miércoles, 27 de abril de 2016

Para que nadie olvide (Por fin, Israel IV)

Para que nadie olvide

El Museo del Holocausto en la parte nueva de Jerusalén es una experiencia dura y el guía nos lo advierte antes de entrar. Vamos a ver fotos de los campos de concentración, oír testimonios en vídeo de supervivientes, y aunque todos más o menos sabemos lo que pasó allí, en el Museo vamos a ser conscientes de que se cometieron atrocidades que una mente sana ni siquiera puede imaginar. La foto de la vía del tren que entra directamente por la puerta de Auschwitz es una de las que más me impactaron, quizá por su atroz sencillez. Susana y Emilio, los otros españoles de mi grupo, me comentan a la hora de comer que ellos estuvieron en Polonia visitando Auschwitz y que verlo en vivo también les impresionó muchísimo. La réplica de una de las frases más cínicas que han sido proferidas en la historia, “Arbeit macht frei” (el trabajo libera), forjada en hierro tal como se encuentra a la entrada de Auschwitz, también puede verse en este Museo.


Lo cierto es que es una visita imprescindible, pero difícil de digerir. La propia arquitectura del Museo, la disposición de los objetos, la luz, la música, todo está diseñado para hacerte sentir en carne propia el dolor y la humillación que sintieron las víctimas del holocausto, y nada de ello te deja indiferente. Las fotos de esos seres humanos fantasmales estremecen, los testimonios en vídeo de personas ancianas supervivientes de los campos son terribles, pero quizá lo más impactante sean los objetos cotidianos. Los trajes a rayas; las posesiones que eran sustraídas a los prisioneros por los nazis, desde joyas hasta gafas y zapatos; los libros preparados para arder en la hoguera, varios de ellos (me acerqué a cotillear) obras de Sigmund Freud; las herramientas que se usaban para trabajar en los campos; un montón de zapatos del uniforme que les quitaban a los prisioneros antes de meterlos en la cámara de gas. Y las estrellas. La estrella amarilla correspondía a los judíos, la rosa a los homosexuales, la marrón a los gitanos, la roja a los comunistas, la verde a los criminales comunes. A veces eran estrellas, a veces triángulos invertidos con el mismo significado. En el museo hay varias estrellas reales de la época, de las que iban cosidas a las camisas a rayas de los prisioneros, para identificarlos a cada uno por su “pecado”.

Estrella amarilla
Se pueden ver también cartas en las vitrinas del museo, muchas de ellas escritas en hebreo o en alemán pero traducidas en los murales explicativos. Las familias eran separadas a golpes y quienes quedaban o quienes se iban, escribían. No debía ser fácil acceder a papel y lápiz en un campo de concentración, pero ellos escribían; no debía ser fácil hablar a tu ser querido que te ha sido arrebatado sin saber dónde está, pero ellos escribían; no debía ser fácil escribir ignorando si el destinatario leerá alguna vez tu carta, pero ellos escribían, y escribían, y escribían. Muchas de esas cartas se perdieron, muchas nunca fueron leídas por las personas a quienes iban dirigidas, pero hubo algunas… hubo algunas que cumplieron su misión. La guerra terminó, los campos se liberaron y los miembros de las familias se buscaron. Hermanos, padres e hijos, amigos, parejas, en un momento determinado se encontraron y se leyeron esas cartas unos a otros años después, sin voz y sin fuerzas pero con todo su amor intacto. Hubo cartas que tuvieron el mejor destino que puede tener una carta, y algunas de ellas se conservan en el Museo.

Además de vídeos testimoniales de las víctimas, se pueden ver también y escuchar vídeos propagandísticos de los nazis, soltando sus aberraciones por esas bocas sin ningún pudor, y llegando a los oídos de una Alemania y una Europa que oyeron y callaron hasta que fue demasiado tarde y tuvieron que coger las armas. Hoy en día hay gente en el mundo que se empeña en negar la Shoá, el Holocausto. Dicen que los judíos se quejan mucho de ello pero no fueron las únicas víctimas ni el suyo fue el único holocausto de la historia, y es cierto, hubo más víctimas y más holocaustos, pero son los judíos quienes han construido museos, quienes han filmado películas, quienes han escrito libros; son los judíos gracias a quienes hoy en día, los que nacimos muchos años después nos seguimos estremeciendo por lo que pasó. Cuidado pues cuando alguien niegue o minimice el holocausto nazi, quien olvida el pasado está condenado a repetirlo.

Children´s memorial
Pero lo más impactante sin duda del Museo, se encuentra en realidad fuera de él. En el complejo del Museo y cerca del edificio principal, hay una pequeña construcción en piedra llamada Yad LaYeled o Memorial de los Niños, y está dedicada al millón y medio de niños víctimas del holocausto. Entras por una especie de galería al principio de la cual hay fotos de varios de los niños y pasas a un receptáculo semicircular en completa oscuridad, por el que hay que avanzar agarrado a una barandilla. Lo que rompe la oscuridad son cientos de velas encendidas por todo el espacio semejando un cielo estrellado, y lo que rompe el alma es lo que oyes allí dentro. Una voz pausada, serena, va recitando muy despacio el nombre, edad y país de procedencia de cada uno de los niños menores de quince años que murieron a manos de los nazis. Uno por uno hasta millón y medio. La grabación tarda en completarse seis días y luego vuelve a empezar, se termina y vuelve a empezar otra vez, eternamente, para que nadie olvide lo que nunca debió suceder.

