viernes, 4 de noviembre de 2016

Una historia de amor entre el mar y la montaña (Por fin, Israel IX)

IX
Una historia de amor entre el mar y la montaña
En la costa más septentrional de Israel, a unos metros de la frontera con el Líbano, un día el mar y la montaña decidieron vivir unidos para siempre. Lamiéndose y desgarrándose se mezclaron con pasión, como dos amantes que habiendo vivido durante años el uno al lado del otro, jamás hubieran podido tocarse; con el furor adolescente que sorprende de golpe a dos viejos amigos; como dos almas solitarias en el momento en que deciden convertirse en una sola. Se fundieron, se desintegraron, se arrancaron jirones el uno a la otra, sintieron el dolor que se siente al amar de verdad y para siempre. Dejaron de ser libres para enraizarse juntos y compartir cicatrices. El viajero que les visita hoy día, puede ver y sentir como siguen lamiéndose las heridas. Eternamente.

Bajando a las cuevas


Rosh Hanikra se llama el lugar donde se inició y continúa esta historia de amor. Para llegar a las grutas donde se mezclan el mar y la montaña hay que tomar un funicular que baja casi en picado durante un par de minutos, y si tienes suerte de ir tempranito y que haga sol puedes disfrutar del mediterráneo en todo su esplendor, porque desde el funicular no se ve otra cosa. A la derecha la montaña blanca y caliza, a la izquierda el mar, y el mar, y el mar. Una vez dentro de la gruta recorres unos 200 metros que son un auténtico deleite para todos los sentidos. Luz, oscuridad y color a borbotones, el mar se ve azul en el exterior, se vuelve verde a la entrada, se salpica por momentos de espumosas olas blancas y llega negro como la pez al fondo de la gruta; la roca es blanca, gris, rojiza, lisa, abrupta, resbaladiza depende de dónde la toque el mar y de cómo la toque. Acariciarla, tocarla tú también, sentir su humedad y su dureza, dejarte resbalar por ella es una sensación que queda impregnada en todo tu cuerpo.
 
El mar se huele, se saborea y se respira. La humedad es tan alta que por momentos llegas a fundirte con el mar igual que hace la montaña, respiras aire húmedo y salado, se te mete dentro su esencia y te empapa por fuera pero a nadie se le ocurre coger un impermeable, al revés, te acercas a cada ola rompiente y te dejas mojar, te dejas sentir el agua salada sobre la piel como la siente la montaña; amas esa agua inquietante como la ama la montaña.

Y la música, la música es indescriptible. Porque en Rosh Hanikra el mar no hace ruido, hace música. Ruge, se mece, se estrella, se enfurece, se calma, juega, explota, acaricia, se despereza y tú lo oyes todo en perfecta armonía. Cierras los ojos, escuchas lo que el mar está cantando y quieres convertirte en montaña y quedarte para siempre con él. Dejas algo tuyo allí dentro y a cambio te llevas un regalo de los dos viejos amantes, el regalo más valioso que pudieran ofrecerte: haber estado allí.

 
Bellezas de Israel
No son pocas las bellezas de Israel. En realidad creo que es imposible en este país dar dos pasos sin encontrarte con alguna belleza.

Las Cuevas de Beit Guvrin las visito el primer día, de camino a Jerusalén. Fueron excavadas en la roca caliza hace más de 2000 años, y tuvieron varios usos desde entonces: establos, cisternas de agua, lugares de trabajo o de culto, etc. Son como enormes cántaros enterrados, te sientes allí dentro muy pequeña y muy acogida por la tierra, y como es una sensación estupenda, no es el ser humano el único privilegiado que accede a disfrutar de ella. Las cuevas están habitadas por murciélagos, cientos de ellos metidos en el rincón más oscuro. Impresiona si te acercas a verlos, no apto para fóbicos.

