jueves, 29 de junio de 2023

Activismo de color, negro

Hoy en día, pertenecer a un colectivo presuntamente discriminado es la mejor manera de vivir sin dar un palo al agua, comprobado. En España no hemos llegado al nivel del BLM de Estados Unidos, que para protestar por la muerte de una persona negra alientan disturbios en los que mueren 30 personas, varias de ellas negras. Pero me temo, y me temo mucho, que todo se andará.

Hace poco he visto a varias youtubers/influencers/quejiquers profesionales negras y me he interesado por el tema descubriendo que ser negra y dedicarte a contar lo mucho que te discriminan es un chollo. Y hablamos del mundo occidental en el siglo XXI, ojo, todos entendemos lo que es la esclavitud y lo mucho que sufrieron y sufren quienes la padecen; el problema es que alguna gente negra que nunca sufrió nada parecido pretende culpar a toda la gente blanca por quienes sí la sufrieron. Y por supuesto no hay quien les haga entender que la esclavitud no es una atrocidad exclusiva de los EEUU en el siglo XIX, sino que se ha dado a lo largo de la historia en todas partes, y tanto esclavos como esclavistas los hay y los ha habido de todas las razas.

Disturbios tras la muerte de George Floyd

Veamos algunas de las quejas de nuestras queridas influencers racializadas:

Los hombres cuando pueden elegir prefieren a las mujeres blancas, y las negras quedan relegadas a un segundo plano y se ven obligadas a alisarse el pelo y blanquearse la piel con productos tóxicos y peligrosos. Me da la sensación de que los hombres también prefieren a mujeres jóvenes, altas y con tetas grandes, por lo que miles de mujeres de todos los colores se dejan el dinero y la salud en los quirófanos tratando de parecerse a ese ideal de belleza inalcanzable para la mayoría. Eso sí, lo hacen todas ellas porque les da la gana, las blancas y las negras, eso de que “me veo obligada”… venga ya, nena. 

Por otra parte, se quejan también las activistas negras de que los hombres las consideran “una belleza exótica” y las hipersexualizan, y quieren ligar con ellas porque piensan que son auténticas fieras en la cama. Entonces ¿en qué quedamos? ¿quieres gustar a los hombres o no quieres? ¿te molesta que te vean sólo como amiga pero también te molesta que quieran tener sexo contigo?


Algunos las prefieren blancas

Otra youtuber se quejaba de que de niña era la única negra de la clase, y tenía que estudiar un temario blanco. A lo primero no le veo mucho arreglo y a lo segundo… a mí que alguien me explique lo que es un “Temario blanco” por favor. Supongo que se refiere a que el temario hace hincapié en la historia de Europa y no en la de África, y eso ha molestado profundamente a nuestra youtuber de color negro que se ha sentido discriminada sin pararse a pensar, por una parte que en las escuelas europeas (donde ella ha tenido la suerte de poder estudiar, ya hubieran querido sus abuelas africanas) es bastante lógico que se priorice la historia europea; y por otra que, nos guste o no, la civilización surgió y se desarrolló en Europa. Fueron los europeos griegos y romanos quienes, con todas sus luces y sus sombras, crearon un tipo de sociedad que permitió poco a poco el desarrollo del arte, la ciencia y la civilización que hoy conocemos y en la que todos queremos vivir. Los antepasados de la youtuber también y por eso vinieron a Europa. Y sí, aquellos griegos eran blancos y en las clases de historia se estudian sus logros, qué le vamos a hacer.

En otro orden de cosas, también es fácil de entender que el que es “diferente” en un grupo humano sienta a veces malestar cuando se le recalca esa diferencia. Entiendo perfectamente que si eres una niña negra y tus compañeros de clase se pasan el día cantándote la canción de los conguitos o del colacao, eso te moleste y te hiera, nada que objetar. Pero claro, prueba a ser la niña gordita, o el niño empollón, o el niño mariquita con pluma… no lo pasan mejor que la niña negra de la clase, seguro. Los niños a veces se muestran crueles con esas cosas sin saber el daño que hacen y es un comportamiento que debe corregirse, pero que no indica en absoluto que la sociedad sea automáticamente racista, gordófoba, empollonófoba o plumófoba. Salvo para nuestras queridas activistas que ahí han visto el cielo abierto. En vez de achacar esos comportamientos a la inconsciencia infantil, llegan a adultas y se ponen a decirnos que en España existe un racismo institucional. 




Y no, queridas, por ahí no. El racismo institucional implica que haya leyes en un país que separen a los ciudadanos por sus caracteres étnicos, y en base a ellos se establezcan derechos para unos sí y para otros no. Lo que hicieron los nazis con los judíos, por ejemplo eso es racismo institucional. Y me parece muy grave acusar a una sociedad democrática de permitir que sus leyes sean racistas, y si ya la acusación es contra mi sociedad y mi país, pues me reboto y escribo cosas como este artículo. Porque me fastidia y me parece injusto. En ningún país de la Unión Europea hay racismo institucional, está expresamente prohibido por nuestras leyes (leamos el artículo 14 de la Constitución Española, por ejemplo) 

El cartelito de marras

Si me dices que en España hay gente racista… pues sí la hay, como en todas partes pero ¡oh sorpresa! gente de todos los colores. Hace unos años tuve una conversación en twitter con un representante de SOS Racismo, en la que acabé diciéndole: “mira chaval, si lo que has dicho de los blancos lo llega a decir un blanco de los negros, acaba en la cárcel por delito de odio” y francamente, sigo pensando igual. Estábamos discutiendo acerca del cartelito aquel que promocionaba un acto de la comunidad africana en Madrid y en el que podía leerse “Prohibida la entrada a blanquitos europeos”. Imagínense que, yo qué sé, la Asociación de Criadores de Palomas Torcaces del barrio de San Miguel, en Villatortas de Enmedio, organiza una conferencia y en la puerta hay un cartel que pone “Prohibida la entrada a negritos africanos”. Pues eso. 

Otra queja muy extendida es que la Policía siempre les pide los papeles a los negros porque son negros, y los activistas se quejan con campañas y lemas como “Deja ya de pararme”. A ver chaval, que a mí también me paran y me piden los papeles si en Fallas se me ocurre coger la moto e ir por Valencia, pues porque esos días hay motoristas que tienden a hacer barrabasadas y la Policía trata de prevenirlas, es su trabajo. Y paran a todos o a casi todos los motoristas, estén o no haciendo el gamberro. Pues nos fastidiamos, colaboramos con la autoridad, enseñamos los papeles que haga falta y ya está. 

