martes, 14 de octubre de 2014

Zona caliente

Resulta que nos hemos gastado una millonada en traer a dos personas a España, con el noble objeto de que mueran en su país y rodeados de sus familias. Ambos religiosos, misioneros, ancianos e infectados con el virus del ébola. Y se ha liado parda, pero que bien parda, ale, ya tenemos el ébola en España ¿estáis contentos damas y caballeros del gobierno? ¿hacía falta esto, por si no nos consideraban ya bastante tercermundistas en Europa?¡¡¡BURROS (Y BURRAS), MÁS QUE BURROS (Y BURRAS)!!!

Para empezar me da muy mala espina que esos dos caballeros hayan querido venir a España, me huele a pantochada por todas partes. Los misioneros mueren con las botas puestas, son los últimos que abandonan el barco y de hecho casi nunca lo abandonan, se quedan al pie del cañón junto con aquellos a quienes han dedicado su vida…

Traslado del misionero
PEQUEÑA HISTORIA FAMILIAR
Hace muchos años, recién terminada la guerra civil española, mi tía abuela María decidió tomar los hábitos en la orden de las Hermanas de la Caridad y no se marchó de España, pero sí se fue a la otra punta del país en los años cuarenta, cuando no era tan fácil viajar como ahora. Trabajó durante muchos años como enfermera en un hospital para pobres, recordemos que aún no había Seguridad Social y el médico se pagaba del bolsillo de cada uno, quien no podía pagarlo se quedaba sin médico o tenía que recurrir a la caridad, y las religiosas que regentaban los hospitales de caridad salvaron de morir a muchísima gente sin recursos. Mi tía abuela entregó su vida a los más necesitados a cambio de nada, y cuando su edad y su enfermedad le impidieron continuar su trabajo, se retiró tranquila a un convento de su orden, donde murió hace ya mucho tiempo y donde está enterrada. Nunca perdió el contacto con su hermana y sobrinos, pero desde el momento en que tomó sus votos, su familia pasaron a ser las otras religiosas y los pobres, a quienes se debió siempre. Padeció en su última etapa una larga y dura enfermedad degenerativa, y cuando ya estaba claro que se le acercaba la muerte, a nadie, y a ella menos que a nadie, se le ocurrió traerla para verla morir, ni para enterrarla donde había nacido. Fueron sus familiares quienes se desplazaron a su funeral y se despidieron de ella allí donde había vivido la vida que eligió, donde se le dio sepultura y donde descansará para siempre.

Con este pequeño homenaje a Sor María sólo quiero recalcar que me extraña muchísimo que un misionero, tras cincuenta años viviendo en África, quiera venir a morir a España, añadiendo además el hecho de saber que padece una enfermedad mortal, terriblemente dolorosa, para la que no hay tratamiento y que se contagia casi con mirarse. No me cuadra ese deseo con alguien que ha dedicado su vida tratar de hacer mejor la de los demás, qué queréis que os diga, no me cuadra.

“Zona caliente” es el título de un libro, escrito en 1994 por el biólogo Richard Preston, que me fascinó y me horrorizó a partes iguales. Basado en hechos reales, habla el ébola, de cómo se descubrió, de las primeras investigaciones que se hicieron y de los primeros brotes en África. Y acojona, acojona mucho, a su lado los mortíferos virus del SIDA y la viruela son un granito de acné. El ébola al principio sólo lo tenían los monos, hasta que mutó y se convirtió en una amenaza para los humanos. Los primeros monos que murieron fueron analizados por los patólogos, que al hacer la autopsia se quedaban con los ojos como platos, puesto que las hemorragias internas que provocaba el virus hacían que los órganos prácticamente se licuaran y desaparecieran. Los científicos comenzaron a investigar y a experimentar, y como es habitual separaron a los monos infectados del grupo de control, o sea, de un grupo de monitos más sanos que las bananas que se comían, y los separaron por un pasillo para que no hubiera contacto entre ellos. Es decir, aula de laboratorio, a mi derecha monos enjaulados infectados con ébola, a mi izquierda monos de la misma especie completamente sanos. No, no podían hacer manitas, ni darse besos, ni compartir comida, ni hacer todas esas cosas que les gusta hacer a los monos. Y un día ¡horror espanto! Uno de los monos sanos, empezó a mostrar síntomas, y pronto murió de ébola. Y luego otro, y otro, y otro. Los científicos repasaron todos sus protocolos de investigación hasta que pudieron descartar totalmente un error humano, o sea, que por equivocación los monos sanos hubieran tenido contacto con los enfermos. Y lo descartaron. Y así es como descubrieron que el ébola se puede contagiar por vía aérea.


