miércoles, 27 de abril de 2016

Para que nadie olvide (Por fin, Israel IV)

Para que nadie olvide

El Museo del Holocausto en la parte nueva de Jerusalén es una experiencia dura y el guía nos lo advierte antes de entrar. Vamos a ver fotos de los campos de concentración, oír testimonios en vídeo de supervivientes, y aunque todos más o menos sabemos lo que pasó allí, en el Museo vamos a ser conscientes de que se cometieron atrocidades que una mente sana ni siquiera puede imaginar. La foto de la vía del tren que entra directamente por la puerta de Auschwitz es una de las que más me impactaron, quizá por su atroz sencillez. Susana y Emilio, los otros españoles de mi grupo, me comentan a la hora de comer que ellos estuvieron en Polonia visitando Auschwitz y que verlo en vivo también les impresionó muchísimo. La réplica de una de las frases más cínicas que han sido proferidas en la historia, “Arbeit macht frei” (el trabajo libera), forjada en hierro tal como se encuentra a la entrada de Auschwitz, también puede verse en este Museo.


Lo cierto es que es una visita imprescindible, pero difícil de digerir. La propia arquitectura del Museo, la disposición de los objetos, la luz, la música, todo está diseñado para hacerte sentir en carne propia el dolor y la humillación que sintieron las víctimas del holocausto, y nada de ello te deja indiferente. Las fotos de esos seres humanos fantasmales estremecen, los testimonios en vídeo de personas ancianas supervivientes de los campos son terribles, pero quizá lo más impactante sean los objetos cotidianos. Los trajes a rayas; las posesiones que eran sustraídas a los prisioneros por los nazis, desde joyas hasta gafas y zapatos; los libros preparados para arder en la hoguera, varios de ellos (me acerqué a cotillear) obras de Sigmund Freud; las herramientas que se usaban para trabajar en los campos; un montón de zapatos del uniforme que les quitaban a los prisioneros antes de meterlos en la cámara de gas. Y las estrellas. La estrella amarilla correspondía a los judíos, la rosa a los homosexuales, la marrón a los gitanos, la roja a los comunistas, la verde a los criminales comunes. A veces eran estrellas, a veces triángulos invertidos con el mismo significado. En el museo hay varias estrellas reales de la época, de las que iban cosidas a las camisas a rayas de los prisioneros, para identificarlos a cada uno por su “pecado”.

Estrella amarilla
Se pueden ver también cartas en las vitrinas del museo, muchas de ellas escritas en hebreo o en alemán pero traducidas en los murales explicativos. Las familias eran separadas a golpes y quienes quedaban o quienes se iban, escribían. No debía ser fácil acceder a papel y lápiz en un campo de concentración, pero ellos escribían; no debía ser fácil hablar a tu ser querido que te ha sido arrebatado sin saber dónde está, pero ellos escribían; no debía ser fácil escribir ignorando si el destinatario leerá alguna vez tu carta, pero ellos escribían, y escribían, y escribían. Muchas de esas cartas se perdieron, muchas nunca fueron leídas por las personas a quienes iban dirigidas, pero hubo algunas… hubo algunas que cumplieron su misión. La guerra terminó, los campos se liberaron y los miembros de las familias se buscaron. Hermanos, padres e hijos, amigos, parejas, en un momento determinado se encontraron y se leyeron esas cartas unos a otros años después, sin voz y sin fuerzas pero con todo su amor intacto. Hubo cartas que tuvieron el mejor destino que puede tener una carta, y algunas de ellas se conservan en el Museo.

Además de vídeos testimoniales de las víctimas, se pueden ver también y escuchar vídeos propagandísticos de los nazis, soltando sus aberraciones por esas bocas sin ningún pudor, y llegando a los oídos de una Alemania y una Europa que oyeron y callaron hasta que fue demasiado tarde y tuvieron que coger las armas. Hoy en día hay gente en el mundo que se empeña en negar la Shoá, el Holocausto. Dicen que los judíos se quejan mucho de ello pero no fueron las únicas víctimas ni el suyo fue el único holocausto de la historia, y es cierto, hubo más víctimas y más holocaustos, pero son los judíos quienes han construido museos, quienes han filmado películas, quienes han escrito libros; son los judíos gracias a quienes hoy en día, los que nacimos muchos años después nos seguimos estremeciendo por lo que pasó. Cuidado pues cuando alguien niegue o minimice el holocausto nazi, quien olvida el pasado está condenado a repetirlo.

Children´s memorial
Pero lo más impactante sin duda del Museo, se encuentra en realidad fuera de él. En el complejo del Museo y cerca del edificio principal, hay una pequeña construcción en piedra llamada Yad LaYeled o Memorial de los Niños, y está dedicada al millón y medio de niños víctimas del holocausto. Entras por una especie de galería al principio de la cual hay fotos de varios de los niños y pasas a un receptáculo semicircular en completa oscuridad, por el que hay que avanzar agarrado a una barandilla. Lo que rompe la oscuridad son cientos de velas encendidas por todo el espacio semejando un cielo estrellado, y lo que rompe el alma es lo que oyes allí dentro. Una voz pausada, serena, va recitando muy despacio el nombre, edad y país de procedencia de cada uno de los niños menores de quince años que murieron a manos de los nazis. Uno por uno hasta millón y medio. La grabación tarda en completarse seis días y luego vuelve a empezar, se termina y vuelve a empezar otra vez, eternamente, para que nadie olvide lo que nunca debió suceder.