Control policial a motoristas

Hace tiempo una progretolerante ONG (subvencionada por el erario público, cómo no) hizo un informe tratando de demostrar que hay más probabilidades de que la Policía te pare y te identifique si eres negro que si eres blanco. Y claro, como las ongs mucha subvención pero poca idea de cómo se elabora ese tipo de informes, pues resulta que tras un bombardeo absurdo y desorganizado de datos y tablas acababan llegando a la conclusión de que la Policía es terriblemente racista porque detiene con más frecuencia a negros que a blancos. Supongo que no cuentan con que alguien se lea el maremágnum de datos que aportan, pero yo lo hice y resulta que en su conclusión habían obviado que también los delincuentes condenados son en mucha mayor proporción no blancos que blancos, lo que contrasta y mucho con la distribución racial en la población total de España (“Matemáticas para progres”, Iván Espinosa de los Monteros). Así que la verdadera conclusión sería que la Policía detiene en España a más gente no blanca, porque la gente no blanca delinque más. Pero claro, esa conclusión no les iba a gustar nada a nuestros onenegistas y la dejaron a medias. Un informe  tostonazo de tropecientas páginas para que nadie se lo lea (excepto Zenia) y concluimos que la Policía es racista. Luego cobramos un pastón del chiringuito de turno y arreglado, el ong business en estado puro a cargo del contribuyente. 

Y llegamos al presunto agravio hacia los negros y la queja que más me emociona de todas: no hay suficientes personajes negros en la literatura y el cine. Pero no os preocupéis hermanas, que aquí están los cerebritos de Netflix, HBO, Disney y compañía para poner remedio. Y el remedio no ha consistido en hacer series sobre los personajes negros de la historia, que sí los hay y bastantes, sino en convertir en negro a todo personaje que  se les haya puesto delante, sea histórico o de ficción. Y así hemos visto a Ana Bolena, Cleopatra, Aquiles, La sirenita, Superman y alguno más convertidos por arte de activismo progre en espléndidas gentes de color, mientras que todo un ex vicepresidente de nuestra España querida se apunta al carro quejándose de que en “Grease” no hay un solo negro. Con dos cojones.

Ana Bolena, la real y la de HBO

Y muchos europeítos que pagan religiosamente la cuota de su plataforma, y que hubieran visto de lo más a gusto una serie por ejemplo sobre Aretha Franklin, me incluyo, se han sentido incómodos al ver a una Ana Bolena negra y han pasado de la serie. Y no porque sean racistas, sino porque si las series no son fieles a la realidad cuando ésta se conoce, pues acaban chirriando y el espectador se pone a ver otra cosa, será por series. Estaría encantada de ver en alguna parte un biopic de Aretha Franklin, pero si me pongo a verla y resulta que la protagonista es una actriz noruega blanca y rubia… pues como que le doy al stop, que queréis que os diga.






viernes, 23 de junio de 2023

¿Y qué hay del Everest? (Diario de guerra XXXI, parte tercera: Petros)

 COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)

No tengo muchas noticias que contar acerca del último mes, lo cual es sin duda una buena noticia. Últimamente estoy muy cansada de la guerra. No debería escribirlo ni decirlo, pero es lo que siento. Admiro al gobierno ucraniano, a los periodistas ucranianos e internacionales, a los voluntarios y a otros ucranianos y extranjeros que continuan combatiendo la agresión rusa allá donde estén y hagan lo que hagan. A veces me pregunto cómo puede esa gente vencer el deseo de esconderse o desaparecer. ¿Cuánto tiempo es posible manejar esa responsabilidad y tomar las decisiones correctas sin caer en errores, o sin sentidos en cada acción o palabra? Quizá todo el tiempo que haga falta, incluso si alguna vez es necesario arrastrarse. 

Ucrania y los ucranianos no tienen alternativa. Si paran de luchar, esta horrible realidad continuará o se volverá peor. Al mismo tiempo, cuanto más lejos estamos del frente de guerra, mejor podemos vivir. Es muy tentador mirar hacia atrás, cerrar los ojos y seguir adelante con tu vida como si no hubiera guerra, mientras otros luchan y sufren. 

Pero seguir con tu vida también es una fuente de resiliencia. He aprendido que es importante mantener el equilibrio en la vida en guerra para (mentalmente) sobrevivir como persona, incluso si es más fácil decirlo que hacerlo. Por eso he vuelto a bailar de manera habitual, ahora con tanta frecuencia como en los últimos meses de 2022.

Una amiga que estuvo un mes en las zonas ocupadas por Rusia, me dijo que ella no necesitaba psicoterapia después de haber escuchado en silencio mi conversación con una mujer de Zaporiya, acerca de la ayuda psicológica que necesita la gente de las regiones ocupadas. Ella sólo quería olvidar ese tiempo y seguir adelante “centrándose en las cosas bonitas de la vida”. Tiene un niño pequeño y posiblemente muchas cosas bonitas relacionadas con él. Espero que esa estrategia le funcione y que sus experiencias “olvidadas” no acaben siendo una piedra escondida en su corazón, que cada vez se vuelve más grande y más fea. Eso fue lo que le dije y luego cambiamos de tema. No soy psicóloga como para darle consejos y no he vivido esa experiencia como para hablar de ella. 

Tengo que admitir que me resulta cada vez más duro escuchar o leer las historias que cuenta la gente acerca de la guerra. Aún quiero saberlo todo, pero también quisiera cerrar mis ojos y escuchar “cosas bonitas”.

Y en cuanto a mi diario de guerra, tengo poco que decir y eso es bueno. Hay mucha menos guerra en mi vida. Me haría feliz dejar de enviar un diario de guerra y dejar de escribir acerca de la guerra. Me gustaría permanecer en silencio, pasara lo que pasara. Pero escribir el diario de guerra es mi obligación moral y también lo es no olvidar que la guerra no ha terminado. 

Por suerte, aún tengo algunos deberes: terminar mi relato de senderismo invernal en los Cárpatos y hablaros de mi viaje a Turquía y mis encuentros con bailarines rusos allí en enero. Así que, empiezo. En mi historia de los Cárpatos a finales de diciembre de 2022 no os hablé de la escalada a la montaña más difícil, Petros, con sus escarpadas pendientes. 

Dejamos la casa a las 7:00 h, después del desayuno. Cuando me di cuenta de que el inicio de esta jornada era diferente al del día de Hoverla, y que teníamos que volver al bosque mucho antes sin pasar por la casa donde vive el Perro, me quedé decepcionada. No sabría que estábamos andando por allí y no vendría con nosotros. Pero después de andar unos 15 minutos y hacer una pequeña parada para descansar, de repente apareció el Perro. Me sentí aliviada y feliz, pero también sorprendida. Aún no sé cómo se las apañó para encontrarnos. Se acercó a cada uno de nosotros y lo acariciamos. Ahora nuestro grupo estaba completo. 