El minuto apenas que dura la visita a mí me resultó suficiente para salir de allí con lágrimas en los ojos, completamente conmovida y odiando a los nazis con toda mi alma. Eso no se hace. Entiendo que alguien luche en una guerra para defender a los suyos; entiendo también que alguien empiece una guerra por una causa que considere justa aunque yo no esté de acuerdo, pero no se coge a millón y medio de niños y se les envía a la cámara de gas, previo paso por Mengele y sus salvajes experimentos con humanos. Eso no se hace y punto, eso no cabe de ninguna manera en una mente humana.

El edificio del memorial fue construido por Moshe Safdie, el mismo arquitecto que construyó el resto del Museo, y los fondos para su construcción fueron donados por Abe y Edita Spiegel, cuyo hijo Uziel murió en Auschwitz antes de cumplir tres años. La imagen de Uziel se encuentra esculpida en la pared del memorial y puede verse a la salida. Su tierna belleza y la generosidad de sus padres quedan marcadas para siempre en la memoria y el corazón del visitante.

Uziel Spiegel


Yo no quiero ser mamá
Israel es un país con una altísima fertilidad, y dado el número de veces en la historia que alguien ha intentado exterminar a los judíos, es natural que este pueblo valore en gran medida y fomente la maternidad/paternidad y el cuidado de la infancia. Pero resulta que yo no quiero ser mamá, y eso ha creado situaciones cuanto menos curiosas, al salir el tema en este viaje.

El guía de Tel Aviv, cuando ya llevamos varias horas de recorrido y hemos cogido confianza, me pregunta en un momento dado:
-“oye, y tú ¿no estás casada ni tienes hijos?"
-“no”-respondo
-“¿por qué?”-pregunta de nuevo mirándome con total sorpresa, como si le hubiera dicho que soy un marciano.
Me da la risa, hace años que acostumbro a no justificar esa respuesta. A la gente que se casa y tiene niños nadie le pregunta por qué lo hacen, lo hacen porque es lo que quieren  hacer y ya está, pues los demás igual. Pero aquí parece ser que es más normal ser un marciano que no querer tener hijos.

En la piscina sulfurosa del balneario del mar muerto, me pongo a charlar con una reflexóloga israelí, me comenta que lleva ya tiempo practicando esa disciplina y empezamos a hablar del tema (por si alguien no lo sabe, la reflexología es una terapia natural que se practica aplicando presión en diversos puntos de la planta del pie. Similar a la acupuntura, pero sin agujas):
-“la reflexología va muy bien para todo”-me dice-“tengo varias pacientes que tenían problemas para quedarse embarazadas, y después de un mes de sesiones ya lo han conseguido”
-“¡qué bien!"-le digo-“y ¿no hay algún tratamiento para lo contrario?”
Me mira con cara de pez
-“quiero decir como anticonceptivo, para no quedarte embarazada”-mmm, vale, no me fiaría yo demasiado de un anticonceptivo reflexológico, pero oye, por preguntar…
Cara de pez, de nuevo
-“nooo”-me dice-“bueno, hay algunos puntos que no se pueden tocar en embarazadas porque pueden provocar un aborto, se utilizan cuando la mujer está a punto de parir para acelerar y facilitar el parto, pero en embarazos de pocas semanas, se aborta”
Como es natural no tengo ninguna intención de abortar, así que dejo el tema sin añadir nada a mis conocimientos acerca de la anticoncepción, mientras la cara de la chica sigue siendo todo un poema. Va en serio, a la próxima digo que soy marciana.

La guía palestina de la que ya hablé en el post anterior, añade otro momento sin parangón a esta pequeña colección de surrealismos del embarazo. Vamos en el autobús y nos está hablando de no sé qué fuente de agua milagrosa en no sé qué sitio, pero entre lo mal que habla y la poca atención que le presto, no me entero de donde es hasta que de repente suelta:
-“las mujeres van allí, beben el agua y salen ya embarazadas”
Aylavirgen. Debí estar atenta y aprenderme bien donde está ese sitio para marcarlo con un punto rojo en el mapa y no acercarme jamás a menos de tres kilómetros. A ver si voy a ir sin saberlo, inocentemente a calmar mi sed y resulta que salgo embarazada del espíritu santo, porque tal como lo ha dicho parece ser que con el agua santa ésa no hace falta ni conocer varón ni nada para acabar en estado de buena esperanza. Qué mal rollo, por favor.

Por su seguridad
Daba por sentado desde el principio que en este viaje tendría que pasar controles de seguridad a menudo, pero me ha sorprendido lo llevadero que ha resultado. El control más largo y más estricto lo he pasado en el aeropuerto de Madrid, por parte de la seguridad privada de la compañía aérea El Al. 

