viernes, 22 de noviembre de 2019

Torontonto torontontero (Canadá Salvaje II)







Wellcome into America

Con todo el asunto del pasaporte y subir al avión corriendo en el último minuto, no compro agua ni unas galletitas por si me da el hambre, como suelo hacer. De las dos comidas previstas en el avión sólo nos dan una, porque en la segunda parte del vuelo hay turbulencias y no se puede andar paseando los carritos por ahí. Conclusión: piso suelo americano por primera vez en mi vida después de ocho horas de vuelo, seis y media sin comer y dos o tres de turbulencias, mareada, eufórica y con un hambre lobuna. No es una buena combinación, doy fe… en cuanto contacto con el encargado de la agencia para que sepa que he llegado viva, me acerco al bar más cercano y me pido un café con leche y un rollito de canela, sin contar claro está con el tamaño americano: aquí todo es enorme, en especial las raciones de comida. Me sirven una pinta (más de medio litro) de café con leche y un rollito tamaño ensaimada, y yo encima voy y me lo zampo todo en dos bocados sin pensar que me va a sentar como una patada. Así soy yo y así me van luego las cosas.



Las calles de Toronto
 Un cartelito

Hay una cosa que me encanta de ser una cuarentona comodona y viajar en circuitos con agencia: que alguien me espere en el aeropuerto llevando una cartelito con mi nombre, para llevarme al hotel. Parece una tontería ¿verdad? pues no lo es. Cuando era joven y mochilera, y además no existía internet, bajaba de un avión y tenía que buscar el mostrador de información para preguntar dónde se cogía el metro o el bus para ir al centro de la ciudad, luego explorar el planito para ver donde me bajaba, andar hasta el alojamiento mochila al hombro y muerta de cansancio. Ahora bajo del avión, busco a alguien con un cartelito que ponga “Miss Zenia”, le digo hola y espero instrucciones. A partir de ahí los conductores y los guías te llevan y te traen a todas partes, hasta que unos días después te vuelven a soltar en el aeropuerto y ya coges tú el avión a casa. Sí, se pierde libertad, espontaneidad, improvisación… pero joer, qué cómodo es.



Primer salmón

En Canadá tienen salmones por castigo. Su pesca está regulada, pero aún así los hay a miles y no sólo lo que en Europa conocemos por salmón, hay pescados absolutamente desconocidos para nosotros de la familia de los salmónidos y eso unido al exquisito gusto para la cocina de los canadienses abre un mundo de posibilidades. Mi primera noche en Canadá ceno salmón salvaje, no es el mejor que probaré en todo el viaje pero me sabe a gloria. Tiene un sabor más suave que el europeo, la carne es tan tierna que se derrite en la boca y el color es más claro y más rosado. Una maravilla, ché.


Salmónidos 
Aguanto la tarde sin dormir y como aquí se cena pronto, planeo acostarme sobre las ocho o las nueve, a ver si con suerte duermo toda la noche de un tirón y mañana estoy como una rosa. Calculando las horas de diferencia y las del viaje, es como salir de fiesta y acostarse a las seis de la mañana, algo que hace siglos que no hago pero tampoco es tan grave, así que voy a cumplir mi plan a rajatabla. Me acuesto a las ocho y me despierto a media noche, víctima del ruido torontino y de un hambre voraz. Tengo provisiones ¡menos mal!: el té de cortesía del hotel, unas galletas que compré en la tienda y media dosis de mi somnífero favorito, me lo zampo todo y me vuelvo a acostar. Hay un ruido en la calle tremendo, llevo puestos mis tapones de dormir, pero se oye hasta con tapones, no entiendo cómo puede dormir la gente aquí.

Me vuelvo a despertar a las 3.00h y a las 5.30h con un hambre lobuna. A las tres me aguanto y a las cinco me visto para bajar al comedor que abre a las seis, y ponerme fina con un superdesayuno canadiense. Esto del jetlag ¿seguro que afecta al sueño y no al hambre? Se supone que debería estar durmiendo ahora mismo como un lirón porque llevo tropecientas horas sin dormir. Creo que mi vida es un jetlag en sí misma y por eso no noto el jetlag de verdad, el de volar atravesando océanos.


La Canadian National Tower

La torre

“¿Qué se ve desde la torre más alta de Toronto? Tó Torontontero” Me acuerdo de ese chiste cuando subo a la torre más alta de Toronto, pero es que me tengo que acordar, me lo habrán contado siete u ocho veces desde que empecé a planificar el viaje y a decirle a todo el mundo que volaba desde Madrid a Toronto. La torre tiene una forma que se ve mucho en Canadá y es altísima, más de 400 metros en total. El mirador está a unos 370 y es demasiado para mí, apenas puedo acercarme al cristal porque me entra vértigo. Además hemos subido por un ascensor exterior, que tiene su gracia pero para evitar el vértigo no es lo mejor, francamente. Una vez arriba me asomo al mirador, tomo alguna foto con el móvil, grabo un mini video para la family y me alejo del cristal porque me mareo. Una de las azafatas de la torre me dice que esté tranquila, que es completamente seguro, ha debido ver mi cara de susto, la pobre. Le doy las gracias y me vuelvo a acercar al mirador, pero me sigue dando vértigo, y antes de que vaya a más, decido bajar. Ya he cumplido, que no es poco.


Pues más o menos esto es lo que se ve
El asunto del adaptador

El hotel de Toronto es un auténtico desastre, hay muchísima cola para hacer el checking, tardan mucho en atendernos y luego subir a la habitación es otra odisea, hay tres ascensores pero son muuuuyyyy lentos y siempre hay mucha gente esperando para subir. Además, aunque hay un cartelito en el que pone “máximo 15 personas”, con seis o siete ya da aviso de que está sobrecargado y la puerta no se cierra. Por supuesto, la gente no se entera, nadie se baja del ascensor y se queda todo el mundo ahí con cara de tonto, con la puerta abierta y el ascensor en la planta baja. Me toca un par de veces ponerme a explicar “tiene que salir alguien del ascensor, hay demasiado peso y no sube”, y todo el mundo me mira como diciendo “pues que salga otro, yo no”. Es agotador.



En Canadá la corriente es a 120V y yo no tengo adaptador, así que no puedo recargar mi móvil. En la recepción del hotel tampoco me prestan uno, me dicen que vaya a la estación de recarga del segundo piso. Nueva odisea en el ascensor para subir al segundo piso, menos mal que sólo son dos y subo por la escalera. La estación de recarga es una especie de armario con muchos compartimentos, y unas instrucciones un poco esperpénticas para crear una clave propia en la cajita que elijas, dejar tu móvil allí dentro cargándose y recuperarlo luego. Tarda bastante en cargarse, así que decido comprar mañana un adaptador y cuando se lo comento al guía me descubre el maravilloso mundo del USB. O sea, que conectando el móvil a un puerto USB también se carga la batería, y resulta que tenemos USB en el autobús. Oh milagro. En serio, yo creía que el puerto USB sólo servía para cargar datos. Nunca dejo de sorprenderme.

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