viernes, 11 de junio de 2021

Tierra verde (Canadá Salvaje III)

 Tierra verde


Así llamaron a Groenlandia quienes la avistaron por primera vez desde un barco, lo que nunca dejará de sorprenderme. Y se podría pensar que Canadá es parecida a Groenlandia, un océano blanco y frío de nieves eternas, pero no. Bueno, en invierno sí, pero al inicio del verano es como el mar, en verde. En serio, yo no he visto en la vida tanto verde junto, ni tan intenso, ni tan variado. Una autopista de cuatro carriles parece un senderito inmerso en un mar oceánico, enorme, denso, de verdes y verdes. Porque los tonos de verde se van repartiendo, se mezclan en los árboles que se ven al viajar por Canadá, y hacen que la sensación sea la de ir en una barquita, paseando por un mar en calma, un  océano pacífico de verdor.


Las ciudades son siempre menos interesantes que las zonas donde la naturaleza no tiene límites, pero aún así las ciudades canadienses son interesantes. Otawa y Quebec parecen centroeuropeas, Toronto y Montreal parecen estadounidenses. Cerca de Toronto hay una ciudad pequeñita y hermosa, llamada London. El guía nos informa de que esa ciudad es conocida porque allí nació Justin Bieber. Me cuesta un poco recordar quien es Justin Bieber pero mira, ya sé dónde nació, igual hasta he pasado por delante de la casa de sus tíos o algo.


Paisaje canadiense


Osos


El oso es omnipresente en Canadá, están por todas partes, como los puentes de… lógico, si se tiene en cuenta que se alimentan (los osos) sobre todo de salmones y que viven en los bosques, en Canadá tienen abundancia de una cosa y de otra. Nuestros encuentros con osos serán varios en tierras canadienses, y con distintas emociones para cada uno de ellos.



Grizzlie

El oso más peligros es el blanco, capaz de oler un humano a 30 km y siempre dispuesto a convertirnos de un zarpazo en su desayuno. También es el oso más grande, puede llegar a medir más de cuatro metros cuando se alza sobre sus patas traseras, pero por suerte para los turistas sólo se encuentra en las tierras del norte donde la nieve no se derrite nunca, así que no veremos ninguno. El siguiente oso por peligrosidad es el grizzlie, y de estos sí que hemos visto dos muy cerca, demasiado cerca a mi parecer porque estar separada de semejante bicho por un foso de apenas dos o tres metros, a mí me inspira cierta desconfianza. A la vuelta de Canadá, comentando este aspecto con nuestra querida  Mustang Sally, me tranquilizó. Ella es diseñadora y me contó que en ese tipo de parques se tiene en cuenta el máximo de distancia que puede saltar un animal y el foso se diseña unos centímetros más grande, pero no sé yo… en Sally confío mucho, pero en el resto de diseñadores del mundo no tanto, así que hice bien en mantenerme apartada del foso y utilizar el zoom para filmar y fotografiar a los grizzlies. Supongo que si los mantienen bien alimentados, y lo hacen, el peligro disminuye, pero allí al lado del foso teniéndolos cerquísima me daba la sensación de que como a alguno se le antojara merendar turista, no salíamos vivos.


Y los osos negros… ay los osos negros, monísimos y más vagos que un sindicalista al sol. Perdón. Son bastante cobardes, si te encuentras con uno en la naturaleza te aconsejan que te pongas delante de él, le grites y hagas aspavientos, lo más probable es que se asuste y salga corriendo, todo lo contrario que con un grizzlie, así que si vas a visitar Canadá en plan aventurero, estudia bien la naturaleza canadiense, no te vayas a confundir de oso.



En una de las excursiones visitamos un parque donde viven osos negros en semicautividad. Digo semi porque están para que los vean los turistas en un prado enorme cuyas vallas podrían saltar en un suspiro, pero no lo hacen, ¿para qué? si allí ya tienen comida y siesta. Los osos vaguncios se pasan seis ó siete meses al año durmiendo y el resto comiendo, y si alguien les da de comer no se molestan en cazar. La guía que nos acompañaba bajó al recinto a darles comida y acariciarlos cual peluchitos. Además son golosos, uno de sus platos favoritos es la masa en polvo de tarta de chocolate. En esa misma salida dimos un paseo guiado por el bosque, y aunque no vimos ningún oso, sí tuvimos ocasión de examinar una trampa para osos que había sido premiada por su “humanidad”, algo un poco desconcertante… el caso es que en ese parque hay un equipo dedicado a estudiar a los osos y necesitan de vez en cuando cazar alguno sin hacerle ningún daño, para tener controlada a la población. A tales efectos han diseñado una trampa en la que el oso mete el brazo al oler un cebo, la trampa salta y el brazo del oso queda enganchado en una cuerda de unos seis metros que tiene un ancla al final. El oso no puede soltarse porque su garra es más amplia que el lazo, pero éste tampoco le oprime, y el animal sale corriendo y no va muy lejos porque el ancla no tarda en engancharse en alguna raíz. Cuando los investigadores ven que ha saltado la trampa, buscan al oso, lo anestesian, lo examinan y lo liberan aún dormido.


