domingo, 5 de junio de 2016

Jerusalén, si te olvido (Por fin, Israel VI)

Jerusalén, si te olvido
 “Si me olvido de ti, ¡oh Jerusalén!, pierda mi diestra su destreza
péguese mi lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no enaltezco a Jerusalén sobre mi supremo gozo”
del Libro de los Salmos, 137-5

El autor de este bello a canto a la ciudad de Jerusalén quizá no necesitaba atraer sobre sí mismo tantas desgracias en caso de olvido, porque quien ha pisado Jerusalén, quien ha puesto un pie sobre sus calles y ha respirado su aire, nunca la olvida. Jerusalén se mete dentro de ti y te la llevas contigo a partir de entonces allá donde vayas, en lo tocante a esta ciudad hay un antes y un después de vivirla. Es una ciudad con embrujo, con magia, que te enamora completamente.

Vista panorámica de Jerusalén


La vieja Jerusalén es un compendio de religiones, sectas, razas, vestimentas y opiniones para todos los gustos. Si algo se aprende o se debería aprender aquí, es el respeto a lo distinto. Un conocido la definió como “cosas viejas, mucha gente, 180 idiomas y todo productos chinos”, definición que da mucha risa pero es cierta. La ciudad amurallada está dividida en cuatro barrios: armenio, judío, musulmán y cristiano El barrio judío es el más pijo, el más limpio, donde las calles son más anchas y los comercios más selectos. Hay joyerías, tiendas de muebles carísimos, galerías de arte aún más caro y control policial para entrar. No es un barrio ultraortodoxo, está habitado por judíos normales y sus plazoletas son de una belleza exquisita. No circulan coches ni motos salvo vehículos de emergencia, y los habitantes tienen a su disposición un gran aparcamiento fuera de la muralla donde dejan sus coches. Por supuesto, los precios de las viviendas son prohibitivos.

El barrio más conocido es el árabe ya que allí se concentra prácticamente todo el turismo. ¿Por algún motivo en especial? Pues sí, porque discurre por él la Vía Dolorosa. Recordemos que la Vía Dolorosa es el camino que recorrió Jesucristo con la cruz a cuestas, que comienza en el Monasterio de la Flagelación y finaliza en la Basílica del Santo Sepulcro. O sea un sitio de lo más sagrado para el cristianismo en cuyo recorrido están indicadas las catorce estaciones del Via Crucis, muchas de ellas acompañadas además de una pequeña ermita dedicada al tema de la estación y normalmente visitable. Y eso en pleno zoco árabe, porque la estrechísima calle está llena a rebosar de comercios regentados por árabes que, cómo no, tienen gran parte de la mercancía en la calle donde también suelen estar ellos poniéndote delante pañuelos, bolsos, peluches, camisetas “recuerdo de Jerusalén”. Un vendedor cada cuatro pasos en una calle que no tiene más de dos metros de ancho, con la mitad de los tenderetes en el exterior y rebosante de turistas, vamos, que el nombre de “Via Crucis” está de lo más bien puesto. Mis disculpas Jesucristo, no he podido evitar el chiste malo. Para hacerlo más ameno los vendedores te hablan en catorce idiomas antes de acertar con el tuyo, para hacerlo más frívolo casi todo lo que venden es made in China, y para hacerlo más exótico es fácil ver soldados israelíes, en parejas o en grupos, patrullando por allí. La mezcla de todo es extraña e impactante.

En cuanto a la parte nueva de la ciudad, es la cosa más rara que he visto en mi vida y la peor urbanizada después de Benidorm. Tiene muchas zonas verdes, lo cual estaría muy bien si fueran transitables pero no lo son, son como una especie de barrancos y para cruzarlos hay que dar vueltas tremendas. No hay calles rectas como en Tel Aviv, aquí son todas circulares y enrevesadas, y muchas de ellas sin salida. Por supuesto la ciudad está llena de desniveles, así que poco aconsejable ir por ahí andando salvo que quieras hacer piernas y dar vueltas a base de bien. Alquilar un coche e ir por cuenta propia, sólo para aventureros audaces; el transporte público es pelín desastre y en cuanto a los taxistas, pues más vale negociar con ellos el precio antes de subir al taxi y con eso está todo dicho. Si a todo esto sumamos los atascos queda claro que lo mejor es apañártelas para que te lleven y te traigan a todas partes, ya sea algún alma caritativa o algún guía turístico, no importa.

Si las piedras hablaran
Quizá haya quien no lo crea, pero las piedras hablan, y tanto que hablan. Exceptuando la Rosetta y alguna más no hablan con palabras, pero hablan con silencios que son mucho más profundos y llegan más hondo.
El Kotel, más conocido como Muro de los Lamentos es un sitio donde la energía te inunda en cuanto te acercas, donde tu alma sale de su escondite y se muestra desnuda y sin tapujos. Es un sitio de otro mundo, de un mundo que desapareció hace casi dos mil años pero que pese a ello, perdura. El Muro es en realidad la única pared que queda del Segundo Templo, que fue destruido por los romanos en el año 70 d.C.

