domingo, 7 de noviembre de 2021

Mi ahijado, los cinco y yo

Ana, Dick, Julian, Jorge y Tim, Los Cinco

Hace unos días, en el Club de Lectura para Damas Selectas del que soy miembro (sí, habéis leído bien, Club de Lectura para Damas Selectas, ¿qué pasa?) salió el tema de los libros que han marcado nuestras vidas. Yo me quedé pensando y en unos segundos lo tuve claro: la colección “Las aventuras de Los Cinco” escrita por Enid Blyton. Esos libros hicieron que me lanzara de cabeza al maravilloso vicio de la lectura y me convirtieron en la lectora ávida, voraz e insaciable que soy ahora mismo. Por supuesto tenía toda la colección y los leía una y otra vez, no dejé de hacerlo hasta que fui ya bastante mayor y los relegué al trastero de mis padres.


Los Cinco no fueron mi primera lectura, pero son el primer recuerdo que tengo de libros que me hicieran vibrar, que me emocionaran tanto que no pudiera parar de leer. De hecho, era bastante habitual que empezara uno de los libros y lo terminara de una tacada aunque ya lo hubiera leído antes y me supiera de memoria el final: no podía parar y cuando no se puede, no se puede. Os podéis imaginar la de broncas que me he llevado por estar cenando con el bocadillo en una mano y el libro de Los Cinco en la otra; por estar leyendo sin haber acabado los deberes, por quedarme hasta las tantas leyendo en la cama con la luz encendida. Y de las dioptrías ni hablemos, cuando llevaba tres o cuatro mis padres capitularon y me pusieron en la cabecera de la cama una lámpara potente porque no había manera de que no leyera por la noche, y sin una buena luz estaba perdiendo vista rápidamente. Mis padres se han ganado el cielo conmigo, de verdad, y los pobres nunca consiguieron que dejara de leer como una bestia.


Pues bien hace un tiempo mi ahijado, que es el hijo mayor de nuestra querida Mustang Sally, descubrió la colección de Los Cinco y quedó tan fascinado por ella como yo en su día. Cuando su madre me dijo que iba tomando prestados los libros uno a uno de la biblioteca, recordé mi vieja colección y decidí regalársela; mi madre y yo subimos al trastero, bajamos los libros, les quitamos el polvo, los metimos en una bolsa enorme y un día se los llevé en plan sorpresa a mi ahijado. Su reacción fue maravillosa: abrió la bolsa, vio su contenido, gritó “¡¡todos los libros de Los Cinco, gracias, gracias!!” y me abrazó. Aquel abrazo se convirtió en un momento de lo más emocionante, no sólo porque mi ahijado es un niño adorable y le quiero con locura, también porque estábamos compartiendo algo mucho más trascendente que unos libros. 



Aún es muy joven, pero espero que algún día entienda cuánto has de querer a una persona para regalarle tu más preciado tesoro infantil con la satisfacción que supone dejarlo en mejores manos que las tuyas. En el momento de ese abrazo supe que mi ahijado, al igual que había hecho yo treintaytantos años antes, también iba a meterse en ese pasadizo bajo el mar a buscar el tesoro con un acojone respetable, pero con no menos valor y ganas de seguir; también sentiría el frío de la niebla en el cerro de los contrabandistas; también se enfrentaría a sus secuestradores, y siendo más listo que ellos sería capaz de enviar un mensaje con trampa para desenmascararlos; también viviría una y otra vez esos veranos inolvidables y llenos de aventuras… esas vivencias no tienen precio, y el hecho de tener un ahijado digno de compartirlas es una de las mejores cosas que me han pasado nunca.


Ahora mis Cinco están en el hogar de Mustang Sally y en el corazón del maravilloso niño que compartimos. Quién me iba a decir que tantos años después mis libros de la infancia aún iban a procurarme otro momento de gran felicidad: saber que existe en mi vida una personita leyéndolos con la misma pasión que los leí yo en su día. Y eso es ser una lectora y una madrina muy, pero que muy afortunada.