El interior de una de las cuevas
El puerto de Ashdod es el más importante del sur de Israel, y también es al que se desvían las flotillas de presunta ayuda “humanitaria” a Gaza, cuando son interceptadas por la marina israelí. Vivimos tiempos de feminismo convulso, y la última flotilla que estaba formada únicamente por mujeres, fue tratada con mucha seriedad y mucho humor (sí, a la vez) por los israelíes. La interceptó una fragata a cuyo mando estaba una mujer. Estos flotilleros no han elegido el país más adecuado para ir a vacilarle, pero en fin, allá ellos.
Cuenta la leyenda que fue aquí en Ashdod donde una ballena se tragó a Jonás y lo tuvo en su vientre tres días y tres noches, hasta que lo vomitó en una playa. Se hizo muy famoso porque sale en la Biblia, pero no sé yo, pobre Jonás…

Cantando en el auditorio
Bet She´an es un parque nacional cuyo mayor atractivo son las ruinas de una ciudad grecorromana. Se encuentra en la región de Galilea, al sur del lago Tiberiades y muy cerca de la frontera con Jordania, tiene un nombre impronunciable y una belleza fascinante, al menos para quienes como yo, somos fans de lo antiguo. Las ruinas están muy bien conservadas, y es un placer escuchar a nuestro Claudio, que nos va explicando con todo detalle cada punto del recorrido. Es una visita preciosa que se realiza toda al aire libre, y en la que la vieja ciudad va cobrando vida conforme la vas conociendo. La visita termina en el anfiteatro, y yo que llego ya con las endorfinas a tope no me puedo resistir, me subo al escenario y me pongo a cantar a viva voz. A capella y por supuesto sin micro ¡madre mía qué sonoridad! ¡qué bien te oyes y qué bien te oyen los demás! con todo lo que hay que estudiar hoy en día para ser ingeniero de sonido, y estos romanos ya se las sabían todas en su época. Yo me hubiera quedado allí hasta agotar mi repertorio, pero como tampoco quiero abusar de mis compañeros, pobrecicos, me limito cantar la primera estrofa del conocido “Halleluja” de Leonard Cohen y con eso ya me quito la espinita. Qué gozada, qué momentazo.

Safed es oficialmente la ciudad de la Cábala. Se encuentra en la parte central de Galilea, en el montañoso norte, y es la ciudad con más desnivel que he visto en mi vida, la gente que vive allí debe tener las piernas bien fuertes a base de subir y bajar por sus empinadas calles. Los privilegiados turistas subimos a la parte alta en autobús y allí visitamos una pequeña sinagoga, muy sencilla y con una biblioteca de lo más interesante. La cabra tira al monte, qué le vamos a hacer. Mi masoquismo intelectual y yo esperábamos un cursillo intensivo de Cábala, pero al final lo único que conseguí tener claro al respecto es que la Cábala no la entienden ni los que la estudian, parece que tiene el nombre de lo más bien puesto. En realidad lo interesante de Safed y el motivo de nuestra visita no es la Cábala, ni las sinagogas, lo que hace a esta ciudad única es la calle de los artistas. 

La calle de los artistas
Una calle estrechísima que en algunos tramos está cubierta y parece un pasaje, y en la que sólo hay puestos de artistas gráficos. Hace tiempo, alguien del gobierno israelí tuvo otra de sus  magníficas ocurrencias y se ofreció vivienda y local gratuito a todo artista que quisiera instalarse allí, y vivir de lo que ganara vendiendo su obra. El resultado es impresionante y una auténtica gozada para todo aquel que guste del arte: decenas de pintores, escultores e ilustradores creando con total libertad sin la presión de un mercado exigente, ni de intermediarios que tiran de la cuerda a su favor. Libertad total, y eso señores, no es nada fácil de ver en el mundo artístico. Impresionante la variedad de estilos, no hay nada en un puesto que se parezca remotamente a otro y muchos de los artistas están trabajando en la propia tienda, puedes verles, entrar, hablar con ellos, te cuentan lo que hacen, es una pasada, de verdad, nunca había visto algo así. Puedes comprar desde un dibujito de 2 dólares hasta una escultura gigante de 7000, o no comprar nada y disfrutar del paseo y de lo que estás viendo, en cualquier caso Safed es visita obligatoria si se está en Israel.