El virus ébola

Y con los primeros muertos humanos descubrieron algunas cosas más: que el índice de mortalidad es altísimo, casi todos los que son infectados por el virus mueren, sólo unos pocos se recuperan y no se sabe por qué; que la enfermedad empieza de forma parecida a una gripe común, hasta que de repente el enfermo comienza a sangrar por todos los orificios de su cuerpo y muere en pocas horas, a veces incluso en minutos; que la muerte es terrible y provoca un sufrimiento atroz; que el brote remite por sí solo, tampoco se sabe por qué, y que desde luego si alguna vez no remite es probable que extermine a la población mundial. Ése es el panorama que nos plantea el ébola, acojona ¿verdad? Pues nuestros valientes gobernantes se lo han pasado por el forro. Unas autoridades sensatas hubieran cerrado fronteras a cal y canto a todos los países donde hubiera un brote mientras este esté activo, y por supuesto a toda la inmigración ilegal. Pero radicalmente y en plan Chuck Norris, “intenta entrar en mi país y te mato, está en juego la vida de los ciudadanos que me votan (y los que no), y con la vida de los ciudadanos que me votan (y los que no) NO SE JUEGA”. Pero no, que va, aquí somos más chulos que un ocho, “traigamos a dos enfermos que no se van a curar porque no hay tratamiento, hagamos un simulacro de protocolo de protección y demos al mundo una lección de humanidad, veras la Merkel y el Cameron, qué respeto nos van a tener después de esto”. Y así nos ha ido: los dos enfermos muertos, dos sanitarias contagiadas, una de ellas muy grave, y un montón de gente en cuarentena por haber tenido contacto con alguno de los cuatro, que ya veremos como terminan. La Merkel debe estar dándole de collejas al Mariano y cerrando a la vez las fronteras de Alemania en plan Chuck Norris, si intentas entrar en mi país te mato.

Y luego está el perro, ¡ay! el perro. Qué se iba a imaginar el pobre bicho lo famoso que se haría y los montones de solidarios onenegistas animalistas y todo tipo de -istas que iba a movilizar para salvarlo. Dudo que algún habitante de este universo aún no se haya enterado, pero hago un breve resumen: el marido de la primera enfermera que se infectó, fue llevado al hospital y puesto en cuarentena inmediatamente, y el hombre dejó al perro en su casa, con agua y alimento para varios días. Y entonces alguien dijo: “cuidadín, que aquí en África los perros son portadores y transmisores del virus, y el virus se contagia por vía aérea, y el perro ha estado en contacto con una persona infectada…” y las autoridades sanitarias, tomando la primera decisión sensata en lo que va de año, decidieron sacrificar al animal. El marido de la enfermera grabó entonces un vídeo que se difundió por las redes sociales, en el que pedía que se salvara la vida de Excálibur, que de tan excelsa manera se apodaba el pobre can, y todo el mundo se movilizó. Las redes sociales hirvieron de indignación y montones de solidarios oenegistas animalistas y todo tipo de -istas, se acercaron a la casa de la enfermera para intentar evitar que sacaran al perro de allí. Tuvo que intervenir la policía, hubo refriega, gritos de “asesinos”, un herido y mucho vídeo del momento circulando por internet. Así somos en España, con dos cojones.