El sendero estaba muy empinado desde el principio. Cuando volvimos a parar, Svetlana e Ira miraron sus teléfonos. De nuevo había cobertura. Yo ni siquiera había quitado el modo avión de mi teléfono. Svetlana tenía dos llamadas, porque había alarma aérea y sus pacientes no habían podido contactar con nadie de la clínica. Ella les explicó lo que tenían que hacer para conseguir el parte de baja médica. Yo estaba contenta de haber tenido bastante disciplina para no llevar el trabajo conmigo, y también de que hubiera gente como Svetlana. En apariencia, a los ucranianos no se nos da bien separar el trabajo de la vida personal. Pero también es señal de que nos cuidamos unos a otros. Nuestra pausa fue tan corta como las demás. Así que Svetlana continuó hablando con sus pacientes mientras caminaba por la montaña.

Ira había mirado las noticias en Telegram, porque nos informó de que estaban sonando las alarmas en todo el territorio de Ucrania durante las dos últimas horas, y había empezado otro ataque masivo con misiles. Así que íbamos a escalar Petros, una de las montañas más difíciles, durante un ataque con misiles. Hay muchas maneras en Ucrania pasar el tiempo bajo condiciones de estrés.

Cuando salimos del bosque, nos recibió un viento fuerte. El camino ya no era tan escarpado. Me preparé para lo peor. Si el viento era tan fuerte abajo, lo sería mucho más al acercarnos a la cumbre. Sorprendentemente, cuando empezamos a subir la montaña no había viento. Lucía un sol brillante sobre la nieve. Nuestro guía incluso llamó a un restaurante en Ivano Frankivsk mientras andaba y reservó una mesa para el día siguiente, que era el día final de la excursión. Yo estaba confundida. Ni siquiera habíamos llegado aún a nuestro destino. Me parecía que era un poco prematuro hacer esa reserva. Pero supongo que el guía sabía más que yo.

Después de un tiempo de caminar tranquilamente, llegamos a un sitio donde las pendientes estaban cubiertas de nieve helada, y el viento soplaba con fuerza. Después de todo, no iba a ser una escalada fácil. Teníamos que clavar nuestros bastones y nuestras botas con crampones en la superficie helada para poder movernos. Después el viento comenzó a soplar en ráfagas, tan fuertes que casi me tiraban. La pendiente era casi vertical. A cada metro, las ráfagas eran más frecuentes.


En algunos momentos, me inclinaba hacia la derecha para estar más cerca del suelo y que mi cuerpo ofreciera más resistencia al viento. Me di cuenta de que los bastones me ayudaban a sostenerme, así que los clavaba más profundo y más fuerte en la nieve helada, lo mismo que mis crampones. A veces el hielo no se rompía y yo pasaba por la superficie con los pies y los bastones sin afianzarse en el suelo de la montaña. Sabía que era arriesgado, pero también quería escatimar un poco de esfuerzo. Por suerte, eso sólo sucedía en momentos puntuales, por ejemplo justo entre golpes de viento.

Después de algunas ráfagas muy fuertes, que varias veces me empujaron hacia un lado o me forzaron a inclinarme sobre el suelo para no salir despedida, me entraron náuseas. El guía y las chicas estaban subiendo por delante de mí y yo traté de seguir las huellas de sus pasos. Vlodimir subía por detrás de mí. Sentí que no había más salida que seguir subiendo. El sentimiento de peligro me calaba hasta los huesos. Había mucho viento y probablemente en la cima sería aún más fuerte. Yo no quería bajar, porque me acordaba de las fuertes ráfagas de la parte baja. No quería experimentar eso de nuevo. La náusea se hizo más fuerte.


Me acordé del artículo del Diario de guerra en el que escribí acerca de la náusea, en primavera y verano de 2022. Parece que mis náuseas no se debían a la desgana de vivir como había pensado entonces, o al menos ésa no era la principal razón de las náuseas. Simplemente eran una expresión de mi miedo. Tiene que ver con la responsabilidad, cuando nadie puede ayudarme excepto yo misma.

Las náuseas debilitaban mi cuerpo. El viento soplaba más fuerte aún. No podía permitirme estar mareada, eso hizo empeorar mi situación. El viento me zarandeaba más aún y en algún momento estuve a punto de caer. Después de un par de minutos fui capaz de superar el miedo y las náuseas desaparecieron, o las hice desaparecer, no lo sé. Traté de pensar en el fuerte viento como algo sin importancia. Me repetí la fórmula que había inventado en Hoverla: “igual que los misiles. El viento ahora mismo forma parte de mi realidad, y no hay nada de extraordinario en ello”. El viento no se detuvo porque yo estuviera asustada, pero ahora me asustaba menos. Quería llegar a la cima lo antes posible para estar expuesta al viento lo menos posible.

En un momento determinado llegamos a una piedra grande que nos protegía del viento. Así que nos sentamos detrás de ella y nos tomamos un descanso. Yo estaba agobiada pensando en cómo íbamos a salir de allí. Ira empezó a grabar un video y comentó: “vamos a parar un poco en Petros. Mirad que bonitos paisajes hay aquí. Lina, ¡di hola!” me obligué a sonreír y saludé con la mano. “¿Bonitos paisajes? me dan igual los paisajes, ¿cómo lo vamos a hacer para subir? ¿y luego bajar con este viento? ¿qué pasa si el viento se pone a soplar más fuerte aún?” -pensaba yo mientras Ira estaba grabando las montañas azules que se veían abajo. Me pidió que dijera hola otra vez. Me obligué a sonreír otra vez. Ok, si ella se las está apañando para hacer un video en este momento, quizá no es tan malo como parece. Quizá podemos hacerlo. Podemos alcazar la cima. No pasa nada. 

El guía nos dijo que sólo había que subir “unos 500 metros más”. No es una distancia pequeña si has de escalar por una cuesta casi vertical y cubierta de hielo. Nos tomó bastante tiempo, pero en algunos momentos yo literalmente corría hacía arriba sobre el hielo. El hielo crujiente y blanco parecía impenetrable, así que ni siquiera intentaba clavar mis bastones y mis botas, simplemente me deslizaba hacia arriba. Pero cuando la superficie estaba cubierta de nieve y el viento soplaba más fuerte, sí que clavaba mis bastones y mis botas con fuerza. 

