y pastas (pyrozhky) rellenas de puré de patatas. Decidimos pasar del pescado frito y de las pyrozhky, y tomar solamente el café. Pero las mujeres que nos atendían parecían decepcionadas, así que acordamos tomar una de las pastas cada uno. Eso nos proporcionó energía para varias horas de camino, hasta que pudimos tomar un desayuno más moderno en una estación de servicio, consistente en café con leche y croissant.

Mientras aún estábamos recorriendo los pasillos, una mujer nos pidió que añadiéramos nuestros nombres a una lista escrita a mano y firmáramos, para cuadrar la contabilidad. Hicimos lo que nos decía y empezamos a buscar a los conductores de ambulancia que estaban cerca de nuestros coches, ya que todos los coches estaban aparcados muy juntos. Era como buscar una aguja en un pajar. La aguja era el coordinador, que por lo visto había tenido que salir corriendo hacia Luiv por la mañana debido a una emergencia. Así que tuvimos que buscar otra aguja, por ejemplo la persona que iba a estar a cargo, a quien yo aún no conocía. Como yo era la única que hablaba ucraniano de nuestro equipo, incluyendo a todos los conductores de las ambulancias, parecía que fuera la única que hablaba una lengua extranjera. Me di cuenta también de que era la única que podía hacer esa tarea. No era el momento de seguir siendo una chica introvertida. Caminé en todas direcciones entre la multitud de conductores de ambulancia que fumaban frente al edificio, preguntando. No sabía que aspecto tenía el coordinador, y después resultó que era el mismo médico con el que ya me había encontrado en Luiv durante una de las evacuaciones. Finalmente, los coches se pusieron en marcha y pudimos irnos. ¿Puede haber algo peor que estar dando vueltas mientras esperas? Es lo que se suponía que tenía que hacer toda aquella gente durante un periodo de tiempo indeterminado. Me gustaba que pudiéramos irnos, aunque lo que hacíamos realmente era regresar por donde habíamos venido. Es curioso, no me sentía decepcionada por no haber llegado a Mariupol. Sólo estaba un poco sorprendida porque mi intuición había fallado. Me había dicho a mí misma que visitaría Mariupol u otras zonas de combate, pero aparentemente no iba a ser pronto, o mi intuición no era tan precisa como yo pensaba. Acepté la situación: después de todo yo no tenía el entrenamiento adecuado para estar en zonas peligrosas.

Al volver Intercambiamos nuestros puestos y me tocó estar en la parte trasera del vehículo. Como afortunadamente nunca había estado dentro de una ambulancia, fue un descubrimiento para mí el hecho de que la persona que se sienta detrás no puede ver nada a través de las ventanas, que o bien están cubiertas o bien no existen. Tenía muchas ganas de dormir, y de dormir en una posición horizontal, así que ignorando el mal rollo me tumbé en la cama donde normalmente se coloca al herido. Era un poco raro pero confortable, y pude dormir muy bien allí a pesar de los baches, porque pude sujetarme a la camilla con las correas. En uno de los checkpoints, un joven soldado me despertó abriendo de golpe las puertas de la ambulancia y pidiéndome que le enseñara mi pasaporte. Al enseñarle mi pasaporte ucraniano, me sentí como si le estuviera enseñando un salvoconducto del Rey. Los soldados de los checkpoints son tranquilos y simpáticos, y pocas veces revisan la parte trasera de los coches, así que al menos algunos de nosotros podíamos dormir un rato sin que nos molestaran, ya que cambiábamos de sitio de cuando en cuando.

Conducíamos con calma si se compara con el viaje en el convoy, y escogimos una ruta ligeramente diferente: Krivoi Rog, Kropivnitski, Vinnytsia. No había estado nunca en las dos primeras. Habíamos estado varios minutos atravesándolas y traté de absorber con mis ojos todos los detalles posibles: monumentos, fachadas, avenidas, pequeñas esculturas, etc. Estaba llena de amor y traté de proyectarlo a esas ciudades y a los terrenos existentes entre ellas, como si eso pudiera salvarlas de ser destruidas por la guerra rusa, o fuera a darles fuerzas cuando tuvieran cerca la línea del frente. Había visitado muy pocos sitios de Ucrania, porque cuando era estudiante en Kiev no tenía demasiado tiempo ni dinero (y parece ser que tampoco mucha imaginación) pasaba el tiempo estudiando economía y alemán sin parar, en mi dormitorio. Sólo después de salir de allí descubrí lo que es viajar, y me di cuenta de que los pueblos y ciudades ucranianos son muy interesantes, incluso aunque no puedan presumir de tener arquitectura de la Edad Media. Yo nunca había estado en Mariupol, y por vergonzoso que sea tampoco había estado en Chernigov. Ni en Jarkov, Sumy, Donetsk, Lugansk. Sólo había atravesado Jersón y Mykolaiv por la noche yendo a la playa con mis padres. Así que no sabía realmente cómo eran. Aún puedo visitar Chernigov, para visitar otras ciudades ya es demasiado tarde. Si lo hubiera sabido mientras vivía en Alemania hubiera pasado mis vacaciones en Ucrania en vez de en Barcelona, Roma, Leipzig, Hamburgo, Dresden o Paris…. Barcelona, Roma, Leipzig, Hamburgo, Dresden o Paris seguirán estando ahí para mí; Jarkov, Mariupol, Sumy, Chernigov, Donetsk, Lugansk… han sido parcial o totalmente destruidas por la guerra rusa. Igualmente, antes de la escalada de la guerra me las apañé para visitar debidamente Odessa, la isla de Dzarilgach en la región de Jersón, Dnipro, Luiv, Chernovtsi y otros pueblos y ciudades. Ahora puedo añadir a mi lista cinco minutos atravesando Zaporiyia, Krivoi Rog y Kropivnitski.