El templo desde arriba, al fondo el puerto de Haifa
La ciudad de Haifa se encuentra en la costa norte, también es un puerto comercial muy importante y su mayor atractivo es el Templo Bahai. La ciudad se extiende por la ladera del monte Carmelo hacia el mar, y en la cima del monte se encuentra este templo con sus impresionantes jardines, cuya belleza simboliza además uno de los más sagrados principios del estado israelí: la libertad religiosa. Los bahai son una religión con apenas cinco millones de fieles en la actualidad, que se escindió del islam cuando su líder, un persa llamado Mirza Alí Muhamad que adoptó el nombre de Bab, decidió que dentro de la doctrina y la ley islámicas las mujeres no tenían suficiente libertad ni eran respetadas como sería deseable. Qué le has dicho al profeta. Bab fue asesinado en 1850 y sus seguidores perseguidos y masacrados hasta que finalmente pudieron refugiarse, cómo no, en Israel.

El puerto de Cesarea me encanta por su sencillez, pero como siempre pasa en Israel, las cosas pequeñas son a veces las que más te llegan al corazón. No puedo evitar ponerme un poco ñoña y pensar en lo maravilloso que sería tener una cita aquí, pero una cita a la americana, lo de ir a cenar en plan romántico con un hombre que me volviera loca. Vamos, que si alguien me invita a cenar aquí, le dejo hasta que me diga lo de “te voy a llevar a un sitio que te va a encantar”.

(paréntesis furibundo: no puedo con esa puñetera frasecita, es que no puedo con ella. ¿Me vas a llevar? ¿cómo, a cuestas? será que vamos a ir juntos ¿no? y por supuesto vas a querer o acostarte conmigo o que paguemos a medias, así que menos lobos, campeón… vale, una concesión, que yo seré feminihilista pero tengo mi precio, si “me vas a llevar”, hazlo bien: me recoges en mi casa, vamos en tu coche, conduces tú, pagas la cena, pagas las copas, me vuelves a dejar en mi casa y no te preocupes que si te has portado bien y tienes premio ya te diré yo que subas, no hace falta poner ojitos de cordero degollado ni cara de “he pagado la cena”. De nada chicos, de nada.)

Bueno, pues eso, que el puerto de Cesarea está lleno de restaurantes y tiendecitas prácticamente metidos dentro del mar, y por una cena romántica en él vendo mis principios feministas al mejor postor.

Chicas guerreras, pero de las de verdad
Y he dejado para el final la mayor de las bellezas de Israel: sus hombres y mujeres. Oye, que da gusto pasear por la calle, creo que en ningún lugar del mundo hay tantos hombres guapos por metro cuadrado (bueno, en las Convenciones de Spartacus, pero eso ya es otra cosa ;-). Y además no son “tíos buenos”, son “hombres guapos” que no es lo mismo; son seres cuya belleza te maravilla tanto que hasta las hormonas se serenan en su contemplación. Y no digo yo que en una situación menos contemplativa y más mundana  no hicieran acto de presencia las hormonas en todo su esplendor, pero lo que quiero decir aquí es que la belleza de sus habitantes está en consonancia con la belleza del país. Y qué duda cabe que las mujeres no se quedan atrás, cuando veo a chicas poco mayores que mi sobrina con sus uniformes de soldado, empuñando un arma, pilotando helicópteros, entrenando durísimo en sus unidades de combate, tomando decisiones de las que dependen vidas humanas, yo me quedo maravillada, me emociono, de verdad. Mientras en España lo más de lo más es pegarle un braguetazo a un torero o al hijo de una folklórica, aquí los jóvenes de ambos sexos a los 18 años van al ejército, terminan sus estudios, se casan y tienen hijos en la veintena, asumen responsabilidades y contribuyen con toda su fuerza a crear un país como Israel. Con un par. Igual va a ser ésa la cuestión de la belleza, igual va a resultar que simplemente me gustan con un par. Los hombres, las mujeres y los países.