En la cima, el viento nos zarandeaba y costaba mucho esfuerzo moverse hacia la casita que el guía nos señalaba. Parecía tan inaccesible como la casa de Hoverla. Por suerte, ésta no tenía puerta así que pudimos entrar. Estábamos protegidos del viento, pero no del frío. Comimos unos sándwiches y después de unos diez minutos nuestros dedos empezaban a congelarse. Tuvimos que ponernos en marcha. 

Me preocupaba continuar. Pero tampoco podía quedarme allí en la cima. Estaba haciendo un frío insoportable. Respiré hondo y salí de la casa helada. Cuando empezamos el descenso el viento no era fuerte, o al menos no me molestaba. Lo que me preocupaba era caerme de cabeza porque la pendiente era casi vertical y la superficie demasiado blanda para clavar los crampones en ella. A veces el hielo no se aplastaba y se quedaba blando. Me agaché y traté de descender sentada. El guía, que nos esperaba un poco más abajo me vio deslizándome por la ladera sentada y me gritó que no debería bajar así, y que intentara bajar dando pasos de lado. Aquello funcionó, aunque también me daba miedo. Enseguida la pendiente se volvió menos escarpada y el hielo menos blando. Bajamos muy tranquilamente y de repente me encontré al pie de la montaña, habiendo dejado atrás el peligro. 

No había internet en el pueblo donde nos alojábamos. Así que tuvimos que esperar al día siguiente para saber qué había pasado con el ataque de misiles. El conductor del autobús que nos llevó de regreso a Ivano Frankivsk nos lo contó. Uno de los misiles había caído en Ivano Frankivsk. El conductor nos dijo muy disgustado que la famosa estación de esquí Bukovel estaba vacía y que tenía la esperanza de que la guerra terminara pronto. La gente necesita trabajar y tener dinero. Entonces aventuró que habría una gran guerra como la Segunda Guerra Mundial. “Los nuestros va a atacar, así que van a movilizar a todo el mundo para ganar la guerra rápidamente” -nos dijo. Por un momento me pregunté si lo que había oído era real: “guerra”, “nuestros soldados va a atacar”… sonaba como una frase de película.

Después de comer en el restaurante de Ivano Frankivisk, Vlodomir y yo tuvimos que esperar varias horas para coger el tren a Kiev. Mi mochila no era muy pesada, así que quería dar una vuelta por la ciudad. Pero él cargaba con tantas cosas que no podía ponerse a pasear. No podíamos dejar todo eso en la oficina de taquillas de la estación: si sonaba la alarma, la oficina no dispensaría los equipajes. Decidí ser amable y quedarme con Vlodomir en un café. De todas formas, tampoco sabía qué podría visitar. Nunca sabes si hay algún museo abierto en tiempo de guerra, ni a qué horas, y me daba pereza mirarlo.

Pedimos café y empezamos a hablar de las montañas. Vlodomir sorprendentemente me dijo que ahora yo ya estaba preparada para subir al campamento base del Everest.

-“¿en serio? yo creí que hacía falta más experiencia para eso”

-“no, lo más importante es ser capaz de vivir en la naturaleza sin las comodidades de la civilización. Eso no es un problema para ti, ¿verdad?”

-“no, me encanta vivir en la naturaleza”

Entonces Vlodomir me habló de organizar un viaje a Nepal, me dijo que yo estaba preparada para ello, cómo funciona, etc. Recordé que Svetlana nos había dicho que planeaba un viaje allí para su cumpleaños. Entonces el Everest ¿eh? ¿por qué cada vez me parecía más cercano a la realidad? Escuchaba con atención los consejos prácticos de Vlodomir y no podía creer lo que estaba oyendo. No me apasionaba el Everest, pero podía ser una buena idea para el futuro.

Después, hablamos de nuestra excursión a los Cárpatos.

-“¿sabes? estaba andando detrás de ti y me preocupaba que pudieras caerte y golpearme con tus crampones” -admitió

-“¿por qué”

-“cuando te miraba, parecía que ibas andando sobre el aire…”

-“ah, y ¿no es una manera correcta de subir?”

-“no”

Recordé cómo había subido corriendo la montaña, en especial los últimos metros antes de la cima. 

-“¿debería haber clavado más hondo los crampones en el hielo?”

-“sí”

-“Ah, vale. Y cuando empecé a avanzar sentada en el hielo, ¿por qué el guía me dijo que no lo hiciera? ¿por qué es eso peligroso?”

Me explicó que caerse de cabeza es poco probable. Pero cuando avanzas estando sentado pierdes control sobre tus movimientos y puedes deslizarte en una parte peligrosa de la montaña, o incluso caer desde allí.

-“bueno es saberlo”

-“¿y por qué tampoco se puede avanzar agachado?”

-“puede parecer más seguro porque tu cabeza está más cerca del suelo. En realidad, esa posición te hace más inestable que si avanzas de pie”

-“vale”

Me sorprendió todo lo que no sé, y sentí alivio al saber que no tenía que pagar por esa información. Estaba viva y no me había roto ningún hueso. Pero también me alegra saber que a veces se puede andar en el aire sin consecuencias.



(texto original)

I do not have any news about the last month which is certainly good news. Recently I have felt a kind of war fatigue. I should not write or say that, but it is what I feel. I admire Ukrainian government, Ukrainian and international journalists, volunteers, and other Ukrainians and foreigners who continue fighting against Russian aggression wherever they are and whatever they do. I often ask myself how people who have responsibility, resist the desire to hide or disappear. How much time can one bear that responsibility and take the right decisions without sliding into errors or meaninglessness of any actions or words? Maybe, limitless time if it is necessary, even though at times one can just drag his or her feet in the right direction.

Ukraine and Ukrainians do not have any alternative. If they stop fighting, this horror reality will continue longer or bring us more horrors. At the same time, the further the frontline, the more luxurious life we can have. It is very tempting to look away, to close one’s eyes and to live one’s life further as if there were no war, while others are fighting and suffering.

But living a full life is also a source of resilience. I learnt that it was important to keep war life balance to (mentally) survive as a person, even if it was easier said than done. That is how I came back to regular dancing, now almost as regular as in the last months of 2022.

A friend who spent one month in Russian occupation said to me that she did not need any psychotherapy, after she silently listened to my conversation with a woman from Zaporizzhia about the psychological support people from occupied regions needed. She just wanted to forget that time and live further “focusing on beautiful things in life”. She has a little child and probably many beautiful things related to it. I hope such strategy works for her and her “forgotten” experience does not become a hidden stone in her heart which later becomes uglier and bigger. That is what I said to her and changed the topic. I am not a psychologist to give advice and I did not experience what she experienced to give any comments.

