sábado, 25 de junio de 2011

Siete años en el Tíbet (Historia, literatura... y cine III)



Otra vez el eterno dilema... ¿por qué una película que en principio me ha gustado acaba pareciéndome una porquería? ¿por qué se me ocurrirá ir a buscar la historia original, y leerla, y descubrir que no tiene nada que ver con la peli? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?


Bueno, en este caso sí tienen algo que ver la película y el relato original, pero claro, los señores yankis obsesionados con la paternidad pastelera se inventan un niño al que su padre ama por encima de todo y al que siempre está echando de menos, aunque haya desaparecido de su vida cuando él era un garbanzo en el vientre de la madre y regrese sólo siete años después, con un regalito, eso sí, del mismísimo Dalai Lama, que no se diga que no es generoso el padre. La madre, que se ha emparejado aún embarazada con un apuesto padrastro, quien está haciendo de padre efectivo del nene toda la vida de éste, comprende que pese a todo el propietario del espermatozoide que engendró a su hijo es un padre auténtico y amoroso y le permite irrumpir en la vida del niño con su regalito. El canijo, muy sabiamente y con esa vocecita de flauta que les ponen a todos los canijos en las pelis americanas (a todos la misma), reconoce a su papá pese a que no le había visto nunca ni sabía de su existencia, le entrega inmediatamente su cariño filial y se pone a jugar con él. Suena la banda sonora, repican las campanas y todos contentos, vamos que les faltó acabar con un abrazo de grupo, apoteósico final feliz. 


Todo eso es lo que pasa en la película. En el libro, el niño no existe. Ni la mujer, ni el padrastro, ni la cajita de música. Realmente desconozco si Harrer tuvo en algún momento de su vida esposa e hijos, no he encontrado ningún dato al respecto y desde luego en su libro “Siete años en el Tíbet” no nombra nunca a ningún familiar. El único comentario personal y medianamente sensible que hace en todo el libro, es algo así como “en algún momento de morriña pensé en tomar compañera, pero pese a la belleza de algunas tibetanas, decidí que estando solo tendría más libertad”. Y no tomaron compañera ni él ni su amigo Aufschnaiter, a quien en la peli sí emparejan con una de esas bellas tibetanas, para no perder la oportunidad supongo de mostrar un romance como dios manda ¿qué pasa, creían los productores que si no hay alguien enamorado la gente no va a ir a ver la película? maldito cine comercial... reconozcámosle a la peli el mérito de tener como actor protagonista a Brad Pitt, algo bueno tenía que tener, pero por lo demás nasti de plasti. 
 
 
El libro de Heinrich Harrer comienza con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, mientras Harrer y varios compañeros participan en una expedición deportiva que trata de coronar el monte Nanga Parbat, situado en el actual Pakistán y en la entonces India británica. Las autoridades coloniales británicas detienen a toda la expedición al tratarse de ciudadanos austríacos, potenciales enemigos, y los recluyen en un campo de concentración. Varios de ellos logran huir, siguiendo distintos rumbos y corriendo diversa suerte, Harrer y Aufschnatier consiguen llegar la Lhasa e instalarse allí. En un país subdesarrollado como era el Tíbet de aquella época, se convierten en ingenieros (Aufschnaiter lo era en realidad), en médicos, en profesores. Ejercen un poco toda profesión liberal habitual en occidente y desconocida en el Tíbet, lo que les hace ser equiparados a la nobleza del país. Harrer es reclamado como instructor del decimocuarto Dalai Lama, un muchacho entonces de catorce años, y que todavía hoy es el jefe espiritual de los budistas, exiliado en la India. Acaban haciéndose muy amigos, y cuando en 1950 China amenaza con la invasión y empieza a cumplir su amenaza, antes de que el ejército chino llegue a Lhasa se ven obligados a salir de allí pitando todos, los dos alpinistas austríacos y el Dalai con toda su comitiva. Punto final. 


“Siete años en el Tíbet” es un libro de aventuras, como todos los que escribió Harrer, con la peculiaridad de que también es un magnífico retrato de la vida en el Tíbet antes de la invasión china. No hay historias de amor, no hay esposas abandonadas ni hijos recuperados, ni siquiera hay heroísmos patrióticos.

A Heinrich y a sus compañeros les importa un pito la guerra, la política, los intereses del gobierno inglés, los intereses del gobierno austríaco, los intereses de Hitler. Ellos lo único que quieren es escalar su montaña, y tras escapar del campo de concentración, intentar que no les pillen y nadie les vuelva a meter allí. No luchan ni quieren luchar por su país, ni por ningún otro, quieren montañas, exploración y aventuras; se mofan de las autoridades austríacas, inglesas y tibetanas, desobedecen las órdenes y torean sin escrúpulos cualquier obstáculo burocrático con tal de que les dejen en paz, y eso es lo que narra Harrer en el libro, lo único que narra. Teniendo en cuenta que pasó cincuenta y dos de sus noventa y cuatro años de vida fuera de Austria, casi todos en Asia y el Pacífico, explorando, escalando y escribiendo, por lo visto tuvo la sensatez de no casarse ni tener hijos. Yo creo que hizo bien.


PD: he aquí una de mis muchas contradicciones.... después de poner a parir a la peli, no me resisto a terminar el post con una foto de Brad. Es que está tan guapo..... y ¡qué narices! lo cortés no quita lo caliente (sí, lo caliente, estamos hablando de Brad).

 

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