El mapa de Ucrania está desapareciendo, y trato de retener tantas imágenes como sea posible. Es por eso que los 1000 kilómetros de ida y de regreso, de Luiv a Zaporiyia, del oeste al este, han sido como una despedida de mi país, que se está viniendo abajo cada día, ya sea en kilómetros o en metros, o en ladrillos después de cada misil que cae. Quizá pensar que lo peor puede suceder no sea la mejor estrategia, pero quiero ver más de Ucrania y conocer más de sus gentes. Antes de que sea demasiado tarde.



(texto original)


#WarDiary 19  #Farewell to Ukranie
…As we left the residence area, in which the kindergarten was situated, we bumped into the admired coordinating doctor. As we tried to apologize for our intention to leave for Lviv, he said that it was no problem and that our participation in the convoy from Lviv to Zaporizhzhya was encouraging for the other participants of the mission. My colleagues offered to donate medical material with which we packed our cars in Lviv, but the doctor said that Ukrainian ambulance cars were also packed to the roof with all the necessary material, so there was no need in donations. It made my colleagues feel even more awkward. That was the first moment in my life when I realized that helping was not actually about the person you help, but more about the helping person. It is the helping person who needs to help to get some kind of comfort or pleasure in helping other person or just to get rid of the feeling of being helpless. It surprised me that the wish to help alone did not always suffice. One has to find an effective way to help, i.e. to find the right people to be helped, the right people to work with, the right place, the right time.
We thanked the doctor and went further for our walk. Actually, it is good news, one of my colleagues said. Isn’t it good news that they have enough of everything here? Indeed, it was better news than the information about shortage and lack of the most necessary things. Later, my friend who volunteers, told me that it was bullshit that they had enough medical material in Zaporizhzhya. I cannot verify either version at this point. Again, to donate, one needs to find people who do not have enough. Later we offered to a guy an emergency backpack and he gladly accepted it. In the end, it was the only thing which could give in this mission.
When does the curfew start? – my colleagues asked me. Oh, curfew, right! We need to be back in time. I totally forgot about its existence. We were still in the country at war. The beautiful landscapes and nice people made me forget about it. Unexpectedly we reached a little forest which was rather wild. Before entering it, I remembered the announcements in Kyiv region that it was prohibited to enter forests, because of landmines danger. Should there be signs like “Danger, mines!”? There were no signs in sight. Are there saboteurs here? I wanted to enter that forest so badly that I decided not to think about it and just watch my steps and be careful. I realized that it has been a long time since I was close to nature. We walked through the forest and after some time we saw Dnipro water and a yacht. After enjoying the forest and river for some half an hour, while it was slowly getting dark, we headed back to the kindergarten.
In the kindergarten I lied down in my day clothes on the floor and put my bag under my head. I covered myself with a sheet that we got from the kindergarten staff. I was so tired that I didn’t care about comfort. At 2 o’clock or so we were awakened by the sound of air siren. Our first impulse was to stay where we were and continue sleeping, and we did so for some 10 minutes while others were gathering their belongings in order to go to the shelter. But then the coordinating doctor entered and told everybody to go out, because the air siren was “unusually loud”. The shelter was in the basement of the kindergarten and there were some places to sit on which looked like pallets covered with old blankets. One of the ambulance workers told to another one that Zaporizhzhya was that kind of city in which you should take air alarms seriously. Apparently, he was from Lviv. A man, who sat near me on the pallet, told me that air alarms did not make any sense in Zaporizhzhya. Russians wouldn’t waste missiles for this city, as it was in the reach of their multiple rocket launchers, they were only some 30 kilometers away. It got clear from the conversations between the people that they didn’t know for how much time they left their home. They were just ordered to pack the most necessary things in their bags. Indeed, it was not clear, when the evacuation would start. Will all these people stay alive after they go to Mariupol? Slowly, I fell asleep. When my sleep finally got deep and sweet, there was a signal that the air alarm was over. I didn’t want to wake up, but everybody started to move back upstairs, so I forced myself to do the same.
At around 08:00 a.m. we were awakened by a polyphonic orchestra of saucepans’ lids and cutlery in the big room where we were sleeping. It was an unambiguous invitation to a kindergarten style breakfast consisting of fried fish, coffee with many grounds at the bottom of a cup and pastries (pyrozhky) with mashed potatoes filling. We decided to skip fried fish and pyrozhky and go just for coffee. But the women treating us looked disappointed, so each of us agreed to eat one pastry filled with mashed potatoes. Subsequently, it gave us energy for several hours of ride before getting a modern breakfast at a petrol station consisting of latte macchiato and a croissant.