El minuto apenas que dura la visita a mí me resultó suficiente para salir de allí con lágrimas en los ojos, completamente conmovida y odiando a los nazis con toda mi alma. Eso no se hace. Entiendo que alguien luche en una guerra para defender a los suyos; entiendo también que alguien empiece una guerra por una causa que considere justa aunque yo no esté de acuerdo, pero no se coge a millón y medio de niños y se les envía a la cámara de gas, previo paso por Mengele y sus salvajes experimentos con humanos. Eso no se hace y punto, eso no cabe de ninguna manera en una mente humana.

El edificio del memorial fue construido por Moshe Safdie, el mismo arquitecto que construyó el resto del Museo, y los fondos para su construcción fueron donados por Abe y Edita Spiegel, cuyo hijo Uziel murió en Auschwitz antes de cumplir tres años. La imagen de Uziel se encuentra esculpida en la pared del memorial y puede verse a la salida. Su tierna belleza y la generosidad de sus padres quedan marcadas para siempre en la memoria y el corazón del visitante.

Uziel Spiegel


Yo no quiero ser mamá
Israel es un país con una altísima fertilidad, y dado el número de veces en la historia que alguien ha intentado exterminar a los judíos, es natural que este pueblo valore en gran medida y fomente la maternidad/paternidad y el cuidado de la infancia. Pero resulta que yo no quiero ser mamá, y eso ha creado situaciones cuanto menos curiosas, al salir el tema en este viaje.

El guía de Tel Aviv, cuando ya llevamos varias horas de recorrido y hemos cogido confianza, me pregunta en un momento dado:
-“oye, y tú ¿no estás casada ni tienes hijos?"
-“no”-respondo
-“¿por qué?”-pregunta de nuevo mirándome con total sorpresa, como si le hubiera dicho que soy un marciano.
Me da la risa, hace años que acostumbro a no justificar esa respuesta. A la gente que se casa y tiene niños nadie le pregunta por qué lo hacen, lo hacen porque es lo que quieren  hacer y ya está, pues los demás igual. Pero aquí parece ser que es más normal ser un marciano que no querer tener hijos.

En la piscina sulfurosa del balneario del mar muerto, me pongo a charlar con una reflexóloga israelí, me comenta que lleva ya tiempo practicando esa disciplina y empezamos a hablar del tema (por si alguien no lo sabe, la reflexología es una terapia natural que se practica aplicando presión en diversos puntos de la planta del pie. Similar a la acupuntura, pero sin agujas):
-“la reflexología va muy bien para todo”-me dice-“tengo varias pacientes que tenían problemas para quedarse embarazadas, y después de un mes de sesiones ya lo han conseguido”
-“¡qué bien!"-le digo-“y ¿no hay algún tratamiento para lo contrario?”
Me mira con cara de pez
-“quiero decir como anticonceptivo, para no quedarte embarazada”-mmm, vale, no me fiaría yo demasiado de un anticonceptivo reflexológico, pero oye, por preguntar…
Cara de pez, de nuevo
-“nooo”-me dice-“bueno, hay algunos puntos que no se pueden tocar en embarazadas porque pueden provocar un aborto, se utilizan cuando la mujer está a punto de parir para acelerar y facilitar el parto, pero en embarazos de pocas semanas, se aborta”
Como es natural no tengo ninguna intención de abortar, así que dejo el tema sin añadir nada a mis conocimientos acerca de la anticoncepción, mientras la cara de la chica sigue siendo todo un poema. Va en serio, a la próxima digo que soy marciana.

La guía palestina de la que ya hablé en el post anterior, añade otro momento sin parangón a esta pequeña colección de surrealismos del embarazo. Vamos en el autobús y nos está hablando de no sé qué fuente de agua milagrosa en no sé qué sitio, pero entre lo mal que habla y la poca atención que le presto, no me entero de donde es hasta que de repente suelta:
-“las mujeres van allí, beben el agua y salen ya embarazadas”
Aylavirgen. Debí estar atenta y aprenderme bien donde está ese sitio para marcarlo con un punto rojo en el mapa y no acercarme jamás a menos de tres kilómetros. A ver si voy a ir sin saberlo, inocentemente a calmar mi sed y resulta que salgo embarazada del espíritu santo, porque tal como lo ha dicho parece ser que con el agua santa ésa no hace falta ni conocer varón ni nada para acabar en estado de buena esperanza. Qué mal rollo, por favor.

