jueves, 8 de marzo de 2012

Las hermanas Bolena (Historia, literatura... y cine)

El otro día vi la película, y no me resisto a compararla con la magnífica novela de Philippa Gregory ("The other Boleyn girl") en la que está basada, ya me conoceis ;-). Así que ahí va.


Doce años tenía María Bolena cuando su padre y su tio decidieron meterla en la cama del rey Enrique VIII, con la sana intención de afianzar su posición en la corte, y después de que el monarca se hubiera prendado de la niña. Vista con los ojos de hoy, María Bolena no era tan guapa ni se parecía a Scarlett Johanson pero en su época debió ser un bellezón. Y dejaremos aparte el hecho de que hoy en día el padre, el tio y el rey estarían en la cárcel por pederastia y proxenetismo pero claro, con los ojos de hoy es como NO se debe de mirar hacia tiempos pasados y en el siglo XVI por lo visto esas cosas eran normales.
 
 
María Bolena
Enrique se encaprichó de María, y quizá incluso la amó a su prepotente manera, pero cuando a los catorce años ella debió guardar cama durante casi todo su segundo embarazo, los Bolena, temiendo que la lujuria del soberano se dispersara por otras familias nobles y también poseedoras de mozas en edad de merecer, le pusieron en bandeja a Ana, la hermana mayor de María, de quince años. Y Enrique como el tonto que era, cayó en la trampa y en sus brazos. Se acabó María, y eso que dio a luz al ansiado hijo varón que tanto deseaba Enrique. Parece mentira que existiera una sociedad en la que se obligaba a las mujeres a madurar de golpe casi desde la niñez, y sin embargo se permitiera a todo un rey seguir haciendo el adolescente hasta bien entrada la treintena.
 

Enrique VIII por aquel entonces ya había pasado de ser un flacucho y desgarbado pelirrojo a ser un obeso pelirrojo afectado de gota, y en muchas ocasiones de impotencia. Vamos, que para nada se parecía a Eric Bana, y debió de ser repugnante para las adolescentes María y Ana establecer con él contacto carnal, por decirlo finamente.
 

Enrique VIII
También debió de ser duro para su esposa, la reina Catalina quien, prometida desde su nacimiento a Arturo, Príncipe de Gales y hermano mayor de Enrique, se casó con él a los 16 años sin conocerle de nada, se enamoró de él y lo vio morir de unas fiebres todo en menos de un año, y sin saber a su muerte si Arturo la había dejado embarazada o no. Y la cosa tenía su importancia, porque de estar embarazada, o no, dependía su vida. No lo estaba. Menos mal que su coraje, su sangre española y su inteligencia la ayudaron a alargar la duda un tiempo mientras ponía en marcha el plan B: camelarse al idiota envidioso de Enrique para  que la tomara como esposa, y dársela con queso jurando y rejurando que su matrimonio con Arturo no fue nunca consumado. Y el idiota envidioso de Enrique, que siempre había sentido celos de Arturo y que codiciaba tanto la Corona como el amor de Catalina, cedió. La mare que va, ¿se puede ser más tonto? Pues sí, se puede, y Enrique lo demostró enseguida. Una vez sentado en el trono junto a Catalina fue un monarca pésimo, consiguió enemistarse con el resto de Europa, incluida y especialmente la poderosa Roma, y sumir a Inglaterra en un caos total. En cuanto a Catalina, que de habérselo permitido habría gobernado mil veces mejor que él, se dedicó a humillarla poniéndole los cuernos durante años y acusándola de no darle un hijo varón, mientras la pobre reina paría sin cesar niños muertos o moribundos. Todo para acabar repudiándola en una pantochada de juicio para poder casarse con Ana Bolena....
 


... y con esto volvemos a las hermanas Bolena. La rivalidad entre ellas existió y no fue baladí. María no soportaba que Enrique la hubiera cambiado por su hermana, y Ana, ambiciosa como ella sola, no soportaba que el rey hubiera sido antes amante de María. Y francamente, la primera batalla la ganó Ana pero la guerra la ganó María que fue la más lista, cogió a sus hijos, se casó con un caballero de la corte y se largó de allí pitando. Por celosa que estuviera de Ana, también debía estar hasta las narices del pesado del rey. 
 

Ana Bolena
Ana mientras, cegada por la ambición, decidió no parir hijos bastardos y exigió a Enrique para entregarse a él que repudiara a Catalina, se casara con ella y la convirtiera en Reina de Inglaterra. Y Enrique, el muy tonto, así lo hizo, provocando una crisis internacional. Pero lo peor es que la propia Ana no se dio cuenta de las consecuencias de sus actos: haciendo romper al rey el entonces vínculo sagrado del matrimonio estaba cavando su propia tumba. Porque Enrique a esas alturas era ya insoportable, sus enfermedades y sus ataques de celos hacían la vida muy difícil a quien estuviera a su lado. Acusaba a Ana de no quedarse encinta, como ya hizo con Catalina; cuando Ana tuvo a la princesa Isabel la acusó de que ésta fuera una niña y no el varón que él tanto deseaba; y ya para rizar el rizo, como Enrique estaba casi siempre impotente, cuando Ana concibió, gestó y abortó al quinto mes un feto monstruoso, la acusó de haber tenido relaciones con el diablo y la condenó a muerte. Toma ya. Sí, Ana fue juzgada por un tribunal pero el pueblo nunca la quiso, era vox populi que el rey se había cansado de ella y tonteaba con Jane Seymour, y a ver quien es el guapo que desde un tribunal tiene lo que hay que tener para llevarle la contraria a un cabreadísimo Enrique VIII. Nadie. Así que culpable por unanimidad y la pobre y torpe Ana, al cadalso. Por cierto, en la película Ana trata de convencer a su hermano Jorge para que sea él quien la deje embarazada ya que el rey no puede, pero parece ser que en la realidad su hermano andaba muy ocupado cortejando a un apuesto capitán de la guardia del rey. Un secreto a voces que su mujer, loca de celos, aprovechó para sacar a la luz cuando la reina Ana cayó en desgracia. Resultado: las cabezas de Jorge y del apuesto capitán rodaron por el cadalso, pertinentemente separadas de sus cuerpos, unas horas antes que la de Ana. Como para que luego nos quejemos de la monarquía actual.
 


1 comentario:

  1. Menos mal que luego su hija Isabel puso unos cuantos puntos sobre las íes, entre ellos, no casarse jamás y enviar a tomar polculo la dinastía Tudor. Ja,ja,ja, tanto rollo con el hijo varón, tamta historia para perpetuar su linaje...¡hombres!

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