Control de seguridad en un aeropuerto
Antes de facturar la maleta, entrevista detallada acerca de mis intenciones y posibles amistades en Israel y/o en países árabes. Me han preguntado si llevo un arma en la maleta (algo como una pistola, cuchillo… palabras textuales) vamos, lo normal. Y menos mal que no la llevo, porque me han pedido que facture la maleta sin bloquear el código por si tenían que abrirla, y me consta que la han abierto. Alguien ha estado hurgando entre mi ropa, no sé qué pensar. En el viaje de vuelta también la abrirán y hay gente que se cabrea mucho por esto, en plan “nadie tiene por qué abrir mi maleta”, yo sin embargo pienso que si es en aras de la seguridad que la abran cuantas veces quieran. Los aviones de por sí ya me dan respeto, y la verdad es que viajo mucho más tranquila sabiendo que han revisado a fondo mi equipaje, porque eso quiere decir que igual de a fondo han revisado el de los demás viajeros

Después entrar a la zona de embarque pasando el escáner de la Policía del aeropuerto,  me voy a desayunar y cuando anuncian en los paneles la puerta de embarque de mi vuelo, me quedo por allí cerca enfrascada en mi ebook, todavía faltan unos 40 minutos para embarcar.  Alguien me llama por mi nombre y levanto la mirada, es la chica que me ha hecho la entrevista antes de facturar la maleta, me pide mi pasaporte y equipaje de mano y me dice que debe revisarlo la seguridad privada de la compañía. Se lo doy, y en unos 10 minutos ella y otro empleado me lo devuelven dándome las gracias y deseándome buen vuelo. Ya estoy lista para subir al avión.

Checkpoint israelí en carretera
Al coger el vuelo de vuelta se repite la misma situación, pero dentro de Israel la seguridad es muy efectiva y mucho menos engorrosa de lo que pudiera parecer. Sólo hemos pasado en carretera dos checkpoints, ambos al volver a entrar en Israel desde los territorios palestinos. En el primero, el soldado se limita a hablar un par de minutos con el conductor del bus y nos deja pasar. El segundo es algo más riguroso, el guía nos advierte de que van a subir al autobús dos soldados, que van armados y que nadie se asuste porque es lo normal. Debemos tener a mano nuestro pasaporte por si nos lo piden, pero habitualmente se limitan a echar un vistazo a los viajeros y ya está. Así sucede, le preguntan al guía si somos turistas y de qué países, suben, nos ven las caras, bajan y dejan pasar el autobús, todo en menos de cinco minutos.

La ciudad vieja de Jerusalén es el único sitio donde la seguridad es bastante más notoria, puesto que también es donde se concentran gran parte de los atentados. Hemos tenido suerte de no presenciar un solo incidente en todo el viaje, pero aquí sí se ven soldados y policías apostados cerca de las puertas de entrada, en los sitios más emblemáticos o simplemente paseando, aunque sólo pasamos por detector de metales y revisión de equipaje a la entrada del barrio judío y para visitar el Muro de los Lamentos. En la hermosa puerta de Damasco ha habido varios atentados mortales en un corto intervalo de tiempo y al pasar por allí me fijo en la muralla. Justo encima de la puerta hay un soldado apuntando con el arma hacia abajo, en todo momento apuntando y con el ojo en la mirilla, si algún terrorista iluminado decide repetir sus hazañas por allí se llevará un tiro antes de que termine de ladrar su maldito “Allah akbar”. Como siempre, los israelíes con un par, eso lo hace alguien en España y le saltan al cuello enseguida las ONG´s, los proamnistía, los contertulios de Tele 5, las feministas, los perroflautas, la oposición y hasta su santa madre por atreverse, el muy genocida, a no respetar los derechos humanos de un terrorista. A capulleces pseudohumanitarias de ésas, vamos, no nos gana nadie.

Soldados en la puerta de Damasco

Como curiosidad decir que ya de vuelta en casa, he leído en un reportaje cómo funciona a grandes rasgos la seguridad israelí, sobre todo en el aeropuerto, estaciones y sitios turísticos. Y aunque el sistema es de lo más complejo y supongo que no será pública la mayor parte de él, lo que me llama la atención es que está muy basado en perfiles psicológicos, y los perfiles psicológicos son básicamente estadísticas… y discriminación pura y dura. Como ni en la puerta principal ni el el hall de un aeropuerto se puede registrar a fondo a todo el que entra, andan por allí unos cuantos policías de paisano especialistas en detectar posibles sospechosos, a los que inmediatamente llevan aparte y revisan hasta las uñas de los pies, sí o sí. Porque lo dice el perfil y porque lo digo yo, si te sientes discriminado te aguantas. Y es de lo más efectivo pero claro, eso lo hace alguien en España…

jueves, 21 de abril de 2016

Nuestros guías (Por fin, Israel III)

Nuestros guías

Ex millonario en Irán
El guía de hoy se llama Manuel, tiene 67 años ¡se jubila esta semana! y es un judío marroquí que se hizo millonario en Irán en los años 60 y tuvo que huir de allí con lo puesto unos días antes de la revolución islámica, cerrando su empresa, dejando todo allí y por supuesto arruinándose. Pero tuvo suerte, pudo sacar a su familia sana y salva y huir justo antes de que la policía de Jomeini fuera a buscarlo para detenerlo, acusándole de ser un espía de Israel. Le pregunto si de verdad era un espía, se ríe y me dice que no, pero que eso a Jomeini le daba igual. Otros judíos iraníes que no tuvieron tanta suerte, acabaron encarcelados, torturados y ejecutados por presuntos espías, por supuesto sin serlo.