Por su seguridad
Daba por sentado desde el principio que en este viaje tendría que pasar controles de seguridad a menudo, pero me ha sorprendido lo llevadero que ha resultado. El control más largo y más estricto lo he pasado en el aeropuerto de Madrid, por parte de la seguridad privada de la compañía aérea El Al. 

Control de seguridad en un aeropuerto
Antes de facturar la maleta, entrevista detallada acerca de mis intenciones y posibles amistades en Israel y/o en países árabes. Me han preguntado si llevo un arma en la maleta (algo como una pistola, cuchillo… palabras textuales) vamos, lo normal. Y menos mal que no la llevo, porque me han pedido que facture la maleta sin bloquear el código por si tenían que abrirla, y me consta que la han abierto. Alguien ha estado hurgando entre mi ropa, no sé qué pensar. En el viaje de vuelta también la abrirán y hay gente que se cabrea mucho por esto, en plan “nadie tiene por qué abrir mi maleta”, yo sin embargo pienso que si es en aras de la seguridad que la abran cuantas veces quieran. Los aviones de por sí ya me dan respeto, y la verdad es que viajo mucho más tranquila sabiendo que han revisado a fondo mi equipaje, porque eso quiere decir que igual de a fondo han revisado el de los demás viajeros

Después entrar a la zona de embarque pasando el escáner de la Policía del aeropuerto,  me voy a desayunar y cuando anuncian en los paneles la puerta de embarque de mi vuelo, me quedo por allí cerca enfrascada en mi ebook, todavía faltan unos 40 minutos para embarcar.  Alguien me llama por mi nombre y levanto la mirada, es la chica que me ha hecho la entrevista antes de facturar la maleta, me pide mi pasaporte y equipaje de mano y me dice que debe revisarlo la seguridad privada de la compañía. Se lo doy, y en unos 10 minutos ella y otro empleado me lo devuelven dándome las gracias y deseándome buen vuelo. Ya estoy lista para subir al avión.

Checkpoint israelí en carretera
Al coger el vuelo de vuelta se repite la misma situación, pero dentro de Israel la seguridad es muy efectiva y mucho menos engorrosa de lo que pudiera parecer. Sólo hemos pasado en carretera dos checkpoints, ambos al volver a entrar en Israel desde los territorios palestinos. En el primero, el soldado se limita a hablar un par de minutos con el conductor del bus y nos deja pasar. El segundo es algo más riguroso, el guía nos advierte de que van a subir al autobús dos soldados, que van armados y que nadie se asuste porque es lo normal. Debemos tener a mano nuestro pasaporte por si nos lo piden, pero habitualmente se limitan a echar un vistazo a los viajeros y ya está. Así sucede, le preguntan al guía si somos turistas y de qué países, suben, nos ven las caras, bajan y dejan pasar el autobús, todo en menos de cinco minutos.

La ciudad vieja de Jerusalén es el único sitio donde la seguridad es bastante más notoria, puesto que también es donde se concentran gran parte de los atentados. Hemos tenido suerte de no presenciar un solo incidente en todo el viaje, pero aquí sí se ven soldados y policías apostados cerca de las puertas de entrada, en los sitios más emblemáticos o simplemente paseando, aunque sólo pasamos por detector de metales y revisión de equipaje a la entrada del barrio judío y para visitar el Muro de los Lamentos. En la hermosa puerta de Damasco ha habido varios atentados mortales en un corto intervalo de tiempo y al pasar por allí me fijo en la muralla. Justo encima de la puerta hay un soldado apuntando con el arma hacia abajo, en todo momento apuntando y con el ojo en la mirilla, si algún terrorista iluminado decide repetir sus hazañas por allí se llevará un tiro antes de que termine de ladrar su maldito “Allah akbar”. Como siempre, los israelíes con un par, eso lo hace alguien en España y le saltan al cuello enseguida las ONG´s, los proamnistía, los contertulios de Tele 5, las feministas, los perroflautas, la oposición y hasta su santa madre por atreverse, el muy genocida, a no respetar los derechos humanos de un terrorista. A capulleces pseudohumanitarias de ésas, vamos, no nos gana nadie.

Soldados en la puerta de Damasco

Como curiosidad decir que ya de vuelta en casa, he leído en un reportaje cómo funciona a grandes rasgos la seguridad israelí, sobre todo en el aeropuerto, estaciones y sitios turísticos. Y aunque el sistema es de lo más complejo y supongo que no será pública la mayor parte de él, lo que me llama la atención es que está muy basado en perfiles psicológicos, y los perfiles psicológicos son básicamente estadísticas… y discriminación pura y dura. Como ni en la puerta principal ni el el hall de un aeropuerto se puede registrar a fondo a todo el que entra, andan por allí unos cuantos policías de paisano especialistas en detectar posibles sospechosos, a los que inmediatamente llevan aparte y revisan hasta las uñas de los pies, sí o sí. Porque lo dice el perfil y porque lo digo yo, si te sientes discriminado te aguantas. Y es de lo más efectivo pero claro, eso lo hace alguien en España…

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