viernes, 15 de julio de 2022

La Cena y la librería




La Cena


Ese momento en el que entras y sientes de golpe el frescor, la penumbra y la contemplación absoluta. La Última Cena, la magnífica pintura de Leonardo da Vinci se descubre ante ti en un solo golpe de vista y por un momento crees que estás soñando. La tienes delante y ni te atreves a respirar porque sabes que el oxígeno puede dañarla, pero te acercas todo lo que se te permite, te zambulles en ella, quieres verlo todo, darte cuenta de todo, inspeccionar cada pequeño detalle de esos 40 metros cuadrados de pared. Escuchas las palabras de la guía con absoluta reverencia pero no apartas tus ojos de la Cena en ningún momento, casi ni parpadeas para no perder ni un solo segundo de los  quince minutos de que dispones. Es inmensa, física y emocionalmente. Es apabullante. Se te saltan las lágrimas. Te convulsiona, te deja temblando. El pequeño refectorio de unos humildes frailes se ha convertido en un lugar sagrado para la humanidad y el arte, donde impera la más absoluta reverencia, donde anida para siempre la pintura que brotó del alma y de las manos de un genio.


La Última Cena ha sufrido varias restauraciones a lo largo de su historia porque, contrariamente a lo que suele creerse, no se trata de un fresco. Debería tratarse, ésa era la idea, pero Leonardo fue un artista concienzudo y poco dado a las prisas, que se pasó meses mirando esa enorme pared en blanco hasta que consiguió ver en ella lo que quería pintar. Ni siquiera la más que comprensible desesperación de sus mecenas le apartaba de su exquisito método de trabajo, así que esta obra que popularmente se conoce como un fresco, no lo es. Cuando Leonardo comenzaba a pintar, el yeso ya se había casi secado, el pigmento no penetraba bien y no se mezclaba adecuadamente con el material, la capa de pintura quedaba más suelta de lo que sería deseable, y con el tiempo se despegaba y se deterioraba. La Última Cena ha sido el caballo de batalla de los restauradores desde que existe, pero hay que reconocer que han hecho un trabajo magnífico y hoy día puede disfrutarse en todo su esplendor. Con la aparición de nuevas técnicas ha sido posible incluso restaurar las restauraciones anteriores, y la pintura que hoy se contempla es casi exacta a la que en su día pintó Leonardo.


Debo decir que mi sobrina ha heredado mis genes cotillas para el arte y la cultura, lo cual para qué negarlo me llena de orgullo, y satisfacción y todo eso. Así que al terminar la visita nos acercamos las dos, ávidas de curiosidad, a hablar un poco “extra” con la guía, que nos atendió encantada. Yo me había fijado en la iluminación del refectorio que está en penumbra: dos focos junto al mural orientados hacia las paredes laterales y uno que no se veía pero iluminaba desde abajo directamente la pintura, lo que me pareció bastante raro. Así que le pregunté a la guía y ésta confirmó mis sospechas: no hay ningún foco en la parte de abajo. Es el arte de Leonardo y su magnífica capacidad como pintor lo único que ilumina en esta obra la parte central de la mesa, el horizonte y entre ambos la figura de Jesucristo. Impresionante, muy impresionante, pero cierto.



La iluminación. No hay foco en el centro.


La librería



“Parole e pagine” (palabras y páginas) se llama la librería. Está en el número 15 de la Via Moscova, en Milán y a priori no tiene nada de particular, es la librería del barrio donde mi sobrina y yo nos hemos alojado en nuestro viaje a Milán, y por supuesto no nos íbamos a quedar sin entrar a echar un vistazo. Y ahí es donde cambió la cosa. Es un negocio pequeño y lleno de rincones, en los que a veces te tienes que meter de canto para agacharte y escudriñar los últimos libros del estante, vamos, el típico sitio donde nosotras podemos estar horas disfrutando como enanas.


La selección de libros me pareció muy cuidada y muy inteligente: clásicos, autores italianos, algún que otro best seller (qué remedio…!), tesoritos de segunda mano y un mini ático dedicado en exclusiva a la literatura infantil. En la planta de abajo y tras el mostrador, el simpatiquísimo empleado cuyo nombre lamento mucho no recordar y que flipó un poco con nosotras, porque se ve que no es muy normal lo de dos turistas devorándose con los ojos durante un buen rato todos los libros de una librería apartada del centro, pequeña y rara. Estuvimos hablando con él de literatura, de historia, de España, de Italia, de nuestro viaje… vamos, un librero de la antigua escuela,  de los que disfrutan su oficio y te hacen salir del local con la satisfacción de haber conversado con alguien de tu “familia” lectora. De los que ya no quedan. Compramos un mapa de Milán y por mi parte, incumpliendo una vez más mi promesa viajera de no comprar libros (pesan, se pueden conseguir por internet, tatatá, tatatá…) me vine con uno de ésos que no puedes dejar en la estantería porque sería como abandonar a un hijo: “Intervista con la Storia” de Oriana Fallaci. Habrá post, prometido.



Frente al Duomo, tía y sobrina



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