martes, 15 de junio de 2021

Defender a Plácido



Plácido Domingo, esta semana en Madrid

Plácido Domingo no es un cantante sin más. A sus 80 años es una leyenda viva del arte español y arrastra una carrera repleta de éxitos por el mundo entero, pero eso no ha evitado (es más, puede haberlo incentivado) que se haya convertido en cabeza de turco del malintencionado movimiento metoo. Y digo malintencionado porque muchas veces las intenciones que se tienen no son las intenciones que se dice tener. Si con la excusa de defender a las mujeres del acoso lo que se hace es acusar a hombres de ser acosadores sin pruebas, sin denuncia, sin juicio, sin condena y sin nada, pues vamos mal, pero que muy mal.


Antes que nada, quede claro que un acosador, maltratador o violador de verdad merece todo mi desprecio, y supongo que el de cualquier persona mínimamente decente. El problema es que al ser delitos gravísimos, sólo debería señalarse como autor de los mismos a alguien una vez que haya sido condenado en sentencia firme, no antes, y mucho menos si esa condena está muy lejos de hacerse realidad.


Toda persona acusada de un delito tiene derecho a una defensa, tiene derecho a ser juzgada y tiene derecho a que su culpabilidad o inocencia la determine un juez de manera objetiva, y con la preparación y conocimiento adecuado de nuestras leyes. Y por supuesto quien acusa a otro de un delito tiene la obligación de denunciarlo en un juzgado. Insinuar conductas delictivas en medios de comunicación es una doble vileza; por un lado se mancha el nombre de una persona que podría ser inocente, por otro al no haber una acusación formal, se le impide defenderse.


Es por eso que quienes defendemos a Plácido sin tener el gusto de conocerle personalmente, no lo hacemos porque “creemos en ti, hermano” lo hacemos para defender la presunción de inocencia. Dicha presunción, que se aplica incluso a los asesinos más sádicos y recalcitrantes, es uno de los pilares básicos de nuestra democracia y si no pensáramos que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, nuestra sociedad sería un lugar mucho más desagradable para vivir.



Vayamos a los hechos: la verdad es que en el mundillo de la música, Plácido Domingo siempre ha tenido fama de donjuan. Pese a llevar muchos años casado, las malas lenguas aseguran que ha sido muy aficionado a galantear a sus jóvenes compañeras, pero también es cierto que pocas de ellas le han hecho ascos. Y es que Plácido ha sido siempre lo que se dice “un tío muy bien plantao” además de rico, famoso, influyente y de los mejores en su profesión. Eso por supuesto no significa que toda mujer tenga que sentirse halagada y aceptar cualquier proposición de su parte, pero suele pasar que muchas se sientan halagadas y acepten sin dudarlo. Y quien no acepte, no tiene más que abrir la boca y decirlo, o simplemente no hacer nada. Hablamos de un hombre al que todos nos imaginamos regalando un “está usted preciosa esta noche” a la Desdémona de turno, pero nadie se lo imagina pasando de ahí a mayores, a menos que cuente con el beneplácito y la sonrisa cómplice de la afortunada soprano.


Además tampoco nadie ha insinuado ninguna otra cosa: de las ocho presuntas ofendidas por el presunto acoso, sólo una ha dado su nombre y comentado hechos concretos, una mezzosoprano llamada Patricia Wulf en cuyo currículum hace poco aún figuraba haber compartido escenario con el famoso tenor, y a la que al parecer éste le dijo en una ocasión “¿qué haces esta noche, cuando termine la actuación?” y ya está. Ése es todo el acoso que se conoce perpetrado por Plácido Domingo, hace más de treinta años. Por supuesto Wulf ni le denunció entonces ni le ha denunciado ahora, se ha limitado a quejarse en algunas revistas de que se sintió acosada, y me imagino que a cobrar por ello.


En plena orgía de acusaciones del metoo dirigidas a artistas célebres, con todo el feminismo y el progrerío estallando de cólera cada dos por tres y con cientos de periodistas buitres de todo el mundo frotándose las manos (“no dejes que la verdad te arruine una buena historia” es su máxima), al apabullado tenor se le ocurrió que la cosa se calmaría si pedía disculpas públicamente a quien pudiera haberse sentido alguna vez ofendida por su comportamiento galante. Un gesto que le honra pero que tuvo un resultado nefasto. El bueno de Plácido, que siempre ha sido un caballero a la antigua, no podía contar con que femilumbreras como la Ministra de Igualdad iban a interpretar sus disculpas como una confesión en toda regla, y como es lógico fue peor el remedio que la enfermedad. Con el feminismo institucional vale aquello de “vamos a quemar las calles, y luego si eso ya buscaremos una excusa” y el tenor español, ingenuamente, les sirvió la excusa en bandeja.



Esta semana, la ministra feminista se ha referido a Plácido Domingo como “un hombre que ha confesado haber cometido abusos sexuales” ahí es nada, y lo ha hecho para criticar la merecidísima ovación que el público brindó al tenor tras una actuación en Madrid, después de dos años sin pisar escenarios españoles a consecuencia de la persecución del metoo. Ése es el nivel del feminismo español. Permítanme que, como mujer, me sume entusiasmada a la ovación dirigida a Plácido Domingo, el mejor tenor español de todos los tiempos y a día de hoy, un ciudadano libre de antecedentes penales. Y permítanme que, también como mujer, me pregunte qué pensaría la Ministra de Igualdad de un político español que se dedicara a liarse con sus jóvenes compañeras, ponerles pisos y ministerios, quedarse con sus tarjetas telefónicas llenas de fotos íntimas, decir lindezas como “la azotaría hasta sangrar” o “los feministas follamos mejor”… no sé, me da que como buena feminista nunca se le ocurriría emparejarse con un tipo así, pero no sé qué pensar.

2 comentarios:

  1. Tal cual. Gracias y enhorabuena, porque no sólo es importante lo que se cuenta. También la forma importa.

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    1. Muchas gracias Manuel, y ¡bienvenido al blog de Zenia! ;-)

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