Con Manuel veo el Museo de la Diáspora en Tel Aviv, los Institutos Ayalon y Weizman, Ashdod y las cuevas de Beit Guvrin. Comemos en un restaurante etíope un guiso de carne y arroz, original, picante y sabroso. Al final del día, me deja en Jerusalén.

¿Qué será “linda”?
El día de la excursión a Masada y el Mar Muerto, nuestro guía se llama Alberto, tiene aspecto de británico, habla un español regularcillo y tampoco es que se esmere mucho en sus explicaciones. Somos un grupo numeroso y traduce al inglés todo lo que dice en español, empezando siempre así: “linda, now we can see…” me digo a mí misma que estoy fatal de inglés, ni la menor idea de lo que significa “linda” y debe ser una palabra de lo más común puesto que la dice constantemente, así que hago memoria para buscarla esta noche en google, en cuanto llegue al hotel y tenga wifi. Al final no hace falta, durante la excursión me doy cuenta de que Linda es el nombre de una señora, la única angloparlante del grupo, por eso el guía empieza sus parrafadas en inglés refiriéndose a ella por su nombre. Vaya, va a ser que en el fondo no se me da tan mal la lengua de Shakespeare, sólo soy un poco despistada.

Qué paciencia hay que tener
Si alguien se lleva el premio a la peor guía turística del mundo, es la moza palestina que nos acompaña en nuestra salida a Belén. El guía israelí no tiene permiso para trabajar en los territorios palestinos donde se encuentra Belén, así que nos dice que iremos solos con el chofer y una vez allí recogeremos a alguien que nos guiará la visita en español. Resulta ser una cristiana ortodoxa palestina de nombre impronunciable y español imposible de entender, pese a que asegura haber vivido quince años en Honduras. Lo primero que nos dice es que su nombre significa “la que es paciente, la que tiene paciencia” y a continuación empieza a recitar aquello tan típico de los actuales palestinos, que parece ser su mayor seña de identidad como pueblo. Se queja de que no tienen un aeropuerto (¡coño, construid uno!); de que tienen que pasar un checkpoint para entrar en la zona israelí saliendo de Belén (y yo también lo he tenido que pasar, y todo bicho viviente); de que los judíos les venden el agua (agua procedente de los acuíferos y desaladoras israelíes, gracias a la cual los palestinos pueden beber, cocinar y lavarse, porque ellos nunca explotaron un acuífero ni construyeron una desaladora); de que nuestro guía israelí cobra un sueldo y tiene seguridad social, pero ella no, ella sólo gana lo que le dan los turistas de propina. Y ahí ya me ha tocado la moral, tanto que al final del día cuando nos ha pedido la propina yo no le he dado nada. Para empezar, si los palestinos que trabajan en palestina no tienen seguridad social (ni pagan impuestos, aunque eso no lo ha dicho) será porque sus gobernantes no se han molestado en que así sea, igual deberían dirigirse a los multimillonarios de sus jefes de gobierno para exigir derechos sociales en vez de pretender que los turistas les demos un sobresueldo. Algo que por otra parte ninguno de los otros guías nos ha pedido en ningún momento. Y para seguir, no me creo ni de coña que la guía no cobre comisión del restaurante a donde nos ha llevado a comer sin dar otras opciones, ni del supermercado de souvenirs donde nos ha llevado a comprar, ni del vendedor de velas bendecidas de la Basílica de la Natividad, cuyas velas antes de entrar a la Basílica ya nos estaba ofreciendo ella, ¡la guía!, por un módico precio.

La última parte de su diatriba de quejas palestinas consiste en decirnos que son muy pobres, que están muy necesitados de dinero y que incluso pasan hambre. A ver, que la que suscribe estas palabras (o sea, yo) ha estado siempre como dicen las abuelas “de muy buen ver” y desde luego no seré yo quien critique a otra persona a causa de su peso ya sea por exceso o por defecto, pero es que esta chica no baja fijo de los 95 kg. De verdad que me entran ganas de decirle: “nena, si aquí se pasa hambre será que te lo has comido todo tú porque si no, no me lo explico; cuéntame lo que quieras pero hambre, lo que se dice hambre, tú no pasas”. No le digo nada, claro.

Además de que la chica me haya caído mal desde el principio, qué le vamos a hacer, durante sus explicaciones se equivoca varias veces en datos históricos, del tipo “el Papa Juan Pablo II estuvo aquí en 1964” y cosas así. Tampoco le digo nada, pero francamente, paso de lo que nos diga y me limito a mirar.

Al subir al bus y antes de pedirnos dinero, nos pregunta “¿qué tal, os lo habéis pasado bien? ¿qué os han parecido mis explicaciones? si tenéis alguna queja decídmelo, ¿verdad que soy muy paciente, como dice mi nombre?” Y ahí ya no me puedo aguantar y le respondo: “mujer, paciente precisamente… nos has llevado a toda velocidad” Y es cierto, lo peor ha sido del parking a la Basílica que hay como unos 200 metros pero empinadísimos cuesta arriba, la tía ha metido la directa sin mirar atrás mientras los demás la seguíamos con la lengua fuera, a la par que tratando de esquivar vendedores callejeros que aquí son especialmente pesados. Se ha quedado atrás medio grupo y luego nos ha tenido que esperar, como es normal. Así que paciente, lo que se dice paciente… pues no, reina, y muy profesional en su trabajo tampoco.