Pues bien lo gracioso de esta trampa es que el cebo es tarta de chocolate, ¡cómo no! y la trampa es tan benévola con los osos golosos que éstos caen en ella una y otra vez. Me refiero al mismo oso, más de una vez los investigadores han visto atrapado al mismo ejemplar que atraparon la semana pasada y diréis “son tontos los osos ¿no? ¿es que no aprenden que si meten ahí el brazo, los van a cazar?” pues no son tontos, y sí lo aprenden a la primera como cualquier animal, pero les da igual. La trampa no les hace daño, no se enteran de que han sido anestesiados y se han zampado una buena tarta de chocolate, así que no les importa ser cazados una y otra vez. Lo que yo te diga, son tan vagos que si en vez del salmón les gustaran las gambas, habrían montado ya un sindicato o algo. Perdón otra vez.


Por cierto, la guía nos dio la ocasión de probar en nuestros propios brazos lo humanitaria que es la trampa y que el oso no siente ningún dolor cuando la dispara, y a tal efecto pidió un voluntario dispuesto a meter la zarpa en una hipotética tarta de chocolate en polvo. Supongo que no hace falta decir quién se ofreció voluntaria para hacer un poco el oso ¿verdad? doy fe, no duele nada, es más ni siquiera se siente cuando el lazo rodea la muñeca. Una trampa para osos muy humanitaria, aunque sin tarta de chocolate para mí. Snif.




El arce y el alce


No nos confundamos: el arce es el llamado “maple”, un arbolito estupendo y muy abundante en Canadá del que se extrae la mal llamada “miel de maple”, que no es tal sino la savia del arce, más conocida en Europa como “sirope de arce”, un acompañamiento delicioso para las tortitas. Por cierto, mi agencia nos lleva a buenos hoteles con buenos desayunos y me he puesto ciega a desayunar tortitas con sirope de arce. Estaba segura de que eran la mayor delicia del mundo canadiense hasta que probé los crepes con mantequilla de arce y me decidí por un triple empate, junto con la tarta de arándanos. Ah, la cocina canadiense.

El alce, por otra parte es un rumiante que también anda por las praderas canadienses, del tamaño de un caballo y con una impresionante cornamenta. No sé si algún canadiense habrá comido su carne alguna vez, pero no produce sirope. Una pena.



“No compres vino” me digo a mí misma “pesa en la maleta” me digo a mí misma “a tomar por saco” me digo a mí misma. Y siempre acabo comprando vino y también libros, que son otro de los productos que me prohibo comprar en los viajes y que al final siempre compro. En este viaje de libros han caído “The handmaid´s tale”, de Margaret Attwood, “My country,  my life” de Ehud Barak y “Inuit art”, que compré en una galería y del que hablaré en su momento. De vino compré una caja de tres botellas de vino dulce, un vino de la zona de Quebec al que llaman “vino helado” porque como es lógico en invierno se hielan las viñas. Podrían llamarse así porque con hielo está riquísimo, pero no, es por las viñas.


En las magníficas carreteras canadienses vemos muchas Harleys, y también nos llaman la atención los pueblos estirados. El guía nos hace notar que aquí los pueblos consisten en una sola calle en cuyos lados hay casas, alejadas como mucho metro y medio de la calzada, lo cual no deja de ser curioso para una panda de europeos pardillos, pero tiene toda la lógica del mundo: es por la nieve. En invierno, como es fácil adivinar, allí nieva en abundancia, los pueblos están muy separados unos de otros y las quitanieves aunque abundan, nunca son suficientes, es por eso que la quitanieves pasa únicamente por la calle principal del pueblo, y de la calzada a su puerta ya se encarga cada propietario de quitarse su nieve. Y a ver quién es el guapo que se atreve a hacer otra calle allí, sin que le pase la quitanieves. Resultado: los pueblos estirados. Te ahorras tinta en el sobre si les escribes una carta, todos viven en la misma calle.



"Condúcela como si la hubieras robado" 


Quebec


Quebec es una ciudad bonita, pero algo extraña. Está construida en un suave acantilado y tiene dos niveles. Un funicular siempre repleto de turistas sube y baja de un nivel a  otro constantemente, y tiene su estación en la pequeña plaza principal de la ciudad. 


También hay en Quebec una ciudadela, de la época en que franceses e ingleses se zurraban en tierras canadienses. La ciudadela es bonita, hoy en día se sigue usando con fines militares aunque no bélicos, y a uno de sus cañones los soldados le llamaban, y le siguen llamando, Raquel. No se sabe por qué, y quizá sea mejor no preguntar mucho.


