martes, 17 de enero de 2017

La última batalla de Yoni (Por fin, Israel XI)

XI
La última batalla de Yoni


"Se trataba de un chico intenso y expresivo"

“El 4 de julio de 1976, un grupo de comandos israelíes irrumpió en la vieja terminal del aeropuerto de Entebbe. Su líder, el teniente coronel Jonathan Netanyahu. Su misión, liberar a los 106 rehenes secuestrados por terroristas internacionales y por el ejército ugandés bajo las órdenes de Idi Amin. Una hora más tarde, cuando los rehenes ya se encontraban sanos y salvos y de camino a casa, nacía la leyenda de Entebbe y con ella, la leyenda de Yoni.”

Esta historia sucedió hace muchos años y nada tiene que ver con mi viaje, pero es tan hermosa, tan desgarradora, tan valiente y sobre todo tan israelí que no me resisto a contarla como colofón a esta serie de relatos, por fin, Israel. Ésta es la historia de un hombre y su destino, la historia de una hazaña sin precedentes, la historia de un país milagroso y sus héroes, la historia de todo un pueblo.

La Operación Entebbe, posteriormente rebautizada como “Operación Jonathan” fue uno de los éxitos más espectaculares que se conocen en la historia militar, pero también fue una operación arriesgadísima, que sólo podía ser llevada a cabo por seres tan valientes como insensatos. Aquel 4 de julio de hace ahora cuarenta años, Israel se encontraba contra las cuerdas. Con 106 de sus ciudadanos secuestrados y un gobierno que tenía como consigna no negociar con terroristas; con cientos de familiares de los rehenes exigiendo que se negociara y se les rescatara, y sin posibilidades realistas de una intervención militar en Uganda, a 3600 kilómetros de Israel. El gobernante ugandés era el sangriento dictador Idi Amin, bien conocido en el mundo de aquella época por ser un cacique salvaje sin ninguna piedad por su propio pueblo, y también por congraciarse de vez en cuando con terroristas internacionales. Incluso aunque hubiera negociaciones y éstas surtieran efecto, el tal Amin no era de fiar y el gobierno israelí lo sabía, temían por la vida de sus ciudadanos porque había motivos más que de sobra para temer. Por otra parte la ayuda internacional en aquel momento, como suele pasar cuando se trata de Israel, no sabe/no contesta. Francia y EEUU denegaron explícitamente involucrarse en el asunto por temor a provocar una crisis diplomática con los árabes, así que Israel estaba, como casi siempre, solo ante el peligro.

“No nos enfrentamos a ejércitos reales (con estos se pueden arreglar las cuentas fácilmente) sino a una turba de bárbaros que luchan en pos de “la libertad y el progreso”. No debemos temer a nada: esta pequeña nación judía es capaz de cuidar de sí misma.”
Teniente Coronel Jonathan Netanyahu


EL SECUESTRO

 
El 27 de junio de 1976, un avión de Air France que cubre la ruta Tel Aviv-París, realiza una escala en Atenas. Durante esa escala cuatro terroristas asaltan el avión y se hacen con el control, desviando el vuelo de su ruta y dirigiéndolo a Libia. Además de la tripulación, viajan en el aeroplano 241 pasajeros, muchos de ellos israelíes. Los secuestradores son dos hombres palestinos, más un hombre y una mujer alemanes. En Libia el avión reposta y los secuestradores liberan a una rehén que está embarazada, luego continúan volando hacia Uganda y aterrizan en el aeropuerto de Entebbe. Allí se encuentran varios terroristas más, quienes junto con soldados ugandeses trasladan a los rehenes a la terminal vieja. En breve reciben la visita de Idi Amin, el dictador ugandés que les habla como si fueran sus invitados, les tranquiliza, les dice que van a estar muy bien allí y que pronto regresarán a sus hogares. Haciendo de poli bueno, el tío. 

Idi Amin, dictador de Uganda en 1976
Después se produce una escena escalofriante que los supervivientes todavía recuerdan con horror. Los secuestradores separan a los rehenes en dos grupos: de un lado los que tienen pasaporte israelí o bien aparentan ser judíos por su vestimenta, aspecto, etc, de otro lado todos los demás. En breve el segundo grupo es liberado y los del primer grupo ya saben lo que les espera, con suerte serán canjeados por terroristas palestinos y en caso contrario serán asesinados sin ninguna piedad. Nadie se cree las palabras de Amin y les aguardan unos días de miedo e incertidumbre.