Claudio
Y menos mal que durante todo el resto del viaje, hemos tenido como guía a nuestro maravilloso Claudio. Judío argentino que emigró a Israel hace más de treinta años, arquitecto, perfecto conocedor de las tierras israelíes y dotado de un exquisito sentido del humor, Claudio nos ha deleitado con sus magníficas explicaciones y también con sus chistes. De repente coge el micro del autobús y empieza a contar alguna anécdota, tal que “se dice que una vez, un joven judío…” y tú estás ahí en ascuas, pensando que el joven judío encontró una gruta secreta del templo del rey David o algo así y resulta que no, que es un chiste y la tribulación del joven judío es que su rabino no le permite tener sexo con su novia en posición de pie, porque “los judíos no bailan juntos hombres con mujeres, ¡y eso es bailar!” Vale, cuando lo contaba Claudio era mucho más gracioso, nos partíamos de risa. Hay que tener talento para contar con esa gracia torera chistes de judíos, chistes de argentinos y chistes de judíos argentinos que ya son el diosmío nopuedomás mepartoendos. El astronauta argentino, la anciana del pogromo, el empleado del zoo que se llama Braulio y su especial relación con la gorila hembra, todos ellos en boca de Claudio han amenizado y hecho más divertido nuestro viaje, lo cual es muy de agradecer.

Pero como ya tendremos en otro momento un apartado dedicado al humor judío, vamos un poco a la parte seria. Quienes me conocéis en persona o seguís este blog, ya sabéis que soy una auténtica cotilla. De cosas serias, pero cotilla. Cuando voy a algún sitio, leo sobre alguna materia o alguien habla de algún tema que desconozco, yo inmediatamente tengo que saberlo todo. Lo pregunto todo, pido confirmar datos que ya conocía o de los que dudaba, escucho con los ojos como platos, disfruto enormemente de aprender algo nuevo ya sea una receta de cocina, la manera de enlazar acordes musicales o cómo hacen los forenses una autopsia. Me fascina el conocimiento y sí, soy la pesadilla de profesores, conferenciantes y guías turísticos a los que siempre bombardeo con todo tipo de cuestiones, aunque por alguna extraña razón suelen terminar cogiéndome afecto. Pelín masocas creo, pero se agradece.

Así que bueno en su momento ya le di las gracias a Claudio, pero ahora se las vuelvo a dar públicamente por habernos explicado todo tan bien, por sus chistes y por haber respondido siempre a todas mis preguntas, que han sido unas cuantas y no siempre fáciles de responder. ¡Mil gracias pibe! Espero que nos volvamos a ver algún día y ten por seguro que recomiendo tus servicios a cualquiera que quiera visitar Israel. Hacerlo a tu lado es sin duda, la mejor manera de hacerlo. (Vale ya, malpensados, que estoy hablando de visitar Israel… ;-)

domingo, 17 de abril de 2016

Un país de genios (Por fin, Israel II)

Un país de genios
El Instituto Ayalon, en Rehovot, es una muestra más del ingenio y espíritu de supervivencia israelí. En 1948, durante la guerra de la Independencia, los judíos necesitaban balas para sus fusiles, no tenían y no podían importarlas. Ni cortos ni perezosos, en 22 días construyeron una fábrica bajo tierra en lo que aparentemente era un kibutz, pasaron de contrabando máquinas, metal y pólvora, y se pusieron a fabricar balas a destajo, tan a destajo que llegaron a enfermar por falta de luz solar y el médico hubo de procurarse una lámpara de rayos UVA y recetar a cada trabajador media horita diaria. Luego llevaban las balas clandestinamente a las zonas de combate escondidas en cubas con doble fondo, delante de las mismísimas narices de los ingleses que castigaban con la pena de muerte a cualquiera que fuera sorprendido llevando un arma. Rehovot está al ladito de Tel Aviv y el Ayalon sobre una pequeña colina que posibilitó la construcción del taller clandestino, pero se suponía que Ayalon era un simple kibutz en el que cultivaban productos agrícolas y cocían un pan buenísimo. 

El taller clandestino, Ayalon
Los militares ingleses iban con frecuencia a comprar allí y los pobres nunca se enteraron de lo que realmente se cocía bajo tierra, aunque también es verdad que los israelíes se lo habían currado muy bien para disimular. Hicieron coincidir los dos conductos de ventilación del taller con la panadería y la lavandería respectivamente, y así además de ventilar ocultaban el ruido de las máquinas. En la superficie amasando pan y unos metros más abajo fabricando balas, mientras tanto los enemigos paseándose por allí y ni olerlo. Hay que ver como son. Hoy en día se puede visitar el taller en Ayalon, han puesto una escalera de caracol para que no sea tan incómodo bajar y se mantiene todo igual: el mecanismo que desplaza una lavadora industrial para dejar al descubierto la trampilla de acceso, las máquinas y materiales con los que se fabricaban las balas, una especie de muñeco de falla que representa a uno de los trabajadores, la lámpara de rayos UVA y la lista de turnos para acceder a ella media hora diaria, todo igual.

