sábado, 24 de marzo de 2012

Hipatia de Alejandría

Como ya comenté en la anterior entrada, en el año 2002 si no recuerdo mal, en la biblioteca donde trabajo se organizó una exposición sobre mujeres científicas y como parte de ella escribí un artículo sobre Hipatia. La idea era hacer copias y dejarlo en plan folleto, para que quien quisiera se llevara uno, y la verdad tuvo muchísimo éxito, todos los días había que reponer copias porque se acababan enseguida. Este es el artículo completo, espero que os guste.

Hipatia de Alejandría

Teón de Alejandría siempre quiso crear un ser humano perfecto. Tenía en mente que educaría a su hijo en la justicia, la bondad y los buenos valores, a la vez que en la sabiduría, la ciencia y la filosofía, y todo eso sin descuidar su educación física. Su hijo debería crecer cultivando tanto su mente y su espíritu como su cuerpo, y en ambos aspectos tratar de llegar a la perfección. Pero cuando su hijo nació, en el año 370, Teón se enfrentó a un gran problema. El niño había nacido con un defecto gravísimo en aquella época, y totalmente irreparable: su hijo era una niña, una mujer. Aún así Teón, que en un concurso de padres ganaría el Premio de Honor, no se dio por vencido, y en vez de considerar a su hija imperfecta por razón de su sexo, consideró más bien imperfecta a la sociedad de la época, que condenaba a todas las mujeres a las tareas del hogar y a la maternidad no elegida libremente, sin ninguna otra posibilidad. Teón rompió las reglas y creó un ser humano de una belleza e inteligencia admirables: su hija Hipatia.

La niña creció entre sabios, entre todos aquellos que frecuentaban el Museo de Alejandría, aquellos que venían de Grecia, de Creta, de Pérgamo, a recibir y dar clases en la institución que Teón presidía. Sus juguetes fueron papiros para escribir, y sus primeras conversaciones, preguntas a su padre sobre ciencia, astronomía, matemáticas, filosofía, etc. Además Hipatia practicaba ejercicios físicos que mantenían su cuerpo fuerte y atlético, ante el escándalo de su propia madre, por no hablar del resto de la sociedad, pero ni el padre ni la hija cejaron en su empeño, y el cuerpo de la niña creció y se desarrolló a la vez que su mente.

Con el tiempo, Hipatia se hizo adolescente y después mujer. Pasó de preguntar a responder, de recibir clases a darlas, de empaparse de sabiduría a escribir sus propias obras científicas, como “Comentario a la aritmética de Diofanto”, “Canon astronómico”, “Comentario a las cónicas de Apolonio”, y otras, aunque desgraciadamente pocas de ellas se han conservado. Gran parte de sus trabajos fueron comentarios y traducciones de clásicos griegos, como los ya citados además de los “Elementos de Euclides”, obra clave en la historia de la matemática y el pensamiento, que ha llegado a nosotros gracias a la dedicación y el trabajo de Hipatia. Junto a su padre estudió el sistema astronómico y matemático de Tolomeo, uno de los más importantes e innovadores de la antigüedad, y el propio Teón tituló así su obra: “Comentario de Teone de Alejandría al Tercer libro del Sistema Matemático de Ptolomeo. Edición controlada por la filósofa Hipatia, mi hija”. La escuela filosófica que seguía y enseñaba Hipatia era el neoplatonismo, continuación de las doctrinas de Platón y Plotino, entre otros; y ella fue de los pocos científicos que ya entonces defendía un sistema astronómico heliocéntrico, en el que la Tierra gira alrededor del Sol, frente al sistema geocéntrico imperante en la época. Además, las investigaciones y los trabajos en la Biblioteca y el Museo, la llevaron a inventar varios aparatos relacionados con la física y la astronomía, como el areómetro, la esfera plana o planisferio y el astrolabio.

Hipatia viajó a Italia y Grecia, con la intención de ampliar sus conocimientos, y allá donde estuvo fue admirada por su belleza e inteligencia. Representaba perfectamente el ideal griego de mujer bella, serena, sabia y ecuánime.  También ella rompió las reglas de la sociedad en que vivía: nunca se casó ni tuvo hijos, ni se le conocieron amantes pese a que no le faltaron pretendientes, siendo como era un ser tan bello y excepcional. Pero aún así, en la sociedad alejandrina de la época fue muy querida y respetada, y uno de sus mejores alumnos y amigos, Orestes, llegó a ser el prefecto romano en la ciudad de Alejandría, por lo que se sabe que Hipatia fue una persona muy influyente también en la política de la época. Y eso fue quizá lo que le costó la vida.