I must admit, it is harder for me to listen to or read people’s stories related to war. I still want to know everything, but I also want to close my ears and listen to “beautiful things”.

As for my war diary, I have little to say which is of course good. There is much less war in my life. I would be happy to finish sending war diary and stop writing about war. I would very much want to stay silent, whatever happens. But writing war diary is my moral obligation which also reminds me of my moral obligation not to forget that the war is not over.

Luckily, I still have some debts: finishing my story about hiking in winter Carpathians and telling you about my trip to Turkey and my encounters with Russian dancers there in January. So here is the first one. In my story about the Carpathians in the end of December 2022, I didn’t tell you about climbing the most difficult mountain, Petros, with its steep slopes.


We left our house at 7 am after breakfast. When I realized that the start of our way was different than the way to Hoverla and we had to turn to the forest much earlier without reaching the house where the Dog lived, I got disappointed. He would not know that we were walking and would not join us. But after we walked some 15 minutes and stopped for a little rest, suddenly the Dog appeared. I felt relieved and happy, but also surprised. I still don’t know how he found us. He came up to each of us and we stroke him. Now our group was complete.

The way was steep from the very beginning. When we took another pause, Svitlana and Ira checked their phones. There was mobile connection again. I didn't even turn off flight modus on my phone. Svitlana got two calls, because there was an air alarm, and her patients could not reach anybody at the policlinic. She explained to them, what they should do to get some signature for a sick leave. I was happy that this time I had a quite good discipline not to deal with any work issues and that there were people like Svitlana. Apparently, work life balance is something Ukrainians are not quite good at. But it is also a sign of caring. Our pause was short as always. So, Svitlana continued talking to her patients while climbing the mountain.

Ira had apparently checked news on Telegram, because she informed us that there had been an air alarm on the whole territory of Ukraine already for two hours and another Russian massive missile attack started. So, we were going to climb Petros, one of the most difficult mountains, during a massive missile attack. There were so many possibilities in Ukraine to spend time under stressful conditions.

After we went out of the forest, a strong wind welcomed us. The road was not steep anymore. I prepared myself for the worst. If the wind was so strong below, then it must be many times stronger near the summit. Surprisingly, when we started to climb the mountain, there was no wind. The sun was shining brightly on the crispy white snow. Our guide even called a restaurant in Ivano Frankivsk while walking and ordered a table for the next day, which was the day of our departure. I was confused. We hadn’t reached the destination yet. I found such a booking premature. But as a guide, he probably knew better.

After some time of relaxed walking, we reached a place where the slopes were covered with iced snow and the wind blew strongly. It was not going to be an easy hiking after all. We had to hit our tracking sticks and feet with crampons into the icy surface to be able to move. After some moment the wind started to blow in gusts, so strong that I could hardly stand. The slopes were almost vertical. With each meter, the wind gusts got more frequent.

At some moments I tilted to the right side and bent myself closer to the earth to offer with my body more resistance to the wind. I realized that my sticks held me, so I hit them harder and deeper into the iced snow, as well as my crampons. Sometimes the ice surface wouldn’t break, and I touched the ice surface with my sticks and feet without ensuring my attachment to the surface of the mountain. I knew that it was risky, but I also wanted to spare some effort. Fortunately, it happened in the right moments, i.e., just in between wind thrusts.

After several strong wind gusts which tilted me several times to the side or forced me to stand bent to the surface not to be blown away, I felt strong nausea. The guide and girls were climbing before me, and I searched for the traces of their steps. Volodymyr was climbing behind me. I felt that there was no way out of this situation except climbing further. The feeling of danger was overwhelming and reached to my bones. The wind was everywhere and probably at the summit it was even stronger. I did not want to go down, because I remembered those strong wind thrusts, which I just experienced down there. I did not want to experience them again. The nausea got stronger.

I remembered the war diary issue in which I wrote about nausea in spring and summer of 2022. Apparently, my nausea was not about unwillingness to live as I had interpreted it back then, or at least it was not the basic reason of nausea. My nausea must have been an expression of fear. It was about responsibility when nobody could help me except myself.

Nausea made my body feeble. The wind blew stronger. Obviously, I could not afford to have nausea. It made my situation only worse. The wind tilted me even more and there were many more moments when I was close to falling. After one or two long minutes I could somehow overcome my fear, and nausea stepped back or I made it step back, I don’t know. I tried to accept the strong wind like something trivial. I repeated the formula I invented on Hoverla: "Just like missiles. This wind is my reality now and there is nothing extraordinary about it". The wind did not stop to be scary but got less scary. I climbed more quickly and vigorously. I wanted to reach the summit as soon as possible to minimize the duration of being exposed to the wind.

After some time we reached a big stone which could protect us from wind. So, we sat down behind it and took a pause. I was overwhelmed with thoughts how we were going to get out of this. Ira started to take a video and commented it: "We are taking a break at Petros. Look how beautiful the landscapes here are. Lina, say hi!" I forced myself to smile and waved with my hand. "Beautiful landscapes? I don’t care about beautiful landscapes. How are we going to go up? And then go down with this wind? What if this wind gets even stronger?" – I thought while Ira was filming blue mountain chains below. She asked me to say hi again. I forced myself to smile again. Ok, if she manages to do a video at this time, maybe, it was not that bad as I thought. Maybe it was doable. We can reach the peak. No worries.

The guide said we needed to climb "just 500 meters more". I was aware that it was not a little distance for climbing almost a vertical slope covered with ice. It took us quite a long time, but at moments I literally ran up the icy slope. The smooth crispy white ice seemed impenetrable, so I didn't even try to hit it with my sticks and crampons and just ran up on it. But when the surface was covered with snow and the wind was blowing harder, I digged my sticks and feet with force into it.

On the summit, the wind throwed us around and it cost a lot of effort to move to the house the guide pointed us to. We expected it to be just inaccessible as the house on Hoverla. Luckily, this one didn't have a door, so we could enter it. It protected is from wind, but not from cold. We ate some sandwiches and after 10 minutes or so our fingers started to get frozen. We had to go.

I was afraid of going. But I knew that I could not stay at the summit either. It was getting unbearably cold. I breathed out and went out of the icy house. When we started to descend the mountain, the wind was surprisingly not strong or at least it did not bother me. I was just afraid to fall with my head downwards, because the slope was almost vertical and the surface too smooth to hit the crampons into it. At times the ice would not get crushed and remained smooth. I crouched and then tried to descend on my bottom. Our guide who was waiting for us a bit below, saw me sliding down the mountain on my back and shouted to me that I should not do that and try to step sidewards instead. That worked, although it was still scary. After some time, the slope got less steep and the ice less smooth. We climbed down very quickly and suddenly I found myself at the foot of the mountain, beyond danger.