Las demandas de los secuestradores a cambio de la vida de los rehenes no se hacen esperar, exigen la liberación de cientos de terroristas palestinos e internacionales. Sólo 53 de esos terroristas se encuentran presos en Israel, el resto está en otros países, lo que hace prácticamente imposible satisfacer dichas demandas. El plazo estipulado es de cuatro días, si el 1 de julio a las 14.00 horas no se ha liberado a todos los presos, los secuestradores comenzarán a ejecutar a los rehenes.

Plano de la terminal vieja del aeropuerto de Entebee
Los terroristas se vienen arriba una vez que tienen hecha la parte más difícil, secuestrar el avión y conducirlo a Uganda. Allí, protegidos por el dictador y su ejército, se sienten seguros y ya sólo les queda esperar o bien la capitulación total de Israel o bien la renuncia del gobierno israelí a salvar la vida de 106 de sus ciudadanos, lo que supondrá en ambos casos un terrible golpe para el pequeño país y una enorme victoria para los terroristas. No cuentan en ningún caso con una tercera posibilidad: lo que son capaces de  hacer Jonathan Netanyahu y sus hombres.

Michel Bacos era el piloto del avión de Air France secuestrado. Cuando supo que se iba a liberar a algunos rehenes, Michel pidió a los secuestradores quedarse hasta que el último rehén hubiera sido liberado, después de haber hablado con su tripulación y de que todos hubieran decidido lo mismo. Bacos no era israelí ni judío y los miembros de su tripulación posiblemente tampoco, pero consideraron que era su obligación no abandonar a sus pasajeros y se quedaron con ellos. No hay forma de saber si en otro caso los secuestradores les hubieran dejado marchar, pero su gesto fue muy elogiado por los pasajeros, por las autoridades israelíes, por todo el mundo… excepto por su empresa. La compañía Air France impuso una sanción a Bacos al considerar que había puesto en peligro inútilmente la vida de los miembros de su tripulación. Ver para creer.

Michel Bacos, el piloto del avión secuestrado

LA REACCIÓN
 
La lucha en su sentido estrictamente militar no fue la única que tuvieron que llevar a cabo los soldados israelíes para rescatar a los rehenes, antes fue la lucha contra la corrección política y los reparos de su propio gobierno. El riesgo de provocar un grave incidente internacional era muy elevado y como bien es sabido, en estos casos siempre se juzga a Israel con un doble rasero. La comunidad internacional condena el secuestro, pide tibiamente la liberación de los rehenes y ahí se queda, para a continuación afilar las garras… ¡CONTRA ISRAEL! porque la mayor preocupación de todo el mundo en esos momentos no parece ser el daño que puedan sufrir 106 inocentes pasajeros, sino el que puedan sufrir los terroristas si hay un rescate. Ahí todo el mundo saca la Convención de Ginebra junto con los Derechos Humanos, y a mirar con lupa que Israel no se salte ni una coma porque de lo contrario recibirá sanciones, protestas, acusaciones de genocidio, expedientes ante la ONU, etc. A los terroristas únicamente se les pedirá, y con la debida educación, si tienen a bien ser buenos chicos y liberar a los rehenes voluntariamente, aunque se hayan pasado la vida limpiándose el cristal de las gafas con la Convención de Ginebra y los Derechos Humanos. Así son las cosas en este mundo y así sabe Israel que son, por eso sus actuaciones en este campo no tienen nada que ver con las actuaciones de cualquier otro país.

“It can be done, and if somebody have to do it, is us”
“Puede hacerse, y si alguien puede hacerlo somos nosotros.”

Teniente Coronel Jonathan Netanyahu


Peres, Rabin y Bacos
Pero el hecho de que la imagen de Israel ante el mundo pudiera salir mal parada debía parecerles el menor de los males a Simon Peres, Ministro de Defensa en aquella época, Yigal Allon, Ministro de Asuntos Exteriores e Isaac Rabin, Primer Ministro de Israel. El problema era que la vida de los rehenes pendía de un hilo y si se realizaba un rescate militar, la vida de los mejores soldados de Israel pendería de otro. Si se hubiera dejado el más mínimo detalle sin planificar, si algo no hubiera salido como se esperaba, si alguien hubiera cometido un error por nimio que fuera o simplemente si hubieran tenido mala suerte, la tragedia habría sido terrible. Ni uno solo de los 106 rehenes, ni uno solo de los militares que se desplazaron a Uganda para rescatarlos hubiera regresado a Israel, ni vivo ni muerto. Ése era el temor del gobierno y ésa fue la primera misión de los militares, convencerles de que el rescate era posible y de que si alguien podía hacerlo eran ellos.

