martes, 20 de septiembre de 2022

Su Graciosa Majestad


“Su graciosa majestad”, así es como llaman los ingleses a la Reina, lo cual no deja de tener su gracia, nunca mejor dicho. Vamos, que no me imagino yo a los españoles llamando “gracioso” al JuanCar. Y bien, como ya todo el mundo sabe, Su Graciosa Majestad nos dijo adiós la semana pasada a los 96 años de edad, tras una larga y fructífera existencia. Hay gente a la que le parece que ser Reina es vivir de lujo y no pegar un palo al agua, pero la realidad es algo distinta. Ciertamente los reyes no pasan hambre ni penurias, pero sus responsabilidades a veces son tan exigentes que resultan insuperables para otros seres humanos más normalitos. Y sí, como todos estáis pensando en la actriz-duquesita venida a más y luego a menos, ahora hablaremos de ella.



Soldados portando el féretro de la Reina Isabel


Lo cierto es que me encanta la Reina Isabel II. Como Reina ha sido ejemplar, ha cumplido con sus obligaciones sin despeinarse durante 70 años y ha tenido momentos realmente difíciles, como aquel famoso Annus Horribilis que le proporcionó motivos más que de sobra para acabar derrumbándose como madre y como Soberana. No lo hizo. En su última aparición pública la vimos recibiendo y saludando a Liz Truss, nueva Primer Ministro del Reino Unido. La Reina apareció muy desmejorada. Le faltaban dos días para morir, debía estar sufriendo mucho físicamente, se la veía muy delgada y débil, apoyada en un bastón y con las manos amoratadas… pero ahí estaba bien vestida, bien peinada y maquillados los labios de un rojo vivo que era toda una declaración de intenciones. Ahí estaba a sus 96 años, cumpliendo con su obligación hasta el final.


Los hijos no le salieron a esta mujer demasiado finos. Al final el que menos disgustos le ha dado es Eduardo, el menor, de quien se llegó a insinuar en su juventud que podría ser homosexual y con quien los tabloides se frotaban las manos esperando pillarle en un renuncio. Pero nada, finalmente se casó con Sophie, tuvieron dos niños y han acabado siendo los miembros más formales de la Royal Family. Tampoco Ana ha dado mucho que hablar salvo por su divorcio, que en su época fue sonado y disgustó a la Reina, pero luego se casó con otro hombre y a partir de ahí ha llevado una vida discreta y dedicada a sus funciones reales; ni se convirtió en un putón desorejado como las de Mónaco, ni sus maridos fueron por la vida haciendo el Urdangarín, así que bien por ella y por los sucesivos consortes.


Su Graciosa Majestad


Con Carlos y Andrés las cosas han sido bien distintas. El uno al menos acertó al segundo intento y sentó la cabeza hace diecisiete años al casarse con la mujer de su vida, pero el otro no ha sentado nunca ni la cabeza ni otras partes de su cuerpo que siguen dando mucho que hablar. Ahora bien, la bestia negra de la monarquía ha sido Diana de Gales, la jovencita angelical que se convirtió en princesa por matrimonio y acabó desesperada y desesperando a todos los que la rodeaban. Lo único que no tuvo Diana en su vida fue lo único que deseó: un hombre que la amara como mujer. El corazón de Carlos siempre perteneció a Camilla y es fácil imaginar la desesperación de la joven Diana, enamorada, cuando su marido la dejaba sola una y otra vez para reunirse con la amante. Nunca lo superó, y aunque se puede entender su tristeza, lo que no entiendo es que tuviera tan pocas luces y a nadie cerca que supiera aconsejarla bien. A partir de su divorcio fue de hombre en hombre, ilusionándose con un amor que no le daban y sintiéndose cada vez más utilizada y desengañada. Ya sabemos cómo terminó la historia: muy mal para ella, para sus hijos, para sus acompañantes, para su familia, para su familia política… un desastre.