El Instituto de Ciencias Weizmann es un referente internacional en cuanto a investigaciones pioneras en casi todas las ciencias puras y aplicadas. Y no es para menos, puesto que se nutre de una auténtica escuela de genios, que superan unos exámenes demoledores para ser admitidos pero obtienen a cambio la oportunidad única de estudiar y trabajar en la mejor universidad y centro de investigación del mundo, y desde luego les compensa. Aquí había un acelerador de iones mucho antes de que fuera construido el famosísimo de Suiza; hay una torre dedicada en exclusiva a investigar nuevas formas de utilizar y aprovechar al máximo la energía solar, y aquí está la vanguardia de la investigación en dos campos fundamentales para la vida moderna: la ingeniería genética aplicada a la agronomía y el desarrollo de nuevos y mejores medicamentos. La primera permite que un país en gran parte desértico se haya convertido en exportador de frutas, flores y verduras; la segunda nos provee de medicamentos genéricos cada vez más eficaces y baratos. Un auténtico hervidero de buenas ideas con sus correspondientes aplicaciones prácticas en beneficio de toda la humanidad, el Instituto Weizmann, en Rehovot. No en vano se dice que la materia más abundante en Israel… es la materia gris ;-)


Antes muertos que romanos

La fortaleza de Masada, en lo alto
La historia de Masada y de los judíos zelotes que allí resistieron a los invasores romanos la relató muy bien el historiador Flavio Josefo en su libro “La guerra de los judíos contra Roma”, y es estremecedora. Pero la historia de Masada empezó varios años antes de Cristo, cuando el rey Herodes I El Grande, que era un Maríacaprichitos como él solo, se empeñó en tener palacio propio y no en cualquier sitio. Eligió la colina más alta y escarpada de las cercanas al sur oeste del Mar Muerto y construyó su palacio arriba del todo. A la cima sólo se podía subir por un sendero serpenteante y estrechísimo, pero no hay nada en esta vida como tener miles de esclavos que hagan de mulas de carga, así que nuestro amigo Herodes puso a los arquitectos a pensar y a los esclavos a subir piedras, y al final tuvo su palacio allá arriba. Con unas vistas impresionantes, todo sea dicho.

Tras la muerte de Herodes, en los años 70 ya después de Cristo, los romanos andaban haciendo de las suyas por estas tierras, y al judío al que no le parecía bien, pues directamente se lo cargaban y arreando. Recuérdese que desde hace 6000 años que se sepa, los judíos habitaban estas tierras, y la Gran Roma fue en su época de auge, la potencia ocupante. Sí, va con retintín. Fueron los romanos quienes en el año 135 llamaron “Palestina”, que significa “tierra de los filisteos”, a toda la zona entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, lo que quiere decir que en realidad la milenaria patria palestina era una patria judía. Qué cosas Arafat, qué cosas.

En Masada, al fondo el mar muerto
Pero volvamos a la historia de la rebelión judía. En el año 74, los zelotes se rebelaron contra Roma y un grupo de ellos se había hecho fuerte en lo alto del antiguo palacio de Herodes, y de allí no había quien los bajara. Si los romanos lo intentaban, les tiraban ladera abajo unos pedrolos de casi 100 kilos que se cargaban de golpe a media legión, me da a mí que a Obelix le hubiera encantado estar allí. Así que los cabroncetes romanos, decidieron sitiar Masada y rendirla por hambre. Rodearon la montaña de campamentos romanos, no dejaban entrar ni salir a nadie y esperaron. Pero los judíos resistieron, vaya que si resistieron. Utilizaban los canales que había construido Herodes para abastecer el palacio con el agua del valle, construyeron nidos para que las palomas pusieran allí sus huevos y se alimentaban de los huevos y de las palomas. Aguantaron hasta que no pudieron más, y cuando no pudieron más decidieron que los romanos no les cogerían con vida. Como la religión judía prohibe terminantemente el suicidio, cada padre de familia se encargó de quitar la vida a los suyos y después se sorteó entre los hombres el dudoso honor de tener que matar a sus compañeros y ser el último en morir y el único que cometía el pecado del suicidio. Así se hizo, más de 900 niños, mujeres y hombres murieron heroicamente en lo alto de una montaña, prefirieron dejar de vivir antes que hacerlo bajo el yugo de Roma. No sé yo si es la mejor decisión, pero hay que reconocer que le echaron huevos.

Hoy en día en lo alto de lo que fue la fortaleza de Masada hay una Iglesia cristiana bizantina, donde se celebran misas de vez en cuando, y también una sinagoga. El día que yo estuve por allí, una familia celebraba el bar mitzvá de uno de sus miembros y pudimos ver una pequeña parte de la ceremonia. La UNESCO ha declarado patrimonio internacional las ruinas de Masada, que son visitadas todos los días por numerosos turistas. Por cierto, no aconsejaría a nadie ir en verano, ya en marzo hay que llevar gorra, gafas de sol y provisión de agua porque hace un calor que te mueres. No quiero ni pensar lo que debe ser agosto allí.