Pero ningún político tenía claro que una intervención militar fuera una buena idea dado el tremendo riesgo que representaba, así que la primera opción de Peres fue entablar conversaciones con los secuestradores. Ello contradecía su estricta política de no negociar con terroristas, pero la situación era demasiado grave y las opciones demasiado escasas, así que Peres negoció, y consiguió que el plazo se alargara en tres días, hasta el 4 de julio. Fue un respiro vital.

“Rechazando ponerse de rodillas frente al chantaje y el terror, una nación asediada de sólo tres millones de personas envía a sus mejores hombres a miles de kilómetros, a un país hostil en una misión plagada de riesgos.”


LA OPERACIÓN
 
La operación comenzó mucho antes de que nadie pensara que era posible realizarla, la inteligencia israelí empezó a trabajar automáticamente en cuanto se supo del secuestro y en dos horas ya tenían planos y vídeos de la terminal de Entebee, lo cual tiene un mérito inmenso teniendo en cuenta que hablamos de 1976 y la tecnología más avanzada de la que disponían era un teléfono de rosca, ni internet ni nada que se le parezca. Pero una gente capaz de cultivar flores en el desierto puede con eso y con más. Aún así, fue una operación en la que por cuestión de tiempo apenas hubo trabajo de inteligencia, y eso ya la hacía mucho más arriesgada y complicada que cualquier otra de las llevadas a cabo hasta entonces, sin contar la enorme distancia y el terreno hostil al que había que desplazarse.

“La misión de la Unidad era tomar el control de la terminal vieja, eliminar a los terroristas, liberar a los rehenes, eliminar cualquier amenaza que pudieran suponer los soldados ugandeses dentro y alrededor del edificio, llevar a los rehenes liberados hasta el cuarto avión y escoltar a los otros aviones y al resto de las fuerzas israelíes desde la retaguardia, hasta que hubieran abandonado Entebbe.”

Sayeret Matkal con Yoni como comandante
La Sayeret Matkal es una minúscula parte del ejército israelí de la que no se sabe casi nada. Es una unidad de élite que se encarga de misiones secretísimas y de alto riesgo, y en la que pueden servir sólo los mejores. Sus miembros están constantemente sometidos a entrenamientos casi inhumanos tanto física como psicológicamente, pero todos son voluntarios y se considera un alto honor pertenecer a la Unidad aunque sus identidades se mantengan siempre en secreto. Nadie sabe quienes son, pero en ocasiones como la que nos ocupa todo un país depende de su trabajo. Israel en 1976 aún se recuperaba de la guerra de Yom Kippur, especialmente sangrienta y con muchas pérdidas para los israelíes, y si en Entebbe morían rehenes o los soldados eran capturados, el país entero se hundiría anímicamente. La responsabilidad de la Unidad iba más allá de salvar las vidas de los rehenes y las suyas propias, estaba en juego el futuro de su país. Y Yoni Netanyahu, como comandante de la Unidad, lo sabía muy bien.

“Y sentías que era un hombre íntegro, pero también sentías algo más: que cargaba al mundo entero sobre sus espaldas”
Teniente Coronel Rami Dotan

El plan consistía básicamente en enviar a Uganda aviones Hércules volando a muy poca altura para evitar los radares del espacio aéreo árabe que se veían obligados a atravesar. En el primer avión irían las fuerzas de asalto con Yoni a la cabeza; en el segundo y tercero, los refuerzos que se encargarían de asegurar el perímetro del aeropuerto; el cuarto estaba destinado a evacuar a los rehenes y prestar ayuda a los heridos, en él se instaló un hospital de emergencia y allí viajaba el personal médico. En total cuatro aviones, varios vehículos dentro de ellos y casi 200 soldados.