There was no internet in the village where we lived. So, we had to wait till the next day to get to know the news about the "results" of the massive missile attack. The bus driver who took us back to Ivano Frankivsk told us what happened. One of missiles hit Ivano Frankivsk. The driver told us with disappointment that the famous ski resort Bukovel was empty and that he really hoped that the war would be over soon. People needed work and money. Then he predicted a big war like the Second World War. “Ours are going to attack, so they are going to mobilize everybody to win quicker”, he told us. For a moment, I questioned myself if what I heard, was for real: “war”, “our soldiers were going to attack”...It sounded like a phrase from a film. 

After a lunch in a restaurant in Ivano Frankivsk, Volodymyr and I had to wait several hours for our train to Kyiv. My bag was not that heavy, so I wanted to walk around the city. But he had a lot of staff which made him immobile. We learned that we could not leave it at the baggage office of the train station: if there was air alarm, baggage office would not hand out the luggage. I decided to be nice and to stay with Volodymyr in a café. I did not know what I could visit at that time anyway. You never know which museums work in wartime, what working hours they have, and I was too lazy to check.

We ordered coffee and started talking about mountains. Volodymyr surprisingly told me that now I was ready to go to the Everest basic camp.

“Really? I thought, it was something for more experienced people.”

“No, the most important thing is to be able to live in the nature without usual civilization blessings. It is not a problem for you, is it?”

“No. I love living in the nature.”

Then Volodymyr told me how to organize a trip to Nepal, what I should be prepared for, how it worked there, etc. I remembered that Svitlana told us that she planned a trip for her birthday there. Everest, huh? Why was it getting more real? I listened attentively to Volodymyr’s practical advice and could not believe my ears. I did not feel passionate about Everest, but it could be a good idea for the future. 

Later we talked about our hiking in the Carpathians.

“You know, I was walking behind you, and I was afraid that you could fall and hit me with your crampons.” He admitted.

“Why?”

“When I was watching you, you seemed to be walking in the air…”

“Oh! Was it a wrong way to climb?”

“Yes.”

I remembered how I ran up the mountain, especially the last meters before reaching the summit.

“Did I have to hit the ice with crampons to step deeper into the ice?”

“Yes.” 

“Oh, I see. And that moment, when I started to move on my bottom, why did the guide tell me I should stop it? Why is it dangerous?”

He explained to me that falling with my head downwards was the least likely outcome. But when moving on my bottom I had less control over my movement and could slide down into a dangerous part of the mountain or fall from it.

“Good to know.”

“And why was it wrong to crouch and move in this way?”

“It's an illusion that it is safer, because your head gets closer to the ground. In reality, in this position you get more unstable than standing tall on feet.”

“I see.”

I was surprised to learn about my ignorance and relieved to know that I did not have to pay anything for it. I was alive and did not break any bone. But I am also happy that sometimes one can walk in the air without any consequences.

¿Y qué hay del Everest? (Diario de guerra XXXI, parte segunda: Hoverla)

 COLABORACIÓN DE LINA ZALITOK

(english below)

Antes de continuar con la historia del viaje a los Cárpatos a finales de 2022, una rápida actualización para deciros que todo está yendo bien en Kiev. Últimamente tenemos con más frecuencia electricidad y calefacción, y me siento cada día como en un baño de luz y calor. Desde el 13 al 25 de febrero, me cogí otro descanso para hacer una escapada de baile a Estambul. Viajar a los festivales de baile es casi como un trabajo para mí, es lo único que me motiva a salir de Ucrania unos días. Pero ahora, volvamos a las montañas. 

Contando a Yevhen, el guía, éramos cinco. Yevhen, Svetlana e Ira iban delante y Alejandro y yo tratábamos de seguir su ritmo. Yo no podía ni quería andar más deprisa. Había unos 100 metros entre unos y otros. Eso me hace suponer que nuestro ritmo no era tan diferente, aunque la avanzadilla tuviera que esperarnos de vez en cuando en los cruces dos o tres minutos. A veces me aburría tanta prisa en la naturaleza. Quería tomarme mi tiempo y simplemente disfrutar de estar allí. Al mismo tiempo, me daba cuenta de que probablemente era el ritmo adecuado para llegar al refugio aún de día y no congelarse. Habíamos planificado un día para cada montaña: habíamos dejado la casa a las 7 de la mañana y debíamos estar de vuelta a las 16:30, cuando empieza a oscurecer. 



Foto 1

Alejandro y yo caminábamos en silencio. Quizá hubiéramos ido hablando si yo hubiera iniciado una conversación, pero no me apetecía hablar ni hacer ningún esfuerzo que no fuera andar y mirar alrededor. También me gustó que él no empezara a hablarme y trataba de mantener un poco de distancia para no caer en la tentación de iniciar una charla. La guerra consume parte de nuestra energía todos los días, ya sea mucha o poca, incluso aunque no nos demos cuenta. Últimamente, estoy prestando atención a mi nivel de energía, o como decimos ahora los ucranianos, “recursos”. Si no me apetece hacer algo, no lo hago. A veces se me acaba la energía social y me encierro en mí misma, me dedico a absorber el mundo que me rodea con ojos y oídos, pero sin interactuar con él. 

No había cobertura en la casa en la que estábamos. La aldea ni siquiera tenía electricidad, así que los propietarios encendían un generador por las tardes, hasta las 22.00 h. Antes de ir a dormir escuchábamos el sonido del generador, que ya nos resultaba familiar. No tiene nada que ver con la guerra: muchas aldeas en las montañas no tienen electricidad. Por la mañana, preparábamos nuestras mochilas de una manera que era ya una rutina para nosotros, aunque viniéramos de diferentes partes de Ucrania: a la luz de las linternas en la oscuridad. Usé por primera vez mi linterna frontal y me di cuenta de que era el mejor invento de la historia: lo ves todo perfectamente y tienes las manos libres. ¿Quién necesita electricidad con algo así?

Cuando pasábamos por una de las casas del pueblo, se nos unió un perro. Era muy amistoso y comunicativo. No sabíamos su nombre, así que le llamábamos “Perro”. Ver a Perro corriendo delante de nosotros, hizo que me apeteciera más aún escalar Hoverla.



