domingo, 29 de enero de 2012

María

También sería un buen título “Cómo ser completamente infeliz a la vez que famosa, rica y bella”.

María fue una jovencita obesa, y nadie lo diría viendo las fotos que de ella nos ha dejado la historia, pero lo fue, y aunque su cuerpo consiguió perder todos esos kilos llegando a la edad adulta, su alma nunca los perdió, siempre fueron un lastre que la aterrorizaba, y en ocasiones la paralizaba a la hora de salir a un escenario. Y María salió a un escenario muchas, muchas veces en su vida.

Miras una foto suya y es imposible no preguntarse “¿cómo es que no hubo nadie capaz de amar con el corazón a semejante beldad de ojos profundos? ¿cómo pudieron sus seres más cercanos traicionarla de esa manera?”
 
Su madre la apartó durante años de su padre, la criticó duramente por su obesidad y la obligó a tomar lecciones de música y canto con una disciplina espartana, a veces durante doce y trece horas al día. Raro es que María no terminara odiando el canto, pero no lo hizo, al contrario, se entregó a él con pasión, con todo su ser, tal y como ella sabía entregarse a todo y a todos en la vida.

Su marido se casó con ella cuando empezaba a despuntar como cantante, y con sus habilidades de empresario la “ayudó” (según él) a triunfar... a cambio de quedarse con todos sus beneficios, que empezaban a ser sustanciosos. Cuando se separaron, María descubrió que todo lo que había ganado en su carrera estaba legalmente en posesión de su marido, y a ella no le quedaba ni un céntimo, sólo su prodigiosa voz para seguir ganándose la vida. Resurgió de sus cenizas, volvió a tener ingresos millonarios que esta vez cobraba ella, y siempre siguió ayudando económicamente tanto a su ex marido como a su madre. Ambos se lo agradecieron hablando mal de ella, casi insultándola, en periódicos y revistas durante años.


Y luego conoció al cerdo de Onassis, y el cerdo de Onassis la utilizó, la exhibió como un trofeo, la humilló públicamente, mientras María le seguía, enamorada y fiel como si fuera una de las heroínas que interpretaba en sus óperas. Al final la cambió por la sosa e interesada viuda de Kennedy, que únicamente se casó con él por su dinero, mientras que María, que nunca se casó con él, le habría amado aún siendo un pordiosero. Onassis se lo agradeció haciendo que María se enterara de su relación con la Kennedy por los periódicos, ni siquiera fue hombre para romper con ella cara a cara. Años después, cuando el ya anciano multimegamillonario agonizaba debido al cáncer, fue la fiel María quien estuvo a su lado en esos últimos momentos y fue entonces, sólo entonces, cuando el muy imbécil se dio cuenta de qué clase de mujer había tenido y había perdido. Fue entonces, sólo entonces, cuando fue capaz de decir “María, te amo, ahora sé que te amo”. A buenas horas.



María Callas, la del cielo en la voz y el infierno en los ojos, sólo fue, es y será verdaderamente amada por su público. Espero que en vida le quedara el consuelo de saber que ese amor no desaparecerá nunca, como desaparecieron uno a uno los tibios amores que la acompañaron mientras estuvo viva.

3 comentarios:

  1. Los genios casi siempre sufren mogollón...Que vida más triste la suya. Al menos tuvo su voz para consolarse.
    Besets, guapa!

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  2. ¡Coño! ¡Qué preciosidad de texto!
    Es lo más sentido que he leído hasta hoy, 2.diciembre 13 (a sus 90 años).
    Un abrazo a Zenia, con el corazón

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  3. ¡Gracias Anónimo! Me alegra celebrar el cumpleaños de María dándote la bienvenida al blog y por mi parte releyendo este texto que es de hace ya un tiempo. Un abrazo a ti también.

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