Yoni con otros dos oficiales, preparando la operación

La operación se realizaría a medianoche con el aeropuerto cerrado, con lo que era lógico pensar que las luces de las pistas estarían apagadas. Pese a que los aviones disponían de un sistema de radar para encontrar la ruta adecuada aún a oscuras, en un momento de la preparación se planteó al teniente coronel Shiki Shani, uno de los pilotos, la posibilidad de que el radar fallara y no hubiera manera de localizar la pista de aterrizaje, algo que obviamente preocupaba mucho a todo el mundo. La respuesta de Shani fue, literalmente: “si veo que el terreno está oscuro y el radar no encuentra la pista, cogeré la radio y hablaré en inglés con la torre de control, les diré que soy el piloto del vuelo 70 de la East African Airlines, que ha habido un fallo eléctrico general y es una emergencia. Les pediré que enciendan las luces de la pista inmediatamente. Ningún controlador del mundo dejaría de encender las luces después de oír eso, nadie estaría tan loco como para arriesgarse a estrellar un avión con 200 pasajeros a bordo. Encenderán las luces y aterrizaremos, para cuando se den cuenta de lo que de verdad está pasando, la operación ya habrá terminado, ¿de qué os preocupáis?”
Como se puede apreciar, Shiki era un piloto israelí con mentalidad israelí, en estado puro.

Ruta de Israel a Entebbe
La diplomacia consiguió que Kenia, el único país no hostil a Israel en todo el recorrido, diera permiso a los aviones para repostar allí, ya que era imposible cargar con todo el combustible necesario para el viaje de ida y vuelta. La operación iba poco a poco cobrando forma y pareciendo más realizable, pero muy poco a poco. El plan se revisaba y se pulía una y otra vez, los ensayos del asalto se repetían hasta la extenuación, todos se estaban dejando la piel y las fuerzas en preparar una operación que diera resultado, aunque muy pocos confiaban en que los políticos se decidieran a llevarla a cabo.

Al final, tanto Peres como Rabin decidieron dar su aprobación al plan de rescate, y el segundo escollo fueron los engorros de cualquier democracia que se precie: ninguno de los dos ministros podía autorizar por su cuenta una operación de ese calibre sin la aprobación del Parlamento y se tardaría varias horas en reunir al Parlamento, plantear el debate y votar, pero los aviones tenían que salir inmediatamente si querían llegar a Uganda a medianoche, el momento exacto según el plan para que la misión pudiera tener éxito. El plazo terminaba y no habría otra oportunidad, ¿qué hicieron los militares? solucionar el problema a la manera israelí, irse a Uganda sin permiso del Parlamento. Los ministros se comprometieron a reunir inmediatamente al Parlamento y tener ese permiso concedido o denegado en unas pocas horas, y los militares se comprometieron a dar la vuelta a medio camino y volver a Israel si finalmente el permiso era denegado, pero agarraron los aviones y se fueron para Uganda por si acaso. Exacto, a la manera israelí, con un par.

  
“Yoni era capaz de sentir tanto la belleza del retorno a Israel, como el amargo placer de su difícil papel en él.”
 
El vuelo fue largo y accidentado, debido a que debían volar a muy baja altura para evitar los radares, durante las primeras horas sufrieron fuertes turbulencias. Los soldados se mareaban y vomitaban, más de uno pensó que en cuanto aterrizaran en Uganda y tuvieran que llevar a cabo el rescate, sería incapaz de ponerse en pie. Jonathan mientras tanto repasaba los detalles del plan con sus oficiales, a uno de ellos que se había incorporado a última hora, le dibujó un croquis de la terminal ugandesa en una bolsa para el mareo que encontró por el avión. Luego se tumbó en una litera, y por primera vez en una semana caótica, se durmió como un bebé.
Un rato antes del aterrizaje, Yoni ya había despertado de su sueño reparador y volvió a tomar las riendas, fue saludando a todos sus hombres uno por uno, estrechándoles la mano y deseándoles suerte.

“Fue un discurso que jamás olvidaré -dice Alex, uno de los soldados de asalto-. Nos infundió confianza y nos hizo sentir que éramos capaces de lograrlo. Su liderazgo y su capacidad de conmovernos eran simplemente superiores a todo lo demás.”