El mar más resalao

La belleza del Mar Muerto

El Mar Muerto es en realidad un gran lago salado, muy salado y saleroso. Su salinidad es 10 veces mayor que la de cualquier otro mar y su playa es una costra de sal. También es una fuente de salud natural, por los minerales y azufre que contiene.

Bañarse es una gozada, no sólo flotas como si estuvieras tumbado en un colchón, es que no te puedes hundir aunque lo intentes, y de bucear por supuesto ni hablamos. Hay que bañarse con sandalias porque los preciosos cristales de sal que parecen arena, te cortan la planta de los pies, pero si se te suelta una sandalia no te preocupes, de repente oyes ¡PLOF! y la sandalia ha salido a la superficie a la velocidad del rayo. El agua es cristalina, y debido a la alta salinidad no hay peces ni algas, está de lo más limpia. A diferencia de la del Río Jordán que da muchísimo repelús de lo sucia que está.

Izquierda, izquierda
En el balneario del Mar Muerto también hay una zona donde te puedes embadurnar completamente de barro, que es muy bueno para la salud y además divertidísimo. Te untas de barro hasta arriba, lo dejas secar al sol unos minutos, te haces una foto pal feisbuc y luego te duchas en unas mangueras a toda presión para quitarte el barro, que aún así se te queda por algún rincón y en el pelo, hasta que no te metes en el mar no estás del todo desembarrado.

Una vez dentro del mar, más vale que no te toques los ojos con las manos y que no te salpique el agua en un ojo, porque vas a ver las estrellas. Vale, se supera, a mí me pasó dos veces pero pica a base de bien. La piel y el pelo se te quedan después de lo más suaves aunque eso sí, mejor acostumbrarse al olor a azufre, que después de dos lavados de pelo aún no se ha ido del todo. Y lo que no se va nunca es el recuerdo de una sensación maravillosa. Estar allí tumbada sobre el agua cristalina, a cierta distancia de los otros bañistas en completa soledad, viendo el sol en lo alto, a un lado el desierto y al otro las montañas de Jordania, empapada de sal y de luz… dicen que muchas veces los contrarios acaban siendo lo mismo, y esa plenitud de vida en lugar que se supone “muerto”, es la mejor prueba de ello.

Derecha, derecha
Como suele pasar ya en muchas playas, al lado de las turistas en bikini hay una mujer musulmana tapada de pies a cabeza. Yo alucino. De verdad que no entiendo para qué va esa mujer a la playa si no se va a bañar y estaría mucho más fresquita en cualquier sitio a la sombra, pero mira, ahí está, no sé cómo no le ha dado a la pobre una lipotimia. Acostumbrémonos a verlas, porque ahora además parece que en Europa les están diseñando burkinis (bañadores estilo burka) para que puedan ir a la playa bien abrigaditas, por si en pleno verano tienen frío. En vez de dejarlas en paz y que puedan ir en bañador como todo el mundo, pues no, burkinis. Qué mal vamos, de verdad, qué mal vamos.

miércoles, 13 de abril de 2016

Elijo Israel (Por fin, Israel I)

Elijo Israel
¿Y no tienes miedo?” es la pregunta que más he escuchado en estos días, desde que empecé a tramitar mi viaje. Pues no, no lo tengo, y mira que yo soy miedosa hasta decir basta. Lo sé, sé que en Israel hay atentados todos los días, que desde enero han muerto 34 personas apuñaladas, tiroteadas o atropelladas en las calles por terroristas palestinos; sé que eso sucede pese a las magníficas Fuerzas de Seguridad israelíes, que todos los días detienen a sospechosos de terrorismo y neutralizan a quienes cometen atentados en cuanto sacan el cuchillo.

Y sí, visto así debería dar miedo, pero resulta que eso es precisamente lo que pretenden los terroristas: amedrentar a las personas normales, que los israelíes tengan miedo de salir a la calle, que los turistas no visiten Israel, que los consumidores no compren productos fabricados o ideados por judíos. Y conmigo desde luego, han dado en hueso duro. A mí, que me asusta una cucaracha, no me asustan nada los terroristas palestinos  ni ningún otro porque me niego a darles ese placer, me niego a bailar al son que ellos tocan. Nunca. Pasado mañana estaré paseando por la vieja Jerusalén y oye, a lo mejor va y me apuñalan y nadie lee nunca estas palabras, qué sé yo, pero no me van a arrebatar el momento de estar allí y desafiarles con mi sola presencia. Esos malnacidos te pueden quitar la vida pero no el orgullo de desafiarles.
También en España hemos tenido treinta años de terrorismo etarra, así que entiendo perfectamente a los israelíes y me solidarizo con ellos. Por eso y por muchas más cosas, aunque podría elegir cualquier parte del mundo para viajar allí, elijo Israel. Sin dudarlo.

Wellcome to Tel Aviv
Recién aterrizada, ¡qué bonita ha sido la llegada desde el aire, qué bello es Israel desde arriba! He estado a punto de besar el suelo al llegar, como hace el Papa ;-)

La fuente de agua iluminada, en el centro del hall del aeropuerto Ben Gurion

Dos magníficos recibimientos en el Ben Gurion:
  1. La preciosa fuente de agua en su centro
  2. El encargado de la agencia de viajes, un uruguayo con bastante morro y muy simpático, que me ha hecho pasar el control de pasaportes por la ventanilla de los diplomáticos y sin hacer cola. Qué de qué. 