Foto 2

Cuando habíamos andado varios cientos de metros hacia arriba en la montaña, escuchamos de repente una alarma aérea. Venía de nuestros teléfonos móviles. Había vuelto la cobertura. A veces aparece en algún lugar de las montañas. Apagamos las notificaciones de alarma y continuamos andando. Me sentía protegida por las montañas, y pensé que si la guerra se volvía insoportable, podría mudarme a los Cárpatos. Sería muy raro que llegara a haber actos de guerra en las montañas. 

Me di cuenta de que en realidad no necesitas mucha ropa cuando haces senderismo en invierno, porque te acaloras mucho cuando andas en ropas de abrigo. En el bosque, hacía unos tres grados bajo cero. Al mismo tiempo, tampoco puedes parar más de 15 minutos, porque te congelas lleves la ropa que lleves. Hacíamos pausas muy cortas, y para mantenerme con el grupo tenía que ser muy rápida cuando necesitaba encontrar algo en mi mochila, o quería quitarme y ponerme prendas de ropa. 

Anduvimos con mucha facilidad a través de las montañas hasta que llegamos a un sitio con mucho viento y con la superficie cubierta de hielo. Añadimos a nuestras botas los crampones que se usan para caminar con seguridad sobre nieve o hielo. Se llaman “kishok” en ucraniano, y cada vez que nuestro guía pronunciaba la palabra “kishok” (que también significa “gatos”) me salía una sonrisa de satisfacción. Me encanta cuando la gente habla ucraniano, en especial la gente de las regiones del oeste de Ucrania. Sus palabras suenan siempre como una melodía en mis oídos. Después de haber puesto los “gatos” en mis botas, me sentía como un gato con garras en los pies. Podía andar con cuidado sobre el hielo, sin miedo a resbalar. También nos pusimos cintas para el cuello y gafas de esquí para protegernos del viento y de los rayos ultravioleta reflejados por la nieve.

El Perro no necesitaba ni crampones, ni protector de cuello, ni gafas de esquí. Pensé que volvería al pueblo porque el viento mezclado con nieve se hacía casi insoportable. En lugar de eso, el Perro iba corriendo varios metros delante de nosotros. Pensé que si él estaba tan alegre y lleno de energía, es que la subida no era tan dura como parecía. Por momentos tuve miedo de sentir demasiado frío y no ser capaz de andar con ese viento. Entonces echaba una mirada al Perro y el miedo desaparecía.

De repente, tenía las manos congeladas, incluso llevando guantes. Eso me asustó, porque no llevaba unos guantes extra. Pero después de andar cinco minutos, volví a sentirme cómoda quizá por andar o quizá porque el viento se iba haciendo más débil. Eso se me quedó en la mente y cuando volví a sentir un frío intenso, no me asusté. Sabía que en pocos minutos entraría en calor. 

Pequeños trozos de hielo volaban frente a nuestras caras. El Perro se volvió blanco, todo su pelo estaba cubierto de hielo y nieve. De alguna manera, con los ojos medio cerrados, subía por la superficie cubierta de hielo delante de nosotros y nos mostraba el camino. Cuando el viento se volvió demasiado molesto, me vine abajo y me volví a preguntar si sería capaz de llegar a la cima. “No puedes tener éxito con semejante actitud” me dije a mí misma. “Después de todo, has aprendido a vivir bajo los misiles rusos y los drones iraníes, y además a vivir tranquila y a disfrutar de la vida. No se puede hacer más que aceptar la realidad. Aceptar este viento y el entorno en el que tienes que caminar las próximas horas. No puedes cambiarlo. El viento no va a desaparecer”.

Tras unos minutos, dejé de ser consciente de que había viento. Aún estaba allí, pero de repente dejó de molestarme y continué la subida concentrada y con energía. Y en algún momento, incluso cómoda y contenta de poder caminar en un bosque tranquilo.



Foto 3

El guía nos dijo que había una casita de madera en unos cientos de metros, donde podríamos descansar un poco de la nieve y el viento. No podía creer lo que oía, había una casa en medio de ese paisaje nevado y salvaje. Sonaba como un milagro. Sin embargo, la posibilidad de descansar un poco de ese tiempo hostil me dio esperanza y fuerzas para seguir adelante. Un rato después, vi a mis compañeros andando alrededor de una casa de madera cubierta de hielo y tratando de abrir la puerta. Era imposible. La casa estaba sellada con una fina capa de hielo. He visto casas como ésa sólo en los cuentos de hadas. De todas formas, no me sentí decepcionada. La idea de una casa en medio de esa tormenta de nieva, era increíble después de todo. Y de nuevo, ¿qué más podíamos hacer, aparte de aceptar el hecho de que no íbamos a descansar de la nieve y el hielo?



Foto 4

Nos acomodamos detrás de la casa en unos ventisqueros, donde el viento no era tan fuerte, y bebimos un poco de té. Estaba frío. Tuve que quitarme los guantes para coger algo de comida, y tenía las manos muy frías. Después Ira nos dijo que había tenido mucho miedo de que sus manos se congelaran en aquel momento. Yo moví con fuerza mis dedos para coger calor y fui consciente de que teníamos que seguir andando lo antes posible, para llegar a la cima y poder regresar a la parte baja del bosque, y luego a nuestra casa.

Al poco tiempo, llegamos a la cima de Hoverla, y los chicos tomaron algunas fotos, pese a que el viento cortante hacía que quitarse los guantes fuera un desafío. El viento en la cima era incluso más fuerte. Mi teléfono se apagó debido al frío. Así que ni siquiera intenté tomar fotos. Parecía que estuviéramos en la Antártida, tal y como la había visto en películas. No se veía nada alrededor. Sólo había cielo blanco y nieve blanca rodeándonos. Entonces emprendimos el descenso. Sorprendentemente, el camino de regreso fue mucho más rápido, y salimos de la zona ventosa, así que pudimos disfrutar del tranquilo paisaje nevado y de las preciosas vistas.



Foto 5

Una explosión sorda rompió el silencio de la naturaleza. Todo el mundo quedó sorprendido por un segundo, pero nadie dijo nada. No pude evitar preguntar en voz alta: “¿qué ha sido eso?”

“Probablemente un misil antiaéreo, ¿qué otra cosa puede ser?” -dijo Alejandro después de una larga pausa. Nadie respondió. Ok, y qué importa, pensé. ¿Por qué estoy preguntando esto?



(texto original)

Before I continue my story about my trip to the Carpathians at the end of 2022, just a quick update that everything is going well in my life in Kyiv. Recently, we have had electricity and heating much more frequently, and I feel like bathing in light and warmth every day. On 13-25 January, I took another break from everyday routine because of my dance trip to Istanbul. Travelling to dance festivals being a kind of business trip for me, it is the only thing which can motivate me to leave Ukraine for a while. But now back to the mountains.