Croquis de última hora
Ya no había marcha atrás, poco después de medianoche los comandos israelíes aterrizaban en el aeropuerto de Entebbe. Del primer avión Hercules bajaron un Mercedes negro y dos Land Rovers, todos con falsas matrículas ugandesas, ondeando la bandera ugandesa y repletos de soldados israelíes ataviados como si fueran soldados ugandeses. La idea era hacer creer a los guardias del aeropuerto que se trataba del mismo Idi Amin visitando a medianoche a los rehenes, y fue una genial idea que surtió efecto. Sólo tuvieron que eliminar a dos de los guardias con pistolas provistas de silenciador antes de que el resto se dieran cuenta de la farsa y abrieran fuego, pero para entonces los israelíes ya estaban prácticamente junto a la terminal, y los terroristas demasiado ocupados tratando de repeler el ataque como para ponerse a ejecutar rehenes. Había funcionado. Bajo el fuego cruzado, los soldados de la Unidad corrieron hacía la puerta de la terminal, y durante esa corta carrera, varios de ellos vieron como su comandante caía al suelo. Jonathan había recibido un disparo en el pecho, se desplomó y quedó tendido sobre el asfalto, a pocos metros de la terminal y los rehenes.

“Habrá hombres heridos durante el asalto -dijo- que nadie se detenga a auxiliarles.”

“Alguien gritó que habían alcanzado a Yoni, pero los hombres continuaron con sus tareas siguiendo las órdenes de Yoni de no prestar atención a los heridos hasta que los rehenes hubieran sido liberados.”


Amarga decisión, muy amarga, pero imprescindible para asegurar el éxito de la operación.  Dando esas órdenes, el propio Yoni impidió que se le prestara auxilio en un momento vital, pero prestarle ese auxilio quizá hubiera comprometido la seguridad de los rehenes y de otros soldados así que sus compañeros le dejaron allí y siguieron adelante con el plan de rescate. Qué duro debió ser para ellos.

El número cuatro marca el lugar donde Yoni fue herido, poco antes de la puerta principal de la terminal donde se encontraban los rehenes 

Los soldados entraron en el hall de la terminal gritando a los rehenes que se quedaran tendidos en el suelo, y disparando a los secuestradores. En pocos minutos habían neutralizado a todos los terroristas y soldados ugandeses que vigilaban a los rehenes, luego parte de ellos salieron para asegurar el resto del edificio y los demás se quedaron organizando la evacuación. Los rehenes estaban casi todos en estado de shock, apenas podían creer lo que acababa de suceder allí, pero poco a poco empezaban a darse cuenta y más de uno no pudo reprimir una explosión de alegría. Después de una semana de privaciones, de incertidumbre y angustia, “la salvación llegó de repente, en forma de jóvenes israelíes surgiendo de la noche”. Exactamente 51 minutos después de que los comandos tomaran tierra en Entebbe, el Hercules Cuatro despegaba de la misma pista llevando a bordo a los rehenes rumbo a Israel, rumbo a casa.

Cuando los rehenes empezaron a salir de la terminal, Yoni seguía tendido en el suelo frente a la puerta y estaba inconsciente. Entonces ya pudieron sus compañeros acercarse  a él y un médico le examinó allí mismo, vio una herida en el brazo que no parecía grave y un agujero de salida de bala en la espalda, pero tuvo que rasgar la ropa para encontrar el agujero de entrada en el pecho, que apenas sangraba. Supo enseguida que Yoni tenía una gran hemorragia interna y que la situación era crítica, así que le subieron rápidamente a una camilla y le llevaron al avión hospital, donde los médicos se pusieron a trabajar frenéticamente para salvarle la vida.

“No pienso pedir permiso, si Amin está allí, le mataré”
Teniente Coronel Jonathan Netanyahu, 1976, durante el vuelo a Entebee