 A ver, es muy triste que tenga que morir una mascota, pero cuando está en juego la vida de cientos de seres humanos, hay que sacrificar a la mascota sí o sí. Aunque parezca cruel. Aunque el perro no tenga la culpa de nada. Aunque monte en cólera media España, y rulen cartelitos por facebook diciendo “han asesinado a un miembro de la familia de la enfermera”, aunque pase todo eso no queda otra. Ninguno de los que protestaban al grito de “asesinos” se ofreció para llevarse el perro a casa, quedarse allí en cuarentena con él y si te contagia el ébola y os morís los dos, como dijo Herodes te jodes, eso no. A berrear, esgrimir pancarta e insultar a los policías, que los pobres también, menuda paciencia.

Y ahora, a todos los solidarios onenegistas animalistas y todo tipo de -istas me gustaría matizarles un par de cosas:
  1. Un perro es una mascota. Por mucho que se le quiera no es un ser humano, ni es parte de una familia (salvo su familia perruna), ni su vida se puede equiparar a la de un ser humano y mucho menos a la de montones de seres humanos. Entiendo que haya sido muy doloroso para los dueños tener que sacrificarlo, pero la verdad, me parece mucho más terrible que la dueña se esté muriendo de ébola. Y eso sin contar a las personas que ya han muerto en África y a las que aún no se están muriendo en España, pero demos un poco de tiempo al tiempo, que esto está lejos de acabarse.
  2. Los verbos “asesinar” y “ejecutar” sólo se emplean cuando tan viles acciones tienen como víctima a un ser humano. A un animal se le sacrifica cuando es un animal presuntamente digno, como un perro, o bien se le mata sin más cuando es un animal presuntamente indigno, como una rata o un mosquito, pero no se le ejecuta ni se le asesina.
  3. Me alegro por Excálibur de que haya tenido sus quince minutos de gloria y una muerte mucho menos dolorosa de la que con casi toda probabilidad le espera a su dueña, pero me llama la atención el criterio que sigue alguna gente a la hora de emplear todas sus energías en manifestarse por algo como si les fuera la vida en ello. Miles de animales son sacrificados todos los días por tener enfermedades mucho menos graves que el ébola; miles de animales son cazados, o pescados, o criados en granjas todos los días para alimentar al ser humano; miles de animales son torturados todos los días en el salvaje rito “halal” para que los musulmanes puedan comer su carne según les manda el islam; miles de animales mueren todos los días en todo el mundo para celebrar festejos y nadie mueve un dedo, salvo por Elegido, el toro de la Vega, y Excálibur, el perro con ébola. ¿Tienen estos dos animales algo que no tengan los demás, o hay intereses politiqueros por medio?
  4. De la misma manera, y esto creo que ya lo he dicho más de una vez, durante los cincuenta días que ha durado la última guerra en Gaza hemos tenido a los pobres niños palestinos en el telediario a la hora del desayuno, comida y cena. Ahora que los terroristas islámicos andan por Irak y Siria cogiendo niños, violándolos, torturándolos, decapitándolos, troceándolos, crucificándolos y enterrándolos vivos, los solidarios callados como putas. Aún no he visto a ninguno de los que movieron cielo y tierra por Excálibur, compartir en redes sociales una sola foto o vídeo de las horrendas torturas a las que están siendo sometidos los niños y adultos que tienen la desgracia de caer en las garras del estado islámico, y los hay que te hacen vomitar. Cualquiera de esas criaturas se hubiera cambiado sin dudarlo un momento por Excálibur, os lo aseguro. ¿Tienen los niños palestinos algo que no tengan los demás niños, o hay intereses politiqueros por medio?

El perro Excálibur


Y para finalizar y enlazar el ébola con el estado islámico, decir que los genios mandamases de éste último tenían planeado (y lo han dicho ellos, no yo) utilizar a alguno de sus mártires como bomba biológica humana, infectándolo de ébola y haciéndolo pasar por un inocente inmigrante subsahariano recién llegado en patera a Europa. Y los genios de nuestro gobierno les han hecho el favor de ahorrarles la jugada trayendo el virus a España en avión, mientras que los  genios solidarios oenegistas animalistas y todo tipo de -istas se esfuerzan en dejar claro que matarían a su abuela con tal de salvar a Excálibur, y todo lo demás les da igual. País de gilipollas que somos, de verdad. País de auténticos gilipollas.

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