Together with the guide Yevhen, we were five people. Yevhen, Svitlana and Ira were going in the front, and me and Oleksandr were trying to keep up with them. I could not and did not want to walk quicker. There was always some 100 meters between us. Supposedly that means that our tempo was not that different, although from time to time the avant-garde team had to wait some 2-3 minutes for us at crossroads. Sometimes I got annoyed by this rush through the nature. I wanted to take my time and just enjoy being there. At the same time, I realized that it was probably the right tempo to reach home during daytime and not to get frozen. We planned one day for each mountain: We left our house at 7 am and had to be back by 4:30 pm when it is getting dark.

Oleksandr and I have been walking silently. Maybe, we would talk if I had started, but I didn’t feel like talking or making any effort except of walking and looking around. I was also happy that he didn’t start talking to me either and tried to keep some distance not to create any temptation for a conversation. War takes a bigger or smaller part of our energy every day, even if we are not always aware of it. In the last time, I started paying attention to my energy level or as the Ukrainians usually say now, “resource”. If I do not feel like doing something, I am not doing it. Sometimes I have no social energy left and become “une personne en soi” absorbing the world around me with my eyes and ears without interacting with it.

There was no mobile connection in the house we stayed at. The village also doesn't have electricity, so the proprietors turn on a generator only in the evening hours till 10:00 pm. Before going to bed we listened to the already familiar sound of a generator. It has nothing to do with the war: Many villages in the mountains do not have electricity. In the morning, we prepared our bags in a way which became a routine for all of us, although we come from different parts of Ukraine: under flashlight in darkness. I used my new head flashlight for the first time and realized that it was the best invention ever: You see everything perfectly and your hands stay free. Who needs electricity with such a thing?

When we walked past one of the houses in the village, a dog joined us. He was very friendly and communicative. We didn’t know his name, so we called him “Dog” (Пес). Seeing the Dog running before us made me even more excited about hiking Hoverla.

When we went several hundred meters up the mountain, we suddenly heard an air alarm. It was coming from our smartphones. Mobile connection was back. It worked at some places in the mountains. We turned off the alarm notifications and walked further. I felt protected by the mountains and thought that if war gets unbearable, I could move to the Carpathians. It is very unlikely that there would be any war actions in the mountains.

I realized that you did not need much clothes when hiking in winter, because you get too warm when moving in warm clothes. In the wood, it was some three degrees below zero. At the same time, you cannot stop for more than 15 minutes, because you get frozen, however warm your clothes is. We made very short pauses and, to keep up with the group, I had to be quick in finding things in my bag or taking on and off clothes layers.

We walked quite easily across the mountain landscapes till we reached a place with strong wind and surface covered with ice. We attached crampons to our shoes which are used for secure travel on snow and ice. They are called кішки in Ukrainian, and each time our guide pronounced the word “кішки” (cats), I smiled from pleasure. I love when people speak Ukrainian, especially people from the Western regions of Ukraine. Their words always sound like a melody in my ears. After having attached “cats” to my shoes, I felt like a cat with claws on my feet. I could carelessly walk on ice without fearing to slip. We also put neckbands and ski googles to protect our faces from wind and sun's ultraviolet radiation reflected by the snow.

The Dog didn’t need either cats or a neckband or a ski google. I thought, he would come back to the village, because the wind with snow was close to unbearable. Instead, the Dog was running several meters ahead of us. I thought that if he was so cheerful and full of energy, it was not that hard as it seemed. At some moments, I feared that I would get too cold and that I would not be able to walk with such a wind. Then I would look at the Dog, and fear dissolved.

Suddenly, my hands got frozen, though I wore thick gloves. That scared me because I did not have any extra gloves. But after five minutes of walking, I would feel comfortable again either because of walking or because the wind got weaker from time to time. I remembered that and next time I felt very cold again, I did not panic. I knew that in several minutes I would feel warmer.

Small pieces of ice were flying into our faces. The Dog became white: his hair got covered with ice and snow. However, with eyes half closed, he climbed the crispy ice surface further and showed us the way. When the wind used to get too annoying, I got upset and questioned again if I can reach the summit. “You cannot succeed with such an attitude” – I thought to myself. “After all, you learned to live under the sky with Russian missiles and Iranian drones, to live quite well and even enjoy life. There was no other way than to accept the new reality. Accept this wind as some default environment in which you must walk for the next hours. You cannot change it any way. The wind will not disappear.”

After several minutes I stopped noticing the wind. It was still there, but suddenly, it stopped bothering me and I continued climbing the mountain self-consciously and energetically. At some moments I even felt comfortable and joyful like walking in a quiet wood.

The guide told us that there was a wooden house in several hundred meters where we could have rest from wind and snow. I couldn’t believe my ears that that there was a house in this snowy wild landscape. It sounded like a miracle. However, the expected pause from hostile environment filled me with hope and gave me more force to go ahead. After some time, I saw my friends walking around a wooden house covered with ice and trying to open the door. It was impossible. The house was sealed with thick ice. I saw such icy houses only in fairy-tales. However, I didn’t get disappointed. The idea of a house in this snowstorm was unbelievable after all. And again, what could we do except accepting the fact that we could not take a pause from wind and snow?

We hid behind the house among snowdrifts where the wind was not so strong and drank some tea. It was cold. I had to take off my gloves to grab some food and my hands got very cold. Later Ira told us that she had had silent panic that she froze off her hands at that time. I vigorously moved my fingers to get warmer and realized that we had to continue walking as quickly as possible. Apparently, everybody thought the same and we climbed further. We moved quite quickly. My personal motivation was to get out of this wind zone as quicky as possible, i.e. to reach the summit and then go back to the wood below and finally to our house.

After some short time, we reached the summit of Hoverla and guys took some photos, although biting cold made taking off gloves quite a challenge. The wind at the summit was even stronger. My smartphone lost consciousness because of the cold. So I did not even try to take any photos. It seemed that we were in the Antarctica like I saw it in movies. We could not see anything below or around. There was just white sky and white snow and ice around us. Then we quickly climbed down. Surprisingly, the way back was much quicker and suddenly we were out of the wind zone and could enjoy quiet snowy landscape and beautiful views.

A muffled explosion broke the silence of the nature. Everybody was surprised for a second but didn't say anything. I couldn't help asking aloud "What was it?"
"Probably anti-aircraft system, what else can it be here?" - Oleksandr answered after a long pause. Nobody commented. Ok, who cares, I thought. Why am I asking this at all?