Dora Bloch
Una de las rehenes, Dora Bloch, se había sentido enferma después de unos días de estar retenida en la terminal del aeropuerto y había sido trasladada a un hospital. Dora era una judía británica de 75 años que vivía en Israel y viajaba junto a su hijo Ilan, a quien no le fue permitido acompañar a su madre. En el hospital diagnosticaron a Dora un ataque cardíaco, y tras ser tratada por los médicos ugandeses su vida no corría peligro aunque tuvo que quedarse allí. Dora recibió la visita del embajador en Uganda del Reino Unido, quien declaró que había conversado con ella y la había encontrado bien, recuperándose y animada. Esa misma noche se produjo el rescate y como era de esperar eso cabreó enormemente a Idi Amin… al día siguiente el embajador del Reino Unido repitió su visita pero Dora había desaparecido y nadie sabía donde estaba, pese a la insistencia del embajador nadie le decía nada, como si la mujer no hubiera estado allí nunca. Al final, una aterrorizada enfermera le contó a escondidas que a Dora la habían asesinado los hombres de Idi Amin, dejando caer que había sido el propio dictador quien la mató de un tiro en la cabeza. Sí, le pegó un tiro en la cabeza a una indefensa mujer de 75 años, a una anciana tendida en la cama de un hospital que había sufrido en pocas horas un secuestro aéreo y un ataque al corazón, y cuyo único delito era ser judía ¿quién no querría matar a un tipejo capaz de semejante atrocidad? Yoni sabía a qué clase de sádico se enfrentaba y por eso quería matarle, por eso le habría matado de haber tenido la mínima oportunidad. El cuerpo de Dora apareció unos días después tirado en un descampado de los alrededores de la ciudad. El gobierno de Uganda nunca dio una explicación oficial de lo que había sucedido con ella.

Algunos de los rehenes liberados, bajando del Hércules a su llegada a Israel

Yitzhak David era otro de los rehenes israelíes. Si para cualquier persona lo que estaba pasando sería una terrible experiencia, para Yitzhak lo era doblemente puesto que tuvo que revivir la peor etapa de su vida, la que llevaba años tratando de dejar atrás aunque nunca se puede. Él ya era un anciano en 1976 pero aún conservaba su “número” en el antebrazo, el que le habían tatuado en el campo de concentración nazi donde estuvo prisionero en su juventud.

Además de Dora, otros tres rehenes murieron durante el asalto a consecuencia del fuego cruzado entre los soldados israelíes y los terroristas. Sus nombres eran Jean Jacques Maimoni, Ida Borokovitch y Pasco Cohen.

El soldado Amir Ofer ayudaba organizar la evacuación de los rehenes cuando otro compañero le pidió ayuda, porque había una mujer muy alterada que no hablaba hebreo. Amir se dirigió a ella y la chica le dijo a gritos que se encontraba gravemente herida y que no podía andar. Amir comprobó que sólo tenía un par de heridas leves en el antebrazo y en el muslo, y le dijo que saliera con los demás rehenes y que en el avión la vería un médico pero la mujer seguía medio histérica, sin hacerle caso. Finalmente el jefe de Amir le dijo “vamos, sácala de aquí como sea”, y el soldado obedeció y cargó a la mujer sobre sus hombros para llevarla al avión. Al salir les rozó muy de cerca una bala, y el pobre Amir pensó que si les estaban disparando desde la torre la próxima bala caería en su cabeza, y no tenía ninguna gana de morir por culpa de aquella testaruda que no atendía a razones. Así que no se lo pensó mucho y recolocó a la chica sobre sus hombros pero entre su propia cabeza y la torre, de manera que si caía otra bala le daría a ella. Por suerte no hubo más balas, sólo unas cuantas risas por parte de Amir cuando unos días después vio a la mujer en televisión diciendo a los micros: “todo el mundo se había olvidado de mí excepto un soldado, un héroe que me salvó y me sacó de allí en brazos”. Menuda película que se había montado la chavala, ¿se daría cuenta alguna vez de que su estupidez por poco les cuesta la vida a ella y al héroe?

“Los dos disparos del ugandés fueron el único fuego en la nueva terminal, pero para Surin significaron el principio de una sentencia de por vida.”


Sargento Surin Hershko
Surin Hershko, de 21 años, sargento de la unidad de paracaidistas, se había licenciado el día anterior al secuestro. Cuando fue requerida su participación en la operación de rescate, no lo pensó dos veces y se reincorporó a su puesto. En Entebbe, Surin y sus compañeros se encargarían de asegurar el edificio de la nueva terminal, reteniendo al personal civil hasta que el rescate hubiera finalizado. En principio no se esperaba que hubiera soldados ugandeses en la torre, así que los israelíes recibieron la orden de dejar puesto el seguro de sus armas, orden que Surin obedeció con consecuencias fatales.