Y cuando la pobre cabeza loca de Diana llevaba veinte años bajo tierra, llegó Meghan a superar lo insuperable. Si Diana pecó de ingenua, ésta es más lista que el hambre, hay que ver con qué gracia ha hecho que su marido el Príncipe la “rescatara” y la llevara a vivir donde ella quería. Y no contenta con eso ahora se dedican, ella por lista y él por bobo, a airear los presuntos trapos sucios de una familia que tendrá todos los privilegios que uno quiera, pero no puede defenderse de algo así. La duquesita está tan pagada de sí misma que ha publicado un libro llamado “Meghan, la duquesa”, no está nada mal para ser feminista y odiar a tu estirada familia política. También se nos ha metido a podcaster, toda orgullosa de que ahora ya puede hablar libremente y ser “herself”, como si a alguien le interesara herself si no fuera porque está casada con el príncipe Harry. En su primera joya radiofónica, la duquesita recién liberada y su superamiga Serena Williams se dedican a lamerse las heridas mutuamente, quejándose del cruel y racista patriarcado que no ha hecho más que ponerles zancadillas por ser mujeres y negras, cuando ellas sólo querían hacer realidad sus sueños: una dedicarse a la interpretación y luego casarse con el amor de su vida, la otra ser número uno del tenis. Desde luego ya le vale al patriarcado, qué manera de ensañarse con las pobres chiquillas y no dejarlas hacer nada. No sé yo si estas dos lerdas se escuchan cuando hablan o ni siquiera eso. En fin, menos mal que Guillermo acertó al casarse, y su padre aunque al segundo intento, también.



El Rey Carlos III y el Mayor Johnny


Siempre pensé que cuando la reina Isabel II muriera, su hijo Carlos mandaría la corona a hacer puñetas, abdicaría en Guillermo y se retiraría con Camilla a vivir la vida contemplativa en algún lugar perdido de Escocia, pero me equivoqué. Carlos ha asumido sus obligaciones como rey a los 73 años, y ha prometido mantener la corona en su cabeza mientras viva al igual que ha hecho su longeva progenitora, espero que la suerte le acompañe y así sea durante muchos años. Además se le está viendo en sus discursos con una sorprendente seguridad y rezumando poderío, vamos, que ha tenido tiempo de prepararse y se ve que lo ha hecho bastante bien. En cuanto a Camilla, por expreso deseo de su suegra llevará el título de Reina Consorte que en la práctica va a cambiar poco o nada su vida, pero es todo un detalle teniendo en cuenta que la Reina no otorgó nunca a su propio marido el título de Rey, ni siquiera consorte. Supongo que Camilla se lo merece, pero quizá la Reina también lo planeó imaginando cómo se iba a revolver Diana en la tumba al ver a “la otra” convertida en Reina junto a su Charles. Quién sabe. La venganza es un plato que se sirve frío, y esperar 25 años para fastidiar a tu nuera en el más allá, no tiene precio.


En fin, que los británicos están despidiendo a lo grande a su Reina, en un duelo oficial que durará diez días. Es una reina muy querida, no sólo por su discreción y sus más de 70 años de servicio, también porque los más viejos del lugar aún recuerdan cómo sus padres, el rey Jorge y la reina Isabel, se negaron a salir de Londres durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, compartiendo así la suerte de los londinenses; y recuerdan asimismo que la propia princesa Isabel se alistó voluntaria en el ejército y pasó la guerra conduciendo camiones que portaban material sanitario. Esas cosas un pueblo no las olvida, y por eso hemos visto a miles de británicos llorando y aplaudiendo al paso de la procesión fúnebre de su Reina. Por eso hemos visto a todo un pueblo diez días de luto y a medio mundo echando de menos a esta mujer inigualable. Esperemos que su hijo Carlos sepa estar a la altura, que Guillermo tenga un reinado feliz cuando llegue el momento, que George sepa casarse igual de bien que lo ha hecho su padre, y que Harry y Meghan dejen de hacer el tonto y se dediquen a vivir su vida tranquilos allá en las Américas, a ver si van a acabar teniendo un lamentable accidente.  Dios no lo quiera ni el MI6 tampoco. God save the Queen.





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