Un cañón llamado Raquel

En Quebec se encuentra también el hotel Chateau, que únicamente vemos por fuera ya que alojarse allí debe valer lo que no está escrito. En ese hotel se programó y planeó el desembarco de Normandía.


Visito Quebec en pleno junio, y me llama la atención ver decoración navideña en algunas tiendas, pero es que además hay una tienda que vende únicamente decoración navideña, es enorme y está abierta todo el año. No sé yo si la gente viene aquí de todo Canadá a comprar Papanoeles, o es que todo el mundo los compra con antelación porque a ver quién es el guapo que sale de compras aquí en diciembre. La tienda es chulísima, y la Navidad en esta ciudad debe ser fantástica. Aunque intuyo que muy, muy, muy fría.


En Canadá está prohibido fumar en autobuses, lugares públicos, habitaciones de hotel y restaurantes, incluso en las terrazas. Además, en las puertas de los establecimientos hay un cartel que dice que te alejes unos metros si vas a fumar. Qué gran país.


Los puentes de Calatrava están por todas partes, también aquí hay algunos. No tantos como osos pero haylos, y los autóctonos siempre te dicen que construirlos (los puentes) excedió el presupuesto y que hay que estar reparándolos constantemente. Yo prefiero no decir que soy de la misma ciudad que el famoso arquitecto.



En la provincia de Quebec hay muchos árandanos, auténticas praderas de arándanos y por supuesto recetas varias en las que tan suculento fruto figura como ingrediente. Mi favorita es la del “pie”, que he conseguido incorporar a mi repertorio pastelero con gran éxito. A los habitantes de esta región les llaman “arándanos” (bleuets), cuando van a otra parte de Canadá. Vaya, no somos sólo los españoles quienes hacemos esas cosas.


Aunque los canadienses dicen que sus carreteras suelen estar en mal estado, me parecen maravillosas si se las compara con las españolas. El problema en Canadá es que el frío intenso estropea el asfalto, y la sal que se usa para combatir el frío, estropea los coches, así que tienen un dilema los pobres que para qué.


Tanto espacio, tanto silencio tanto verde… qué paz, pero qué paz.



Montreal, ciudad subterránea


Pese a que las ciudades grandes me gustan bastante menos que Quebec y Ottawa, tienen una cosa fascinante: la ciudad subterránea. Así llaman los canadienses a la red de metro, que es algo más completa que las españolas. Debido al tiempecito que hace en invierno por estas latitudes, a alguien se le ocurrió la manera de que la gente pudiera hacer algo de vida social fuera de sus casas, utilizando la red de metro. Ésta incluye pasajes subterráneos para peatones, por los que se pasa de unos edificios a otros sin salir a la calle ni exponerse al frío, y además centros comerciales de hasta cinco alturas, llenos de tiendas y restaurantes. Está todo bajo tierra, te metes en una boca de metro y te puedes pasar allí el día entero sin salir al exterior, y además puedes ir a la otra parte de la ciudad ya sea a pie o en los trenes. Desde luego, el frío agudiza el ingenio.



Leonard Cohen

Paseando por Montreal me encuentro un pedazo de mural del judío canadiense más querido en el mundo, que además es mi cantautor favorito, Leonard Cohen. Qué canciones escribía el colega, qué canciones más emocionantes. En España le dimos el Premio Príncipe de Asturias y pronunció un discurso magnífico en la ceremonia de entrega. Como es lógico en su país le quieren muchísimo, para muestra valga el mural. Lo que mucha gente no sabe, es por qué le adoran en Israel y eso que hay un motivo importantísimo. Cohen era judío, como su apellido bien parece indicar, y cuando estalló la guerra de Yom Kippur en 1973, agarró el avión y se plantó en Israel para apoyar a los soldados. Fue una guerra terrible para Israel en la que se perdieron muchas vidas, y Leonard estuvo allí con su guitarra, cantando y animando a los muchachos que estaban dejándose la vida para proteger al estado de Israel y a todos los judíos del mundo. Como Marta y Marilyn, pero en versión chico feo y talentoso; y con la diferencia además de que la propaganda en este caso era para Israel, y no para él mismo como artista. Que también es una diferencia importante. 


En una calle de Montreal, un chico muy simpático con una camiseta de Médicos sin Fronteras se dirige a mí, me saluda y me pregunta si hablo inglés o francés. Le digo que inglés pero que es mejor que no pierda el tiempo. Me sonríe y me dice “gracias señora, que tenga un buen día”. Me sorprende, en España una vez uno me persiguió un buen rato insistiendo, era bastante simpático y le escuché pero no me apunté a su ong. Si me hubiera hecho caso a la primera, no hubiera perdido el tiempo, el oenegista canadiense fue mucho más práctico.

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