Surin subía por una escalera de caracol con nula visibilidad, cuando se encontró de repente frente a dos policías ugandeses, uno de los cuales le disparó de inmediato. Al llevar puesto el seguro en su arma no tuvo tiempo de reaccionar y una de las balas le dio en el cuello. Cuando llegaron sus compañeros Surin estaba completamente consciente pero no podía hablar ni moverse, y sangraba por el cuello. Aunque supo enseguida que tenía la médula espinal afectada, en ese momento no se dio cuenta de lo grave que era su herida, ni de que las secuelas durarían para siempre. Desde ese día Surin vive sentado en una silla de ruedas y aunque recuperó el habla quedó tretrapléjico, jamás ha vuelto a andar ni a mover los brazos. Aún sonríe cuando recuerda Entebbe, y dice que a los 21 años nunca piensas que algo así pueda sucederte.


YONI
 
Cuando Yoni era atendido por los médicos al pie del avión, durante un momento recuperó en parte la consciencia. En ese momento se oían fuertes disparos y su instinto de soldado fue superior a la grave situación en que se encontraba, intentó levantarse y murmuró algo que los demás no consiguieron entender, antes de perder el conocimiento de nuevo. 

La última foto de Yoni, justo antes de Entebbe
Yoni murió unos minutos después en el avión ya en el aire y camino de Israel, tras varios intentos tan desesperados como inútiles por reanimarle. Su hermano Iddo se pregunta con cierta amargura si esos segundos en la camilla fueron suficientes para que se diera cuenta de que lo habían conseguido, de que habían liberado a los rehenes sin apenas bajas, de que la operación en la que se dejó la vida iba a pasar a la historia como uno de los mayores éxitos de su amado ejército. No podemos saberlo, pero me gusta pensar que sí. Jonathan Netanyahu es uno de esos personajes de los que alguien que escribe se enamora inmediatamente, uno de esos seres a los que se admira en cuanto se conoce un poco sobre él. Murió hace cuarenta años y escribiendo este artículo he llegado a quererle como a uno de mis mejores amigos, así que quiero pensar que sí, que lo supo, que después de su corta y atormentada existencia encontró por fin la paz en esos segundos en los que por última vez estuvo consciente. Quiero pensar que murió con una sonrisa en el corazón y con la satisfacción del buen soldado que ha cumplido con su deber.

“Así es como son los héroes del siglo XX. Éste es el tipo de hombre que el mundo libre necesita hasta que las tiranías que engendra el terrorismo hayan caído.”

Por si a alguien le suena el apellido sí, Jonathan era el mayor de tres hermanos, el segundo de los cuales, Benjamin, es hoy en día el Primer Ministro de Israel. Pero en aquella época mediados los 70, los dos no eran otra cosa que jóvenes y desconocidos soldados, al igual que miles de sus compatriotas.

Los jóvenes hermanos Netanyahu, de izquierda a derecha Benjamin, Iddo y Jonathan

“Un hombre que comprendió que el bien no podría luchar contra el mal si carecía de la fuerza física necesaria para defenderse.”

Tan políticamente incorrecto como acertado. Para nuestras comodonas mentes occidentales, tan acostumbradas al “paz y amor” y a que todo se arregla con diálogo, suena cruel, pero los israelíes saben perfectamente que cuando alguien está firmemente decidido a matarte, más vale que lo mates tú primero; que cuando toda una civilización está firmemente decidida a exterminar la tuya, más vale que lo impidas por la fuerza. Y por supuesto que soy partidaria del diálogo y creo que muchas cosas se solucionan mediante el diálogo y la negociación, pero cuando quien está enfrente no te deja esas opciones hay que estar preparado para utilizar la fuerza. En ese aspecto soy tan políticamente incorrecta como Jonathan y la gran mayoría de los israelíes, ellos al fin y al cabo llevan 68 años viviendo con ese dilema y tienen las cosas más claras que los europeos. Ignorantes como somos, no nos hemos dado cuenta aún de lo que se nos viene encima si seguimos pretendiendo que todo se arregla con amor y tolerancia.

“Más tarde o más temprano es el destino de alguien como Yoni: el choque inevitable entre su extraordinaria personalidad y las cosas que ve alrededor y que no puede aceptar.”