En el tiempo en que vivió Hipatia, en el siglo IV, el cristianismo había pasado de ser una religión prohibida y perseguida, a imponerse con fuerza; y como tantas y tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, haciendo uso de la misma violencia, intolerancia y atrocidades con las que había sido reprimida en sus inicios. En el año 390, cuando Hipatia contaba 20 años, los bisnietos y tataranietos de aquellos cristianos a quienes se comían los leones en los circos, incendiaron, con furia a su vez de leones hambrientos el Serapeo, un pequeño templo perteneciente al conjunto de la Biblioteca y el Museo de Alejandría, por considerar, con gran acierto, eso sí, que era un símbolo del paganismo. Las pérdidas materiales e intelectuales de ese incendio, aunque importantes,  no fueron graves en exceso si las comparamos con las que había sufrido y le quedaban todavía por sufrir a la Biblioteca, pero ese incendio fue la primera advertencia, la primera semilla de odio hacia el paganismo que fructificó, y mucho, en los años posteriores. Veinticinco años después del incendio del Serapeo, en el 415, Hipatia, que seguía impartiendo clases en el Museo, era uno de los mayores símbolos vivos del paganismo. Era mujer, era bella, era inteligente, era influyente y distaba mucho del ideal de mujer cristiana. Además escribió un manifiesto en el que se opuso públicamente al modelo de santidad femenina propuesto y defendido por el obispo Cirilo, que según él debía “incluir la castidad, el silencio público y el aislamiento de la vida social”. Y lo más importante: pese al auge y la presión del cristianismo, Hipatia siempre se negó a convertirse a cualquier religión que no observara como principal dogma de fe los principios y verdades de la ciencia. Su enfrentamiento con Cirilo la había convertido en carne de cañón y lo sabía, temía por su vida, pero no se resignó a esconderse; siguió saliendo a la calle, siguió dando clases, siguió hablando donde, cuando, como y con quien tuviera que hablar, y eso fue demasiado para los nervios y la prepotencia de Cirilo, que con la sangre fría de los débiles y cobardes, ordenó su muerte. Hipatia fue asaltada por una horda de cristianos furiosos un día que viajaba en su carro. La sacaron del carro a la fuerza, la tiraron al suelo, le arrancaron la ropa, la golpearon brutalmente, la insultaron, la zarandearon y la llevaron a rastras y sin dejar de golpearla hasta un antiguo templo que había sido convertido en iglesia cristiana. Allí, usando conchas afiladas como armas, comenzaron a hacerle profundos cortes, a desgarrar pedazos de su carne, de su hermoso cuerpo que pronto quedó desmembrado y convertido en un amasijo sanguinolento. Debió morir mucho antes de que aquella horrenda tortura terminara, debieron de ensañarse con ella, o con lo que quedaba de ella, aún después de tener la total certeza de haberla matado, pero no contentos con eso, quemaron sus restos en un altar, como una última ofrenda a ese dios en el que tan fielmente creían, y del que parecieron haber olvidado que cuando bajó a la tierra predicó la paz, el amor y la justicia, y puso la otra mejilla al ser golpeado una vez por un soldado romano. La siguiente víctima fue la propia Biblioteca de Alejandría, que instantes después del asesinato de Hipatia estaba siendo asaltada por los mismos fanáticos en plena orgía de sangre y destrucción. Las mismas antorchas que habían servido para prender fuego en el cuerpo desgarrado de Hipatia, sirvieron inmediatamente después para prender fuego en los libros que ella tanto amó, por los que tanto luchó, y gracias a los que tantas personas habían salido de la ignorancia a la que querían hacerles volver los cristianos exaltados y el obispo Cirilo. Fue uno de tantos incendios que ha sufrido la pobre Biblioteca a lo largo de su historia, víctima inocente, al igual que Hipatia, de los que piensan que al quemar los libros se queman también las ideas que contienen. Afortunadamente, los que piensan así piensan tan poco que siempre se equivocan; la Biblioteca de Alejandría ha sido reconstruida recientemente por enésima vez, los libros vuelven y volverán a escribirse, y siempre habrá alguien que se encargue de que personas como Hipatia jamás sean olvidadas por la historia.

El obispo Cirilo fue canonizado años después por la iglesia católica, así que hoy en día se le conoce como san Cirilo. Hipatia debería ser canonizada en las mentes y los corazones de quienes, al igual que ella hizo, rechazan el fanatismo y adoran el respeto, la verdad, la ciencia, la justicia, la vida y la humanidad como se debe adorar a un dios, por encima de todas las cosas.
FIN

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