While we were already making our way through corridors, a woman asked us to enter our names into a hand-written list and sign for the purpose of accountability. We followed her request and started to look for the drivers of ambulance cars which stood near our cars, as all the cars were parked tightly. This mission was like looking for a needle in a haystack. The needle was the trip coordinator who as appeared, had to depart for Lviv in the early morning because of some emergency. So we had to look for a different needle, i.e. for the person who took charge, with appearance yet unknown to me. As I was the only Ukrainian speaking person in our team and among all the ambulance workers I was apparently the only foreign language speaking person, I realized that I was also the only one to solve the task. It was not the right time to be an introvert anymore. I was going back and forth among the crowd of ambulance workers who were smoking before the building and asking around. I didn’t know how this person looked like, but later it turned out that it was the same doctor whom I already met in Lviv during one of medical evacuations. Finally, the cars were moved, and we could leave. Can there be anything worse than hanging around and waiting? That was what these people were supposed to do here during an unknown period of time. I was happy that we could move further, even if the movement was backwards.
Interestingly, I was not disappointed that we didn’t go to Mariupol. I was just slightly surprised that my intuition was wrong. It told me that I would visit Mariupol or active combat areas, but apparently not yet or my intuition was not so precise as I thought. I accepted the situation: after all, I didn’t have the proper training to go to dangerous areas. We changed places and now I had to go to the back of the car. As I have fortunately never had been inside ambulances, the fact that the person in the back of the car cannot see anything in car windows which are covered or inexistent, was a discovery for me. I badly wanted to sleep and to sleep in a horizontal position, so putting away my superstition, I lied down on the bed on which one normally puts the wounded. It was weird, but very comfortable and I could sleep there very well despite bumping road, because I could fix my body with a belt. At one of the checkpoints a young soldier woke me up by opening the doors of the car and asked me to show my passport. Presenting my Ukrainian passport to him felt like presenting a royal charter. Soldiers at checkpoints were easy-going and nice and only few checked the back of the car, so some of us could sleep undisturbed as we changed places from time to time.
We drove relaxed in comparison to convoy trip and chose a slightly different way through cities: Kryvyi Rih, Kropyvnytskyi, Vinnytsya. I have never been to the former two. We had been driving for several minutes through them and I tried to absorb with my eyes as many details as possible: memorials, balconies, boulevards, little sculptures, etc. I was full of love and tried to project it on these cities and fields between them as if it would save them from being ruined by Russian war or give them some strength when the frontline approaches them.
I visited very few places in Ukraine, because as a student in Kyiv I didn’t have much money and time (and apparently phantasy), studying economics and German words without pauses at my dormitory. Only after moving abroad, I discovered travelling and realized that Ukrainian cities and towns were also interesting, even though they often couldn’t boast of Middle Ages architecture. I have never been to Mariupol und however embarrassing it is, I still haven’t been to Chernihiv. I have never been to Kharkiv, Sumy, Donetsk, Luhansk. I only drove through Kherson and Mykolayiv at night as we were going to the sea with my parents. So I don’t know how they look like. I still can visit Chernihiv, for other cities it is too late. If I had known that while living in Germany, I would have spent my vacation in Ukraine and not in Barcelona, Rome, Leipzig, Hamburg, Dresden or Paris... Barcelona, Rome, Leipzig, Hamburg, Dresden or Paris would still be there for me. Kharkiv, Mariupol, Sumy, Chernihiv, Donetsk, Luhansk…are now fully or partly destroyed by Russian war. At the same time, before the war escalation, I managed to properly visit Odesa, the island Dzharylgach in Kherson region, Dnipro, Lviv, Chernivtsi and some other cities and towns. Now I can add 5 minutes ride through Zaporizhzhya, Kryvyi Rih and Kropyvnytskyi to my “list”.
The Ukrainian map is disappearing, and I am trying to grasp as many glimpses of it as possible. That is why these 1000 km back and forth from Lviv to Zaporizhzhya, from west to east, were like saying farewell to my country, which crumbles every day, either in kilometers or meters or bricks after a missile attack. Maybe thinking that the worst can happen is not the best life strategy, but I do want to see more of Ukraine and get to know more of its people. Before it is too late.