Guerra y Paz
Al salir de Rosh Hanikra y antes de subir al autobús, nos llama la atención esta torre

Yolanda me dice que parece una antena de televisión, pero a mí me da la sensación de que es un radar antimisiles, sobre todo cuando pienso que estamos a unos cincuenta metros de la frontera del Líbano y Hezbollá. Aunque para ser un elemento bélico, y más uno tan importante, parece estar demasiado a la vista, los hezbollás deben de estar viéndolo desde sus casas… por otra parte y como buenos terroristas, son tan lerdos que igual no saben lo que es y mucho menos como acertar y destruirlo con un cohete, así que me quedo con la hipótesis del radar antimisiles. Si algún lector de este blog me puede ilustrar un poco en ese aspecto, se lo agradecería.

En el Mar de Galilea o Lago Tiberiades, hacemos una pequeña excursión en barco, en una barcaza que se supone la réplica de aquella en la que navegó Jesucristo, aunque ésta va a motor… o sea, réplicas sí, pero esfuerzo tirando a poco que eso cansa. Allí se cría un pescado llamado de San Pedro, que aparte de ser feísimo a la vista tiene muchas espinas y una carne áspera y sin demasiado sabor, vamos que no es ninguna maravilla el animalito, pero es muy típico tomarlo para el almuerzo y todos lo pedimos aunque a casi nadie le entusiasma. Eso sí, los dátiles frescos que ponen de postre junto con el café turco, deliciosos. Yo parezco una de esas señoras que se ven a veces en los piscolabis metiéndose comida a escondidas en el bolso, como si aún estuvieran en la posguerra y pasaran hambre: los dátiles que nadie se come los recojo y me los llevo para merendar porque están para chuparse los dedos.

El mar de la paz. Al fondo, Siria en guerra.
La vueltecita por el mar de Galilea es otro de esos momentos en los que rozamos el éxtasis, al menos yo. Me gusta el mar, me da paz, me hace sentir pequeña y grande a la vez, me reconcilia con el mundo estar allí rodeada de agua. Durante el paseo los barqueros ponen música israelí, y danzamos en círculo dando unos sencillos pasos que Claudio nos enseña y se aprenden en segundos. Y el que no los aprende pues da igual, lo importante es que cantamos, bailamos y nos divertimos.
 
Luego nos sentamos y Claudio nos pide que nos vayamos pasando el micrófono y uno a uno vayamos diciendo lo que sintamos, lo que pensemos, lo que queramos decir acerca del viaje y de ese momento. Cuando me toca el turno prometo no cantar otra vez (aunque me apetecería, que conste, pero ya es abusar un poco de los compañeros) y después de dar las gracias a Claudio y al grupo por la estupenda compañía que estoy teniendo en este viaje, hago una reflexión en voz alta. Miro las montañas que están frente a nosotros, al otro lado del lago. Esas montañas son los Altos del Golán y detrás de ellas está Siria y el territorio controlado por el daesh. Nosotros estamos aquí sintiendo una paz y armonía absolutas, mientras que a menos de 20 km hay seres humanos que están siendo torturados y asesinados; hay mujeres y niños convertidos en esclavos sexuales lo que les quede de vida; hay gente que huye de sus casas sin tener a donde ir; hay una panda de asesinos genocidas que están practicando una de las más terribles limpiezas étnicas de la historia. Da miedo pensarlo y me siento muy agradecida por poder estar aquí en vez de tras esas montañas.


Diamonds are the best girl´s friends
“Look deep into nature and then you will understand everything better” Albert Einstein
(“Mira en lo profundo la naturaleza, y lo entenderás todo mejor”)

Un tallador de diamantes
El penúltimo día de viaje visitamos una fábrica de diamantes en la que nos explican a grandes rasgos las características de la industria del diamante en Israel, y lo que más me interesa, todo el proceso de pulido desde que el diamante llega en bruto. He de decir que un diamante en bruto es la piedra más fea que he visto en mi vida, pero claro, cuando pasa por las manos de un artesano y consigues ver su interior… ahí todo cambia. Qué trabajo más largo y más meticuloso, y qué bien saben hacerlo. En la tienda había auténticas preciosidades. Yo no quise probarme nada porque no iba a comprar nada, para qué nos vamos a engañar, pero puedo prometer y prometo que si algún día se me sale el dinero por las orejas, lo primero que haré será irme a Israel a comprarme un collar de diamantes. Y unos pendientes a juego.

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