Llego al hotel, ficho y me largo a cenar a la playa, que está a dos manzanas. En plena playa y muy cerca, hay un restaurante especializado en ensaladas hechas con productos del kibutz, se me hace la boca agua sólo de pensarlo y me pongo en marcha ¡a la búsqueda del restaurante! Como la única noticia de la existencia del susodicho restaurante proviene de una guía de viajes editada hace unos años, en previsión de que la crisis mundial haya hecho mella en los restaurantes playeros israelíes he decidido, totalmente en contra de mis sanas costumbres viajeras, preguntar. Pregunto dos veces y dos personas distintas me indican sin lugar a dudas que el restaurante que busco está exactamente donde la guía de viajes dice que está, pero yo siguiendo al pie de la letra mis sanas costumbres viajeras, no lo encuentro. No me preguntéis cómo me las apaño pero soy perfectamente capaz de perderme en un trayecto de 50 metros y de no encontrar algo que debería estar delante de mis narices. No lo encuentro. La única posibilidad es un local grande y muy iluminado, completamente vacío que parece de todo menos un restaurante, no hay nadie en el interior, ni camareros ni clientes y tampoco hay mesas o una barra de bar, además de que el rótulo luminoso está únicamente en hebreo. Como es normal no entiendo una papa, y al final paso y me meto en otro sitio un poco más acogedor, donde hay una camarera que habla español. Le pregunto por algún plato típico de la región, y me decido por el falafel, que resulta no ser precisamente lo que llamaríamos “una cena ligerita” pero está buenísimo.

Falafel para cenar
El cielo de Tel Aviv está nublado y no hay luna, se me fastidió la foto, pero al salir hace un vientecillo fresco y una temperatura estupenda, así que voy a disfrutar de un cortísimo paseo. Del hotel al restaurante donde he cenado no hay más que un minuto andando y me doy cuenta de que por lo visto aquí es normal que los hombres árabes digan cosas a las mujeres que van solas por la calle de noche. Dos maromos, en un minuto ¿Qué me han dicho? Ni idea, no he entendido nada, pero se quedan mirando como esperando respuesta. A uno le he dicho en inglés “lo siento, no te entiendo” y me ha contestado en inglés “disfruta de Israel” pero me da la sensación de que no habían sido exactamente ésas sus palabras iniciales en árabe. Hombres. Quien los entienda que los compre.

Por cierto, acabo de llegar y ya he hurtado dos infusiones sorpresa del té de cortesía de la habitación del hotel. Ni idea de lo que son, lo pone en la bolsita pero en hebreo, así que ya las probaré en España por si acaso. Y ahora me voy al catre, que mañana empiezo el Tour. O sea, el tour turístico, no el de las bicis.

Aquí hablan ladino
El simpático uruguayo que me ha recibido en el aeropuerto, me comenta que aquí se habla mucho español, algo que por otra parte me imaginaba, pero según él en realidad lo que se habla aquí es el “ladino”, el antiguo idioma de los judíos sefardíes, procedente del español.
En Israel hay dos lenguas oficiales, el hebreo y el árabe, además de ser bastante habitual en los sitios turísticos que te puedas entender en inglés y español. Pero los judíos del mundo tienen en realidad tres lenguas “oficialmente” judías:
  1. El hebreo moderno, procedente de la lengua antigua que hablaron siempre los judíos en oriente medio
  2. El yiddish, procedente del alemán y hablado por judíos del centro y el este de Europa
  3. El ladino, procedente del español y hablado por los judíos sefardíes en la España del siglo XV
Ale, que no se diga que no hablan.

El talismán de tu piel me ha dicho

Mi habitación, con la mezuzá en el marco de la puerta
Me llama la atención ver en la puerta de cada habitación del hotel, las típicas mezuzá que se colocan para proteger el hogar, a veces cada habitación del hogar, o en este caso del hotel. Vamos una especie de feng shui, estilo judío. La mezuzá es un rollo de pergamino en el que está escrito el Shemá, un pasaje bíblico que habla de la relación de Dios con el pueblo judío. El Shemá ha de estar escrito a mano y por un experto que se dedica especialmente a escribir mezuzot (plural de mezuzá). Hay que ver como son los judíos y esa manía que tienen de la especialización exhaustiva, me imagino la de explicaciones que tendrá que dar ese hombre cuando viaje por el mundo y le pregunten a qué se dedica (“yo es que soy escritor profesional de mezuzot” y el otro con los ojos como platos pensando “y eso ¿qué será?”). En fin, que las mezuzot se cubren con una pequeña caja que puede estar hecha de distintos materiales y con distinto nivel de filigrana. Las del hotel como se puede apreciar en la foto son pequeñas y sencillas, pero a lo largo del viaje veré algunas auténticas obras arte en forma de mezuzá. Los judíos tocan con los dedos la mezuzá cada vez que pasan a través de una puerta que la tenga, como símbolo de identidad, espiritualidad y reverencia.