“Mi vida me pertenece, y también mi muerte”
Yoni Netanyahu, a sus hermanos

Jonathan, siendo un joven soldado
Jonathan fue desde siempre un chico introvertido. Pese a ser muy apreciado por sus compañeros tanto en el ejército como fuera de él, siempre mantuvo un halo de misterio. Quienes le conocían sabían que llegados a cierto punto se volvía impenetrable, se quedaba a solas hablando con sus pensamientos y seguramente luchando contra algunos de ellos. Yoni tenía una de esas mentes privilegiadas y tormentosas que se dan pocas veces en la vida. Estudió filosofía y matemáticas en Harvard y en la Universidad Hebrea de Jerusalén, cumplió el servicio militar obligatorio, retomó sus estudios… y los dejó a medias porque no podía vivir ni un día más sin dedicarse íntegramente a proteger a su país.

“Dado que no tengo pensado narrarles a mis nietos la historia del Estado Judío en el siglo XX como un breve y transitorio pasaje entre los miles de años de nomadismo, pienso aferrarme a este pedazo de tierra con todas mis fuerzas.”
Teniente Coronel Jonathan Netanyahu

Yoni tomó entonces dos decisiones difíciles y a contracorriente: volver al ejército y volver a formar parte de la Unidad. Podría haber terminado sus estudios y haber trabajado toda su vida dando clases, podría haber estado en cualquier puesto mucho menos exigente que la Unidad, pero hizo lo que él necesitaba hacer, lo que su cuerpo y su cabeza le pedían aunque nadie lo entendiera. En ese tiempo ya llevaba varios años casado y su matrimonio se resintió tanto que acabó rompiéndose. Mientras decía echar de menos la felicidad conyugal de sus hermanos, el eterno solitario Yoni era capaz de amar con una intensidad desgarradora. A su país, a su familia, a su trabajo y a las mujeres que tuvieron la suerte de conocerle y quererle.

“Y amo con ataduras casi insoportables, y por eso grito.”

“Menos mal que te tengo a ti, y menos mal que tengo un lugar donde descansar mi agotada mente.”
Yoni Netanyahu, en sus cartas

Yoni con Tutti
Tutti fue su primera mujer, con la que se casó muy joven y con quien siempre mantuvo una buena relación incluso después del divorcio; Bruria fue su última novia, la que le dio el beso de despedida antes de partir a Entebbe y ya nunca pudo volver a besarle. La tendencia de Yoni a encerrarse en sí mismo no debió de facilitar en absoluto sus relaciones personales; tampoco debió ser fácil estar a su lado, pero ellas estuvieron.

Algún tiempo después de la guerra de Yom Kippur, Yoni estaba contándole a su hermano Iddo los pormenores de una batalla en el Golán contra el ejército sirio, en la que había participado y en la que él y sus hombres habían logrado conquistar una posición frente a un grupo de soldados sirios mucho más numeroso. En un momento determinado, Yoni  le dice: “pobres sirios, qué mala suerte ir a darse de frente con la mejor unidad de combate del mundo.” E Iddo añade: “y yo pensé, aunque no se lo dije, que habían tenido peor suerte aún: habían ido a darse de frente con él”. Así era el Yoni guerrero, tan humilde como inquebrantable.

Al regreso de Entebbe, la noticia de la muerte de Yoni empañó la alegría del éxito de la operación. Las manifestaciones de júbilo se sucedían por todo el país, pero quienes habían conocido a Yoni sentían más la amargura de su ausencia que el alivio por los rehenes y el regocijo de la victoria. El ministro de Defensa Simon Peres reconoce que el momento en que se enteró de la muerte de Yoni, fue el único de toda esa terrible semana en que no pudo contener las lágrimas. Cuando preguntó al Mayor Muki Betser cómo fue que Yoni resultó herido, éste simplemente le respondió: “avanzaba el primero y cayó el primero.”


Benjamin Netanyahu visita con su esposa la tumba de su hermano Jonathan
“La única manera de luchar es renunciar a tener miedo, renunciar a rendirse”
Benjamin Netanyahu, Primer Ministro de Israel





“A pesar de todo, hay algo de mágico en lo que estamos haciendo.”

“Quién más ama la vida es quien menos teme a la muerte.”

Yoni Netanyahu, en sus cartas.

PD: todas las citas de este artículo, han sido extraídas de los libros “Las cartas de Jonathan Netanyahu” y “Yoni´s last battle”.






2 comentarios:

  1. me tarde demasiado en leerlo,eso porque quiero recordar la mayor parte de este relato

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  2. Es que es un relato apasionante. Yo también tardé en escribirlo, pero disfruté mucho con cada frase. Gracias por tu comentario, un abrazo.

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