El Muro de los Lamentos
Si físicamente el Kotel es una pared de piedras viejas, espiritualmente es un imán de almas, un lugar lleno de deseos y plegarias donde la gente escribe sus oraciones dejando el papel entre los huecos de las piedras, y allí se quedan durante un tiempo esos trocitos del pensamiento más profundo de los visitantes. Me acerco al Muro y apoyo mi frente en él, es una sensación realmente intensa. Pese a que da el sol vespertino, la piedra está fresca y lo que te transmite es alivio, sanación y sobre todo paz, mucha paz. Ni tan siquiera se me saltan las lágrimas de tan intensa que es la serenidad que me invade al tocar esta piedra ancestral y al sentir que me habla con la voz de su silencio. De supervivencia, de fortaleza, de lo que no es ni será nunca destruido; el silencio hablante de este muro es toda una lección de vida. Hoy es sábado y eso hace esta visita doblemente especial, al no estar permitido tomar fotos en el día sagrado todo el mundo permanece en el más absoluto silencio y todo se escucha mejor, incluso lo que no se escucha. Todo se enlentece, todo se serena, todo se siente conectado; las mujeres rezan, la hiedra crece, las piedras hablan en el Muro de los Lamentos. No es fácil separar la frente de estas piedras, no es posible jamás separar de ellas tu alma.

Entrada a la cripta del Santo Sepulcro
Para los creyentes sería otro Dios con la misma emoción; para los agnósticos y ateos una manera diferente de vivir la espiritualidad, pero lo cierto es que el Santo Sepulcro provoca sensaciones muy parecidas al Muro de los Lamentos. El Santo Sepulcro es una tumba de mármol, donde según la tradición permaneció enterrado Jesucristo hasta su resurrección, y se encuentra en un cripta pequeñísima, dentro de la Basílica a la que da nombre. Para acceder hay que bajar por unas escaleras bastante empinadas y se puede permanecer allí unos momentos de rodillas, tocando o besando la piedra. Digo de rodillas porque la gente suele arrodillarse para poder acercarse al Sepulcro, y porque sólo los bajitos podríamos en cualquier caso permanecer de pie, el sitio es diminuto. Aunque las colas para entrar son kilométricas, lo que se siente allí abajo vale la pena la espera. Estar dentro de la tierra, sintiéndola como una madre protectora que ofrece a la vez frescor y calor reconfortante; acariciar una piedra blanca, pura y simbólica; sentir, independientemente de las creencias de uno, la energía única de un sitio realmente indescriptible. Te da un vuelco el corazón, te emocionas, te sientes la sangre correr por las venas, sales de allí con ganas de abrazar a todo el mundo, sales y te pones a abrazar a tus compañeros de viaje porque lo necesitas, porque algo te ha cambiado allí dentro y te ha hecho mejor persona.

En la Basílica del Santo Sepulcro se encuentra también la Piedra de la Unción, donde se preparó el cuerpo de Jesús para darle sepultura; y en la iglesia de Getsemaní veremos después la piedra donde lloró Jesús antes de ser prendido por los soldados romanos. Con ellas completamos en el día de hoy el grupo de piedras que nos han hablado como hablan las buenas piedras, sin palabras pero directas al corazón.

Un camello en el Monte de los Olivos
A priori la visita al Monte de los Olivos estaba en el aire, porque Claudio nos comentó que a veces había enfrentamientos entre árabes tirando piedras y soldados israelíes. Como estaba programada para el final del día, se decidió que si no había habido ningún incidente durante el día, haríamos la visita. No hubo incidentes y menos mal, porque nos habríamos quedado sin ver un sitio de lo más emotivo. El Monte está un par de kilómetros fuera de la ciudad y en alto, así que las vistas de Jerusalén desde allí son espectaculares. 

Los olivos
Y luego están los olivos, los olivos milenarios de la época de Jesucristo. En terapias florales el olivo se utiliza para tratar la debilidad física, y viéndolos se entiende perfectamente. Son árboles fuertes, inmensamente fuertes, duros e invencibles. No son nada rígidos, su tronco se extiende en recovecos de diversas formas, con sus nudos y con sus arrugas ancestrales, viejos y sabios. Las ramas del olivo transmiten la Paz y sus frutos son uno de los mejores alimentos que se conocen, absolutamente inseparable de la historia de la civilización mediterránea. Fortaleza, sabiduría, alimento, mediterráneo… me viene a la cabeza cuánto tiene en común el olivo con el pueblo de Israel.

Y estando yo así toda mística, en plena meditación sobre el simbolismo histórico de los olivos en la cultura de oriente medio, de repente me giro y veo un camello. O sea ¿un camello? foto pal feisbuc inmediatamente, qué hace aquí un camello, pordios. Pues resulta que el animalito es una atracción turística y por un módico precio puedes subirte y dar una vueltecilla, va ya equipado con manta, asiento y todo eso. Cuando el propietario me ha visto fotografiar al camello me ha dicho enseguida “señora, tú sube, tú sube, barato, barato”. He rehusado amablemente, yo no me subo ni loca en un bicho que medirá más de dos metros de alto, pero al poco rato he visto a una señora paseándose por allí encima del camello. Hay gente pa´ tó. Al menos el camellero no ha salido de casa en vano y algo de caja habrá hecho, mira, me alegro por él.

Y el camello

Era guapo el animalito y todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario